LA INSTITUCIÓN MÁS RIDÍCULA DEL MUNDO
La monarquía
es la institución más absurda y ridícula del mundo.
Pero que
nadie se confunda. Éste no es
un artículo sobre monarquía o república. No centraremos nuestros argumentos en
aspectos circunstanciales sobre la monarquía española o una posible república,
aunque el tema esté candente en estos momentos.
En este
artículo pretendemos enfocar el tema desde un punto de vista diferente.
Como veréis,
la monarquía, como concepto, no solo es una idea absurda y basada en un gran
engaño, sino que además resulta ser una vergüenza a nivel biológico.
Para
comprender a qué nos referimos, vayamos a la raíz del concepto de poder
hereditario, que es, de hecho, la base de la monarquía y la aristocracia.
LA CREACIÓN
DEL PODER HEREDITARIO
La herencia
del poder no tiene una raíz biológica, sino que parte de una hábil pirueta
intelectual. Es de hecho, un invento genial, una creación abstracta admirable
en sus orígenes, sin duda derivada directa de nuestro desarrollo intelectual superior.
Para
encontrar los orígenes del poder hereditario, deberíamos sumergirnos en el
estudio de las estructuras sociales de nuestros ancestros más primitivos y
probablemente no llegaríamos a conclusiones definitivas al respecto, pues ni
los propios antropólogos se ponen de acuerdo en ello.
Sí podemos
concordar que, al menos en sus estadios iniciales, los puestos de poder y
dominio en los grupos humanos más primitivos recaían en aquellos individuos que
DEMOSTRABAN tener algún tipo de superioridad manifiesta sobre los demás; es
decir, las posiciones de poder se determinaban por una suerte de
“meritocracia”.
La posición
de superioridad sobre el resto del grupo tendía a recaer sobre el más fuerte,
el más persuasivo, el más carismático, el más sabio, el más experimentado o el
más inteligente.
Es decir, el
“mejor” en algún aspecto determinante para la pervivencia grupal.
Se trataba
de un mecanismo de clasificación social basado en la siguiente lógica:
Soy superior, porque soy “mejor”
Este
mecanismo lo encontramos constantemente en la propia naturaleza. Por ejemplo,
lo podemos ver en la dinámica social de nuestros parientes más cercanos a nivel
genético: los chimpancés y los gorilas, donde la “autoridad” en un grupo
determinado recae en el macho que demuestra ser más fuerte.
En este caso
concreto, estaríamos hablando de un tipo de “meritocracia” basada en la fuerza
bruta.
EL GRAN
ENGAÑO
Pero he aquí
donde hace acto de presencia la gran pirueta psicológica, una de las mayores
maniobras de engaño jamás realizadas.
En algún
momento, perdido en la profundidad de los tiempos, algún individuo dominante
dentro de una agrupación (probablemente una tribu) concibió una idea genial. Un
concepto mediante el cual perpetuar su dominio y el de sus descendientes sobre
la comunidad sin tener que volver a DEMOSTRAR ser el “mejor”.
Ese concepto
genial radicaba en hacer creer a los demás, por la vía que fuera, que la
superioridad era inherente y consustancial a su propio ser.
En otras
palabras, si el mecanismo de la autoridad en sus orígenes era:
Soy superior porque soy “mejor”
Gracias a
esta idea genial, el razonamiento pasó a ser:
Soy “mejor” porque soy superior
Como podemos
ver no es lo mismo. Estamos ante un truco del lenguaje, un vuelco magistral de
conceptos. Una de las primeras obras maestras del pensamiento humano.
Porque en su
origen, la posición de superioridad o preponderancia social dentro del grupo,
estaba en función de una demostración constante y efectiva de fuerza,
inteligencia, sabiduría o capacitación de algún tipo. Aquel que alcanzaba una
posición de dominio debía DEMOSTRAR a los demás su superioridad de forma activa
y efectiva.
En el
segundo caso, en cambio, la superioridad está en función de sí misma. Deja de
ser la consecuencia directa de un hecho real y se convierte en una definición,
en un concepto abstracto que existe per se y que no requiere de demostración
efectiva alguna.
Evidentemente,
no sabemos cómo acontecieron los hechos, dónde ni de qué manera, ni tan solo si
fue obra de un individuo o si se trató de un largo proceso; pero fuera como
fuera, el mecanismo descrito es el mismo y representa, probablemente, el primer
caso de concepto abstracto que moldea la estructura social.
O dicho de
otra manera: el primer ejemplo de manipulación mental, pura y dura sobre la
población.
Y es que una
vez inoculado y aceptado el concepto de “superioridad per se” en todos los
miembros de una agrupación y convertido en nueva realidad social dentro de sus
mentes, todo viene rodado.
El siguiente
paso lógico es establecer la herencia por vía sanguínea de esa “superioridad
inherente” y traspasarla a los descendientes. Algo fácil de conseguir, pues al
fin y al cabo, es solo un concepto imaginario fácilmente “heredable”.
Si además,
el ejercicio del poder lleva asociado algún tipo de patrimonio material,
aparece el primer caso de acumulación de riqueza hereditaria. Ese patrimonio
acumulado en forma de riquezas, es la base en la que se sustenta el poder real
y tangible, a nivel social, de la aristocracia y la realeza a través de los
tiempos.
Como podemos
ver, una idea, un simple concepto basado en un mero giro lingüístico acaecido
en algún lugar remoto y perdido en el tiempo, cambió para siempre el devenir de
la especie humana.
Pero lo más
extraordinario del caso, es que este mecanismo conceptual se basa en la
PRESUNCIÓN FALSA de que alguien es superior a los demás sin tener que
demostrarlo, algo que representa el fin de la “meritocracia” como motor básico
de la evolución social humana.
Así pues, la
base conceptual de la monarquía y la aristocracia se sostiene enteramente en
una falsedad, en un gran engaño.
Alguien
fabricó una mentira y los demás la creyeron.
Y la
humanidad se transformó para siempre, otorgando los puestos de dominio en las
sociedades no a los “mejores” o los más capacitados, sino a grupos de
individuos sin ningún tipo de capacidad superior beneficiosa para el colectivo.
Estos
hechos, por si mismos, ya son suficientes para descalificar la existencia de la
aristocracia, la monarquía y todo tipo de autoridad de carácter hereditario
desde el principio de los tiempos hasta ahora.
Pero eso no
es lo peor: falta el mecanismo más aberrante de todos.
LA GRAN
VERGÜENZA BIOLÓGICA
El gran
problema aparece con el paso de las generaciones.
Generación
tras generación, los descendientes de aristócratas y reyes, gracias a los
recursos superiores de los que disponen, disfrutan de una serie de ventajas
determinantes sobre el resto de la población.
Para
empezar, disponen de una mejor alimentación, hecho que repercute, muy
probablemente, en un mejor desarrollo físico.
Por otro
lado, tienen acceso a una mejor formación y a una educación superior en todos
los campos, especialmente en el terreno militar.
A eso
debemos añadir la promoción premeditada, por su parte, de la ignorancia y la
limitación de recursos en las clases dominadas, con el fin de garantizar y
perpetuar su propia posición de superioridad.
La
combinación de todos estos factores tiene una consecuencia lógica con el paso
del tiempo: el arraigo de un fuerte sentimiento de superioridad de “clase”.
La
aristocracia se cree superior al resto de la población y al hacerlo, está
creyendo, como si fuera cierta, la falsedad original creada por sus remotos
antepasados.
Dicho en
otras palabras: al creerse superiores, los aristócratas se están creyendo sus
propias mentiras.
Esto podría
parecer algo meramente anecdótico, pero acaba generando consecuencias
difícilmente previsibles en un principio.
Y es que,
con el sentimiento de superioridad de clase, los aristócratas acaban creyendo
que efectivamente su genética (su herencia sanguínea) es superior a la de los
demás. Y es aquí cuando deciden procrear, exclusivamente, entre miembros de su
misma clase, con el fin de garantizar la (falsa) superioridad de su genética y la
“limpieza” de su sangre.
Y así es
como nos vemos abocados al mayor de los absurdos.
Porque como
todos sabemos, la procreación continuada entre miembros de un grupo reducido o
de una misma familia o clan cerrado, acaba desembocando irremisiblemente en endogamia
(homogamia) y por lo tanto, en deterioro genético (depresión endogámica).
Y esa es la
gran ironía del destino: salvaguardando su presunta superioridad genética, los
miembros de la aristocracia y de la realeza han conseguido degenerar su propia
carga genética, convirtiéndose, de hecho, en una nutrida selección de seres
potencialmente inferiores al resto, sobretodo en el aspecto intelectual.
Esto es lo
que acaba convirtiendo la mera existencia de la realeza y la aristocracia en
una vergüenza para todos los seres humanos.
Somos el único ser de este planeta que ha
otorgado posiciones de poder y privilegio, sin razón lógica alguna basada en la
aptitud, a los peores especímenes de nuestra propia especie a nivel biológico
Algo que de
por si, va en contra de nuestro progreso como seres vivos y que nos debería
hacer dudar de nuestro nivel real de inteligencia y desarrollo, o como mínimo,
invitarnos a redefinir estos conceptos.
Alguna gente
quizás tenga la tentación de discutir sobre la degeneración genética de los
miembros de la aristocracia y la realeza.
Sin duda nos
dirán que la mayoría de ellos están muy preparados, tienen estudios, una amplia
cultura y que hablan varios idiomas. Y no se equivocarán con ello. Tienen
acceso a una educación de élite y disponen de tiempo y recursos más que
suficientes para maquillar sus carencias intelectuales y sus taras genéticas.
Pero hagamos
memoria.
¿Alguien
recuerda a algún rey que haya hecho una aportación determinante al desarrollo
científico o cultural humano? ¿Alguien recuerda a algún rey con capacidades
artísticas manifiestas? ¿Algún rey que, por ejemplo, haya sido pintor,
compositor o escritor? ¿Algún rey que haya inventado o descubierto algo útil
alguna vez?
Si los hay,
podríamos contar los ejemplos con los dedos de una mano.
A pesar de
disfrutar de los mejores recursos, la mejor educación y disponer de más tiempo
que los demás por no verse obligados a trabajar para garantizar su
subsistencia, prácticamente ninguno de ellos ha sido capaz de aportar nada provechoso
a la humanidad.
Tal
incapacidad manifiesta expresada durante generaciones a lo largo y ancho del
mundo, es un indicio claro de la degeneración intelectual que sufren los
miembros de la mayoría de casas reales.
De hecho,
podemos comprobarlo cada día sin demasiado esfuerzo: ni tan solo son capaces de
escribir sus propios discursos.
A pesar de
que en la mayoría de países su función actual es meramente representativa y
está cada vez más centrada en la comunicación, apenas saben transmitir
emociones en sus parlamentos. Sus discursos tienen la misma carga emocional y
la misma profundidad que la voz de una máquina de tabaco.
Por otro
lado, es de dominio público cuales son sus principales intereses e inquietudes
en esta vida: el ocio, la diversión, la caza, el sexo, las fiestas y el
alcohol. Pero para eso no hace falta ser de sangre azul: podemos encontrar
especímenes interesados en estos mismas cosas en cualquier taberna portuaria y
con muchas más probabilidades de que dispongan de una genética sana.
Repetimos lo
que decíamos al principio: no estamos hablando específicamente de la monarquía
española ni hacemos referencia a la coyuntura actual del país.
Hablamos del
concepto de institución monárquica en sí: algo basado en un gran engaño y que
acaba derivando en un disparate a escala biológica de tal magnitud, que va en
contra de todo mecanismo de progreso natural.
Un claro
ejemplo de como un simple concepto, una sola idea bien inoculada en la mente de
los individuos, puede cambiar la evolución de toda una especie.
Algo que
demuestra que el gran campo de batalla de este mundo siempre ha sido, es y será
la mente humana.
Allí viven
todas las cadenas.
Y allí deben
empezar todas las revoluciones.
GAZZETTA DEL
APOCALIPSIS
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