EL OCASO DE LOS DIOSES
Hubo
un punto en mi vida cuando la perspectiva de mi mirada cambió, el
heroísmo se tornó vano y el universo repugnante.
Siempre
tuve consciencia de que algo raro sucedía en este planeta. Mucho
antes de la adolescencia, extrañaba mis poderes y soñaba que volaba
por encima de ciudades y bosques. Por las tardes, cuando el Sol se
colaba por entre las roturas del toldo del patio, veía las muescas
de polvo flotando como planetas habitados.
Más
tarde me sentí llamado al idealismo, a querer cambiar el mundo; pero
los discursos de izquierda, derecha y centro me sonaban banales y
vacíos.
Me
enfrenté al cura del barrio, a los cipayos del Ejército
Revolucionario del Pueblo, a los profesores y a todos los que
representaban autoridad y entendimiento.
Pasé
por cuanta logia y escuela esotérica encontré en mi camino. Viajé
a voluntad por el astral, hice curaciones, me defendí de ataques,
cometí graves errores, fui iniciado como siddha en el astral…
Una
noche mi consciencia se separó de mi cuerpo, pero no fue al plano
astral. Se elevó hasta un nivel donde no había nada, excepto una
sensación de absoluta plenitud. No podría describirlo de ninguna
forma, sólo sé que cuando una fuerza me jaló hacia mi cuerpo, me
resistí y mientras el arconte, con dulce voz de mujer, me daba
explicaciones de por qué debía volver, ingresé a un lugar negro y
gelatinoso, algo así como lejía o petróleo… ese lugar era mi
cuerpo.
He
sentido que todo aquí es repugnante, que me alimento de cadáveres
de animales y plantas, mi cuerpo los procesa y los elimino en
repugnantes heces. Que mis órganos de placer están unidos o
cercanos a los de deposición. Todo son olores, fluidos y muerte.
Hasta
el aire me sabe sucio y difícil de respirar.
Esto
no es poesía amarga. Mi espíritu increado está muy lejos de aquí
y la repugnancia que él siente, llega hasta mi ego.
Ya
no me valen los poderes, ni los rituales mágicos, ni cenar con los
dioses en el Walhalla…
Sentado
en silencio a orillas del mar, sentí el espíritu poderoso de las
aguas y supe que sus olas eran lágrimas que lloraban reclamando
libertad.
Y
veo a los que matan animales, a los que torturan, a los que asesinan
en las guerras, a los que cosechan, a los que rezan, a los que visten
arrogantes hábitos, religiosos y masones, a los que escriben
creyendo que están salvados, a los que sus egos les impiden ver que
no están por encima de nadie… asco y horror…
Me
vienen a ofrecer cargos, grados, certificados… a engañarme y
ensalzarme… me disfrazan de director, de maestro masón, de sensei
de artes marciales…
Participo
en guerras en el cielo. Son sólo recuerdos de mi verdadera muerte:
cuando perdí mi libertad.
Después
de eso fui vikingo, samurái, noble europeo. Dormí con mis amantes y
mis esclavas. Hice correr la sangre de mis enemigos, vague por el
frío Mar del Norte… siempre buscando… buscando algo que creía
encontrar en la piel de mujeres.
Hasta
que el asco me alcanzaba… y una nueva muerte… y un nuevo engaño…
y de nuevo llorar en los brazos de mi madre…
Pero
cómo luchar contra el Gran Engañador, que luce las túnicas de los
grandes dioses, que ha sido Zeus, Brahma, Yahvé y Allah. Cómo
luchar contra el que ha aprisionado más espíritus que nadie y los
ha puesto en baños de sangre y venganza sólo para satisfacer su
hambre de oscuras pasiones.
Da
terror sólo pensar en su mano cruel, en lo que es capaz de hacer.
Sin
embargo, cometió un gran error: aprisionarnos.
Pues,
no tenemos nada que perder, la muerte no existe y esta prisión es la
peor. Sólo nos queda luchar y ayudar a otros a despertar para que se
agreguen a la lucha.
Llegará
el tiempo del pralaya, cuando todos los espíritus increados nos
lancemos con espadas de fuego en contra de ti… señor de los
ejércitos… llenos estarán los cielos y la tierra de tu
arrepentimiento…
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