Si nuestro objetivo es tratar de impedir el avance de la nada por medio de la creación de una nueva realidad, hay algo a lo que deberemos dedicar toda nuestra atención.
Ningún trabajo es más esencial
en este momento para nuestra propia liberación que el de iluminar la
oscuridad… y aplicado a lo psicológico, lo llamamos hacer consciente lo
inconsciente pero es que lo psicológico, lo mental, nuestras creencias, dan
forma a la realidad que habitamos. Si tenemos alguna duda al respecto, echemos
una ojeada al concepto de indefensión aprendida, que se explica aquí.
Es algo que corresponde hacer a
cada uno. Cada quien tiene que aprender a encender su propia luz, su propia
comprensión de cómo sus creencias le limitan y le vuelven indefenso.
Si, por la comprensión del
mecanismo que permanece oculto a la consciencia, logramos que el sufrimiento no
se convierta en pasividad e indefensión, sino en rebeldía y dignidad, la
transformación social será imparable.
Y es que, cuando la conciencia,
como una llama, ilumina algún nuevo rincón oculto de la psique, entonces somos
un poco más fuertes, más enteros, y mucho más difíciles de domesticar…
La
doma de elefantes en la India:
EL PODER DE LA CREENCIA
Cuando es capturado un elefante salvaje, los domadores de la
India, tienen una técnica muy inquietante para domar esta fuerza de la
naturaleza. De hecho, ellos se sirven de una enorme cadena y atan una de las
patas del elefante a una estaca profundamente plantada en el suelo. El elefante, entonces, se rebela durante semanas y
semanas, furioso, gritando, barritando, intentando reencontrar la libertad de
movimiento.
Los domadores pueden medir la potencia de la que dispone el
elefante por la duración de su insatisfacción, alimentada por la fuerza
de su ira y desesperación, tirando continuamente de la cadena que le ata a la
estaca. Durante todo ese proceso,
los domadores le llevan comida y agua, y le hablan. Después de semanas,
la energía y la fuerza de su rabia disminuyen.
En un momento dado, los domadores retiran la cadena y
colocan, en su lugar, una cuerda fuerte. Y dejan al elefante con esta cuerda
durante varios días.
Después de un tiempo, la vuelven a cambiar por una cuerda
más fina. Luego, por otra más fina. Al final, el elefante adopta un
comportamiento perturbador: ya no tira más de la cuerda. Se podría decir que
llegó a la convicción de que nunca podrá separarse de su atadura y decide
no gastar ninguna energía para cambiar lo que parece inmutable.
En su “razonamiento”, el elefante se hace a la idea, a la
creencia, de que no hay ninguna diferencia entre la cadena y la cuerda fina,
puesto que podría liberarse con una simple sacudida. El carácter inmodificable de su
ligadura a la estaca está grabado en su mente.
Así,
los domadores logran disponer de esta masa de poder, capaz de destruir una
casa, y lo amarran no importa dónde con la ayuda de un sencillo y fino cordel
Esta
historia puede inspirar algunas reflexiones:
En
el sistema en que vivimos en nuestras ciudades, ¿a cuántos cordeles
indetectables estamos, en apariencia, amarrados?
¿Cuántos
domadores, gobernando nuestras sociedades humanas, disponen de nosotros y
nuestros recursos?
Indefensión aprendida
La indefensión aprendida es un tecnicismo que se refiere a
la condición de un ser humano o animal que ha aprendido a comportarse
pasivamente, sin poder hacer nada y que no responde a pesar de que existen
oportunidades para ayudarse a sí mismo, evitando las circunstancias
desagradables o mediante la obtención de recompensas positivas. La teoría de
indefensión aprendida se relaciona con depresión clínica y otras enfermedades
mentales resultantes de la percepción de ausencia de control sobre el resultado
de una situación.
La indefensión aprendida como modelo inducido
Hasta ahora
hemos visto lo que ocurre si a un perro encerrado en una jaula lo premiamos
cada vez que realiza un comportamiento determinado, si lo premiamos solo a
intervalos fijos o bien a intervalos variables, si no lo premiamos nunca o si
le retiramos un castigo cuando hace lo que queremos que haga. En todos los
casos el perro aprenderá que su conducta tiene una consecuencia o incluso una
falta de consecuencia que él conseguirá predecir tras un breve período de
aprendizaje. Y su salud mental y emocional permanecerá dentro de los límites de
lo saludable.
Pero,
¿qué ocurrirá si, haga lo que haga el perro, siempre lo castigamos?
Una
jaula con una parrilla electrificada por suelo. Un perro encerrado dentro. Una
serie de descargas que se repiten a intervalos variables, indefinidamente, sin
que nada de lo que haga el animal tenga como consecuencia el cese del
martirio. Al principio el perro desarrollará una actividad frenética,
hará todo lo que un perro puede hacer dentro de una jaula con la esperanza de
que el azar y su empeño den con el comportamiento que le libere del suplicio:
levantar la pata izquierda delantera, la derecha, aullar, saltar, mover el
rabo… Lo que demonios sea que se le haya antojado al
experimentador-torturador para que acaben de una vez las malditas
descargas. Pero todo es inútil. Haga lo que haga las descargas
continúan, cadenciosamente, sin piedad, sin fin. El perro acaba por dejarse
caer en un rincón y no hacer nada. No come. No ladra. No se queja. No lucha.
Soporta descarga tras descarga sin inmutarse. Está enfermo. Sufre indefensión
aprendida.
¿Es usted un buen
ciudadano?
¿Un buen trabajador?
¿Un buen padre?
¿Un buen vecino?
¿Respeta las normas?
¿Paga sus impuestos?
¿Es honesto con los
demás?
¿Y consigo mismo?
¿Actúa según le dicta su
conciencia?
¿Cree en el sistema?
¿O acaso no cree en él?
¿Ha hecho lo que le
decían desde pequeño que tenía que hacer
para vivir tranquilo y
honradamente?
¿Ha estudiado?
¿Se ha preparado unas
oposiciones?
¿Ha hecho un master?
¿Sabe idiomas?
¿Ha trabajado duramente
desde muy joven?
¿Se levanta temprano
todos los días y dedica jornada tras jornada
a aportar algo a la
sociedad?
¿Paga sus facturas si es
que todavía puede pagarlas?
¿Ha votado a la derecha?
¿Ha votado a la
izquierda?
¿No vota?…
Da igual.
¿No tiene usted la
sensación de que, sea cual sea su respuesta a esas preguntas, da igual?
Que igualmente le bajarán
el salario una y otra vez, o lo despedirán, o se quedarán con su casa, o le
asfixiarán las deudas, o no verá futuro para sus hijos.
Da
igual que sea usted funcionario, albañil, autónomo, inmigrante, de pueblo, de
ciudad, viejo, joven, hombre o mujer. Da igual que le ponga empeño a lo que
hace, que crea en ello, que espere una recompensa… No habrá recompensa. Mejor
dicho: la recompensa no vendrá del que le mantiene encerrado en una jaula con
parrilla electrificada por suelo. Él ha decidido que ahora toca la descarga
indiscriminada y la indefensión aprendida.
Pero
le contaré un secreto. La jaula tiene una puerta. Todas las jaulas tienen una. Dentro
de la jaula no acabarán las descargas pero fuera hay aire puro, tierra firme,
alimento fresco y otros perros maltratados con los que, tras maniatar y
amordazar al experimentador-torturador, construir un mundo sin jaulas. Solo es
cuestión de abandonar el rincón en el que nos hemos ovillado sumidos en la
desesperanza, comprender que la única salida está tras las rejas y descorrer el
cerrojo.
Hace veinte años que
escuché esta lección de psicología básica por primera vez. Y casi la había
olvidado… Con lo importante que era.
La indefensión
aprendida
Mucha gente se pregunta por qué
con el estado actual de crisis, no hay respuesta de la ciudadanía. La respuesta
a esta cuestión es compleja, sin embargo, ciertos procesos psicológicos, como
por ejemplo la indefensión aprendida, pueden ayudar a comprender mejor esta
situación de apatía. Comprender este fenómeno tan sorprendente nos permitirá
abordar con mayor empatía esas situaciones en las que no llegamos a un acuerdo
sobre cómo solucionar los “problemas del mundo”.
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