¿Y SI TODO FUERA MENTIRA?
Desde luego
sería muy duro admitirlo, significaría aceptar que tu vida es un engaño y gran
parte de lo vivido como propio no sería más que una representación en la que no
has pasado de ejercer un papel secundario.
Crecemos con
toda una serie de concepciones acerca de nuestra vida que de manera
prácticamente involuntaria nos transmite nuestro entorno, sin ni siquiera ser
conscientes de que lo único que consiguen de esta forma es perpetuar esta rueda
interminable. Se nos instruye en la verdad suprema de que nuestra libertad es
incuestionable y que nuestra felicidad es el objetivo máximo al que debemos
aspirar. Ahora bien estos dos conceptos sobre los que se basa la existencia
humana, según se nos enseña, están absolutamente falseados y modelados en
función de los intereses de los que ostentan el poder sobre la sociedad.
La libertad de
la que se nos habla se construye sobre la base de que vivimos en un mundo libre
donde lo que nos sucede es fruto única y exclusivamente de nuestras acciones y,
por tanto, las elecciones que hacemos en nuestra vida condicionan nuestra
existencia. Y es en esta misma base donde empieza a desmoronarse el relato
tragicómico en el que se ha convertido la vida humana, al menos en lo que se
denomina sociedad de consumo que es desde donde yo hablo y vivo.
Nuestra
libertad empieza y termina exactamente donde la norma social nos dicta, una
norma escrita e impuesta por el poder y transmitida a base de un
condicionamiento permanente de nuestra forma de pensar y, sobre todo, de
sentir. En muchas ocasiones hemos hablado sobre el adoctrinamiento y la
manipulación de nuestra forma de pensar a través del sistema educativo, los
medios de desinformación y los productos culturales de masas. Pero todo esto no
podría anclarse tan profundamente en nosotros sin contar con el aspecto
emocional como nexo de unión.
Es cierto que
dentro de la sociedad capitalista se tiende a identificar libertad con
capacidad de consumo y la libertad para elegir entre productos diseñados en su
mayoría para satisfacer necesidades ficticias. Sin embargo, esto queda en la
superficie del mecanismo que sustenta esta posible mentira. Todo eso no es más
que una ilusión creada desde el dominio que ejerce el sistema sobre nuestra
manera de sentir.
A través de un
condicionamiento masivo ejercido durante años han conseguido crear un eje de
coordenadas emocional basado en la supremacía absoluta del ego, un ego
manipulado y ensalzado de tal manera que queda reducido a la siguiente
sentencia: “estoy por encima de todos y de todo”. De esta forma este ego se
convierte en egoísmo (ese sufijo -ismo que indica la cualidad superlativa del
concepto). Al conseguir esto, se consigue que el eje de coordenadas emocional
se fije con el único objetivo de satisfacer esa necesidad de agrandar el ego y,
sobre todo, de hacérselo saber al resto. Esto implica de forma directa el fin
de la capacidad de empatizar con el otro, de ponerse en su lugar y de aunar
esfuerzos para alcanzar un objetivo colectivo.
Así hemos
pasado de un mundo emocional centrado en la manada, en el grupo, la familia
amplia... a otro donde nada importa más allá de uno mismo. Unas emociones
absolutamente modeladas en todos los aspectos por un sistema social, que
necesita del aislamiento antinatural que esta forma de sentir conlleva para
poder funcionar a toda máquina. Este moldeamiento implica cambiar nuestros
sentimientos y darles un nuevo significado.
Así fue
necesario restringir muchas de las experiencias emocionales que caracterizan la
condición humana, para lo que se impuso una nueva noción del amor, quedando
recluido el amor universal como algo vergonzoso y, al tiempo, se sustituyó por
esa idea del amor romántico, individualizado y absolutamente maleable que tanto
daño hace en la construcción de los sujetos. También se modificó la noción de
amistad hacia una absolutamente superficial, puesto que lógicamente al no poder
universalizar el amor ya no era posible alcanzar ese nivel de empatía necesario
para establecer verdaderos lazos de camaradería, llegando a la aberración
actual por la que consideramos que la forma de tener y mantener amistades es a
través de redes sociales (concepto perverso hasta en el nombre y que no es
ajeno al tema que estamos tratando porque ningunea de una forma brutal lo que
verdaderamente son redes sociales, es decir, grupos de personas apoyándose y
ayudándose por el mero hecho de reconocerse como iguales).
Esta forma de pensar
y sentir nos lleva a ser absolutamente irresponsables de y con todo lo que nos
rodea y sucede. No podemos olvidar que nuestro objetivo es la felicidad propia
y esta forma de sentir nos hace ser ajenos a las consecuencias que pueda tener
nuestra búsqueda para alcanzar esta meta.
Con este mapa
emocional y de raciocinio nos enfrentamos a la vida en este mundo libre en el
que creemos elegir nuestras opciones con la absoluta certeza de hacerlo sin
ningún condicionamiento, sin querer ver que las opciones están marcadas y que
las elecciones carecen de sentido, puesto que todas nos llevan en la misma
dirección, a saber, en la dirección del enaltecimiento del ego y por tanto de
la servidumbre, a un sistema desintegrador de la esencia humana. Los estudios,
el trabajo, las amistades, la pareja… todo, absolutamente todo viene
condicionado por el papel que nos tiene reservado el modelo social y el cambio
de paradigma emocional tan sólo sirve para reforzarnos y reconfortarnos ante
esas (falsas) elecciones, haciéndonos sentir que son las mejores para nosotros
y para la imagen que tratamos de proyectar hacia el exterior, lo que resulta de
vital importancia porque sirve para retroalimentar nuestro ego y facilitar la
asunción de la mentira.
No somos
libres, la felicidad no es posible en el plano individual. Es tan sólo una
mentira más, una de las fundamentales si se quiere, de esta vida en la que
creemos ser la causa de todo lo que nos sucede cuando apenas alcanzamos a
comprender que vivimos atados de pies y manos a unas creencias emocionales y
morales que nos vienen impuestas y contra las que poco podemos hacer si no
empezamos por admitir la falsedad en la que vivimos.
Creemos a pies juntillas
que el ideal es trabajar en algo que nos guste, como si el mero hecho de la
rutina laboral y la necesidad del salario no convirtiera cualquier empleo en
algo abominable y que acaba por derrotarnos como personas. Admiramos a aquellos
que dicen seguir sus ansias de libertad y abandonan su rutinaria vida por una
llena de nuevas emociones cuando en el fondo aquello que admiramos no es más
que una huida hacia adelante por la insoportabilidad de la realidad. Soñamos
con poder realizarnos como personas sin siquiera pararnos a pensar en qué
significa eso.
Siempre
partimos de la misma base: yo. Pero ¿quién soy yo sin el resto? El sistema lo
tiene claro, yo soy nada y en la nada debe sustentarse mi vida.
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