CARAS
LARGAS, CARAS FALSAS… PARA LA OVEJA NEGRA
Hace unos pocos días nos enterábamos que un
niño madrileño de 11 años, víctima de bullying, había decidido
quitarse la vida ya que no quería volver al colegio, tal y como
afirmó en una carta que dejó a su familia antes de morir. La
noticia se extendió como la pólvora por los medios de comunicación.
Presentadores de televisión anunciaban el suceso con cara
compungida, expertos en psicología infantil hacían su aparición en
programas para hablar sobre el fenómeno del acoso escolar y todo el
mundo estallaba de la indignación en las redes sociales, uniéndose
al clamor popular por condenar la lacra del bullying.
Y en este punto he de admitir que me resultó
bastante curioso (por no decir otra palabra) ver a ciertos
ex-compañeros de clase compartir esta noticia en Facebook, con
hipócritas comentarios como «hay que acabar con el bullying», «qué
sinvergüenzas los acosadores»… Los mismos que en su día se
dedicaban a hacer la vida imposible a otros estudiantes, o que le
reían las gracias al típico acosador que se pasaba el día
insultando, vejando o agrediendo a otra persona.
La realidad es que a nadie le importa en
absoluto el bullying. Sí, todos nos llevamos las manos a la cabeza y
nos rasgamos las vestiduras cuando algún chaval o chavala se suicida
por culpa del acoso escolar, pero lo cierto es que éste se produce
todos los días en todos los centros educativos y la «solución»
siempre pasa por el mismo camino: culpar a la víctima y no al
acosador. El clásico “la culpa es tuya por ir provocando”,
vamos.
Alguien dirá que estoy exagerando, que si en
la tele salen muchos anuncios del tipo “con el acosador, tolerancia
cero”, que si en mi instituto a veces expulsaban tres días al
abusón de la clase, etcétera, etcétera. Pero la realidad es que
cuando un estudiante sufre bullying, el protocolo en la mayoría de
centros es siempre el mismo.
Si la víctima se lo calla, entonces no ocurre
absolutamente nada.
Si la víctima saca valor y se lo cuenta a un
profesor o a sus padres, entonces lo que se hace es llevar a esa
persona al orientador o psicóloga del centro educativo en cuestión
(como si fuera la víctima la que tiene un trastorno psicológico).
Entonces se le diagnostica que tiene «personalidad pasiva», o en
otras palabras, se le dice que es una persona débil, cobarde y que
ese es el motivo por el cual los demás se meten con él o con ella
sin piedad.
Se le explica que en el mundo hay personas
fuertes y personas débiles, utilizando un discurso darwinista que
distorsiona fuertemente la realidad (ahora va a resultar que el señor
Rockefeller tiene más poder que todos nosotros porque es
evolutivamente superior, claro que sí). Y entonces se le dan a la
víctima una serie de vagos y ambiguos consejos para que mejore su
«asertividad», con el supuesto fin de conseguir que ella se sitúe
un poquito más del lado de los fuertes y menos del lado de los
débiles.
Acto seguido, se le dice a la víctima
que «tiene que integrarse más».
Que evite quedarse sola y vaya con gente de la clase aunque tenga que
soportar malos comentarios y miradas de asco, que adopte los mismos
valores, actitudes y comportamientos que el resto del grupo para que
éste le acepte… Y esto, por desgracia, muchas veces se traduce en
que la víctima, para “integrarse”, tiene que entrar en el juego
y participar en el acoso contra otro compañero (siempre hay más de
una víctima de bullying en todas las clases).
Afortunadamente, muchas víctimas se resisten a
convertirse en la misma clase de escoria humana que sus acosadores y
simplemente soportan los años de escolarización obligatoria; pero
todos coinciden en que no han empezado a sentirse libres, a estar en
paz consigo mismos hasta que no han dejado la escuela.
A todas esas personas, las que sufrieron acoso
y las que actualmente lo sufren, ¿de qué les sirve ver spots de 30
segundos contra el bullying financiados por el Ministerio de
Educación? ¿De qué les sirven los falsos comentarios de apoyo en
las redes sociales? ¿De qué les sirven los reportajes de
“investigación” sensacionalistas en la tele?
¿Para qué todo este despliegue, si después
en sus centros educativos los directores y profesores piensan que son
«cosas de chavales», «exageraciones» y deciden pasar
olímpicamente del tema vertiendo además toda la responsabilidad
sobre la víctima?
¿Para qué tanto esfuerzo, si las mismas
emisoras que se dan golpes en el pecho luego emiten series donde el
bullying se justifica y se ensalza a los acosadores? Se me viene a la
cabeza cierta serie española donde un chico inteligente, homosexual
y con gafas es el blanco de los ataques de sus compañeros y se
presenta como algo “gracioso y divertido”.
El acoso escolar lo pueden sufrir chicos y
chicas de toda edad, condición, nacionalidad, orientación sexual o
religión; lo pueden sufrir los que sacan mejores notas y también
los que suspenden; los que tienen más carácter y los que menos; las
personas tímidas y sí, psicólogos del mundo: hay gente
extrovertida y sociable que también sufre bullying.
Crear un perfil o estereotipo de víctima de
bullying sólo sirve para seguir lavándonos la conciencia, culpando
a la víctima de su situación, y ocultar la verdadera realidad: que
el bullying en el fondo es una herramienta de control social para
devolver al rebaño a aquellas personas que, por la razón que sea,
no quieren o no son capaces de renunciar a su personalidad y
asimilarse al grupo al que pertenecen; o bien no están por la labor
de seguir al líder tirano de la clase y besarle los pies como hacen
el resto de sus compañeros.
Esa es la razón por la que el bullying se
legitima, se justifica y como hemos dicho antes incluso se fomenta, a
pesar de las hipócritas consignas contra el acoso escolar que todos
lanzan para quedar bien y ser políticamente correctos.
Esa es la razón por la que nunca se tomarán
medidas que combatan este problema de verdad, que consistan en
enfocarse hacia la persona que produce el acoso (y también hacia sus
cómplices) y no hacia la que lo recibe.
Porque en el fondo el bullying es la cruel
forma que tiene esta sociedad enferma de enseñar a los más jóvenes
el alto precio que tiene ser diferente, lo que han de pagar por no
someterse a los caprichos de una autoridad impuesta.
LIBRE PENSADORA
Podéis
leer más artículos de Libre Pensadora en su blog “DESPIERTA
MUÑECA”
No hay comentarios:
Publicar un comentario