Un sistema es
un conjunto ordenado de normas y procedimientos que regulan el
funcionamiento de un grupo o colectividad. Como tal, guarda cierta
coherencia y orden. En el sistema que vamos a ocuparnos (la vida en
la Tierra) este régimen tiende a ser cerrado, es decir, a estar
establecido sobre normas de las que es difícil o imposible escapar.
Por lo tanto, afecta directamente a la ilusión del libre albedrío.
La
estructura básica de la vida en la Tierra es, posiblemente, la
“cadena alimenticia”, que, como su nombre inconscientemente lo
dice, es una cadena de la que resulta imposible salir.
Es
también su fundamento el proceso de nacimiento, crecimiento,
enfermedad, envejecimiento y muerte (posiblemente con un reciclado de
nuevo nacimiento después de la muerte).
La
organización de la vida está formada por ciclos: el de la vida y la
muerte, el del agua (evaporación, condensación, lluvia), etc., pues
se trata de fenómenos impermanentes establecidos bajo las mismas
normas (aparición, crecimiento, decadencia y desaparición).
Todos
ellos suplen a un plan mayor que se basa en la preservación de la
vida y en tomar ventaja y colocarse por encima de la cadena
alimenticia natural (comer, no ser comidos).
Una
verdadera telaraña (en todo el sentido de la palabra) que nos atrapa
y nos acondiciona para acostumbrarnos a ella y creer firmemente que
la necesitamos para sobrevivir.
En el
terreno de la vida cotidiana, sobrevivir implica comer, tener un
techo donde cobijarse, vestimenta que nos proteja de las inclemencias
del tiempo y un seguro de salud que evite que muramos cuando
enfermamos.
Sobre
estas normas básicas se ideó una ilusión ficticia adicional que
incluye necesidades secundarias (automóviles y viviendas lujosas,
ropa de marca, viajes lejanos, etc).
Con
el objetivo de soslayar el trauma que todo este sistema provoca en el
hombre, se inventaron los días festivos, las vacaciones y las
diversiones.
Para
alimentar la cadena básica de nacimiento y muerte se estableció un
principio de dos sexos diferentes que buscan siempre su unión a
través de un proceso químico que produce atracción entre ellos.
Pero
como el hombre es un inconforme perpetuo (por alguna razón que pocos
conocen) fue necesario añadir al sistema una red de trampas y
engaños para conformarlo.
Una de
ellas es la religión, conjunto de doctrinas que conforman creencias
que pretenden explicar, de manera a veces metafórica, a veces
mitológica, problemas básicos de la existencia, principalmente: qué
somos, por qué estamos aquí, quién o qué creó todo esto, por qué
está todo esto aquí, de qué manera apareció y sobre todo, qué
pasa después que morimos.
En el
mismo orden de cosas y para albergar a aquellos cuya mentalidad no
aceptaba estas metáforas y mitologías, se creó la ciencia, que
pretende explicar lo mismo; pero a través de un método que,
finalmente, también genera creencias a las que llaman leyes.
Todos
aquellos asuntos a los que la ciencia no logra llegar porque no son
factibles de ser reproducidos por métodos científicos, son negados
o estudiados a través de la metafísica.
La
cuestión de la sobrevivencia, en tanto, es “resuelta” a partir
de una estructura de profesiones eficientes y empresas con
empleadores y empleados, que garantizan (ilusoriamente) una
estabilidad en la obtención de los sustentos básicos y secundarios
(alimento, vivienda, vestimenta, etc.). Esa relación es siempre
temerosa y frustrante, pues en la misma nos fagocitamos unos a otros,
compitiendo, pasándonos de listos, explotando, produciendo poco,
robando, engañando y las mil y una formas que hemos desarrollado
para obtener más realizando menos (o logrando que otros lo realicen
para nosotros quedarnos con el fruto de su esfuerzo o inteligencia)
Con
todo y esto, aparecen en el humano síntomas perpetuos de ANGUSTIA,
provenientes, aparentemente, de su estructura emocional y de la
INSEGURIDAD originada en la IMPOTENCIA ANTE LA MUERTE o peor aún,
cuando toma consciencia de su IMPOTENCIA FRENTE AL SISTEMA.
Mientras
que las normas religiosas intentan calmar esta ansiedad inculcando la
creencia en la vida en el más allá, la ciencia concluye con un
encogimiento de hombros o una postura escéptica que sugiere la
disolución de la consciencia al final del ciclo de vida.
Así,
tenemos a gran parte de la humanidad esperando recompensa a sus
sufrimientos después de la muerte y/o trabajando por superar las
limitaciones naturales a través de la tecnología.
Entre
ellos, un pequeño número parece haber adquirido la creencia de que
este sistema es impuesto desde afuera por una inteligencia caprichosa
y cruel y que es necesario escapar de esta “rueda samsárica” por
medio de diferentes procedimientos personales.
Realmente,
no tiene sentido preguntarse si esto es controlado por un dios bueno
o un demonio malvado, cuando la cuestión fundamental es tomar
consciencia del terrible destino a que hemos sido expuestos, no
importa de quién sea la culpa y encontrar la forma de salirse, lo
más rápido posible.
El
factor determinante de toda esta pesadilla, el padre y la herramienta
básica de manipulación es el TIEMPO, factor que nos expone en una
sucesión de fenómenos sin que podamos tomar cuenta de ellos hasta
que no hayan sucedido, es decir que nuestra percepción y
pensamientos están fijados, siempre, en sucesos del pasado.
Incapaces
de percibir el presente con nuestros sentidos, nos resulta casi
imposible hacer las modificaciones necesarias para controlar nuestro
futuro.
Y de
allí surge, junto con el temor a la muerte, la emanación de nuestra
angustia existencial, este sentirnos atrapados, esclavizados en una
rueda interminable de penalidades.
Parece
lógico, entonces, considerar la necesidad de evitar las “miradas
al pasado” y concentrarse en una visión del presente, para lo cual
es menester evitar, dentro de lo posible, el proceso mental de
especular sobre todo lo que se percibe, ya que este procedimiento nos
conduce a imágenes que “sucedieron”, no a lo que ahora mismo
“es”.
Al
mismo tiempo, actualizar una herramienta que no se fundamente en la
dialéctica mental, sino en una metodología unificada de percepción,
la que, en el mundo místico, se denomina INTUICION, aunque no
sabremos precisamente de qué se trata.
Se
cree que, sumado a esta intención de no especular sobre lo que
percibimos, es necesario un desapego de los fenómenos y sus
resultados (bienes de consumo), con lo que daríamos acceso libre a
una visión no contaminada del universo y la vida.
No se
trata entonces de una forma de meditación, un mantra o un hechizo en
particular, sino de la intención y acción constantes para
desarrollar esa intuición, ese vehículo de fusión con nuestro
espíritu, a través de la firme convicción en la realidad de ese
SER.
Con
confianza en esa convicción, cualquier cosa que hagas para
aprovecharte de otros o mostrar lo que no eres, será
contraproducente, pues estará vulnerando normas que no se aplican en
este “sistema”, pero que son arquetípicas en la estructura
universal.
En
nuestras manos está, entonces, continuar alimentando esta rueda de
desilusiones, o comenzar a caminar en el terreno infinito del Ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario