26.1.12

En nuestros corazones, sabemos que la vida debería ser mucho más alegre y gozosa de lo que nos han ofrecido

Economía sagrada: un mundo donde el dinero sea el aliado de todos nuestros mejores impulsos

Considerado como uno de los pensadores líderes de su generación, Charles Eisenstein es un orador y escritor autor de libros como El Ascenso de la Humanidad o Economía Sagrada. Su trabajo se centra principalmente en la salud holística y la transformación de la conciencia humana y la civilización. Ha creado el concepto de “vivir en el don”, en relación con su trabajo sobre el dinero, la economía y la gratitud. Graduado de la Universidad de Yale en Matemáticas y Filosofía, fue a Taiwán, donde aprendió chino y se formó en las tradiciones espirituales orientales. Allí sufrió una intensísima transformación personal que le condujo a encontrar su actual mensaje.

Economía Sagrada

Dentro de cada una de las instituciones de nuestra civilización, no importa lo feo o lo corrupto, está el germen de algo hermoso: la misma nota en una octava superior. El dinero no es la excepción. Su propósito original es simplemente conectar a los dones humanos con las necesidades humanas, para que todos podamos vivir una mayor abundancia. Cómo ha llegado el dinero a generar escasez y no la abundancia, la separación en lugar de la vinculación, es uno de los hilos de este libro. No obstante, a pesar de en lo que se ha convertido, en la idea original del dinero como un agente del obsequio, podemos vislumbrar lo que, un día, lo hará sagrado otra vez. Reconocemos el intercambio de obsequios como un acontecimiento sagrado, por lo que instintivamente hacemos una ceremonia el regalo dado. Axial que, el dinero sagrado, será una forma de dar, un medio para dotar a la economía mundial con el espíritu del don que rige las culturas tribales y sus pueblos, y aún lo hacen hoy en todo sitio donde la gente hace algo por los demás fuera de la economía monetaria.
Economía Sagrada describe este futuro y también describe una forma práctica de llegar. Hace mucho tiempo me cansé de leer libros que criticaban algunos aspectos de nuestra sociedad, sin ofrecer una alternativa positiva. Luego me cansé de los libros que ofrecían una alternativa positiva que parecía imposible de alcanzar: “Tenemos que reducir las emisiones de carbono en un 90 por ciento”. Después me cansé de libros que ofrecen una posible manera de llegar a ella, pero sin describir lo que yo, personalmente, podría hacer para crearlo. La Economía Sagrada opera en los cuatro niveles:
  • ofrece un análisis fundamental de lo que ha ido mal con el dinero
  • describe un mundo más hermoso basado en un tipo diferente de dinero y economía
  • explica las acciones colectivas necesarias para crear ese mundo y los medios por lo que estas acciones pueden ocurrir
  • y explora las dimensiones personales de la transformación del mundo, el cambio de identidad y ser que yo llamo “vivir en el don.”
La transformación del dinero no es una panacea para los males del mundo, ni debe tener prioridad sobre otras áreas de activismo. Un mero reordenamiento de símbolos en las computadoras no elimina la devastación real, material y social que afligen a nuestro planeta. No obstante, el trabajo de saneamiento en cualquier otro campo desarrolla todo su potencial sin una transformación correspondiente del dinero, que tan profundamente está entrelazado en nuestras instituciones sociales y en los hábitos de vida. Los cambios económicos que describo son parte de un vasto, amplio cambio, que no dejará sin tocar ningún aspecto de la vida.

La humanidad está comenzando a despertar a la verdadera magnitud de la crisis que enfrentamos

La humanidad está comenzando a despertar a la verdadera magnitud de la crisis que enfrentamos. Si la transformación económica que se describe parece milagrosa, es porque nada menos que un milagro ser necesita para sanar nuestro mundo. En todos los ámbitos – desde el dinero hasta el saneamiento ecológico, hasta la política, hasta la tecnología, hasta la medicina, – necesitamos soluciones que exceden los límites de lo actualmente posible. Afortunadamente, en la medida que se desmorona el viejo mundo, nuestro conocimiento de lo que es posible se expande, y con esto se expande nuestra valentía y nuestra voluntad de acción. La convergencia actual de crisis – en dinero, energía, educación, salud, agua, suelo, clima, política, medio ambiente, y mucho más – es una crisis de nacimiento, la expulsión de nosotros desde el viejo mundo hacia uno nuevo. Inevitablemente, esta crisis invade nuestras vidas personales, nuestro mundo se desmorona, y nosotros también nacemos en un mundo nuevo, una nueva identidad. Esto es por qué tantas personas sienten una dimensión espiritual en esta crisis planetaria, incluso con la crisis económica. Tenemos la sensación de que lo “normal” no regresará, que nacemos dentro de una nueva normalidad: un nuevo tipo de sociedad, una nueva relación con la tierra, una nueva experiencia del ser humano.

Ese elevado estado del ser, ¿fue una ilusión, una anomalía temporal?

Yo dedico todo mi trabajo a un mundo más hermoso que nuestros corazones nos dice que es posible. Digo nuestros “corazones”, porque nuestras mentes a veces nos dice que no es posible. Nuestras mentes dudan de que las cosas jamás sean muy diferentes de lo que la experiencia nos ha enseñado. Es posible que sientan un cinismo, desprecio o la desesperación a medida que lean mi descripción de una economía sagrada. Puede que Usted pudiera desdeñar mis palabras, como irremediablemente idealista. De hecho, yo mismo tuve la tentación de reducir el tono de mi descripción, para que fuera más plausible, más responsable, más en línea con nuestras bajas expectativas de lo que la vida y el mundo pueden ser. No obstante, tal atenuación, no habría sido la verdad. Yo hablaré, empleando las herramientas de la mente, lo que está en mi corazón. En mi corazón sé que es posible crear una economía y una sociedad tan bella – y de hecho cualquier logro menor es indigno de nosotros. ¿Estamos tan quebrados que aspiraríamos a algo menos que un mundo sagrado?
Todos lo hemos vivido una y otra vez. Asistes a un seminario transformacional, lees un libro que te abre la mente, disfrutas de una sesión con una persona iluminada y sabia, y entonces todo parece posible. El mundo adquiere un nuevo brillo, y la vida promete niveles nunca antes imaginados de alegría, amor y vitalidad. El efecto dura varios días, o semanas, pero lentamente “el mundo real” regresa. Al principio esta nueva manera de ser era mágica, sin esfuerzo; después se convierte en un esfuerzo, y finalmente es solo un recuerdo. ¿Qué ha ocurrido? Ese elevado estado del ser, ¿fue una ilusión, una anomalía temporal? Sin embargo, se sentía tan verdadero.

Estamos en una transición entre mundos

El problema y la solución están arraigados en un aspecto que define nuestros tiempos: estamos en una transición entre mundos. El antiguo mundo es el mundo de la Separación, una era de la humanidad definida por la disolución progresiva de comunidades, el alejamiento de la naturaleza, e incluso el rechazo de partes de nuestro ser. El nuevo mundo es una era de Re-unión, en la que buscamos recrear nuestros lazos con otros, con todos los seres, con la tierra; es una era donde buscamos ser completos e íntegros.
En el antiguo mundo, el ser era una parte diferenciada, separada, una burbuja de psicología en una cárcel hecha de carne, una pizca de conciencia Cartesiana observando un mundo que era otro. El ser era un alma encapsulada en piel; una máquina de supervivencia biológica; un maximizador económico de intereses individuales. Nada fuera de mí mismo importaba, porque todo estaba separado de mí. Estábamos en competencia con otros seres y con enemigos de la naturaleza, a los que quisimos someter, amarrar, conquistar, y finalmente trascender.
En el nuevo mundo, estamos moviéndonos hacia una nueva sensación-de-ser, una nueva manera de ser. El nuevo ser es el ser conectado, el que sabe que lo que te ocurre a ti– lo que le ocurre a cualquier ser– también me está ocurriendo a mi. Este ser ya no necesita maximizar su interés individual, porque éste se ha expandido e incluye a otros. Este ser desea servir a otros seres, para traer alegría, sanación y belleza a otras personas y al planeta. Y no es cuestión de auto sacrificio, porque para el ser conectado aplica una nueva Regla de Oro, que no es una regla sino una nueva comprensión: “Lo que le hago a los otros, me estoy haciendo a mi mismo.”
La verdad del ser conectado es algo que podemos sentir. Cuando lees acerca de una especie en vías de extinción, una selva talada al raso, un pueblo destruido, ¿no lo sientes en tu interior como una herida? La reducción de la vida en cualquier lugar reduce nuestra propia vitalidad, nuestra propia integridad. Duele. Ese es el corolario inevitable de nuestra conexión. Es inevitable que una crisis de salud refleje la destrucción de ecosistemas, que la desintegración social en países ricos refleje la destrucción de otras culturas, y que la infelicidad personal refleje la incapacidad de servir a otros.
Aún vivimos entre los hábitos e instituciones del antiguo mundo; de hecho, hemos construido toda una civilización sobre la historia de la Separación. Hemos llevado la explotación del otro a tal extremo, que billones de personas viven en la pobreza, violencia y miseria. Hemos llevado la explotación de la naturaleza a tal extremo que la base ecológica de nuestra civilización está bajo amenaza. Es más, incluso para los ganadores de este juego de todos contra todos, la vida en los hábitos e instituciones de la Separación se ha tornado miserable. Por un tiempo, podemos compensar nuestro aislamiento de comunidad, naturaleza y espíritu a través de la expansión del ser solitario, pequeño y separado. Pero no importa cuanto poseas o cómo sea tu cuenta bancaria, sigues siendo mucho más pequeño que el infinito del ser conectado. Cada vez más, deseamos recobrar nuestra integralidad perdida, nuestra “completitud”.
Un nuevo mundo nos llama. En nuestros corazones, sabemos que la vida debería ser mucho más alegre y gozosa de lo que nos han ofrecido normalmente. Lo vislumbramos en ocasiones, en esos momentos especiales que nos muestran lo que la vida debería ser. Puede ocurrir haciendo trabajo transformacional, o a través de unos de los momentos intensos de la vida, una experiencia espiritual, una experiencia cercana con la muerte, una experiencia chamánica, junto el lecho de alguien que está muriendo, o dando a luz, en manos de un sanador, o a veces espontáneamente. Estos momentos que vislumbramos pueden durar algunos minutos, o incluso algunos días o semanas. Sin embargo, poco a poco conspiran fuerzas poderosas, que nos arrastran de regreso a la normalidad antigua. La presión de otras personas, del dinero, y de nuestra propia duda e inercia nos dicen: “Eso fue solo una excepción, no es práctico, no es real, fue una bonita excursión para alejarse del tedio, la mediocridad, las preocupaciones, la duda, la insensibilidad, el resentimiento, los sacrificios. Pero la vida no es así. No se puede vivir así.” Sin embargo, nuestros corazones saben que han capturado un momento verdadero, real.

El siguiente estadio en la evolución de la conciencia humana solamente puede suceder en forma grupal

Como el mundo de Re-unión en el que nos estamos adentrando es nuevo, carece de estructuras bien desarrolladas para mantenernos ahí. Así es como nos deslizamos de regreso al antiguo mundo constantemente. Afortunadamente, esto está cambiando. Más y más de nosotros estamos visitando el mundo de Re-unión con suficiente frecuencia para generar una masa crítica. Hay suficientes de nosotros habitándolo durante suficiente tiempo para sostenernos mutuamente en ese lugar, en saber la verdad. Uno puede ser fuerte cuando otro flaquea. Nadie debe quedarse ahí solo. De hecho, nadie puede. Esta es parte de la verdad del ser conectado.
El siguiente estadio en la evolución de la conciencia humana solamente puede suceder en forma grupal.
No he conocido a nadie que pueda quedarse en el nuevo mundo solo. Cuando estamos solos, recaemos en viejos hábitos, viejas maneras, porque su atracción es simplemente demasiado poderosa. Nos necesitamos mutuamente para mantenernos cuerdos. Nos necesitamos mutuamente para quedarnos en Re-unión el tiempo suficiente para desarrollar estructuras ahí, para que se convierta en la nueva normalidad.
Se podría decir que el rol del coach es sostener a una persona en la nueva normalidad. Es sostener ese saber para otra persona, el saber que lo que les dice su corazón es cierto—que la vida puede ser más alegre y el mundo más bello de lo que habían aceptado como la normalidad. Y es saber eso tan poderosamente, que incluso cuando el otro está perdido en la duda, tú puedes sostener ese saber para los dos.
Por favor comprende que para tener esa fortaleza, tú también debes depender de otros que te sostienen en ese saber. El coach necesita un coach, o más precisamente, el coach necesita una comunidad. Finalmente, la distinción entre coach y cliente se desintegrará, y nos sostendremos mutuamente en la historia del ser conectado.
Mientras tanto, la comunidad de coaches debe sostener a sus miembros en el darse cuenta de la conexión. De lo contrario, los coaches se perderán, y terminarán perpetuando el antiguo mundo inconscientemente, ayudando a sus clientes a participar más efectivamente en la explotación del hombre y la naturaleza, aceitando los engranajes de la máquina, y no sabiendo lo que hacen. Necesitamos recordarnos mutuamente, acompañarnos en hacernos responsables, para así poder seguir actuando y haciendo coaching de maneras que parecen una locura para el ser separado. Por generaciones, pareció una locura dedicar la vida al servicio, al amor, a la belleza. Ya no. Para el ser conectado, es la única manera de vivir.
Todos sabemos eso, en nuestros corazones. Nadie desea vivir de otra manera. Pero la mente dice otra cosa, y sus creencias tienen una inercia poderosa, reforzada por las instituciones que nos rodean. El resultado es un conflicto entre el corazón y la cabeza, entre la sabiduría y las creencias. El trabajo del coach es darle una voz a la sabiduría del corazón, para que finalmente la cabeza y el corazón puedan alinearse, y nuestras creencias se incorporen, se conviertan en acción sentida por el corazón. Esta es una sanación muy profunda.

Hay una falla estructural irremediable en la base de nuestra civilización. Yo la llamo Separación

Todas las personas que conozco tienen un pie en ambos mundos, Separación y Re-unión. De algún modo, vivimos como seres conectados, alineados con la sanación de la sociedad y el planeta. De otras maneras, todavía vivimos en separación, contribuyendo, conscientemente o no, a la destrucción de todo lo que es bello. Cada uno de nosotros tiene temor de realmente creer aquello que sabe. Por eso nos necesitamos mutuamente, para entrar ese mundo más bello, ese que nuestros corazones nos dicen que es posible. Hay una falla estructural irremediable en la base de nuestra civilización. Yo la llamo Separación, y ha generado todas las crisis que convergen actualmente — la económica, la de la salud, la ecológica, y la política. Se manifiesta como la separación de cada uno en la disolución de la comunidad, la separación de la naturaleza en la destrucción del entorno, la separación dentro de nosotros mismos en el deterioro de la salud. La ciencia es su ideología más profunda, la tecnología es su cómplice, y el dinero es su agente.
El dinero tal como lo conocemos hoy está íntimamente asociado a nuestra identidad como seres discretos y separados, así como a la destrucción que nuestra separación ha traído. Hay un dicho, “El dinero es la raíz de todos los dmales.” ¿Pero por qué sería así? Después de todo, el objetivo más básico del dinero es simplemente facilitar el intercambio; en otras palabras, el conectar los dones humanos con las necesidades humanas.

¿Qué poder, qué monstruosa perversión, ha transformado al dinero en su opuesto: un agente de escasez?

Pues de hecho, vivimos en un mundo de fundamental abundancia, un mundo donde vastas cantidades de alimento, energía, y materiales se desperdician. La mitad del mundo se muere de hambre mientras que la otra mitad consume lo suficiente como para alimentar a la primera mitad. En el Tercer Mundo y en nuestros propio ghettos, a la gente le falta comida, techo, y otras necesidades básicas, pero no puede comprarlas. A otras personas les encantaría suplir estas necesidades y hacer otros trabajos significativos, pero no pueden porque no hay dinero en ello.
El dinero falla flagrantemente en conectar dones y necesidades. Consumimos vastos recursos en guerras, basura plástica, e innumerables productos que no sirven a las necesidades o a la felicidad humanas. ¿Por qué? No es difícil asociarlo a la codicia, al amor por el dinero. Pero sin embargo, en definitiva, la codicia es una falacia, en si misma un síntoma y no una causa de un problema más profundo. Culpar a la codicia y luchar para intensificar el programa de auto-control es intensificar la guerra contra el ser, que es sólo otra expresión de la guerra contra la naturaleza y la guerra contra el otro que se encuentra en la base de nuestra civilización.
En medio de la superabundancia, aún nosotros en los países ricos vivimos en una ansiedad omnipresente, buscando la “seguridad financiera” mientras tratamos de mantener a raya a la escasez. Hacemos elecciones (aún aquellas que no tienen nada que ver con el dinero) de acuerdo a lo que “podamos permitirnos”, y asociamos comúnmente a la libertad con la riqueza. Pero cuando la perseguimos, encontramos que el paraíso de la libertad financiera es un espejismo, alejándose a medida que nos acercamos a él, y que la persecución misma nos esclaviza. La ansiedad está siempre ahí, la escasez siempre a un desastre de distancia. La codicia es simplemente una respuesta a la percepción de escasez. El dinero, que ha tornado a la abundancia en escasez, precede a la codicia. Pero no el dinero per se, sólo el tipo de dinero que utilizamos hoy, el tipo de dinero que se está evaporando mientras hablamos, dinero con una característica muy especial que asegura su eventual muerte.
Esta característica aparece, en diferentes formas, también en las otras sub-estructuras de nuestra civilización. Al comprenderlo, podemos aclarar la “irremediable falla estructural” de nuestra propia civilización; más importante, podemos diseñar nuevos sistemas monetarios que suplanten al viejo y lleven la característica opuesta. Los resultados serán opuestos también: abundancia, no escasez; generosidad, no codicia; y sustentabilidad, no ruina.
La característica definitoria del dinero actual es la usura, mejor conocida como el interés. Es la usura la que genera tanto la ansiedad endémica de hoy, como conduce la máquina devoradora del mundo del crecimiento perpetuo. Para explicar cómo, citaré la hoy famosa parábola de Bernard Lietaer, El Onceavo Redondel, de su libro El futuro del Dinero.

El Octavo Redondel

Hace tiempo, en un pequeño pueblo en las Afueras, la gente usaba el trueque para todas sus transacciones. En cada día de mercado, la gente lo recorría con gallinas, huevos, jamón, y pan, y se involucraba en prolongadas negociaciones para intercambiar lo que necesitaba. En períodos clave del año, como las cosechas o siempre que el granero de alguien necesitase grandes reparaciones después de una tormenta, la gente revivía la tradición de ayudarse unos a otros que habían traído del viejo país. Sabían que si tenían un problema algún día, otros los ayudarían correspondientemente.
Un día de mercado, llegó un extraño de brillantes zapatos negros y elegante sombrero blanco y observó el proceso completo con una sonrisa sardónica. Cuando vio a un granjero corriendo para acorralar a las seis gallinas que quería intercambiar por un gran jamón, no pudo contener la risa. “Pobre gente,” dijo, “tan primitivos.” La mujer del granjero lo vio y desafió al extraño, “¿Piensa que puede atrapar mejor a las gallinas?” “Gallinas, no,” respondió el extraño, “Pero hay una manera mucho mejor de eliminar todo el inconveniente.” “Ah si, ¿cómo?” preguntó la mujer. “¿Ve aquél árbol allí?” replicó el extraño. “Bueno, iré allí a esperar a que uno de ustedes me traiga un gran cuero de vaca. Entonces que cada familia me visite. Yo les explicaré cual es la mejor manera.”
Y así sucedió. Tomó el cuero, y cortó redondeles perfectos en él, y estampó un elaborado y elegante pequeña sello en cada redondel. Entonces le dio a cada familia 10 redondeles, y explicó que cada uno representaba el valor de una gallina. “Ahora pueden comerciar y regatear con los redondeles mismos en lugar de con las incómodas gallinas,” explicó.
Tenía sentido. Todos quedaron impresionados del hombre de los zapatos brillantes y el sombrero inspirador.
“Oh, a propósito,” agregó después de que cada familia hubiese recibido sus 10 redondeles, “luego de un año, volveré y me sentaré bajo el mismo árbol. Quiero que cada uno de ustedes me traiga de vuelta 11 redondeles. Ese onceavo redondel es un gesto de aprecio por la mejora tecnológica que he introducido en sus vidas.” “¿Pero de dónde saldrá el onceavo redondel?” preguntó el granjero con las seis gallinas. “Ya verán,” dijo el hombre con una sonrisa tranquilizadora.
Asumiendo que la población y su producción anual permanezcan exactamente iguales durante el siguiente año, ¿qué piensan que debería pasar? Recuerden, aquel onceavo redondel nunca fue creado. Por lo tanto, en definitiva, una de cada 11 familias tendrá que perder todos sus redondeles, aún si todos manejan bien sus negocios, para poder proveer del onceavo redondel a las otras 10.
Así cuando una tormenta amenazó la cosecha de una de las familias, la gente se volvió menos generosa con su tiempo para ayudarlos a ponerla a resguardo antes de que el desastre llegara. Aunque era mucho más conveniente intercambiar los redondeles en lugar de las gallinas en los días de mercado, el nuevo juego también tuvo el efecto secundario no planeado de desalentar activamente la cooperación que era tradicional en el pueblo. En su lugar, el nuevo juego del dinero estaba generando una corriente subyacente sistémica de competencia entre los participantes.

Inflación, bancarrota o crecimiento

Hay realmente sólo tres maneras en que puede terminar esta historia: inflación, bancarrota, o crecimiento. Las mismas opciones que enfrenta una economía basada en la usura. Los pueblerinos podían procurarse otro cuero de vaca y hacer más moneda; o una de cada 11 familias podría quebrar, como observa Lietaer; o podrían incrementar el número de gallinas de modo que nuevos “redondeles” tendrían el mismo valor que antes. En una economía real, las tres presiones operan simultáneamente. La presión de la bancarrota produce una inseguridad sistémica, que a su vez lleva a a la gente y a las instituciones a “hacer” más dinero a través de medios inflacionarios o productivos. De estas dos opciones, la inflación es sólo una solución temporaria (como estamos descubriendo ahora). Sólo puede empujar un poco hacia el futuro al imperativo del crece-o-muere.
En otras palabras, debido al sistema monetario, la competencia, la inseguridad, y la codicia son una parte inseparable en nuestra economía. No podrán ser eliminadas nunca, mientras las necesidades de la vida estén denominadas en dinero-de-usura. Pero ésta es sólo una de las razones por las cuales el dinero destruye comunidades. La otra está relacionada a la tercer presión: el crecimiento perpetuo.
Como la parábola de Lietaer explica, debido al interés, en cualquier momento dado la cantidad de dinero debida es mayor que la cantidad de dinero existente. Para hacer nuevo dinero no-inflacionario, para mantener el sistema entero en marcha, tenemos que criar más gallinas — en otras palabras, tenemos que crear más “bienes y servicios.” La manera principal de hacerlo es comenzar a vender algo que antes era gratis. Es convertir los bosques en madera, la música en un producto, las ideas en propiedad intelectual, la reciprocidad social en servicios pagos.
¿Quiere volverse rico? Aquí hay una idea de negocios que, de una forma u otra, ha funcionado espectacularmente por miles de años. Muy sencillamente, encuentre algo que la gente haga por si misma o por otro gratuitamente. Entonces quíteselo: vuélvalo ilegal, inconveniente, o en su defecto no disponible. Entonces véndales de nuevo lo que ha tomado. Garantizado, normalmente nadie hace esto conscientemente, pero ése ha sido el efecto neto de la cultura y la tecnología durante los últimos varios miles de años.
Sus ancestros campesinos del siglo XIII raramente pagaban dinero por comida, alojamiento, vestimenta, o entretenimiento (aún menos en una tribu de cazadores-recolectores). La gente era auto-suficiente en todas estas cosas o, más probablemente, dependía de una elaborada red de regalos, del compartir, y la reciprocidad. Es de estas cosas que está construida una comunidad. Hoy, le pagamos a extraños para satisfacer la mayor parte de nuestras necesidades físicas y culturales. Probablemente no conozcas la persona que cultivó tu comida, cosió tu camisa, construyó tu casa, o cantó las canciones en tu iPod. Apoyados por la tecnología, la conversión en bienes de consumo de bienes y servicios previamente no monetarios se ha acelerado durante los últimos siglos, al punto de que hoy hay muy poco que quede fuera del ámbito del dinero. Los vastos comunes, sean de tierra o cultura, han sido acordonados y vendidos — todo para mantener el ritmo con el crecimiento exponencial del dinero. Ésta es la profunda razón por la cual convertimos bosques en madera, canciones en propiedad intelectual, y así. Es por lo que dos tercios de las comidas en Norteamérica son hoy preparadas fuera del hogar. Es por lo que los remedios basados en plantas han dado lugar a las medicinas farmacéuticas, por lo que el cuidado de niños se ha vuelto un servicio pago, por lo que el agua mineral es la categoría con crecimiento de ventas número uno.

Cuanto más de la vida convertimos en dinero, más dinero necesitamos para vivir

El imperativo del crecimiento perpetuo implícito en el interés es lo que dirige la incesante conversión de la vida, el mundo, y el espíritu en dinero. Completando el círculo vicioso, cuanto más de la vida convertimos en dinero, más dinero necesitamos para vivir. La usura, no el dinero, es la proverbial raíz de todos los males. Induciendo a la competencia y reemplazando las relaciones personales con servicios pagos, desgarra el tejido de la comunidad.
La comunidad está fuertemente vinculada al hecho de regalar; cuando los antropólogos buscan entender una cultura, siguen el flujo de los regalos. A diferencia de las transacciones monetarias, en las cuales no perduran obligaciones luego de que la transacción ha sido completada, el regalar crea una ligadura (que es el significado literal de “obligación”). Cuando circulan los regalos, la comunidad se afianza. Prestar dinero a interés es absolutamente contrario al espíritu del regalo. Por un lado, una característica cardinal de un regalo auténtico es que lo damos incondicionalmente. Podemos esperar que nos regalen algo a cambio, sea por el destinatario o por otro miembro de la comunidad, pero no imponemos condiciones sobre un regalo verdadero, o no es realmente un regalo.
Más importante, una característica universal de un regalo es que se incrementa naturalmente a medida que circula dentro de una comunidad, y que este incremento no debe ser mantenido para uno, sino que debe permitírsele circular con el regalo. El interés equivale a mantener el incremento del regalo para uno mismo, reteniéndolo por tanto de circulación en la comunidad, debilitando a la comunidad para el beneficio del individuo. No es un accidente que muchas sociedades prohibieran la usura entre ellos pero la permitieran en las transacciones con extraños, en quienes no se podía confiar en que recircularían un regalo auténtico nuevamente dentro de la comunidad. De allí la prohibición en Deuteronomios 23:20: A un extraño puedes prestarle con usura, pero a tu hermano no debes prestarle con usura.”
Las ramificaciones de este mandato, cuando se combinan con la enseñanza de Jesús de que todos los hombres son hermanos, son obvias: el interés está prohibido completamente. Esta era la posición de la Iglesia Católica durante la Edad Media, y es aún la regla en el Islam hoy. Sin embargo, comenzando con la separación de Iglesia y estado y acelerándose con el auge del mercantilismo en la tardía Edad Media, se creó presión para resolver la tensión fundamental entre la enseñanza Cristiana y los requerimientos del comercio. La solución provista por Martín Lutero y Juan Calvino fue la de separar la ley civil de la ley moral, afirmando que las maneras de Cristo no eran las maneras del mundo. Así el espíritu se separó aún más de la materia, y la religión retrocedió otro paso hacia la irrelevancia mundana.

Desacralización del mundo

Abandonar la prohibición del interés fue el paso clave en la complicidad de la religión en la desacralización del mundo. Después de todo, es el interés el que guía la conversión de todo lo que es sagrado en el mundo — su belleza, singularidad, y relaciones vitales — en algo profano. ¿Por qué sabemos intuitivamente que el dinero es profano? Porque es una gran excepción a la irreducible singularidad de todos los seres.
En mi último ensayo para Reality Sandwich, describí como cada gota de agua, incluso cada electrón, es único y sagrado. Pero no es así con cada dólar. El dinero es, por diseño, estándar, genérico. Su dólar es igual a mi dólar. El dinero hoy carece incluso de un número de serie único: Son bits en una computadora, una abstracción de una abstracción de una abstracción. Un bosque es único y sagrado; no así el dinero por su talado. Convierta dos bosques diferentes en dinero, y se vuelven el mismo. Aplicado a las culturas, el mismo principio está creando rápidamente una mono cultura global donde cada servicio es un servicio pago.
Cuando el dinero media todas nuestras relaciones, nosotros también perdemos nuestra singularidad, para volvernos un consumidor estandarizado de bienes y servicios estandarizados, y un empleado estandarizado realizando otros servicios. No hay relaciones económicas personales que sean importantes, porque siempre podemos pagarle a algún otro para hacerlo. No es sorpresa entonces, que aunque nos esforcemos, hallemos tan difícil crear comunidades. No es sorpresa que nos sintamos tan inseguros, tan prescindibles. Todo es debido a la conversión, causada por la usura, de lo singular y sagrado en lo monetizado y genérico.
Debido a que el dinero es identificado con la “utilidad” Benthamita — esto es, el bien — este proceso completo es considerado racional en la teoría económica (neoclásica) tradicional. Muy sencillamente, cada vez que algo es monetizado, el nivel de “bienes” del mundo crece. La misma asunción aparece en el eufemismo “bienes” para describir productos de la industria. La misma definición de “bien” es cualquier cosa intercambiable por dinero. En otras palabras, Dinero = Bien. ¿Lo tiene?
Por definición, cuando compramos agua embotellada en lugar de agua de la canilla muy contaminada para beber, eso es bueno. Cuando pagamos por el cuidado de niños en lugar de cuidarlos nosotros en nuestra casa, eso es bueno. Cuando compramos un vídeos juego en lugar de salir afuera a jugar, eso es bueno.
En términos económicos convencionales, puede de hecho estar en el interés propio racional de un individuo, abocarse a actividades que vuelvan a la tierra inhabitable. Esto es potencialmente cierto incluso a nivel colectivo: dada la naturaleza exponencial del descuento futuro del flujo de efectivo, puede estar más en nuestro “interés propio racional” liquidar todo el capital natural ahora mismo — cobrarnos en efectivo la tierra — que preservarla para las generaciones futuras. Después de todo, el valor neto actual de un flujo de efectivo anual eterno de un trillón de dólares son sólo unos veinte trillones de dólares (a un 5% de tasa de interés). Económicamente hablando, sería más racional destruir el planeta en diez años generando una ganancia de 100 trillones, que negociar un nivel sostenible de 3 trillones por año para siempre.

El rey Midas: convertir las relaciones humanas en oro

Si suena como una fantasía extraña, ¡considere que eso es exactamente lo que estamos haciendo actualmente! De acuerdo a los parámetros que hemos establecido, estamos haciendo la insana pero racional elección de incinerar nuestro capital natural, social, cultural, y espiritual por el beneficio financiero.
Sorprendentemente, este fin fue vislumbrado hace miles de años atrás por el creador de la historia del rey Midas, cuyo toque convertía todo en oro. Encantado al principio con su don, pronto había transformado toda su comida, flores, incluso sus seres queridos, en frío, duro metal. Tal como el rey Midas, nosotros también estamos convirtiendo la belleza natural, las relaciones humanas, y las bases de nuestra propia supervivencia en dinero.
Incluso a pesar de esta antigua advertencia, continuamos comportándonos como si pudiéramos comer nuestro dinero: David Korten habló una vez de un ministro del Este Asiático que dijo que los bosques de su país serían más valiosos talados, con el dinero puesto en el banco para que rinda interés. Aparentemente, los efectos de la destrucción del planeta son de poca importancia para los economistas. William Nordhaus de Yale proclama, “La agricultura, la parte de la economía que es sensitiva al cambio climático, da cuenta de sólo el tres por ciento del producto nacional. Eso significa que no hay manera de que tenga un efecto muy grande sobre la economía norteamericana.” El economista de Oxford Wilfred Beckerman le hace eco: “Aún si el producto neto de la agricultura cayera un 50 por ciento hacia fines del siguiente siglo, representa sólo una disminución del 1.5 por ciento del PBI.”
¿Debemos, como el Rey Midas, encontrarnos abandonados en un frío, no confortable, feo, inhóspito mundo antes de darnos cuenta de que no podemos comer nuestro dinero?
Debido a que crece exponencialmente, el interés alimenta una linealidad que pone a la humanidad fuera de la naturaleza, que está determinada por ciclos. Sutil pero inexorablemente, lleva a la asunción de que los seres humanos existimos aparte de la ley natural. También, el interés lleva a la incesante ansiedad de demandar siempre más, más, más, propulsando la interminable conversión de toda riqueza en capital financiero. Parte de esta ansiedad está codificada en la propia palabra, “interés”, que implica que el interés propio está también atado a incrementos interminables.
El interés es una contraparte necesaria de la mentalidad de la externalización. Como el interés, la externalización involucra una negación de la circularidad de la naturaleza tratándola como un reservorio infinito de recursos, y como un vertedero infinito de basura. El interés es también afín al fuego, la fundación de la tecnología moderna. Para mantener las cosas en marcha se requiere la adición de cada vez más combustible, hasta que el mundo entero sea consumido, dejando nada más que una pila de dólares a modo de ceniza.
El dinero es el tipo más peculiar de propiedad, ya que a diferencia de los inventarios físicos de bienes, “el óxido no lo corroe ni las polillas lo corrompen.” El efectivo no se deprecia en valor; al contrario, en su forma moderna, abstracta, de bits en la computadora de un banco, crece en valor a medida que devenga interés. Entonces parece violar una de las leyes naturales fundamentales: la impermanencia. El dinero no requiere mantenimiento como una parcela de cultivo para mantener su productividad. No requiere una rotación constante de inventario como un almacén de granos para mantenerse fresco. No es un accidente, entonces, la asociación temprana del dinero con el oro, el metal más famosamente resistente a la oxidación. El dinero perpetúa la ilusión fundamental de la independencia de la naturaleza; la riqueza financiera perdura sin una interacción constante con el entorno. Otras formas de riqueza son engorrosas, porque requieren una relación continua con otra gente y el entorno. Pero no el dinero, que está ahora completamente abstraído de los bienes de consumo físicos y entonces está también abstraído de las leyes naturales de la decadencia y el cambio. El dinero como lo conocemos es entonces un componente integral del ser discreto y separado.
Es un hecho curioso que la mayoría de las personas sean extremadamente renuentes a compartir su dinero. Incluso entre parientes, compartir dinero está asociado con fuertes tabúes: Conozco incontables familias pobres en que las familias de sus hermanos, primos, o tíos son muy ricas. Y cómo tantas amistados se han desintegrado, ¿cuántos familiares se han evitado unos a otros durante años, por asuntos de dinero? El dinero, parece, está inextricablemente involucrado en la esencia misma del egoísmo — una pista de su profunda asociación con el ser mismo. De allí la intensa sensación de violación que sentimos al ser “esquilmados” (como si una parte de nuestros cuerpos nos estuviese siendo quitada), cuando desde otra perspectiva todo lo que ha pasado es que unos pedazos de papel han cambiado de mano, o algunos bits se han prendido y apagado en la computadora de un banco.
Normalmente no compartimos nuestro dinero porque lo vemos casi como parte de nosotros mismos y el fundamento de nuestra seguridad biológica. El dinero es el ser mismo. Entretanto, condicionados por la ciencia y los orígenes de la separación que subyace en ella, vemos a las otras personas como esencialmente justo eso, “otros”. Mezclar estos dos ámbitos invita a la confusión y al conflicto. El problema es, que a medida que convertimos más de la vida en dinero, más territorio cae dentro de estos ámbitos de dicotomía, mío o tuyo, y menos base común hay para compartir la vida y desarrollar relaciones no a la defensiva. La conversión de la vida en dinero reduce todo a una transacción económica, dejándonos como las personas más solitarias que alguna vez hayan habitado el planeta. La apropiación y privatización del mundo entero significa que todo es, o mío, o de algún otro. Ya nada es en común.
La violación que sentimos al ser esquilmados es muy similar a la violación que los cazadores-recolectores indígenas debían sentir al presenciar la destrucción de la naturaleza. Cuando “yo” soy definido no como un individuo discreto sino a través de una red de relaciones con la gente, la tierra, los animales, y las plantas, entonces cualquier daño a ellos nos viola a nosotros también. Incluso nosotros los modernos sentimos a veces un eco de esta violación cuando vemos a las topadoras tirando abajo los árboles para construir un nuevo centro comercial. Eso es porque nuestra separación de los árboles es ilusoria. La conexión enterrada puede ser resistida mediante la ideología, narcotizada mediante distracciones, o intimidada mediante la invocación al instinto de supervivencia, pero no puede morir nunca porque está relacionada a quienes somos realmente. El amor a la vida que Edwin Wilson llamó biofilia, y nuestra empatía natural hacia otros seres humanos, es a fin de cuentas irreprimible porque nosotros somos la vida y la vida es nosotros.
El régimen de separación nos ha insensibilizado a la auto-violación inherente al despojamiento del planeta y a la degradación de sus habitantes. En un intento de compensar nuestro perdido sentimiento de ser, lo transferimos a las posesiones y particularmente al dinero, completando la escena para el desastre. ¿Cómo? Porque el dinero (el que rinde interés) es una absoluta mentira, conteniendo una falsa promesa de imperecederidibilidad y crecimiento eterno. Identificado con el ser, el dinero y sus “activos” sugieren que si estamos en control de ello, el ser podría ser mantenido para siempre, impermeable al resto del ciclo que sigue al crecimiento: la decadencia, la muerte, y el renacimiento.
Obviamente, hay un problema cuando algo que no decae sino que solo crece, para siempre, exponencialmente, es vinculado a bienes de consumo que no comparten esta propiedad. El único resultado posible es que estos otros bienes — capital social, cultural, natural, y espiritual — serán eventualmente agotados en el intento frenético, desesperado, de redimir la promesa en última instancia fraudulenta inherente al dinero con interés.
[Esos bienes] Están ya prácticamente exhaustos. ¿Qué más de la naturaleza o de la comunidad convertiremos en bienes de consumo, antes de que las mismas bases de la vida y de la sanidad se derrumben? Todas las crisis actuales se originan en la conversión de capital natural, social, cultural, y espiritual en dinero. Aún así incluso la usura no es la raíz más profunda. No es una característica accidental de nuestro sistema que, tan sólo si alguien hubiese tomado una elección más sabia, pudiese ser diferente. Está implícito en nuestra cosmología Newtoniana-Cartesiana en la cual, por definición, más para mi es menos para ti. A medida que esta cosmología se vuelve rápidamente obsoleta, podemos atisbar el surgimiento de un nuevo sistema monetario encarnando una concepción muy diferente del ser y del mundo. Hasta que hagamos la transición, no hay esperanzas de que la actual conversión de capital social, cultural, natural, y espiritual en dinero vaya a disminuir. Bajo un sistema monetario basado en interés, inevitablemente nos cobraremos la tierra en efectivo.
En la nueva identidad humana que está emergiendo de la actual crisis, el dinero tendrá los efectos opuestos a los que tiene hoy.
  • Será una fuerza para el compartir, no para la competencia
  • para la generosidad, no para la codicia
  • para la comunidad, no para la división
  • para la conservación, no para la liquidación
¿Puede imaginarse un mundo donde el dinero sea el aliado de todos nuestros mejores impulsos?

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