CARTA DE UN HOMBRE
A SU DIOS
No soy ateo… los dioses existen… lo que
no creo es en un dios único, es evidente que no hay un dios único.
En la antigua Grecia,
Zeus podía vivir en el Olimpo acompañado de otros dioses. Alli estaban Minerva,
Ares, Hera, Poseidón, Hestia, Hades y muchos otros. Más o menos nos
arreglábamos negociando con uno u otro, consultando los oráculos para
saber cómo nos iría en la próxima cosecha, o si debíamos guerrear contra
el vecino.
En Egipto la cosa
pasó más o menos igual, una infinidad de deidades repartiéndose las tareas del
universo, negociando con los hombres, a veces jugando pesadas bromas. Hubo muchos dioses
benévolos, nos trajeron la medicina, las artes, la ciencia, la agricultura…
Cuando salíamos a
luchar, era para rescatar a nuestra esposa, o robarnos la del vecino, o porque
queríamos más tierras… o defendíamos las nuestras.
No digo que la vida
fuera perfecta; pero podíamos entenderla.
De pronto, un día,
llegaste Tu, diciendo que sólo a ti debíamos adorarte. Llegaste con leyes,
mandamientos, exigencias…
Nos dijiste que nos
habías creado del barro y tu aliento, cuando sabíamos que éramos mucho más
antiguos… entonces borraste nuestra memoria…
En tu nombre
marchamos.
En tu nombre matamos
hasta que la tierra se cubrió de sangre y carne violada y torturada.
En tu nombre peleamos
hoy contra nuestros hermanos que te adoran con otro nombre.
Nos has ordenado
exterminarlos… y a ellos les has ordenado exterminarnos a nosotros.
Y hay cohortes de
arcontes y tus súbditos se han vuelto cada vez más ambiciosos y resueltos en su
crueldad.
La gente no recuerda
el pasado… Yo lo recuerdo… Me hice a la mar, después de aquella batalla, con
mis velas quemadas y mi nave rota…mis manos ensangrentadas, mis enemigos
destruidos… y así sigo desde entonces…
Tal vez me reproches
que nunca te he llamado Padre… que no te abrace… que no te ruegue, ni me rinda
cuando el dolor es demasiado profundo.
Soy hijo de Caín… no
me engañas.
Un día perdiste la
calma y ahogaste a toda la humanidad. Los lanzas a unos contra los otros.
Entras a sus hogares vestido de pestilencia y muerte. Animas a los ávidos de
poder y les das las primeras bancas en tu templo.
¿Sabes? Un día me enfrentaré
a ti, cara a cara, y no sentiré amor… sino pánico.
Y esta humanidad… que
pena me da… ¿De verdad quieres que esta sea considerada tu obra? ¿De verdad te
presentarás ante los otros dioses para mostrar lo que has hecho con nosotros?
No te llamaré padre…
sino carcelero… no te llamaré único, sino farsante…
Y un día, cerraré mis
ojos y será para ti el horror… veras como tu cielo estrellado se desvanece y
las praderas se vuelven yermas… de los animales sólo quedarán los huesos y de
tus templos, el polvo.
Todo está alimentado
con nuestra mirada… si dejamos de ver, las estrellas caerán, una a una.
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