DEJÁNDONOS
LLEVAR
La condición humana
sigue deslizándose por el desagüe, sin prisa pero con un constante flujo que se
va amontonando en una profunda cloaca que parece no tener fin.
Es difícil
resistirse a este descenso. Es tan suave y tan confortable que hace dudar de su
verdadero destino. Es un viaje edulcorado y tan bien programado que a veces me
pregunto cómo es posible que muchas personas se intenten aferrar a las paredes
del sumidero tratando de escapar, tratando de llevar otra dinámica de vida mucho
más difícil, mucho más consciente.
Nos gusta
deslizarnos, las recompensas son tan inmediatas que es complicado resistirse.
Tenemos pastillas de la felicidad de todos los colores (literales y
metafóricas) y con las más diversas formas y envoltorios que nos facilitan un
descenso sin apenas rozaduras ni contratiempos.
A simple vista,
parece un viaje barato, el descenso apenas cuesta lo que nos pueda quedar de
dignidad, lo que todavía conservemos de condición humana.
A cambio de
desconectarnos del resto del mundo y de nosotros mismos podemos disfrutar de la
experiencia. A nuestro alcance, miles de productos innecesarios pero
tremendamente atractivos, cientos de relaciones insustanciales y carentes de
emotividad pero con un gran potencial para conseguir pasar el rato sin
necesidad de poner en riesgo ni una pizca de nuestra energía sentimental ni
nuestra intimidad emocional. Cantidad de oportunidades para vivir docenas de
vidas sin movernos de nuestra silla convirtiendo la experiencia virtual en la
verdadera realidad, relegando así al mundo de la ensoñación lo que cada día
acontece a nuestro alrededor, como si tan sólo fuera un espectáculo del que
somos meros espectadores.
Nos gusta
deslizarnos, es comprensible, es tan sencillo que lo preferimos. Lo preferimos porque
lo contrario cuesta, cansa, duele, te convierte en un extraño para el resto, te
hace dudar en ocasiones de ti mismo y de la necesidad de aferrarse para no
caer. Esas dudas nos hacen cometer errores, dar traspiés, sentir la tentación
de abandonar y ser uno más dentro de una masa que se desliza.
No quiero perder el
hilo, antes hablaba del bajo precio a pagar. Estaba convencido de que estaba
usando la ironía puesto que el precio mencionado es altísimo, inasumible diría
yo. Sin embargo, cada vez me sorprende más y más la facilidad que tenemos para
permanecer ajenos. Me sorprende porque permanecer ajenos significa convertirnos
en cómplices de las mayores atrocidades que jamás pudiéramos imaginar,
significa consentir y con ello dar alas a nuestra propia autodestrucción.
Cada vez que nos
deslizamos desagüe abajo damos la razón a quienes justifican el orden
establecido que somete, degrada y mata a millones de seres humanos, a quienes
consideran que cualquier cosa está justificada en nombre de lo que llaman progreso
y que no es otra cosa que una huida hacia delante de los que acaparan la
riqueza material a sabiendas de que eso nos encamina a la destrucción de la
vida (al menos de la humana).
Aferrarse a las
paredes del sumidero es un acto de valentía, debemos ser valientes. A partir de
ahí, es cuando podemos y necesitamos plantearnos cómo empezar a ascender por
esas paredes para salir del hoyo y empezar a vislumbrar ese otro mundo que
tanto anhelamos. Iniciar ese ascenso contracorriente es el verdadero acto revolucionario
que está en nuestras manos. Si de verdad creemos en la posibilidad de ver ese
(otro) mundo y de participar en su creación, es obligatorio iniciar ese
terrible ascenso por las paredes del desagüe, por mucho que nos salpique (que
lo hará) la masa que seguirá deslizándose sin remedio.
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