21.5.18

El problema global de la violencia, se tergiversa y usa para la política de género

LO QUE LA POLÍTICA DE GÉNERO ESCONDE (3ª parte)

Actualmente, los espacios informativos de todos los medios de comunicación suelen abrir con noticias de gran impacto negativo, y en este sentido aprovechan ampliamente todos los casos de asesinato de una mujer, lo que se califica como violencia de género o violencia machista. ¿Es esto algo nuevo y alarmante, una lacra insoportable para la sociedad? No quiero en modo alguno minimizar los hechos ni su gravedad, desde un abuso o maltrato (ya sea físico o psicológico) hasta llegar al asesinato o al suicidio. Pero la historia nos dice que por desgracia esos hechos siempre han estado presentes en la vida conyugal o doméstica en todas las culturas, y tanto del hombre hacia la mujer como de la mujer hacia el hombre. Hace unas pocas décadas tales crímenes se consideraban “pasionales” o “conyugales” y salían esporádicamente en las noticias de sucesos. Por supuesto, el motivo de tales asesinatos no tenía que ver con el sexo de las personas, sino con cuestiones de celos, infidelidades, dinero, separaciones, disputas personales, drogadicciones, venganzas, desequilibrios psíquicos, y un largo etcétera. Esto lo entendía todo el mundo.

Sin embargo, desde hace unos 20 años, y coincidiendo con el auge de los fenómenos ya citados del activismo gay y el feminismo, esa “antigua” violencia conyugal o de pareja fue rediseñada política e ideológicamente a nivel global para crear un determinado estado de opinión social, acompañado de una difusión masiva de nuevas conductas. De repente, cualquier episodio de maltrato –ya no digamos asesinato– del hombre hacia la mujer pasó a un primer plano mediático y se creó un clima de grave alarma social. Al mismo tiempo, la violencia de todo tipo de la mujer hacia el hombre (física o psicológica) simplemente desapareció del mapa; dejó de existir. A modo de ejemplo, véase que la propia administración en España desde 2007 dejó de contabilizar en sus estadísticas los asesinatos de hombres, incluyendo los cometidos por sus parejas femeninas. Asimismo, tampoco existen, oficialmente, los actos de violencia o abusos entre parejas del mismo sexo. En otras palabras, estamos ante la negación de la realidad social, que es sustituida por la realidad del Gran Hermano.

El caso es que desde ese momento se dejó de hablar de crímenes conyugales y se pasó a hablar de violencia de género; esto es, del “género” masculino (y sólo heterosexual). Véase una vez más la maniobra manipulativa del lenguaje: es el género masculino el que maltrata y mata. La mujer es la sufridora y la víctima; esto es, es el hombre –por el solo hecho de ser varón– el que mata a la mujer “por ser mujer”. De este modo, se ha creado un estereotipo de hombre caracterizado por la agresividad y bestialidad propia de los “machos”, frente a la inocencia y pureza de las mujeres. En resumidas cuentas, el actual concepto de violencia de género da por hecho que hombre (heterosexual y tradicional) es sinónimo de control, posesión y finalmente violencia sobre la mujer. Como consecuencia de esto, se ha instalado un enorme sentimiento de culpa en muchos hombres por el hecho de ser hombres y por querer tener relaciones con las mujeres.
Pero todavía se ha retorcido más el asunto, al llegar actualmente al término de violencia sexista o machista (incluso he llegado a oír la expresión terrorismo machista). Vamos a ver, que yo recuerde, “machista” era el hombre que tenía actitudes arrogantes, prepotentes y de superioridad hacia las mujeres, pero no necesariamente despectivas ni mucho menos violentas. Era un modelo de cultura patriarcal y sobreprotectora de la mujer, muy tradicional en nuestra sociedad (y más marcada en las culturas islámicas, por ejemplo), que incluso era compartido por algunas mujeres. En realidad, estaríamos hablando de patrones de conducta heredados desde hace siglos, no de rasgos propios de uno u otro sexo. En todo caso, el machismo, tal como se entendía convencionalmente, nunca mató a ninguna mujer, ni ahora tampoco. Podemos discutir y criticar tales conductas cuanto queramos, pero del machismo al maltrato y al asesinato hay un trecho enorme. Las causas subyacentes de los abusos o asesinatos –que ya hemos citado– son básicamente las mismas que hace décadas o siglos, y pueden aplicarse tanto a un sexo como a otro.
En todo caso, esta táctica del lenguaje ha sido muy hábil porque el siguiente paso será saltar directamente a la “violencia masculina”, identificando lo machista a lo masculino en general, metiéndonos a todos los hombres en el mismo saco. O sea, tener actitudes masculinas (o viriles) hacia la mujer será considerado machista, y de ahí a criminal directamente. Con ello llegamos a los mensajes subliminales de gran potencia: los hombres tradicionales son unos trogloditas que sólo quieren explotar, someter y vejar a las mujeres. En cambio, los homosexuales no molestan a las mujeres; antes bien, son como ellas: modernos, libres, sofisticados, sensibles, etc. ¿Lo van pillando?  La legislación sobre la violencia de género 

Tengo que confesar que escribir sobre esta cuestión del género me produce asco, repulsión y náusea, pero donde las cosas ya superan todo lo imaginable es en la política legislativa implantada por los estados (bajo órdenes superiores de los amos del mundo) sobre la violencia de género y muy especialmente en el caso de España, que es la campeona en esta materia. Vamos a diseccionar los hechos, a presentar datos y realidades, y luego que cada cual extraiga sus conclusiones.
Sólo a modo de introducción, cabe señalar que desde 1944, bajo mandato franquista, existían unas circunstancias agravantes que velaban por la especial protección de las mujeres en caso de violencia, por su propia condición femenina (supuestamente en una posición de natural indefensión). Esto fue abolido por los socialistas en los años 80 al considerar que el estado no podía atribuir a las mujeres un papel de inferioridad o incapacidad, como si fueran niños que necesitaran de una protección especial y constante. Esto cambió radicalmente a finales de 2003 con la aprobación de la Ley de protección integral en contra de la violencia de género, que ha sido muy recientemente actualizada y ampliada, con el consenso de todas la fuerzas políticas parlamentarias. Hace unos años el partido Ciudadanos intentó tímidamente proponer un cambio de orientación de dicha ley, igualando la violencia de uno y otro sexo y equiparando las penas. Apenas hecha la propuesta, les saltaron a la yugular desde todos los ámbitos institucionales y los medios de comunicación y, lógicamente, recularon de inmediato.
Para los sucesivos gobiernos, el despliegue de esta ley ha sido uno de los pilares de la política de género y un elemento clave en toda su política social. Actualmente existen en España nada menos que 106 juzgados específicos para tratar de la violencia de género; es decir, sólo para juzgar a hombres, pues esta legislación presupone tres hechos básicos: 1) que sólo es el hombre el que tiene conductas agresivas y violentas contra su pareja femenina; 2) que dichas conductas son intrínsecas del varón (como si fuera algo genético e insalvable, parte de la propia naturaleza masculina), y 3) que la agresión o crimen se comete sobre la mujer por el solo hecho de ser mujer. En suma, la filosofía que sustenta la ley es que todo hombre –por ser hombre– es un potencial agresor, maltratador, violador o asesino, y que su mortal enemigo es la mujer.
Por consiguiente, la violencia de género sólo funciona en un sentido y la mujer es siempre la víctima que debe ser protegida y reivindicada por el estado. Como ya he apuntado antes, se elimina la posibilidad de la “maldad” en la mujer o en las personas homosexuales con sus parejas. Así pues, cualquier caso de violencia ejercida hacia el hombre por su pareja queda enmarcado en el apartado de la llamada violencia doméstica u otras categorías, con un tratamiento penal distinto y más leve. Pero con la nueva versión de la ley, ya no sólo se habla de violencia de género en el ámbito de la pareja o el entorno doméstico, sino que cualquier agresión a una mujer por parte de un hombre –sin que haya relación entre ambos– será considerada violencia de género. Por lo tanto, estamos en un escenario en que todos los crímenes contra mujeres lo son por razón sexista (“machista”) y como tal han de ser tratados y contabilizados por el estado.Aplicación y efecto de la violencia de género 

La ley española sobre violencia de género ya lleva más de una década de aplicación y ha instaurado un escenario de total discriminación y persecución del varón, por encima de la realidad de los hechos, con una serie de lesivas medidas preventivas (antes de juicio o de cualquier resolución) y posteriores a la sentencia, incluso aunque el hombre haya resultado absuelto. Por simplificarlo en un escenario típico, ante una disputa entre hombre y mujer, ésta puede denunciarlo y forzar el encarcelamiento preventivo de su pareja durante tres días aunque no haya pruebas aparentes de violencia. El hombre carece de presunción de inocencia y la palabra de la mujer es tomada como verdad indiscutible. De inmediato, con la denuncia en la mano,
la mujer puede pedir al estado una pensión de 400 euros mensuales durante 11 meses, que será mantenida aunque luego se pruebe que la denuncia era falsa. Asimismo, podrá disponer de vivienda a precio reducido o incluso se le facilitará una gratuita, o estará exenta de pagar la Universidad. Además, tampoco abonará nada por las costas del juicio, que van a cargo del estado. Entretanto, el hombre pasará a engrosar una lista de “delincuentes sexuales”, aunque finalmente sea exculpado de las acusaciones.
Por supuesto, ante estas denuncias, el varón ya se puede ir despidiendo de la custodia de los hijos (ni siquiera compartida), aunque hay que reconocer que el hecho de conceder la custodia a la mujer en casos de separación o divorcio se va extendiendo como una costumbre fuera de discusión. Pero incluso cuando hay custodia compartida y un padre reclama legalmente ver a sus hijos, a los medios de comunicación les falta tiempo para montar escenas de drama, injusticia y reivindicación ante unos niños arrebatados a su madre por la fuerza.

Sin embargo, poco o nada se dice ni se hace en las situaciones en que es el hombre la víctima de una agresión (física o más habitualmente psicológica). Sólo a efectos de mostrar el impacto de paranoia de género, incluyo a continuación el testimonio de una persona afectada, con todo el drama personal que ha tenido que acarrear. Un hombre llamado Manuel, residente en Valencia,
explicaba lo siguiente:

“Yo tenía una familia, mi mujer y mi hija, eran todo para mí. Mi esposa fue maltratada desde pequeña y siempre tuve miedo de que reprodujera conmigo lo que había aprendido. Y así fue, años y años de peleas, gritos, insultos, acusaciones falsas, patadas bajo la manta y burlas. Nunca era suficiente y nada era del todo bueno. Yo nunca me fui por mi hija, tenía miedo de que creciera con una imagen equivocada de su padre. Sin embargo, un fin de semana tuvimos una discusión muy fuerte y mi mujer me pegó. Mi reacción fue denunciarla porque me dije que si lo permitía una vez, volvería a ocurrir. Y a pesar, de ser yo la víctima, tuve que abandonar mi hogar y dejar a mi hija.”
Casos como éste revelan que los hombres también son objeto de esa violencia y que normalmente no se atreven a denunciar por el ridículo (o el qué dirán), por no destruir el entorno familiar, por carecer de asesoría jurídica apropiada o por simple debilidad o complejo de culpa frente a la mujer. Lo peor es que el número de suicidios de varones a causa de esta problemática ha llegado a constituir un 70% del total de suicidios.

Aparte quedarían los casos de asesinatos de hombres a manos de sus mujeres, que si bien en un pasado reciente eran inferiores a las cifras inversas, tampoco estaban muy lejanas, pero –como ya se apuntó– tales datos han desaparecido de las estadísticas oficiales desde hace una década. Con todo, recurriendo a datos oficiales del Ministerio de Interior, podemos saber que en 2017 las mujeres cometieron 22 asesinatos u homicidios y 37 tentativas de asesinato u homicidio, la gran mayoría en el ámbito doméstico/familiar. No obstante, y con el apoyo incondicional de los medios, el poder sólo expone la brutalidad masculina día sí y día también a través de casos de maltrato y asesinatos, así como de violaciones, como el reciente caso de “la manada”. Por supuesto, como cualquier persona en su sano juicio comprende, se trata de situaciones muy duras y terribles, pero totalmente esporádicas y puntuales en el conjunto de la población. Es una táctica utilizada una y otra vez por los manipuladores en varios asuntos: se toma el todo por la parte, y se magnifica cuanto sea necesario. En este caso, se masculiniza el problema y así se justifican las medidas draconianas. En suma, en vez de afrontar el problema global de la violencia, se lo tergiversa y utiliza como estandarte de la política de género.
Por otra parte, para ir adoctrinando a los jóvenes se montan campañas públicas y mediáticas para denunciar el acoso del varón hacia la mujer (¡pero nunca al revés!), en temas como las llamadas insistentes al móvil u otras conductas obsesivas, que pueden ser perfectamente propias de los dos sexos. Y ya a estas alturas se está llegando a la paranoia de que los besos robados, los piropos, etc. pueden constituir “acoso sexual” a las mujeres y deben ser denunciados. Del mismo modo, cualquier insulto o palabra fuera de tono, o incluso no dejar ver a la mujer un programa de TV puede ser considerado “violencia de género”. Sin comentarios …
Xavier Bartlett
(Visto en
https://somniumdei.wordpress.com/)

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