VIDA, INCOMPATIBLE CON UN UNIVERSO HOLOGRAFICO
Cuando nos enfrentamos a una
experiencia extrasensorial, sea propia o ajena, es muy raro que no
nos marque para siempre, es algo que se sale, no solo de lo común,
sino que se sale de los paradigmas para los que hemos sido educado y
programado. Da igual el cómo o el por qué, el caso es que siempre
hay un antes y un después, es algo que de algún modo nos
transforma y es sin duda para siempre.
Personalmente en estos últimos años
he tenido la oportunidad de acceder no solo a las experiencias
propias, sino también a las compartidas por otros que al igual que
yo, o bien lo buscaban o se lo encontraron irremediablemente. En
ambos casos tuvieron que lidiar con el shock que rompe todas tus
creencias de un solo golpe, y que por mucho que te cuenten no acabas
de comprender del todo, también te ves en la vicisitud de no poder
expresar con claridad esa experiencia por lo que queda aún más en
lo subjetivo, aun a riesgo de no solo no ser comprendido, sino de
ser tomado por loco.
Si
entrar a debatir qué hay o qué
encuentras, qué sensaciones vives y como te cambia. Excluyendo el
modo o la situación, si esta llego de forma natural o fue buscada a
través de sustancias, concentración, meditación, etc… querría
centrarme en la base, en lo que acaba de fondo de todo esto.
Si bien la mayoría de las
experiencias suelen ser reveladoras, y cambian nuestra forma de
percepción ante la vida y ante las situaciones futuras, nuestra
forma de relacionarnos y nuestra forma de concebir ciertos conceptos
cambian de forma radical y se podría decir que la persona acaba
pasándolo todo a través del tamiz de esa experiencia.