UNA VIDA CON CONSCIENCIA SIMULADA
Un Ser consciente es aquel que pone
todos sus sentidos en una acción. Cuando acometemos acciones de forma
automática y programada, actuamos con inconsciencia Tener todos los sentidos
puestos en nuestra acción es muy raro, eventualmente entramos y salimos de la
consciencia a la hora de ejecutar ciertas acciones. Normalmente operamos de
forma automática y rutinaria, realizamos acciones mecánicas y repetitivas, y
nuestro nivel de consciencia habitualmente esta relajado, por lo que es nuestro
inconsciente el que realiza la mayor parte de nuestras repetitivas y aburridas
tareas. Somos seres altamente creativos, somos capaces de crear a través de
nuestra mente y manipular la materia hasta hacerla formar un modelo a escala de
lo que partió de nuestro pensamiento. Nuestra creatividad es infinita y
plastificamos a la perfección todo lo que realizamos conscientemente.
Es relativamente sencillo analizarnos y
encontrar en nuestras rutinas momentos en los que operamos de forma robótica, tanto
es así, que si hacemos memoria seremos incapaces de recordar que hicimos hace
días o incluso apenas unas horas. Todos los momentos inconscientes son
eliminados de nuestra memoria consciente, y para retomarlos hay que recurrir a
nuestro inconsciente. Nuestra mente opera desde la base de la inconsciencia,
allí se almacenan las rutinas y las tareas mecánicas, todo lo que es repetitivo
y no requiere de una alta atención o de una concentración elevada. Cuando
aprendemos algo nuevo, ponemos todos nuestros sentidos, toda nuestra atención,
lo hacemos conscientemente, grabando en nuestra mente, todas y cada una de nuestras
acciones, provocando que éstas, queden grabadas a fuego. Posteriormente en
nuestro periodo de sueño, estas nuevas tareas aprendidas, son repetidas cientos
de veces en nuestro inconsciente, grabando de forma perpetua estas acciones.
Posteriormente y tras un periodo de asimilación, podrás realizar esta nueva
rutina prácticamente con los ojos cerrados sin llegar a equivocarte.
Cuando trabajamos, cuando
conducimos, cuando cocinamos, cuando nos vestimos o nos lavamos, cuando
realizamos las múltiples tareas, las hacemos de forma automática, casi
robótica. Extrañamente tenemos asumido que nuestro estado de inconsciencia es
nuestro estado natural de consciencia, es por eso, que somos incapaces de
distinguir ambos estados. A su vez es muy difícil para un ser que opera casi en
la totalidad de su día en la inconsciencia, reconocer la diferencia, y tratar
de vivir conscientemente con todos sus sentidos enfocados, aunque se esforzara
en ello, las rutinas repetitivas y poco creativas hacen que la consciencia se
desconecte automáticamente. Le damos tanto valor a esas rutinas, le damos tanta
importancia a la seguridad de conocer el futuro a corto plazo, tanto, que
nuestra próxima acción está medida, calculada y programada, así que nos resulta
agotador realizar cualquier mínima acción de forma plena y consciente. Operar
así, nos deja agotados y virtualmente enfermos, por eso nos traumatizamos
cuando cualquier rutina se rompe, por eso tenemos miedo al cambio, por eso no
crecemos y no evolucionamos. Nos negamos la necesidad de exploración y evitamos
salir al terreno inhóspito y consciente, en entornos que nos obliguen a ser
creativos, a despertar todos nuestros sentidos y trabajar con lo que percibimos
e identificamos a través de ellos.
Estamos despiertos, vemos, oímos y
percibimos a través del tacto, sentimos frío o calor, percibimos el dolor y la
presión, todos nuestros sentidos están trabajando y mandando señales a nuestro
cerebro, pero este los identifica con un patrón rutinario y no necesita
desconectar el piloto automático. Operamos empujados por la costumbre, nacemos,
crecemos y vivimos finalmente de este modo, solo nos dejamos llevar por la
corriente y esperamos no encontrar ningún obstáculo en nuestro fluir mecánico,
pero es una ilusión ya que nos movemos por las alcantarillas del sistema,
realizando labores robóticas que nos impiden fugarnos de esos subterráneos.
Mientras nuestro cuerpo vive inmerso en lo repetitivo de lo cotidiano, nuestra
mente divaga entre el pasado y el futuro, lo que fuiste y lo que podrías ser,
mezclado con las rutinas programadas en el ayer y el mañana. Tu inconsciente
trabaja en lo mecánico dejando a tu consciente realizar las tareas complejas,
pero éste, se ha perdido en lo posible y lo capaz, dejando el ahora ausente,
vacío.
Estás tan emborrachado de rutina y de
programas, de costumbre y tradición que salir de ese pozo, te llena de pereza y
prefieres continuar buceando entre cañerías, que buscar un desagüe y liberarte.
Continúas por que sabes que el resto también continua, casi por tendencia, y la
imposibilidad de salida es la que te creas para amortiguar tu conciencia y
seguir en tu propio engaño. Al final tu vida no es muy diferente de la de un
pez en una pecera, nadando en círculos, sin posibilidad de salir, sin
posibilidad de eludir ese entorno artificial, negándose la libertad que está
tras el cristal. Esa falsa zona de confort, esa falsa sensación de seguridad,
en realidad es una jaula y no saldrás de ella hasta que no se construya en ti
un ser consciente. Evidentemente, no se puede abandonar la inconsciencia
mecánica en una sociedad que exige una inmersión robótica de nuestra rutina,
diseñada para la producción masiva de recursos ilusorios, metas, estatus, clase
y razón social, es francamente imposible huir sin arrastrarte a la exclusión,
así que en tus leves momentos de consciencia, acabas abrazando desesperadamente
la esperanza de un cambio milagroso que no llega por pura inacción.
Invito a que vayamos metiendo esas
rutinas diarias en una burbuja y empecemos a poner en nuestro día, un breve
periodo de consciencia, un pequeño espacio de libertad en el que fabricar lo
imposible, una acción creativa que combata el sistema desde el lugar donde no
hay élite, ni engranaje que opere en segundo plano, un lugar consciente donde
nuestra conciencia trabaje de forma revulsiva, resistente y revolucionaria, una
rutina consciente para combatir la inconsciencia de la rutina, de la pasividad,
de la robótica inhumana.
Un minuto consciente tiene más poder
que toda una vida de inoperatividad. No cejar en el empeño, y no esperar
cambios a corto plazo, para elevar la consciencia, es necesario sacarla de ese
armario mental en el que está guardando polvo y empezar a usarla, de lo
contrario lo único que elevarás será tu condena.
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