11.1.18

Décadas perdiendo nuestro contacto con la esencia que nos hace humanos

EL PRIMER PASO ES IDENTIFICAR EL PROBLEMA                   

El gran problema del mundo en estos momentos, no es la corrupción y la criminalidad desmedidas de las élites financieras y de sus obedientes esbirros del mundo de la política; no son las guerras, ni el hambre, ni el terrorismo (incluidas las innumerables operaciones de falsa bandera), ni el desequilibrio entre los que lo tienen casi todo y los que no tienen nada; ni tampoco la proliferación de las superbacterias, ni el cambio climático o algo que se le pueda parecer, ni tan solo la amenaza de un asteroide que se lo cargue todo.

El auténtico gran problema al que se enfrenta el mundo en estos momentos, es el deplorable estado mental de la mayoría de la población mundial, especialmente en los países occidentales y más acomodados.

Y decimos que este estado mental generalizado es el principal problema, porque básicamente, es el que nos impide enfrentarnos a todos los otros problemas que hemos enumerado anteriormente.

Estamos inmersos en un estado de hipnosis colectiva, de conformismo rayando en lo servil, de pasotismo ante los abusos constantes, incluso cuando los experimentan los ciudadanos en sus propias carnes y pueden identificar a los abusadores con nombres y apellidos.
Vivimos en sociedades enfermas, pobladas por muertos vivientes, con una falta total de rebeldía, tanto a nivel colectivo como individual.

Se apagó el fuego de las luchas obreras, de la lucha por los derechos de la mujer o de la lucha por los derechos raciales; las luchas por la justicia y la igualdad social, de cualquier colectivo.


Solo quedan protestas cosméticas con voces apagadas y siempre pidiendo permiso para no molestar.

Ya no hay ese fulgor en la mirada de los que deberían luchar por sus derechos y por el futuro de sus hijos y que procede siempre de la dignidad herida.

Solo hay el pasotismo del que espera que aquellos que más le desprecian, le solucionen los problemas a cambio de meter una ridícula papeleta en una urna cada 4 años.

Tenemos más posibilidades y más herramientas que nunca para conectar con el resto de personas y organizarnos por nosotros mismos sin el permiso de nadie; más posibilidades que nunca para luchar por lo que queremos y para expresarnos libremente; pero esas herramientas maravillosas, empezando por Internet, no sirven de nada, porque nuestro estado mental de hipnosis colectiva, las convierte en algo inútil: la mayoría las utilizan para hacerse selfis y compartir su profunda estulticia con los demás, a cambio de la insulsa dosis de dopamina ofrecida por unos pocos likes.

La proliferación de películas de zombis de estos últimos años, quizás eran un reflejo inconsciente de lo que está sucediendo a escala social, en este mundo cada vez más globalizado.

Parece como si las mentes de los creadores hubieran bebido de una suerte de inconsciente colectivo y hubieran plasmado en imágenes aquello que todos intuimos y experimentamos en nuestro interior y que no sabemos traducir en palabras.

Es como si una vocecita en nuestro interior, enterrada por toneladas de escombros culturales, chillara tratando de despertarnos, para advertirnos del camino de autodestrucción en el que estamos inmersos…pero no sirve de nada.

Estos últimos años, hemos podido ver con impotencia como crecía la represión hacia nuestras libertades más básicas, avanzando como un bulldozer sin que nadie haya movido apenas un dedo (y no, mover el dedo en la pantalla del móvil, no cuenta).

Desde el 11-S de 2001 y las políticas de control masivo que le han seguido, nuestras libertades sociales no han parado de recortarse, día tras día, sin que nadie pestañee, y siempre justificando el siguiente atropello bajo el pretexto de la seguridad.

Y hemos llegado a un punto en que no importa que la gente sepa que muchos de los atentados terroristas son operaciones de falsa bandera, o que sus gobiernos les roban y les mienten, o que sus dirigentes venden armas o hacen negocios con los mismos regímenes criminales que después promueven los ataques terroristas en su suelo y contra sus conciudadanos.

Cualquier noticia o revelación, se ha convertido en poco más que un artículo de consumo.
En el imaginario popular, no hay ninguna diferencia entre el efecto que provoca una noticia escandalosa que debería indignarnos hasta incendiar las calles y el capítulo de una sitcom: el consumidor lo ve, reacciona acorde con lo que ve mientras dura la noticia y después la borra de su memoria, como quien olvida un capítulo de “Big Bang Theory”.

Pero lo realmente grave, es que lo que estamos perdiendo va mucho más allá de las libertades relativas a los derechos sociales, políticos o económicos.

No estamos ante un fenómeno reciente y nuestra pérdida de libertad, no se circunscribe a las decisiones políticas tomadas estos últimos años, bajo el epíteto de “la lucha contra el terrorismo”.

Llevamos décadas perdiendo libertad como individuos y sobretodo, perdiendo nuestro contacto con la esencia que nos hace humanos y nos conecta con nuestros instintos más básicos, aquellos que nos abren la puerta a la dignidad individual y a su expresión en forma de rebeldía y lucha por nuestros derechos.

Estas últimas décadas hemos perdido enormemente como personas, sin que ni tan solo nos hayamos parado a pensar en ello.

Pondremos unos ejemplos que la gente de más edad comprenderá mejor que nadie.
Los que fueron niños hace 20, 30, 40 o 50 años lo sabrán: ¿recuerdan ustedes como podían salir y jugar en la calle con otros niños, sin la paranoia y el nivel de vigilancia que existe en la actualidad?

¿Recuerdan cuando se despellejaban las rodillas jugando, sucios hasta las cejas, sin que ello representara un peligro de “infección mortal inmediata” que necesitara de desinfectantes o productos farmacéuticos?

Si, se ve que hubo un tiempo no muy remoto, en que los niños aún tenían un sistema inmunitario y su interaccíon con las bacterias presentes en su entorno y en la propia naturaleza, no implicaba una “amenaza de muerte” como ahora, sino todo lo contrario: la posibilidad de que su cuerpo aprendiera a luchar y fortalecerse.

¿Recuerdan cuando los niños sabían lo que era un pollo, un cerdo, una cabra o una vaca, sin que se lo tuvieran que enseñar en cuentos o escuchar su canto grabado en un juguete de Playskool?

¿Recuerdan cuando podían divertirse jugando con cuatro piedras, o con una tiza, o con una pelota o unos soldaditos de plástico y no necesitaban consolas de videojuegos de última generación que imaginaran por ustedes?

Sí, hubo un tiempo no muy remoto, en que los niños reían, saltaban y correteaban y siempre encontraban alguna diversión, sin tener que estar sentados ante una pantallita.

¿Recuerdan cuando los niños inquietos que no podían estarse quietos porque les sobraba la energía, eran calificados simplemente de “traviesos” o “terribles” y eran castigados sin merienda y no corrían el peligro de que apareciera un cretino que les diagnosticara transtornos inexistentes como el TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad)?

¿Recuerdan cuando los niños se peleaban, se arrojaban piedras, se partían la cara y había abusones, pero no había acosos enfermizos y crueles tipo bullying?

¿Recuerdan cuando los niños y las niñas jugaban a “papas y mamás” o a “los médicos” y descubrían por si mismos los principios de su sexualidad sin que tuviera que venir un psicólogo o les tuvieran que dar asépticas clases de educación sexual? ¿Recuerdan cuando lo descubrían todo por sí mismos y no a través de pornografía en Internet, distorsionando su visión del sexo para siempre?

¿Recuerdan cuando las familias podían ir a una playa sin encontrarse con miles de turistas descerebrados atiborrándolo todo? ¿Cuándo aún existían pequeñas calas y playas ocultas y no masificadas, libres de construcciones que destruyeran el entorno?

¿Cuándo aún había bosques que llegaban a pie de playa y no solo moles de cemento en forma de chalets o rascacielos? ¿Cuando llegaba el verano y la gente no necesitaba un anuncio televisivo pagado con dinero público, que le aconsejara beber agua para no deshidratarse, porque todo el mundo, incluidos el gato y el perro, ya tenían el suficiente sentido común como para saberlo por natural?

¿Recuerdan cuando se podía ir al bosque sin encontrarlo lleno de colillas, latas, bolsas de plástico y basura? ¿Cuándo la gente era capaz de ir de picnic, e incluso hacer fuego en una área boscosa sin provocar un incendio forestal, porque los rebaños de cabras habían hecho limpieza del sotobosque de forma natural?

¿Recuerdan cuando podían subir a un tren sin tener que pasar por controles de seguridad, tornos, lectores de billetes electrónicos y el escrutinio de miles de cámaras y tipejos uniformados escrutándoles como si fuera un general?

¿Recuerdan cuando podían repararse sus propios coches o trucarse sus propias motos en el sótano de sus casas sin tener que pasar mil y una inspecciones?

¿Cuándo podían levantar una pared o un porche en sus terrenos, sin tener que pedir permiso al ayuntamiento porque esa era su propiedad y sin temer que pasaran aviones de vigilancia a inspeccionar las obras que ustedes hacían en sus propias casas, para poder saquearles mediante impuestos y sanciones destinados a los bolsillos de cuatro ladrones?

¿Recuerdan cuando los jóvenes podían pedir un trabajo en una tienda, un taller o incluso en una editorial, sin verse obligados a presentar un currículum que demostrara que habían estudiado mil idiomas y que tenían 10 años de experiencia?

¿Cuándo las personas aprendían oficios o profesiones sin tener que estudiar antes mil y una cosas inútiles para sacarse títulos innecesarios que nada tienen que ver con sus aptitudes profesionales?

¿Recuerdan cuando antes de ir a la cama no necesitaban consultar compulsivamente la pantalla de un móvil o pasarse 3 horas ante la TV, como si fuera un ritual de vida indispensable?

¿O cuando podían comer con sus familiares sin que hubiera la pantalla de la TV hablando por ustedes?

¿Recuerdan cuando las frutas y las verduras eran de temporada y tenían sabor de verdad, cuando el pan olía a pan y cuando podían tomar cualquier producto sin que estuviera envasado, plastificado y desinfectado hasta convertirlo en un amasijo de materia sin sabor y repleto de colorantes industriales?

Y podríamos seguir así durante horas.

Les haré una confesión: yo no he vivido nada de todo eso. Solo los últimos estertores de ese mundo que ya hemos destruido. Pero aun así, soy consciente de lo que hemos perdido.

Es cierto: ese pasado estaba lleno de oscuridad, de incomodidades, de atrasos culturales, de prejuicios horribles y discriminaciones, de terribles injusticias y de males y abusos silenciados por la hipocresía y la falta de libertades sociales, especialmente en países tradicionalmente abonados al atraso cultural y social como España.


De ninguna manera estoy diciendo que todo lo pasado fuera mejor, ni mucho menos.
Esa actitud corresponde a los ancianos y a los retrógrados enfermizos que odian cualquier avance que no puedan comprender y que se aferran ciegamente a cualquier pasado en el que aún tuvieran erecciones.

No pretendo hacer un recordatorio nostálgico de presuntos “tiempos mejores”, sino solo una rememoración de las cosas que hemos dejado perder innecesariamente.

Quizás nos deberíamos preguntar: ¿realmente hemos progresado, si nuestro presunto progreso tecnológico y social ha acabado con tantas cosas que nos conectaban con nosotros mismos, con nuestros instintos y con la naturaleza?

¿De verdad es incompatible el avance tecnológico y social con conservar aquello que teníamos de bueno, eliminando solo lo que nos impedía mejorar como sociedad o crecer como individuos?

Porque es eso: avanzar, progresar, significa MEJORAR.

Aprovechar los avances para poder ser más libre.

En cambio nosotros somos menos libres como individuos. Estamos más controlados y somos aún más dependientes de artefactos externos de lo que lo éramos antaño.
Y necesitamos permisos del estado hasta para mover un dedo.

Cuando pierdes la esencia de lo que eres, la chispa de la vida, el contacto con tu instinto y sobretodo gran parte de tu libertad, no has progresado en absoluto: solo has destruido lo bueno que tenías.

Sí, hemos conseguido grandes avances, pero hemos perdido aspectos esenciales de nuestras vidas.

Fíjense.

La medicina ha avanzado enormemente y podemos curar muchas enfermedades que antes eran letales; pero las superbacterias proliferan y los sistemas inmunológicos de las personas se debilitan.Nuestros cuerpos no saben defenderse por sí mismos sin antibióticos o porquerías químicas.

Si hubiéramos progresado correctamente, podríamos tratar todas estas enfermedades antes incurables, y a la vez no ver como proliferan las superbacterias y se debilitan los sistemas inmunológicos.

Vivimos una crisis de masculinidad, con una creciente cantidad de hombres con un esperma débil y mujeres infértiles.

Sin hablar de la proliferación de trastornos sexuales que afectan a cada vez más gente, especialmente a los hombres.

Tenemos más libertad sexual que nunca, pero tenemos más trastornos y adicciones que nunca para no poder disfrutarla.

¿Qué sentido tiene todo esto?

Y como decíamos antes, sobretodo tenemos mucho más acceso a la información y más capacidad que nunca en toda la historia para intercambiarla los unos con los otros…y sin embargo, la mayoría de la población sigue siendo tan o más idiota que antes y mucho más sumisa y conformista, especialmente las clases medias y trabajadoras.

No importa en absoluto que la mayoría de la población ya no sea analfabeta, o que muchos incluso tengan estudios.

Siguen votando, adorando u obedeciendo servilmente a los mismos líderes que les roban el pan y el futuro, como lo hacían los analfabetos de hace 50 años.

¡En países como España, la misma masa servil e idiotizada, sigue votando a los mismos que ya gobernaban durante la dictadura!

Con el agravante de que antes, el “tonto del pueblo” era tratado como tal, y ahora, los “tontos del pueblo” se hacen ricos saliendo en las televisiones y son convertidos en ídolos de masas.

Lo tenemos todo para ser más libres y más creativos que nunca y en cambio, somos más esclavos y más dependientes de las cosas que poseemos y de las élites más poderosas.
Si tenemos los instrumentos necesarios para ser más libres y no lo somos, lo que falla no son las herramientas, sino nosotros mismos.

Nuestra brutal pérdida de libertad, solo es explicable por ese estado mental pasivo y conformista, casi servil.

Y ese estado mental solo se explica por la pérdida de nuestros instintos y de nuestra esencia como seres humanos.

De momento, nuestras mentes ya son asépticas y están perfectamente esterilizadas.

Pronto naceremos envueltos en una bolsa de plástico…

https://elrobotpescador.com/2018/01/09/el-primer-paso-es-identificar-el-problema/

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