“El capitalismo también prohíbe las horas oscuras y para eso tiene que incendiar el mundo.” Santiago Alba Rico, filósofo.
“En Occidente, el más poderoso aliado de la belleza fue siempre la luz; en la estética tradicional japonesa lo esencial está en captar el enigma de la sombra. Lo mismo que una piedra fosforescente en la oscuridad pierde toda su fascinante sensación de joya preciosa si fuera expuesta a plena luz, la belleza pierde toda su existencia si se suprimen los efectos de la sombra.” Junichiró Tanizaki, escritor.
“El elogio de la sombra” de Junichiró Tanizaki, va desarrollando esta idea del pensamiento oriental, clave para entender el color de las lacas, de la tinta o de los trajes del teatro nò; para aprender a apreciar el aspecto antiguo del papel; para prevenirnos contra todo lo que brilla; o para captar la belleza en la llama vacilante de una lámpara y descubrir el alma de la arquitectura a través de los grados de opacidad de los materiales y el silencio y la penumbra del espacio vacío.
“Si en la casa
japonesa el alero del tejado sobresale tanto es debido al clima, a los
materiales de construcción y a diferentes factores, sin duda. A falta, por
ejemplo de ladrillos, cristal y cemento para proteger las paredes contra las
ráfagas laterales de lluvia, ha habido que proyectar el tejado hacia delante de
manera que el japonés, que también hubiera preferido una vivienda oscura, se ha
visto obligado a hacer de la necesidad virtud. Pero eso que
generalmente se llama bello no es más que una sublimación de las realidades de
la vida, y así fue como nuestros antepasados, obligados a
residir, lo quisieran o no, en viviendas oscuras, descubrieron un día lo bello
en el seno de la sombra y no tardaron en utilizar la sombra para obtener
efectos estéticos.”
“En realidad, la belleza de una habitación japonesa, producida únicamente por un juego sobre el grado de opacidad de la sombra, no necesita ningún accesorio. Al occidental que lo ve le sorprende esa desnudez y cree estar tan solo ante unos muros grises y desprovistos de cualquier ornato, interpretación totalmente legítima desde su punto de vista, pero que demuestra que no ha captado en absoluto el enigma de la sombra.”
“A nosotros nos gusta esa claridad
tenue, hecha de luz exterior y de apariencia incierta, atrapada en la
superficie de las paredes de color crepuscular y que conserva apenas un último
resto de vida. Para nosotros, esa claridad sobre una pared, o más esa penumbra,
vale por todos los adornos del mundo y su visión no nos cansa jamás“. En
la cultura japonesa, el Toko no ma es una
especie de oquedad en una de las paredes de la estancia principal de la casa.
Siguiendo
la preferencia oriental por el juego de sombras en el interior de la vivienda,
el Toko
no ma es decorado con esmero, colocando en su interior bien
una pintura de singular valor, el objeto preferido por el dueño de la casa, o
bien un adorno floral que puede variar según la estación del año.
Parece
un santuario de reposo, donde el claroscuro bellamente estudiado atrae la
atención del huésped, que adivina en su interior el tesoro más
preciado de la casa.
“…Tenemos, por
último, en nuestras salas de estar, ese hueco llamado toko no
ma que adornamos con un cuadro o con un adorno floral; pero la
función esencial de dicho cuadro o de esas flores no es decorativa en sí misma,
pues más bien se trata de añadir a la sombra una dimensión en el
sentido de la profundidad. En la propia elección de la pintura
que colocamos ahí, lo primero que buscamos es su armonía con las paredes
del toko
no ma, lo que llamamos un toko-utsuri. En
cambio puede suceder que una caligrafía o una pintura sin ningún valor en sí
misma, colgada con el toko no ma de un salón esté en perfecta
armonía con la habitación y que esta última y la propia obra queden por ello
revalorizadas.”
“…Entonces, ¿dónde reside la clave del
misterio? Pues bien, voy a traicionar el secreto: mirando bien no es sino la
magia de la sombra; expulsad esa sombra producida por todos esos recovecos y el toko no
ma enseguida recuperará su realidad trivial de espacio vacío y
desnudo. Porque
ahí es donde nuestros antepasados han demostrado ser geniales: a ese universo
de sombras, que ha sido deliberadamente creado delimitando un
nuevo espacio rigurosamente vacío, han sabido conferirle una cualidad estética
superior a la de cualquier fresco o decorado”.
El filósofo
Santiago Alba Rico, en sus artículos “Apología del apagón” y “Elogio al aburrimiento”
recuerda a Tanizaki y añade:
“La
sombra, que es la ropa del tiempo, ha sido arrancada de todas las superficies
en un frenesí de vatios, trapos y cosméticos. No sólo hemos acabado por
identificar la seguridad, la higiene y la belleza con la
luz eléctrica sino que también la asociamos a la emoción del espectáculo.
Al contrario de lo que le ocurre a la razón, nada inmóvil y oscuro puede atraer
la mirada del consumidor.”
“El capitalismo
también prohíbe las horas oscuras y para eso tiene que incendiar el mundo. El
capitalismo prohíbe el aburrimiento y para eso tiene que impedir al mismo
tiempo la soledad y la compañía ¡Ni un solo minuto en la propia cabeza!
¡Ni un solo minuto en el mundo! ¿Dónde entonces? ¿Qué es
lo que queda? En el mercado, donde la televisión está siempre encendida, donde
la música está siempre sonando, donde las luces siempre destellan, donde las
vitrinas están siempre llenas, donde los teléfonos celulares están siempre
llamando, donde incluso las pausas, las transiciones, las esperas, nos
proporcionan siempre una emoción nueva. El capitalismo lo tolera todo, menos el
aburrimiento. Tolera el crimen, la mentira, la corrupción, la frivolidad, la
crueldad, pero no el tedio. Berlusconi nos hace reír, las decapitaciones en
directo son entretenidas, la mafia es emocionante. Eso que el filósofo Stiegler
ha llamado la “proletarización del tiempo libre”, es decir, la
expropiación no sólo de nuestros medios de producción sino también de nuestros
instrumentos de placer y conocimiento, representa el mayor
negocio del planeta. El capitalismo y su industria del entretenimiento
construyen todo lo contrario de una cultura del ocio. En griego, ocio se decía
“skhole”, de donde viene la palabra “escuela”. Pero a nosotros nos divierten,
nos entretienen, nos distraen.
Y
sin embargo, el primer espectáculo, aquel que define al ser humano como
precisamente humano, aquel del que ha surgido
todo lo que hemos hecho y todo lo que somos, tiene que ver con la
oscuridad y la quietud.
El
exceso de luz del capitalismo, lo sabemos, tiene un coste ecológico
insostenible. Pero la llamada“contaminación lumínica” no tiene sólo
un coste ecológico de dimensiones catastróficas; se acompaña también de una
catástrofe cultural, estética, antropológica. En el campo,
en una noche sin luna, pueden verse a ojo desnudo hasta 2.500 estrellas. En
las ciudades, donde vive ya la mayor parte de la humanidad, si levantamos la
cabeza (¿y quién va a levantar la cabeza habiendo escaparates iluminados a un
lado y otro de la calle?) apenas si alcanzamos a distinguir entre diez y
doscientas estrellas, según se viva más o menos cerca del centro urbano. El 80%
de los estadounidenses, el 70% de los europeos y más de un cuarto de la
población mundial vive en un falso plenilunio ininterrumpido.
Para
nosotros, nunca llega a hacerse realmente de noche, de manera que hemos perdido
la posibilidad de ver la Vía Láctea; es decir, la galaxia en la que habitamos y
que nos permite orientarnos en el cosmos. Nuestros cielos son tapas o valvas
que ocultan el firmamento. Como moluscos, estamos encerrados dentro.
¿Es muy grave
esta pérdida? En uno de sus más famosos poemas de amor, Neruda escribió:
“
La noche está estrellada y tiritan, azules, los astros a lo lejos”.
Al final de
una de sus más famosas obras, el filósofo Kant escribió:
“Dos
cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes,
cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo
estrellado sobre mí y la ley moral en mí”.
Y en uno de
los pasajes de una de sus más famosas novelas, Joseph Conrad escribió:
“Era
una de esas noches claras, estrelladas, cubiertas de rocío, que oprimen el
espíritu y aplastan nuestro orgullo con la brillante prueba de la terrible
soledad, de la oscura insignificancia desesperada de nuestro planeta”.
¿Y
qué? ¿Es tan grave no poder escribir ya frases como ésta? ¿Habrá que conservar
las estrellas por cursi elitismo literario? No. Fueron necesarios millones de
años de evolución para que una criatura viva se irguiese sobre sus pies, rellenase
su casco craneal y levantase sus ojos hacia las estrellas. Desde
allí se vio, desde allí se conoció, desde allí interiorizó sus límites:
mediante ese gesto de alzar la cabeza hacia el cielo para compararse con él, un
animal -y sólo ése- se hizo humano.
El
amor, la moral, la razón, la conciencia de la mortalidad -que es de lo que
hablan Neruda, Kant y Conrad cuando evocan las estrellas- son inseparables de
esa transformación.
Y
la contaminación lumínica, por tanto, tiene el efecto de un retroceso catastrófico
en la evolución filogenética de la Humanidad. En un tiempo estuvimos encerrados
en valvas, escamas, plumas, pieles, sin ninguna salida a la luz; hoy estamos
encerrados precisamente en nuestra luz, de la que no podemos salir hacia las
estrellas.
Es
imperativo desintoxicarse de la luz eléctrica, reacostumbrarse a la belleza de
las sombras, recuperar
el misterio y profundidad de la razón. Sí, me voy a
atrever a hacer una apología del apagón: del apagón controlado, relativo,
igualitario, liberador, humanizador. De ese apagón que embridará los vatios y
desnudará los astros, velados por un puritano exceso de luz. De ese apagón que
apagará Dubai y Nueva York y encenderá la Osa Mayor. De ese apagón, en fin, del
que depende, en materia y en espíritu, la posibilidad misma de formar parte de
la Humanidad.
¿Es
apagón? ¿O es revolución?
Verdades a la
luz:
“El
niño tuareg, al vivir el ritmo que le marca el día y la noche, ignora el
sufrimiento del despertar. Vive dentro del tiempo, al ritmo de las estaciones.
No existen horas, solo el alba y el crepúsculo. No llevamos inscrito en nuestro
interior que la vida debe seguir rigurosamente las agujas de una esfera. En la
escuela, nadie lleva reloj, los niños tienen la intuición del momento. Lo
sienten. Además, el maestro no castiga por llegar tarde. El tiempo hay que
tomárselo…”Moussa Ag Assarid, profesor tuareg.
“A diferencia
del hombre musulmán, que establece su dominación a la mujer por medio del uso
del espacio (excluyendo a la mujer de la arena pública), el occidental manipula
el tiempo y la luz. Este último afirma que una mujer es bella sólo cuando
aparenta tener catorce años.” Fatema
Mernissi, socióloga.
“Los Blancos y
los Negros tienen colores diferentes, pero su sombra es negra” Proverbio
africano.
Fuentes:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=95921
“El naufragio del hombre” Santiago Alba Rico,
Carlos Alba Rico.
“El elogio de la sombra” Junichiró Tanizaki.
“El elogio de la sombra” Junichiró Tanizaki.
“El
harén de Occidente” Fatema Mernissi.
“Los
niños del desierto” Moussa Ag Assarid.
http://unaantropologaenlaluna.blogspot.com.es/2012/09/toko-no-ma-apologia-del-apagon-elogio.html
Visto en: maestroviejo
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