11.6.18

¿Hasta cuándo estirar los experimentos antes que el laboratorio se incendie?

SUECIA, LABORATORIO DEL NUEVO ORDEN MUNDIAL     

Firmemente convencidos de ser una “superpotencia moral”, los suecos continúan flirteando peligrosamente con todo tipo de experimentos sociales. ¿Estamos ante una política realmente “progresista” o, por el contrario, asistimos al colapso del estado del bienestar? 

En Suecia todo parece posible a excepción de la disidencia. La disidencia, entendámonos, frente al omnipresente mensaje social que señala a los ciudadanos que deben ser tolerantes con cada nueva moda cultural: desde microcortes en la piel hasta el adoctrinamiento transgénero para niños de cuatro años, todavía en etapa preescolar. 
Miles de suecos se han implantado microchips, por lo común en la mano izquierda, que les permiten encontrar, con suma rapidez, tarjetas de crédito, documentos de identidad y llaves. Incluso gran parte de la información personal se almacena en dichos chips, aproximadamente del tamaño de un grano de arroz. 
Paradójicamente, a pesar de la posibilidad de que el gobierno, empresas u otro tipo de entidades privadas puedan piratear dichos chips, tal posibilidad está excluida del discurso oficial. 

Los suecos han pasado a ser muy activos en el mundo de los microchips, pero con un escaso debate sobre cuestiones relacionadas con su uso, en un país muy interesado en nuevas tecnologías y donde el intercambio de información personal se mantiene como paradigma de una sociedad transparente”, subraya la agencia France-Presse 
Aunque la cantidad de datos que puede contener cada chip es en la actualidad limitada, bien es cierto que la mayoría de aparatos tecnológicos empiezan siempre con un limitado origen hasta acabar ejerciendo una poderosísima influencia sobre sus “maestros” humanos. 

El teléfono móvil es un buen ejemplo de lo que decimos. Desde la limitación de ser un mero instrumento de comunicación, al actual “teléfono inteligente” que ha conquistado amplios dominios sociales y culturales, pudiendo, tal y como afirmaba Eric Schmidt, ex CEO de Google, llegar a dinamitar Internet. 
Habrá tantas direcciones IP ... tantos dispositivos, sensores, y elementos encima de uno, cosas con las que estás interactuando que ni siquiera te percatarás”, sostenía Schmidt en el Foro Económico Mundial de Davos de 2015. 
Suecia, que a lo largo de su reciente historia ha logrado evitar guerras puede llegar a sentirse invencible y, voluntariamente, se ha ofrecido para hacer de conejillo de Indias de las nuevas tecnologías, sin percatarse que estas tecnologías lo que en realidad buscan es la esclavización de la humanidad al “sistema”. 
Los experimentos culturales en Suecia no están acotados, sin embargo, al microchip. En el ámbito del comportamiento humano y la sexualidad, también se están rompiendo barreras mientras se abraza acríticamente el movimiento transgénero.
En un principio fueron simples métodos divulgativos y, con posterioridad, las políticas transgénero —basadas en que el sexo es una “construcción social” removible por simple capricho humano— fueron introducidas masivamente, llegándose a una auténtica histeria colectiva. ¿Cómo es posible que en Suecia, hace tan solo una década, esta cosmovisión fuera considerada absurda? El hombre ha estado evolucionando durante millones de años, y solo hoy escuchamos que el ser humano pude tener una “identidad sexual” a la carta. La única explicación a este fenómeno sin parangón, es que estamos frente a una invención que se publicitó masivamente, minuto a minuto, hasta convertirse en una suerte de incontestable evangelio. La aceptación de la política transgénero, en consecuencia, viene a demostrar que las masas podrán asumir en el futuro cualquier relato como verdad axiomática si se repite el suficiente número de veces. 
Mientras estas nuevas identificaciones sexuales -se dice que hay más de sesenta tipos de “géneros” diferentes- permanecieron confinadas en el mundo adulto, no violaron derechos y se consideraron inocuas. Los problemas surgieron cuando hombres adultos, repentinamente, se identificaron como mujeres y se les concedió permiso legal para usar vestuarios y baños femeninos, lo que representaba un riesgo para mujeres y niños. 
Pero el problema verdaderamente serio surge cuando, como en Suecia, las políticas transgénero han sido llevadas a sus últimas consecuencias, disfrazadas de “neutras”, hasta el punto de ser introducidas entre alumnos de preescolar. Así, en esa extraña nebulosa, y desde 2015, los suecos se dirigen unos a otros desde una suerte de “neutralidad”. 
Las escuelas suecas manejan libros catalogados de “pensamiento progresista”, como las historias de “Hästen & Husse”, cuentos protagonizados por un travesti y su íntimo amigo, un caballo “trans” que le gusta corretear por la casa creyéndose un perro.
Con este tipo de majaderías flotando en el ambiente, ¿es de extrañar que una población confundida y castrada diera luz verde al gobierno y la influencia financiera que sobre aquél ejerce George Soros, abriendo las puertas del país a miles de inmigrantes ilegales procedentes de Oriente Medio y África, no pocos de ellos expulsados de sus países como consecuencia de conflictos atizados por la propia OTAN? 
En contraposición a las escuelas suecas que promueven el modelo neutro de género, las pandillas de jóvenes inmigrantes mantienen estructuras marginales pero en las que el rol masculino jerárquico no ha podido, en modo alguno, ser extirpado. ¿Consecuencia? Médicos, enfermeros y bomberos necesitan ser escoltados por la policía para poder entrar en determinadas “áreas vulnerables”, tal y como sucede en algunos barrios marginales de Malmö, la tercera ciudad en importancia del país. 
Como recordaba una crónica de Paulina Neuding, corresponsal del rotativo británico The Spectator, del pasado 10 de febrero, “las guerras de pandillas sirven como permanente recordatorio de cómo las políticas de inmigración e integración han fallado en Suecia. Un problema para el gobierno —e incluso para la oposición— en un país que se enorgullece de ser una ‘superpotencia humanitaria’”. 
Y otro detalle más que significativo: a pesar de la anarquía en las calles, el apoyo a la extrema derecha antiinmigracionista ha caído a su nivel más bajo desde su nacimiento, cuando la “crisis migratoria” de 2015. 
A la luz de esta insostenible situación en la que está embarcado el “progresismo” sueco, la pregunta no puede ser otra: ¿hasta cuándo estirar los experimentos antes que el laboratorio se incendie? 
Fuente: Strategic Culture Foundation; visto en http://latribunadecartagena.com/


No hay comentarios:

Publicar un comentario