EL MILAGRO DE CURARNOS
Podemos decir que la enfermedad es un invento. Como la luz eléctrica. La luz siempre existió pero lo que
hizo el hombre fue poder manejarla y eso le dio poder. El malestar orgánico o
emocional siempre existió pero lo que hizo la medicina fue clasificarlo y eso le dio poder. La creencia sobre la
enfermedad no solo es la de una fuerza que nos ataca sino que a partir de esa
clasificación, es la de una fuerza que un grupo de personas (los
científicos-médicos) puede dominar. O por lo menos ostenta un saber sobre ella
y puede ejercer influencia sobre su evolución.
Esta influencia ha crecido desproporcionadamente en relación al
saber. Actualmente las llamadas enfermedades son desmesuradamente influenciadas por la acción
médica sin que haya un saber que sustente lógicamente esa influencia. Se actúa
sobre ellas sabiendo muy poco sobre el origen de la enfermedad y mucho menos sobre el sentido de la misma.
Pensemos en un simple resfriado. Se atribuye a un virus pero no se
lo combate a él sino al resfriado. Se lo trata de abortar. Se usan
antihistamínicos para que las secreciones disminuyan y muchas veces
antibióticos porque se habla de alergias bacterianas o complicaciones infecciosas
imposibles de comprobar. Esta metodología que influencia el curso de la
enfermedad se basa en la misma teoría que sostiene que el sol gira alrededor de
la tierra; la observación superficial de un fenómeno sin preguntar nada sobre
las características del objeto sobre el cual el fenómeno actúa. Si la física
dependiera de los médicos, hoy seguiríamos creyendo que a la mañana el sol está
en el este porque a la tarde giró alrededor nuestro.
Pensemos en un tumor. Un pedazo de carne que sobra. Los métodos
médicos que influencian su destino se basan en la misma teoría de observación
superficial y de ausencia de preguntas sobre las características del sujeto
enfermo. El pedazo de carne está de más y hay que eliminarlo. Si no se puede
con cirugía, se arrasa con drogas o radiaciones. Los físicos no manejan la
medicina y los médicos terminan por creer que una resonancia magnética es una
observación profunda. Se sigue observando el fenómeno y no la naturaleza ni el
sentido del fenómeno.
Es así que ahora hay dos
creencias: el malestar es una fuerza que viene de afuera y se
puede influenciar sobre esa fuerza con un saber que se llama científico.
Volvamos al resfriado. Pensemos que quizás no es un virus el que
lo produce (la fuerza externa) sino que es una de las formas que tiene el
organismo de descargarse de una tensión que lleva demasiado tiempo acumulada.
No hay fuerza externa. Los virus ya estaban y uno no se contagia de nadie sino
que son ellos los que comandan esta forma de descargarse. Esto no significa que
no haya virus extraños al organismo y éste intente rechazarlos porque no los
reconoce. Los virus son cadenas de información y si traen una información
extraña e irreconocible, el organismo se niega a aceptarla y se produce el
rechazo de la misma. Pero esto no es lo que ocurre en un resfriado común. Allí
hay problemas territoriales y las mucosas se inflaman para obstruir las narinas
y no respirar el mismo aire que el enemigo. Los bronquios expulsan moco para
escupir al invasor. Los músculos duelen para retirarse de la lucha. Y allí los virus son excelentes colaboradores para
generar este estado inflamatorio que si bien es molesto, logra que el ser vivo
se aísle y recupere su bienestar. La medicina en lugar de entender
esto, ataca los síntomas para que el sujeto vuelva a la cadena de producción lo
más pronto posible. Los médicos se comportan como aliados
de un poder que exige productividad sin interesarse por la verdadera
recuperación del cuerpo enfermo. El paradigma del agente externo como causa
siempre presente de la enfermedad sirve a los mismos fines. Si hay un agente
externo debe haber un poder que lo pueda combatir. Y ese poder es la
científica medicina.
Quizás si esto hubiera quedado allí, tendríamos esperanzas de
salir de esa trampa. Pero lamentablemente, la influencia de la acción médica
sin un saber lógico que la sustente, generó tantos nuevos saberes vacíos, que
estamos atrapados en una red que se retroalimenta de otras disciplinas y de
otros saberes. La religión, la filosofía, la psicología, aportan nuevos saberes
a esta interminable creencia de la enfermedad como fuerza externa y a la
existencia de un grupo que tiene un saber sobre ella.
Escuchamos conceptos que parecen valiosos: -Debemos aceptar la
enfermedad si vamos a luchar contra ella.- -La enfermedad es poderosa pero más
poderosa es la salud-. -La salud es el silencio de los órganos-. -La enfermedad
es un mal que debemos saber combatir-. ¿Quién podría negar el valor de esas
frases?. Sin embargo, no sirven de nada. Son saberes que se basan en una creencia
vacía. Y no porque no se pueda defender esa creencia. Sino porque ya no sirve más.
En este contexto, nos
han quitado la libertad de elegir. En la historia de la
humanidad, siempre hubo bandos, romanos y griegos, árabes y españoles, buenos y
malos, perversos y normales, nazis y judíos. El ser humano podía optar, aún
cuando esa opción fuera equivocada. Ahora es imposible elegir ya que se trata
de nosotros o los virus, enemigos invisibles que destruyen a todos, sin
excepción. Las organizaciones mundiales encargadas de la salud avisan que
futuras pandemias son inevitables y elaboran mapas con colores cada vez más
intensos y tenebrosos. La humanidad toda enfrenta al enemigo invisible y no hay
opción. Por primera vez, en cientos de años, se está tomando conciencia que no
es la tierra la que está en peligro sino esta especie que se ha creído
excepcional y que ahora viene a enterarse que su desaparición es posible. La
génesis de Adán y Eva ya no calma los temores de una especie que ha inventado el concepto de enfermedad
y ahora el concepto en sí mismo la está arrasando. La
fuerza externa que nos viene a destruir supera ampliamente el saber autorizado
del grupo de personas que la combate. El
concepto se escapó de las manos y tiene vida propia. La gente ya no se
muere de la enfermedad sino del miedo que el concepto inventado le
genera. El miedo no da tiempo a que la enfermedad actúe y nos mate ya que
crea por sí mismo una realidad mortal. Así lo relata el cuento
sufí:
-Un sabio sentado en la cumbre de una montaña, ve pasar una sombra
y pregunta: ¿Quién eres?. La sombra le contesta -Soy la peste-. ¿Adonde te
diriges? -A matar mil personas de ese poblado-. Bueno, ve y mata. A los pocos
días, el sabio se encuentra con un hombre y le pregunta ¿De donde vienes? –
Huyo de aquel poblado que ha sido atacado por la peste y ha matado treinta mil
personas- Bueno, ve y huye. A las pocas horas, vuelve a pasar la sombra y el
sabio lo detiene. Oye tú, me has engañado, dijiste que matarías mil personas y
has matado treinta mil. ¿Porqué?. La peste le responde- No es cierto, yo solo
maté mil personas, el resto, murió de miedo.-
Como médico he presenciado muchas veces el fenómeno de una persona
que en pleno estado de salud y por hallazgos casuales (pruebas de rutina o un
médico demasiado inquisidor) ha sido diagnosticada de un tumor en hígado,
pulmón o mama. A los pocos días de ese hallazgo, el estado de salud había
empeorado dramáticamente. He visto a algunas personas morir en poco tiempo
luego del diagnóstico. Eso es
miedo, no es cáncer. Ese es el concepto que se le ha
escapado de las manos al grupo de científicos que ostenta el supuesto saber de
la enfermedad. Y ese concepto se ha desbordado y ha creado una realidad
autónoma entre otras cosas, porque se ha colectivizado. Se ha vuelto un saber
popular. ¿Quien no ha escuchado alguna de las siguientes frases?: -El cáncer de
páncreas, cuando te lo diagnostican ya es demasiado tarde-; -la quimioterapia
te mata las células malas pero también las buenas-; -yo sé que me voy a morir,
lo que no quiero es sufrir-; -nunca conocí a nadie que se salvara-; -la
enfermedad avanza-; -hay que hacer algo- y tantas otras. El saber colectivo sobre la enfermedad no se
diferencia mucho del saber de los médicos, muchos de los cuales jamás se harían
(y lo dicen públicamente) el tratamiento que le indican a los pacientes.
Actualmente se escuchan muchas voces que cuestionan este concepto
de la enfermedad pero la mayor parte de las veces son ignoradas, reprimidas o
tergiversadas.
Es en este contexto que debemos dejar de pensar en nuevos instrumentos contra la enfermedad
para comenzar a pensar en un nuevo concepto de la enfermedad. Se
gastan miles de millones de dólares en investigar y producir drogas cada vez
más nocivas para la salud de la humanidad y no cesan de aparecer variantes de
la misma enfermedad que no responden a esas drogas o las llamadas nuevas
enfermedades sobre las que ni siquiera se tiene alguna droga con la que
experimentar.
La ciencia se nota perdida y actúa sin lógica. Solo intenta
sacarse de encima un problema inmediato sin pensar en las implicaciones futuras
de su proceder. No interactúa con el resto de la
sociedad que mira azorada la injusticia del poder del que participa. El
gobierno que invierte doscientos mil millones de dólares anuales en productos
farmacéuticos es el mismo que gasta tres millones de dólares por minuto en
armas, mientras deja morir quince niños de hambre en esa misma cantidad de
tiempo. La ciencia médica usa el mismo presupuesto manchado de sangre e
injusticia. Y en esa confusión trata a los virus con la misma filosofía del
gobierno que la sustenta: usa armas mortales.
Es justamente ese nuevo concepto de la enfermedad, el que nos va a
permitir salir del atolladero en el que el viejo concepto nos ha metido. Si luchamos contra la enfermedad, luchamos contra
el mensaje que pretende curarnos. Cuando una mujer se nota
un bulto en la mama, debe parar toda actividad y preguntarse qué le viene a
decir ese bulto. Y si no lo sabe, debe recurrir a alguien que la ayude a
interpretar ese mensaje. No debe salir corriendo en busca de ese personaje que
detenta un saber sobre la enfermedad porque eso la cristaliza en el viejo
concepto. Y a partir de allí, solo puede esperar que se instale una guerra en
su cuerpo. Y el bulto no vino a
declarar la guerra sino a evitarla. Y no es que no debe
hacer nada o curarse psicológicamente. Debe
instalar la paz en su vida porque el bulto así se lo está exigiendo. Y
eso no es poco pero es mucho más de lo que la medicina pretende con su viejo
concepto de instalar una guerra entre el cuerpo de esa mujer y.el cuerpo de esa
mujer.
Los poseedores del
saber sobre la enfermedad se escandalizarán ante semejante propuesta. -¡No hay
tiempo que perder!; ¡Si no actuamos ahora, su vida corre peligro!- Y comenzarán
a citar estadísticas no solo fraudulentas sino aterradoras. Algunos optarán por
hablar de los adelantos de la ciencia y nos citarán con absoluta seriedad, los
anticuerpos monoclonales, los hibridomas y la fusión entre los linfocitos B y
los tumores. Suenan orgullosos de saber tanto. Y es un saber vacío porque es
eficaz contra el único mensaje que pretende curarnos. Pero además es un saber corrupto, montado en la sangre de
millones de seres humanos, que en lugar de salvar sus vidas, las pierden
definitivamente. No es una lucha entre los que saben y los que no
sabemos. Es una lucha entre dos conceptos; el de una humanidad que se
destruye a sí misma y el de una humanidad que pretende sobrevivir.
La mujer del bulto en la mama deberá elegir y optar por quimioterapia,
radioterapia y cirugía y así seguir avivando el viejo concepto que nos está
destruyendo o podrá hacer un verdadero cambio en su vida y dejar de sufrir por
su hija que la ignora o por su esposo al que no ama. En ese cambio, habrá entendido el mensaje de
ese bulto que viene a decirle: -¡No pongas más el pecho!; ¡Deja de ser madre y
acepta ser mujer!; ¡Libérate de ese hombre al que no amas!-
-¿Pero quien me da las garantías de que el bulto no crecerá o que
sus células se irán a mi cerebro o a mis huesos?-, dirá la mujer envuelta en
las informaciones científicas pero a la vez en la realidad de conocer a tanta
gente que sigue ese camino. -Nadie-se le responde-absolutamente nadie-. Desde
el viejo concepto (la enfermedad como fuerza que nos destruye), se le citarán
estadísticas sobre lo que le podría pasar si no hace lo que el grupo que sabe
le dice que haga. Desde el nuevo
concepto (la enfermedad como mensaje para sobrevivir), se le pedirá confianza
en que si hace los cambios que debe hacer, se curará. No
parece ser muy interesante la opción.
Es así que la mayor parte de la gente opta por intentar hacer las
dos cosas o parte de ellas o casi ninguna de ellas. O lo que sucede con
frecuencia, opta por el viejo concepto y cuando ya no obtiene respuesta de él,
se vuelca al nuevo concepto. ¡Cuánto miedo!
Filosóficamente, cualquiera de estas opciones viola uno de los
principios en los que se funda la realidad, el de la no contradicción: -Una
cosa no puede ser y no ser a la vez-. Llamativamente, buena parte de los
médicos del viejo concepto están apoyando estas opciones como si con ello
colaboraran con la salud del paciente.
Sin embargo, esa es la realidad. El psicoterapeuta Mario
Litmanovich dice claramente -¡Necesitamos
médicos sin miedo!; esa es la única manera de salir del
atolladero-. Creo también que necesitamos
pacientes sin miedo.
Es desde este lugar que proponemos el milagro de la curación.
Milagro viene del latín y su origen es asombrarse. Curación proviene de
cuidado. De eso se trata. El
asombro de cuidarnos. De protegernos, de no quedarnos
solos y sentir miedo. Allí aparece el asombro. Todos estamos entrelazados y
somos la humanidad. No somos el paciente enfermo. Somos la humanidad enferma. Y
entonces aparece el cuidado. La
necesidad de tratarnos como almas, no como cáscaras.
El médico alemán Hamer repetía
en sus seminarios una presentación que siempre culminaba con una frase:
-Necesitamos médicos de manos calientes que hagan de la medicina un acto
sagrado-. Allí estaba el centro de su propuesta. Sagrado siempre es citado como
originado en sacrificar pero el sacre es un ave de rapiña. Y así se llamaba al
halcón en épocas antiguas. Un ave sagrada cuyas uñas retorcidas le permiten
sobrevivir hasta que madura y se vuelven inútiles. Allí debe tomar la decisión
de arrancárselas con el pico si pretende sobrevivir. Si lo hace, vive una nueva
vida, una nueva oportunidad de ser joven y sagrado.
El milagro de curarnos es eso. Volver a nacer fuera de nuestros
roles y percibirnos como almas que se relacionan con almas. Dejar de ser hijos, esposos, madres, padres, médicos,
abogados, exitosos, fracasados o perversos. Y renacer como almas con cuerpos
que son usados, no descuidados.
Para ello, estamos acá. No para descubrir vacunas sino para tomar conciencia.
De lo que somos y hacia donde vamos.
Una colaboración de lalunagatuna
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