10.12.15

Yo no tengo ningún enemigo, como no lo tiene mi vecino, ni lo tiene mi hermano que vive en Riad.

TU ENEMIGO ESTÁ EN EL PODER

Silvio Berlusconi afirmaba que la civilización occidental es superior a todas las demás y que su destino, por tanto, sería conquistar a las civilizaciones inferiores. Esta declaración es un ejemplo significativo de esas pequeñas "dosis" que nos van inyectando quienes ostentan el poder, con el único fin de ir construyendo entre la población ideas preconcebidas. De ese modo lo que se consigue es ir configurando un constructo social donde el otro ya empieza a formar parte del grupo de nuestros adversarios. 
Esas pequeñas dosis van circulando por las venas del tejido social y, sin darnos cuenta, se reafirman en el marco de un sistema de valores que anticipa nuestra identificación con nuevas normas y costumbres. 

Posteriormente, y gracias a los usos (y abusos) de la
 política cotidiana convertida en ley, se comienza a aceptar y percibir como algo "natural" la existencia de una jerarquización cultural. Desde los partidos, desde los medios y desde los púlpitos se alimenta la idea de una peligrosa amenaza, esa "otroriedad" ante la cual se nos insta a construir un espacio de resistencia. 

Con todo ello terminamos por rechazar, odiar y menospreciar al inmigrante, al refugiado y al pobre. Y si es preciso, hasta los eliminamos. El dictamen lo puede arropar Dios con su comprensión y ejecutarlo el Estado con su negligencia. Se nos instruye para advertirnos de lo que puede llegar a suponer la aceptación de toda diferencia, y se retrata de ese modo al extranjero como elemento extraño y perturbador.
 

La expansión colonial y la movilidad de los pueblos han traído consigo un escenario de relaciones interétnicas de las que iban surgiendo diferentes corrientes de pensamiento, pero debemos recordar que quien iba tomando partido por la invasión o la confrontación siempre era amigo de mostrarnos que había una serie de
 actitudes inadmisibles que propiciaban la necesidad de una intervención. 

Los otros como bárbaros, incivilizados o incultos hasta propician la desalentadora justificación de la esclavitud, la rapiña y la explotación. Y en medio de tanta ceguera solo triunfa la marginación, y lo que se conquista es el insolente apego a una única forma de entender la vida y la salvación.
 

El siglo XXI comienza con una manifiesta intención hegemónica y de prepotencia y tras el atentado de las Torres Gemelas se identifica rápidamente al adversario con el fin de promover la agresión con fines exclusivamente lucrativos. Una planificación exhaustiva que contempla una artificiosa reconstrucción del "otro" como amenaza, y que consigue crear una perfecta representación con un enfrentamiento entre civilizaciones,
 donde tenemos a un lado el occidente moderno y progresista y al otro el mundo islámico, cuando menos medieval y bárbaro. 

Geert Wilders, Parlamentario por el Partido por la Libertad que él mismo fundó en Holanda, dio un
 discurso años más tarde en el Hotel Four Seasons de New York en el que, entre otras cosas, nos recordaba unas palabras atribuidas a Winston Churchill cuando hablaba del Islam y se refería a él como "la fuerza más retrógrada en todo el mundo". 

Esta es solo una forma directa de menospreciar a toda una comunidad,
 pero hay una cantidad ingente de maniobras que se realizan desde el poder para que dicha creencia quede grabada en nuestra memoria colectiva y, posteriormente, pase al universo privado a través de nuestros propios filtros (ya teñidos con simbologías manchadas de racismo) y se convierta en certidumbre inquebrantable y, paradójicamente, fundamentalista. 

Otra es la adulteración ideológica con el claro objetivo de señalar donde está el peligro, y así poder ubicar con precisión a alguna agrupación o entidad que se supone obstruye nuestro camino.
 

Y una última, mucho más importante, es la de externalizar nuestros modos de rebeldía fuera de los parámetros del propio sistema y de nuestras instituciones, para que éstas permanezcan siempre ocultas y fuera del alcance de la ira colectiva. Todo ello porque los mismos que nos hacen creer que nos enfrentamos a un grave peligro son, en realidad,
 nuestro gran peligro. 
Las cosas así (estamos en un momento histórico que requiere de análisis profundos, compromisos y acciones inteligentes que permitan hacer frente a políticas segregadoras, militaristas, mercantilistas, depredadoras, machistas e insostenibles), y mientras no seamos capaces de percatarnos de ello y sumar esfuerzos, estamos encaminados a seguir sufriendo las gravísimas consecuencias que gracias a sus actos van a persistir en el tiempo.

La historia se repite, y tras los atentados de París del 13 de noviembre la maquinaria más bizarra y que dice ser representante de nuestros intereses vuelca todo su arsenal en precisar no sólo donde se ubica el gran desafío al que nos enfrentamos (Siria), sino que además lo identifica con una población inmensa (la musulmana) y le confiere la condición que no desea aceptar en su territorio (la refugiada). 

No importa que todo el discurso, de principio a fin, sea el banderín de enganche con una población secuestrada a través del miedo, y tampoco que
 la narración sea falsa en casi toda su totalidad. Ninguno de los terroristas de París era un refugiado sirio: todos eran europeos. 

Conscientes de que es más que probable que tengamos que poner en duda todas las versiones ofrecidas en relación a lo acontecido esa aciaga jornada y en los días posteriores, resulta cuando menos injustificado
 que no existan apenas medios de comunicación que se planteen con rigor y con seriedad que estamos ante un momento crucial en la oscura historia del viejo continente. 

Si proseguimos incapacitados e inermes para luchar contra nuestros propios políticos nos encaminamos a un futuro incierto, injusto, desequilibrado y confrontado, y a todas luces..., excesivamente peligroso.
 

La gran estrategia de quienes nos gobiernan es tener constantemente un chivo expiatorio, porque la desaparición de éste supondría quedar expuestos a nuevos y contundentes análisis que, a buen seguro, se centrarían en ellos. Ese proceder siempre ha existido, y es como si estuviéramos imposibilitados para deshacernos de un modelo de sociedad arcaico y primario, donde la criminalización del que "no piensa como yo" es una constante a lo largo de todos los periodos históricos. 

Lo más grave aflora cuando ya sabemos que el
 factor económico juega un papel fundamental en este macabro juego, a través del cual toda una comunidad será proclamada a viva voz portadora de un extraño gen violento que estamos obligados a extirpar. 

El distanciamiento que se construye de ese modo es cada vez mayor y la verdad unilateral se convierte en dogma. No habría otra forma de poder justificar tanta barbarie y tanta indisposición humanitaria.
 Y es en estas condiciones donde mejor se elaboran y gestan los modelos de identificación de los supuestos enemigos. 

Y así, cuanto más déspotas e intimidatorias sean sus operaciones con la sociedad civil (reformas laborales, eliminación de servicios públicos, estados de excepción, etc.) ello nos vendrá a decir que más beligerantes serán con nuestros señalados adversarios. Los modos son siempre los mismos. La violencia y el miedo penetran en nuestras vidas, y silenciados por una eficaz mordaza nos sometemos al sofisticado acto de la estricta obediencia.
 

Nos quieren hacer creer que frente a nosotros tenemos una religión que en su esencia busca nuestra peor pesadilla, pero con lo que nos encontramos es con el peor rival instalado en casa propia, nuevamente recreándose con el mundo y subvencionando el arte de la guerra.
 

A nuestro alrededor hay miles de predicadores que nos están guiando a prueba de bomba y, conscientes del futuro que ellos mismos inventan, nos adoctrinan haciéndonos ver que el mal menor es la mejor opción que se nos presenta.
 

Lógicamente estamos obligados a evaluar éstas y todas sus palabras. Si venimos de tiempo atrás analizando y constatando no solo lo que ya acontece, sino que además nos aventuramos en aquello que pensamos va a suceder, es muy difícil que podamos detenernos ante tanto atropello y no lo recordemos una y otra vez.
 "Una nueva guerra planificada: Siria". (Por imperiosa necesidad). Lo escribí el cinco de diciembre de dos mil once. 

El maniquí de un individuo (fervoroso de su religión) atacando Occidente ya ha llegado, cargado de cinco años de preparación y buen tino. Siria va a ser arrasada, partida en diferentes territorios para la mayor gloria de Israel, y probablemente solo quede bajo su nombre la capital y un entorno no muy grande.
 

Lo demás será pasto de las llamas y de los negocios y las estrategias repartidas. El impecable profesor de pedagogía también habrá hecho un trabajo encomiable, y el
 furioso enemigo capaz de tanta barbarie acabará succionado por la propia espiral que le dio su nombre. 

Antes, mucho antes de que existiera tu máximo oponente..., existía el poder. Y él y solo él se encarga de programarlo y de moldearlo, y es él quien se responsabiliza de darle vida para que su rostro te contamine.
 

La fuerza más retrógrada del mundo,
 señor Churchill, no reside en convención religiosa alguna, sino en los modos con los que cada cual aplica su credo en vida. Ya dejó usted constancia de ello en la Batalla de Galípoli o de los Dardanelos, famosa a la par que terrible por ser una de las más sangrientas, y porque una decisión también suya consintió la nada despreciable cifra de 110.000 muertos y 250.000 heridos. 

Qué fácil es orar y fumar un gran puro mientras son otros quienes se disparan creyéndose enemigos.
 
Lamentablemente la sociología se pasó al marketing y la ciencia de las políticas a ser usufructo del Estado más ruin. Si dispusiera de una varita mágica convertiría el periodismo en oficio innegociable y no lucrativo, donde sus artesanos recogieran, analizaran, contrastaran y difundieran información independiente. Pero todo está vuelta al aire y nuevamente toca elegir. Entre el bien y el mal, entre ellos o nosotros, entre la hipocresía y la insensatez. 

Yo no tengo ningún enemigo, como no lo tiene mi vecino, ni lo tiene mi hermano que vive en Riad. Los tienen ellos, que llevan años decidiendo, que se intercambian misiles, que se reúnen en sus cuevas y persisten en su inquebrantable maldad. 

Normalmente hombres que dirigen, hombres que se abalanzan sobre otros hombres, hombres que ametrallan y violan, hombres que dibujan con su sudor las huellas oxidadas de la evolución, hombres con enfermedades congénitas, hombres que se hacen políticos, se disfrazan y mandan, hombres que cogen y se empecinan, hombres que con sus ejércitos todo lo inundan, hombres bala y hombres de armas tomar.
 

Normalmente hombres sin música, hombres sin educación alguna, hombres sin poesía, hombres sin estrellas ni utopías... Hombres sedientos...

(Yo también tengo grandes problemas con Europa, y no soy cristiano ni tampoco soy musulmán. Y ya no sé dónde mirar, porque en todos lados me encuentro con hombres, y como tal me da vergüenza continuar).

Joséluis Vázquez Domènech
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