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10.1.13

Uno no va a al colegio para ser feliz, sino para que nos corten las alas

CUANDO DECIR LA VERDAD SE CONVIERTE EN UN ACTO REVOLUCIONARIO

Este post tiene dos objetivos: Dar a conocer el valiente discurso de un jovencísimo estudiante chileno de 17 años,  Benjamín González, el día de su graduación del instituto en el que ha estudiado durante seis años. Se incluyen también en el post un par de entrevistas, de las muchas que le están realizando estos días, a este chico que demuestra una honestidad y una capacidad extraordinaria no sólo de captar la verdad oculta tras la apariencia, sino otra mucho más extraña aún, como es la de defender, en la más absoluta soledad, aquello que uno cree que es verdadero y justo, sabiendo de antemano, que las consecuencias de su acción seguramente no le van a reportar un beneficio personal, sino quizá todo lo contrario.

El post pretende ir más allá. Si es muy importante lo que Benjamín González ha dicho, no lo es menos el impacto que sus palabras están teniendo en las redes sociales. ¿A qué se debe el impacto de su acción? En una sociedad donde el pensamiento único avanza a pasos agigantados, que alguien diga algo diferente a lo que se espera, produce una especie de sacudida social, especialmente cuando es obvio que lo dicho rezuma verdad… 

Este post pretende ser un fuerte, cálido y largo aplauso para Benjamín. Como él, yo también creo en la importancia de defender la verdad. Y creo que solo mirándola de frente es como podremos salir del atolladero en el que nos encontramos, al que hemos llegado por la debilidad de la mayoría a la hora de defender con suficiente convencimiento y energía lo que en nuestro corazón sabemos que es cierto.
La siguiente frase de Gandhi se ajusta muy bien a las personas que se comportan como Benjamín


Por todo lo dicho, propongo aquí otro título que me gustaba para este post: Decir la verdad tiene que dejar de ser un acto revolucionario. Que eso suceda depende de cada uno de nosotros


El discurso que Benjamín González, estudiante de enseñanzas medias del Instituto Nacional José M.Carrera de Santiago de Chile, leyó el 28 de diciembre de 2012 en la ceremonia de su graduación, le ha colocado en el centro de la atención general.

Un discurso, que no hubiera atravesado el filtro de censura de lo que se puede decir en una ceremonia de graduación. Para poder llegar a leerlo, Benjamín González tuvo que utilizar una estrategia. Una primera demostración de inteligencia de Benjamín, que demuestra con ello que conoce muy bien el terreno en el que se mueve. Al parecer, en los 199 años de existencia del Instituto Nacional no han sido muchos los discursos como el suyo. Pero tampoco es que este tipo de discurso sea muy frecuente en ninguna otra institución… Eso es lo que lo ha convertido en excepcional.

Los titulares en la prensa dicen cosas como estas:
Ha llegado a ser portada de la BBC de Londres por el discurso de graduación que dio en el Instituto Nacional.
Esta es la quinta o sexta entrevista que el estudiante chileno Benjamín González da en menos de una semana, el mismo periodo en que pasó de tener 107 seguidores a más de 2.600 en Twitter.
Como él mismo afirma en una de las entrevistas que se incluyen en el post, diciendo lo que dijo en su discurso de licenciatura, no descubrió nada que no supiera todo el mundo. Lo que dijo son cosas que están en todas partes… hasta en la Wikipedia.
Lo cuenta en su exposición: después de pensar en hacer un discurso al uso, decidió que en realidad lo que quería era hablar de lo que todos callaban. Hablar de la historia oculta. Hablar de lo que normalmente se mantiene en silencio. Eso es lo que da a su discurso una fuerza inmensa.

El suyo es un discurso excepcional, sencillamente porque expresa la totalidad.
Habla también de lo que es bueno en el instituto, de los profesores y del personal que aportan humanidad. Pero, fundamentalmente, expone y critica lo que es criticable, y que  usualmente queda oculto bajo el barniz de hipocresía social que se prescribe como obligatorio en estos actos oficiales, en esa necesidad de aparentar lo que no se es, que caracteriza a nuestras sociedades… Y que es, precisamente, lo que está produciendo su actual derrumbamiento – la debacle que vemos por todas partes- porque es imposible aparentar eternamente.

Al terminar de leer su discurso auténtico, fresco, sano, vigoroso… me surgen varias preguntas:
  • ¿Por qué sigue siendo revolucionario defender el amor, la felicidad y el crecimiento personal frente al éxito social, el dinero y el poder?
  • ¿Quién se beneficia de que las personas compitan entre ellas?
  • ¿Quién se beneficia del individualismo inducido desde estas instituciones de enseñanza que basan su educación en la competición, el individualismo, la supremacía de unos sobre otros?

Para mí es claro en qué dirección conducen estas respuestas… Pero hay también otro tipo de preguntas que se me plantean escuchando a Benjamín
¿Por qué está tan solo diciendo lo que una mayoría reconoce como cierto? Creo que él está tan solo diciendo la verdad porque no se premia ni se recompensa a los que la defienden. Hace falta ser muy independiente de criterio, muy autónomo y muy valiente para poder sostener lo que uno sabe que es cierto, frente a esos poderes establecidos, que tienen todos los medios para desacreditar y ridiculizar a quienes dicen cosas como las que Benjamín dice. Y también frente a otra mayoría, que aún aplaudiendo internamente a Benjamín, no van a tener la suficiente firmeza como para manifestarlo públicamente…

Pero creo que ha llegado el tiempo de que esto deje de  ser así. Por pura supervivencia, todos tendremos que aprender a dejar de mentir. De mentirnos a nosotros mismos. Tendremos que dejar de ser meros robots, repetidores mecánicos de lo aprendido. A reconocer que la parte oculta de la Historia No Contada es nuestra propia parte oculta. A reconocer que no hacer frente a nuestros miedos y debilidades es lo que está permitiendo que una minoría de psicópatas poderosos esté conduciendo a la Humanidad a la ruina.

Y es preciso, y urgente, que Benjamín, y todos aquellos que están diciendo la verdad dejen de sentirse solos. Es preciso, y urgente, hacer cambiar la distribución de la Curva Normal… Para que el mundo no pueda seguir siendo manejado por una ínfima minoría psicopática de menos de un 1%, es preciso que decir la verdad deje de depender de la valentía de otro ínfimo porcentaje de menos del 1%…

La verdad tiene que empezar a fluir por las calles, por las aulas, por los centros de trabajo, por las relaciones familiares, por las relaciones de amistad… Sólo así es posible sanear esta sociedad podrida e infectada, constituida por individuos aislados y temerosos unos de otros, repetidores de las consignas emanadas del Sistema. Individuos sin tiempo ni necesidad de pensar por sí mismos, sin capacidad para la reflexión ni para la filosofía, para el contacto interno con el Ser, que no es engañado por el falso éxito, por la apariencia de las cosas.

Y cuando de esa mayoría silenciosa, temerosa y servil, indiferente y pasiva, incapaz de organizarse, empiecen a emerger más y más personas como Benjamín, que ha decidido no callar… y se atrevan a decir lo que saben que es cierto, y lo defiendan en voz alta, y lo contagien.

Y cuando más y más personas decidan apagar sus televisores mentirosos, y dejar de comprar prensa mentirosa y de votar políticos mentirosos… Y elijan hacer de sus palabras instrumentos para hablar de lo que de verdad importa, sin esperar a que sean otros quienes lo hagan solos…

Cuando en el centro de la Curva Normal se representen los que dicen la verdad, y se conviertan en una minoría marginal los pasivos, los indiferentes, los que miran en otra dirección ante lo que está pasando… Entonces, estaremos de verdad en otro mundo.

Texto del discurso de graduación de Benjamín Gónzález en el Instituto Nacional

Don Jorge Toro Beretta, Rector del Instituto Nacional
Don Raúl Blin Necochea,  ViceRector del Instituto Nacional
Doña Carolina Toha Morales, Alcaldesa de la comuna de Santiago
Padres, apoderados, amigos y compañeros
Autoridades Varias y Vagas
Tengan todos ustedes, muy buenos días.

Antes de comenzar a leer estas líneas, con motivo de la Licenciatura de los Cuartos medios 2012, mi generación, me gustaría pedir perdón. Perdón a quienes después de revisar un discurso que yo envié semanas atrás, me autorizaron y dieron la oportunidad de leerlo aquí frente a ustedes. Disculpas porque las páginas que hoy leeré, son distintas a las de ese borrador. De otra forma no me hubieran dejado hacer este discurso. Disculpas y espero puedan entenderme.

Cuando me embarqué en la tarea de hacer un discurso con motivo de la Licenciatura, me encontraba con más dudas que certezas. ¿Qué digo? ¿Cómo, en cinco minutos, resumir mi paso por este colegio? ¿Cómo, en un discurso, intentar plasmar siquiera en un uno por ciento, la gama de sentimientos que poseo hacia El Nacional? ¿Cómo redactar algo, lo suficientemente digno para tan importante día?

En primera instancia, intenté hacer algo similar a los discursos que he escuchado, como presidente de curso, cada diez de agosto, en las ceremonias de aniversario del colegio. Hacer un breve repaso de la historia del colegio. Mi idea era empezar diciendo que el Instituto Nacional fue fundado como una obra del gobierno de José Miguel Carrera en 1813, tras la fusión de las casas de estudio del periodo colonial. Luego, tras la ofensiva de la Corona española por recuperar sus posesiones en América, e identificando al Instituto Nacional como un símbolo de la soberanía y la lucha por la emancipación, deciden clausurarlo. Bernardo O’higgins, cinco años después, con la Independencia ya asegurada, lo reabre para seguir funcionando, sin interrupción, hasta nuestros días.

También pensé recordar que han sido Institutanos, 18 presidentes de la República de Chile. Entre los que destacan nombre como Pedro Aguirre Cerda, José Manuel Balmaceda y, el poco mencionado en los discursos, Salvador Allende.

Hoy no vengo a hablar de lo que todos sabemos. Hoy vengo a hablar de lo que todos callamos
Pero no. Hoy no vengo a repetir ni recordarles lo que ya todos sabemos. (Para más información leer el artículo del Instituto Nacional en Wikipedia, muy interesante) Ni tampoco vengo a hablar en representación de todos ustedes, ni siquiera represento, como presidente de curso, la voz de mis compañeros. Cosa que no quita, que puedan hacer suyas estas palabras. Así como en la televisión, advierto: Las opiniones vertidas en este discurso no representan necesariamente el sentir de mi curso, familia, amigos ni colegio. Este discurso me representa a mí y solo a mí. Yo soy su único responsable.

Hoy, vengo hablar de aquello que todos como Institutanos callamos. De aquello que la historia oficial prefiere olvidar y dejarlo fuera de lo público. De aquello de lo cual todos somos culpables: las autoridades por ocultarlo bajo el manto de la tradición o el amor a la insignia, los Institutanos fanáticos que avalan y defienden irracionalmente conductas que rozan en lo enfermizo y los Institutanos que reconociendo la enfermedad, no hacemos nada al respecto: ni irnos del colegio, ni intentar cambiar algo.

Cuando entré en séptimo básico y me dijeron que el gran Instituto Nacional llevaba 193 años de vida, saqué la cuenta y pensé que si no repetía ningún año saldría para el aniversario 199. Un año antes del famoso Bicentenario. Hace 6 años me dio tristeza e incluso, un poco en broma un poco en serio, pensé que sería una buena opción repetir para ser parte de la “Generación Bicentenario”. Hoy, con la perspectiva que el tiempo me ha dado, considero como un símbolo de mi paso por este colegio el salir un año antes de la Gran Fiesta: nunca me he sentido lo suficientemente Institutano como para soportar un año entero de chovinismo Institutano. Incluso, fue uno de los argumentos a favor cuando decidí pasar de curso el año pasado, el no estar aquí para el bicentenario.

Recuerdo claramente el segundo día de clases del 2007, cuando llegó una profesora, y nos empezó a contar la historia de este colegio, además de decir que del Instituto Nacional han salido 18 Honorables Presidentes De La República, nos comentó que también habían salido de esta institución importantes forjadores de la patria, que cuando nos pasaran Historia de Chile en segundo medio sabríamos.

Sin embargo, luego de que en el preuniversitario me pasaran Historia de Chile (en el colegio no la vi más de un mes), reconozco que la profesora obvió el contarnos varios detalles. Detalles como que entre los 18 presidentes de Chile, no son pocos los que tienen las manos manchadas con sangre de este pueblo. A modo de ejemplo, Institutano fue Pedro Montt, presidente de Chile que dio la orden de asesinar a 3.500 salitreros en el Norte Grande, conocida actualmente como la mayor matanza en la historia de nuestro país (después de los 17 años de dictadura, claro) hablo de La Matanza de la Escuela de Santa María de Iquique. También a mi profesora se le olvidó mencionar que Institutano fue Germán Riesco Errázuriz, presidente de la República en el periodo del auge de la “Cuestión Social” destacando la matanza a raíz de la Huelga de la Carne, la cual dejó un saldo de más de 300 muertos en las calles del centro de Santiago.

Previamente, destacan dos tristes hechos en la historia de Chile en que Institutanos también han sido actores principales. Fue un Institutano Manuel Bulnes Prieto, quien sofocó la Revolución Liberal de la Sociedad de la Igualdad, causando decenas de bajas. Fue Institutano también, Anibal Pinto, presidente de Chile, quien nos condujo a una absurda guerra contra nuestros hermanos peruanos y bolivianos por intereses oligarcas. Esta guerra, la Guerra del Pacífico, causó 3 mil bajas en Chile y más de 10 mil bajas en los países vecinos. Diego Portales también fue Institutano. Para todo el que sepa un poco de historia, cualquier aproximación resultaría vaga en tratar de explicar las obras de él. Prohibió, so pena de cárcel, el participar en chinganas. Instauró una nueva forma de castigo para los “criminales peligrosos”, azotes públicos. Conocida es su frase: “Palos y bizcochuelos, justa y oportunamente administrados, son los específicos con los que se cura cualquier pueblo, por arraigadas que sean sus malas costumbres”.

Pero, para terminar con este breve, recorrido histórico por la “Historia no contada” de los ilustres Institutanos, quisiera concluir con un deseo: El próximo año hay elecciones presidenciales. Ojalá el número de presidentes Institutanos no crezca hasta los 19. Me daría vergüenza que Lawrence Golborne, un Institutano que hasta hace 3 años era Gerente General de Cencosud, (a saber: Jumbo, Paris, Santa Isabel, Costanera Center, entre otros) consorcio que paga $4.072 de patente al año, fuera presidente de Chile.

Más allá de la falsa historia que nos han intentado vender del Instituto, el principal problema que reconozco además funciona como parte básica, casi como un pilar que sostiene todo este aparataje institucional: los mitos y tradiciones. Recuerdo cuando mi curso de séptimo básico conoció por boca de un profesor, una famosa frase que terminó dando vueltas por la cabeza de todos mis compañeros: “Errar es humano pero no Institutano”, sin tener estudios algunos de pedagogía, ni pretender hacer un análisis psicológico de la educación, me parece que la pregunta cae de cajón: ¿A qué clase de profesor se le puede pasar por la cabeza decirle eso a niños de 12 años? ¿Por qué intentar separar al Instituano del humano común y corriente? ¿Tan inteligentes somos?  Luego de vivir 6 años con esa frase, ¿Cómo se le explica a alguien que obtuvo 500 puntos ponderados en la PSU? Y que salió con un NEM y un Ranking por debajo de la media nacional.

Enseñanza con un solo objetivo: El éxito económico
Desde el primer día que pisé este colegio, sentí como todos los dardos y las acciones van dirigidas aun solo objetivo: el éxito. El éxito no como un instrumento para un fin mayor y más noble (la felicidad, por ejemplo). Sino como la meta final de la vida. Un éxito aparente eso sí, un éxito centrado sólo en lo económico: ser puntaje nacional, estudiar una carrera tradicional, casarse, escalar lo más alto posible en la empresa, comprarse una camioneta para pegarle la insignia del instituto en el parabrisas. Como dirían los Fabulosos Cadillacs: “En la escuela nos enseñan a memorizar: fecha de batallas pero qué poco nos enseñan de amor”. Amor a lo que hacemos, amor al prójimo, amor a la clase o incluso a la humanidad. No, nada de eso. Sólo buenos puntajes para el día de mañana comprarse la camioneta 4×4.

Frases como esas son las que forman el carácter del general del alumno Institutano: petulante, soberbio, chovinista y exitista. Personalmente, no es ningún orgullo ser el colegio más odiado de los “emblemáticos” (y no me trago el cuento que nos decían los profesores que es porque somos los más inteligentes o los con mejores pololas) es porque de una u otra manera de verdad creemos que nosotros no nos equivocamos: porque somos Institutanos. En este colegio desde que entramos, se nos ha inculcado el valor de la competencia y la discriminación. Las evaluaciones tienen que ser individuales. Para que así, la satisfacción del que se sacó un siete, sea personal. De él solo. Sin embargo en la vida: ¿Qué actividad puede desempeñarse solo? Ninguna. Nos educan en una burbuja idílica. Cuando miro hacia atrás, pienso: ¿Qué valores aprendí en este colegio? Si todos hemos sido testigos de horrorosas frases estilo: “corran como hombres, no como maricones” “asuman sus consecuencias como machitos” “al colegio se viene solamente a estudiar” o “dejen la población en la casa”.

¿Son  acaso estas frases las que corresponden a un colegio que se jacta de estar forjado sobre los valores de la ilustración? No lo creo. A propósito de los mismos, yo personalmente no he sido testigo, y tengo la impresión que es una conducta que va en retirada, pero hasta hace sólo un par de años, era común ver a un respetado y sacralizado profesor de este colegio, echando alumnos de la sala por negro. O suspendiendo aleatoriamente (Hacía formar a un curso y decía: un, dos, tres: suspendido. Un, dos, tres: suspendido) sólo para demostrar su hipotético poder en este colegio. Ahora bien, de lo que sí he sido testigo, es de tratos abiertamente homofóbicos por parte de profesores hacia compañeros homosexuales: “Este colegio por gente como ustedes está como está, váyanse” y, en la misma línea he sido testigo de profesores pegándole a compañeros (no combos ni patadas, pero sí empujones).

No podría sentirme orgulloso de un colegio cuya sola idea implica discriminación
Estas son algunas de las cosas que hacen que yo no pueda sentirme orgulloso, como me han dicho que tengo que estarlo, de portar esta insignia. No podría sentirme orgulloso de ir a un colegio que la sola idea implica discriminación. Si la educación en Chile fuera buena en todos los establecimientos educacionales ¿Qué motivo habría para la existencia del Instituto Nacional? Ninguna. Si mi antiguo colegio me hubiese ofrecido la misma calidad de enseñanza que el nacional, yo no me hubiera cambiado. Pero me cambié porque no la ofrecía. Entonces, ¿Cómo sentirme orgulloso de haber dejado a 40 ex compañeros pateando piedras en mi ex colegio, para yo venir y “salvarme” de no patear tantas piedras? La sola idea suena aberrante.

No puedo dejar de mencionar lo sorprendente que fue para mí ver en la página del preuniversitario Pedro de Valdivia (de los mismos dueños de la Universidad Pedro de Valdivia, la cual tiene preso a su ex rector por el escándalo de las acreditaciones) un aviso que decía que habían firmado un convenio con el Instituto Nacional. El símbolo del lucro en la educación firmando un convenio con el símbolo de la educación pública. Es así como el CEPAIN lleva a la práctica sus comunicados “¿a favor de la educación pública? ¿Quién los autorizó para usar el nombre del colegio, a quién le preguntaron? Patético.

Para concluir esta katarsis contenida por 6 años, me gustaría compartir con ustedes dos anécdotas que me ocurrieron este año en el colegio. Corrían los primeros meses del año, cuando equis profesor preguntó en voz alta a todo mi curso: ¿Quién de aquí sabe qué es la comisión Valech o el informe Rettig? Ninguna mano se levantó. Nadie de un cuarto medio humanista del “Mejor colegio de Chile” lo sabía.

Y la segunda, casi en la misma línea: El 11 de Septiembre del año que se va, cayó martes. Día en el cual me tocaba por asignatura Historia electivo e Historia Común. En mi interior, cuando me dirigía al colegio pensé que por lo particular de la fecha, y por ser un curso Humanista usaríamos esas 3 horas para discutir respecto al tema. Craso error. Parece que eran más importante las Batallas Napoleónicas en historia común y la Ley de oferta y demanda en historia electivo que las bombas de ruido que se escuchaban explotar en el colegio a esas horas de la mañana. Comentando con unos compañeros en el recreo la situación, recordamos que nunca, en los 6 años que llevamos en el colegio nos pasaron el Golpe de Estado (donde, paradójicamente, murió un Presidente Instituano). Es decir, haciendo el experimento que yo sólo sepa lo que me han pasado en el colegio y nada más, no sabría quién fue Augusto Pinochet  en la historia de Chile. Repito: Cuarto medio humanista en el mejor colegio de Chile.

Dentro del yermo existen pequeños ocasis fértiles
Ahora bien (aquí viene la parte emotiva) no podría ser tan hipócrita de sólo quedarme en la crítica. Digo hipócrita porque yo postulé al Nacional porque quise y me quedé aquí también porque quise. Y es porque dentro de todo lo yermo aun existen pequeños oasis fértiles. Profesores en los que se puede confiar una palabra más allá de la materia oficial, profesores que entienden la educación más que como un “motor de ascenso social” y que conciben al colegio más que como un preuniversitario de 6 años. Profesores de materias “no-psu” que luchan día a día contra el sistema para darle dignidad a su ramo. Y creo que lo logran, sus ramos son los más dignos de todos.
Pedro Lemebel, un escritor chileno en una crónica rememorando sus años en el Liceo Manuel Barros Borgoño lo describe mejor que yo, cito: “Pero rescato de ese liceo, las clases progresistas que me enseñaron política, filosofía, literatura, poesía y otras lecturas más allá del horroroso Quijote en papel de biblia que después me lo fumé entero”.

No daré nombres, pues sé como funcionan las cosas en este colegio y no quiero que vinculen a ningún profesor con este discurso, pero estoy seguro que ellos saben quiénes son. Para docentes que muchas veces te alegran el día con sus saludos y su disponibilidad desinteresada y casi religiosa para ayudarte. Los tíos auxiliares que a las 7.30 de la mañana cuando llegas a la sala y están sólo ellos barriéndola son tu primer “Buenos Días”, tías del Kiosko que nos prestaban microondas cuando a mitad de año dejaron de funcionar los del casino, y en general toda la gente que te conoce por tu nombre y no por tu apellido o número de lista, a todos ellos: gracias, infinitas gracias y espero no se dejen avasallar, porque sepan que tienen todo en contra.

Sin más que palabras de agradecimiento para, como dije anteriormente, lo fértil dentro de lo yermo, palabras de disculpas a los que me dieron la oportunidad de leer un discurso, palabras de desprecio para quienes hacen de este colegio un preuniversitario de 6 años deshumanizador, les digo a ustedes, compañeros de generación: éxito, pero éxito de verdad, del que incluye felicidad y crecimiento personal. Y espero que con estas palabras no haya herido su orgullo Institutano, si fuera así, cumpliría mi deseo: “Sólo espero que el día de mi licenciatura, me reciban con gritos de odio”.
Compañeros, hoy, se acabaron los 12 juegos. Muchas gracias

Benjamín Gonzalez
Presidente del 4to F Humanista del Instituto Nacional


Benjamín González:

“Uno no va a al colegio para ser feliz, sino para que nos corten las alas”

¡Qué fuerte que el decir la verdad te haga merecedor de una portada!

Yo creo que debería ser al contrario:
El que dice la mentira es el que debía estar en la portada del diario.

Resulta fuerte darse cuenta de que la verdad es un acto revolucionario

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