EL FÚTBOL NO ES UN JUEGO
El
cine, el fútbol, la cerveza y sobre todo, el juego, llenaban su
horizonte mental. No
era difícil mantenerlos controlados.
George
Orwell 1984
El
fútbol no es un juego es un
video de 17 minutos, al que dedico este post, basado en un
fragmento de la La
Danza Final de Kali,
el impresionante libro de Ibn
Asad.
Analiza
los aspectos ocultos del fenómeno de masas que es el fútbol. Y
recomiendo verlo a cualquier persona que quiera seguir despertando.
Descubrir
los aspectos de ingeniería social operando detrás de cada ámbito
de nuestras vidas es lo que va a permitir un verdadero cambio
social.
Solo
personas bien informadas, reflexivas y con un pensar independiente
serán capaces de introducir conciencia en los procesos inconscientes
para producir un curso nuevo de los acontecimientos.
El
fútbol no es un juego
Hay
una presencia más oscura y más cotidiana del fútbol, y por eso
mismo más imperceptible: la función que desempeña el fútbol
en la ingeniería social del Nuevo Orden Mundial, la impactante
influencia del fútbol en todos los aspectos de la sociedad moderna,
la utilización del fútbol como potente herramienta con la que el
mass-media hace su trabajo de control mental e hipnosis de masas.
Esta
importancia del fútbol va más allá de la función del clásico
“circenses” para el pueblo o, al menos, nunca antes ninguna
fuerza imperial dispuso de los potentísimos medios de los que se
sirve este moderno coliseo global.
Si
el fútbol fuera un juego, nada alrededor del mismo podría ser
cuestionable. Sería tan sólo un entretenimiento, y nadie sería
tan estúpido como para atacar una inocente distracción lúdica.
Nada hay de insalubre en la diversión (al contrario), tampoco en el
entretenimiento, ni en la distracción. Por nuestra parte, no
encontramos nada censurable en que una persona se entretenga con un
partido de fútbol; no obstante, el hecho de que millones de
personas aparenten elegir el mismo partido de fútbol como único
entretenimiento posible, puede parecer sospechoso…
Más
sospechoso aún resulta que los noticiarios televisivos y periódicos
dediquen al menos un tercio de su tiempo y espacio al fútbol.
Muchísimo más sospechoso resulta que ciertos partidos de fútbol
sean verdaderos “actos oficiales” a los que asisten jefes de
estado, primeros ministros y familias reales. Pero, en verdad, lo que
supone ser delatador es comprobar la brutal huella que ha dejado el
fútbol en la sociedad moderna, la función que aquel tiene en esta,
y la cantidad de energía que moviliza algo en apariencia tan
inocente como un juego. He aquí la primera declaración: el fútbol
no es un juego. Todo lo aquí expuesto está lejos de ser un juego.
Y
al referirse al aspecto oculto del fútbol, no vamos a aludir a lo
sucio que por ser sucio no deja de ser ampliamente conocido. Resulta
famosa y asumida como algo habitual, la costumbre europea de utilizar
el fútbol como una forma de blanquear dinero, bien de grandes grupos
constructores, bien de personalidades relacionadas con el tráfico de
drogas y otros negocios ilícitos. Que el deporte en general -y el
fútbol en particular- sean lavadoras de capital, lo sabe todo el
mundo, y si alguien tiene alguna duda ahí están los sacos rotos de
Silvio Berlusconi en 1995, Jesús Gil en 2002, y más recientemente
los casos de Kia Joorabchian, Alexandre Martins, Reinaldo Pitta, o
las conocidas relaciones con la mafia de Roman Abramovich.
La
cara oculta del fútbol tampoco es el hecho ya divulgado de que la
organización internacional que administra este deporte (La FIFA)
esté carcomida por la corrupción, así como ha denunciado el
periodista Andrew Jennings. Tampoco lo es la archiconocida
dependencia del fútbol con las grandes multinacionales textiles
deportivas que manufacturan sus productos en estados-taller con los
que pactan condiciones infrahumanas para sus trabajadores. Nada de
esto resulta ser el aspecto oculto del fútbol, sólo parte de su
cloaca, bien asumida, bien disimulada, bien perfumada, pero por todos
conocida.
Hay
una presencia más oscura y más cotidiana del fútbol, y por eso
mismo más imperceptible: la función que desempeña el fútbol
en la ingeniería social del Nuevo Orden Mundial, la impactante
influencia del fútbol en todos los aspectos de la sociedad moderna,
la utilización del fútbol como potente herramienta con la que el
massmedia hace su trabajo de control mental e hipnosis de masas.
Esta
importancia del fútbol va más allá de la función del clásico
“circenses” para el pueblo o, al menos, nunca antes ninguna
fuerza imperial dispuso de los potentísimos medios de los que se
sirve este moderno coliseo global. Todos los grandes grupos de
massmedia tienen dos prensas especializadas que nunca faltan como
periódicos de tirada regular: el económico y el deportivo. Si este
gran grupo es europeo, ya sabemos a lo que dedica más de un tercio
de su trabajo: ¡a informar sobre fútbol! Por supuesto, nada de esto
es casual, ni es fruto de un noble amor por el deporte. El interés
que hace del deporte –y del fútbol- lo que es, es poder
desarrollar una plataforma de manipulación social sólo comparable
en Europa con las dos que en este capítulo se han tratado.
En
el caso concreto del fútbol, las principales funciones que desempeña
en esta ingeniería social se pueden dividir en los siguientes tres
puntos:
Función
1
A
través del fútbol, se fijan e imponen los modelos
filosóficos, comportamentales, estéticos (e incluso, de pura
peluquería) que aspiran a ser aplicables a todas las razas,
condiciones y edades de la nueva sociedad moderna. Así, el
futbolista de élite se presenta como un moderno Aquiles de plástico
y gomina, un héroe vaciado de heroísmo que se convierte en un mero
maniquí del perfecto triunfador global, una deidad invertida llevada
al panteón publicitario de la moda pasajera. No hay nadie en Europa
tan socialmente valorado como un futbolista de élite: se trata de
alguien conocido por muchas personas, que gana mucho dinero marcando
muchos goles y ganando muchos partidos; se trata de un auténtico
“campeón de la cantidad”. El objetivo final de esta figura sería
integrarla en la cultura pop y todo el abanico publicitario.
El
primer ejemplo triunfante de este completo modelo global fue David
Beckham;
tras este triunfo, le siguieron muchos otros como Freddie
Ljungberg, Thierry Henry o Cristiano Ronaldo,
todas figuras perfiladas en la Barclays Premier League inglesa. Sin
embargo, si estos iconos comportamentales son de utilidad en la
ingeniería social europea, lo son muchísimo más en las sociedades
llamadas “tercermundistas”. Si en los “países desarrollados”,
los modelos impuestos son potentes influencias comportamentales y la
juventud los imita, en los países más pobres el modelo del
futbolista se convierte en la única oportunidad de “integración
social” para millones de niños y adolescentes.
Poco
importa el hecho de que esta oportunidad sea una ilusión, y que sólo
un porcentaje residual tenga acceso a una mínima profesionalidad
como futbolista. Este es el único sueño impuesto a chavales del
África rural, el extrarradio porteño o la favela brasileña. Su
situación desesperada de acorralamiento hace que se depositen todas
las energías en la única vía de escape concebible. En esta
situación, es donde la FIFA,
a través de su proyecto “Goal”,
trabaja en enternecedoras campañas filantrópicas en las que se
regalan a las poblaciones más pobres, pelotitas de fútbol y
camisetas firmadas por el astro de turno.
Esta
misma filantropía
es la que ocultan proyectos caritativos de corporaciones deportivas
en África, así como el patrocinio de clubes de fútbol por parte de
potentes ONG ́s y plataformas de la ONU como Unicef. Todo busca un
objetivo:
esperanzar ilusoriamente con los encantos del prestigio social del
futbolista de élite.
Se
trata de imponer una única vía de supervivencia: una vía que saca
de una miseria para llevar a otra miseria diferente, una vía que
permite pasar de la desnutrición a las mansiones grotescas, los
coches deportivos de lujo, y la prostitución de alto standing. Se
entenderá fácilmente que todo este entramado sólo
genera (a unos y a otros, tanto al individuo como socialmente)
un único sentimiento: frustración. Esta frustración
resultará clave para la función que exponemos en el siguiente
punto.
Función
2
Otra
función que el fútbol desempeña, esta con respecto al aficionado,
es una bien reconocible: la canalización de la tensión
nerviosa hacia una actividad estéril. Así, a través de los
medios de comunicación, todo el descontento, la insatisfacción y la
rebeldía que podrían motivar un cuestionamiento crítico por parte
del individuo, van destinados a la afición futbolística. Se
entenderá así porqué los más fervientes aficionados al fútbol
son los individuos más alejados de cualquier práctica deportiva. La
energía destructiva generada en el individuo por la vida moderna, es
condensada en “noventa minutos de odio”. Durante ese tiempo, el
pacífico ciudadano puede insultar, juzgar, reclamar, patalear y
criticar a su antojo, siempre dentro del contexto ad hoc: el
fútbol. Así, la agresividad no es en ningún caso sublimada,
muy por el contrario, sólo es concentrada y dirigida hacia una
pasión yerma y absurda. Resulta natural que al pretender controlar y
manipular la energía nerviosa de la masa de semejante forma, muchas
veces el fútbol acabe en episodios de violencia. Ésta es la
estructura de la pasión futbolística, que a su vez desempeña una
tercera función en la ingeniería social del Nuevo Orden Mundial.
Función
3
La
afición al fútbol de clubes, el pertenecer a un equipo, el “sentir
los colores” supone ser un ejercicio devocional cuanto menos
curioso: se trata de apoyar sentimentalmente a un colectivo sin
ideología, sin ninguna base de cohesión intelectual, sin ninguna
identidad natural, que no representa ya a ninguna raza, pueblo o
ciudad, que no está unido por valor común alguno, y que sólo
tienen una única finalidad bien explícita: la victoria consistente
en superar al rival en un parcial numérico.
El
fanatismo por un club de fútbol cualquiera tiene su calco en el
mundo empresarial: el fanatismo corporativista. Este reflejo puede
confundirse completamente cuando se ve a algunos clubes cotizando en
bolsa. Un hincha de un equipo cualquiera y un perfecto trabajador
corporativista aspiran a la misma cosa: participar en el éxito (bien
en forma de goleada, bien en forma de beneficio económico) de una
entidad que les es ajena personalmente, a la cual pertenecen desde un
anonimato numérico. Y esa es la tercera función que desempeña el
fútbol en el Nuevo Orden Mundial: entrenar a la población en
el fervor descerebrado, en la devoción mística del cordero, en
la lealtad del rebaño, es decir, en el fanatismo
corporativista.
Por
lo tanto, estas suponen ser las funciones del fútbol resumidas en
tres puntos. Les habrá que se pregunten por qué precisamente es el
fútbol el deporte escogido y no otro. Si existe una respuesta
adecuada a esa pregunta, estará en la estructura y el origen mismo
del fútbol, que -como todo el mundo sabe- es inglés. Es indudable
que la expansión del fútbol está estrechamente relacionada con el
imperialismo británico, y nadie puede negar que el fútbol es el
deporte más popular, como la lengua inglesa es la lengua más
hablada o la música pop el folclore más bailado. Sin embargo, esto
tampoco explicaría que el fútbol sea el aspirante a deporte global,
y no, por ejemplo, el hockey. ¿Por qué precisamente el fútbol?
Todo juego tradicional es eso mismo porque parte de su estructura y
reglamento están relacionados con los principios metafísicos donde
se apoya dicha tradición, y así es, por ejemplo, como sucede con el
ajedrez indio o el tlachtli azteca. En el caso del deporte moderno
(como inversión profana de un juego), no es extraño encontrar
relaciones con el simbolismo de grupos contrainiciáticos. Se podría
hacer un estudio sobre los paralelismos simbólicos de muchos
deportes británicos y la ritualística francmasona.
Así,
en el fútbol, el cual se desarrolló como lo conocemos a través de
un reglamento conformado en 1848 por una hermandad estudiantil de
Cambridge, podemos ver como en sus primeros códigos los equipos no
eran once contra once, sino doce contra doce, disponiendo ya cada
equipo de un técnico o entrenador. Por lo tanto, el equipo de fútbol
original estaría formado por 13 (12+1) miembros, siendo este 13
(descompuesto en 12+1) un simbolismo harto abusado por las logias
francmasonas inglesas del siglo XIX. El simbolismo del número 13,
ilustrado con la figura cristiana de “los doce apóstoles y el
Mesías”, estaría en toda la estructura, ritualística y gradación
del Rito Escocés. Además, la estructura del equipo de fútbol
estaría relacionada con las teorías modernas de organización
social que tanto gustaban a la francmasonería británica, al
inspirarse con torpeza en la división de castas de su colonia india.
Así, el equipo estaría formado por un mister o entrenador que no
interviene materialmente en el juego y que aporta su guía invisible
(el sumo sacerdote, el brahman), unos valientes atacantes que
aspiraban a la gloria del gol a través de la rapidez y el movimiento
(los guerreros, los chatrias), unos defensores que administran,
protegen y distribuyen el juego (los comerciantes, los vaishias), y
finalmente, los porteros que a través de sus manos, no tienen otra
función que contener y soportar la furia del ataque enemigo (los
trabajadores, los shudras) Existen sin duda más relaciones
simbólicas interesantes que nos aportan datos sobre el origen del
fútbol, pero con todos ellos, sólo obtendríamos hipótesis que
podrían ser interpretadas por algunos de nuestros lectores como vana
especulación. Además, estas implicaciones no parecen tener solución
de continuidad sencilla con lo que el fútbol ha llegado a
ser hoy en día: una poderosa herramienta de control mental al
servicio de los arquitectos globales, un péndulo de hipnosis de
masas en manos del massmedia, una plataforma de manipulación
social nunca antes conocida.
Esta
plataforma que se ha expuesto (Industria del cine + “cultura pop”
+ deporte) tendría un núcleo común de fácil identificación: los
medios audiovisuales. Resulta relativamente sencillo evaluar en
cualquier ciudadano el impacto de la superestructura de control
mental de masas que se esconde tras los medios audiovisuales. Basta
con preguntar a cualquier hombre moderno, ¿qué opinas sobre esto o
aquello? Independientemente de cuál sea su opinión, las fuentes de
su información vendrán de la plataforma audiovisual.
Todo
lo que el hombre moderno piensa, quiere, necesita, opina, rechaza,
sigue, admira, detesta, sufre, goza, anhela, desea y compra, se
impone como contenido subconsciente colectivo a través de los medios
audiovisuales de la televisión, el cine, el internet…
Fuera
de esa estructura, no hay nada más allá de la limitada percepción
concreta de su día a día en la sociedad moderna: el desayuno, el
trabajo, el transporte, sus vecinos… La plataforma mediática se
convierte así para el “nuevo hombre”, no sólo en “una ventana
al mundo”, sino en la “única ventana al mundo”.
En
los capítulos siguientes, se comprobará que esa única ventana
permanece ferozmente cerrada con un poderosísimo candado. La
limitadísima utilidad de esta ventana dependerá de comprobar cuán
sucios están los cristales a través de los cuales se ve una
distorsionada porción del mundo que se confunde con un mundo entero.
Evaluemos –por lo tanto- esa suciedad.
Fuente
: http://www.ibnasad.com
La
Danza Final de Kali
Maquetación:
Loquepodemoshacer.wordpress.com
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