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7.10.19

¿Si no hay un Dios creador de la materia, entonces quién nos creó a nosotros?

PENSAR CON EL CORAZÓN (4)                                   

Falsedades de la historia

Del libro Pensar con el Corazón, del profesor Carlos Delfino, que Vida Coherente lanzará en el último trimestre de 2019, revisamos en este capítulo una serie de investigaciones filosóficas y científicas contundentes para desmentir la existencia de la materia y del falso concepto de Dios que nos fue impuesto por las élites. 
De forma paralela, se introducen las primeras claves de la cosmovisión Vida Coherente, argumentando que “a nosotros no nos creó nadie, y somos nosotros quienes creamos nuestra realidad circundante gracias al intercambio de energía e información que nos llega del Campo de Información Cósmica (CIC), que es un aspecto de la Conciencia Absoluta. 
Todo eso junto es Dios. Por lo tanto, lo llamamos conciencia, existe una sola, y todos nosotros somos conciencia, somos uno y somos Dios, aunque circunscritos a una experiencia individual.”

La materia y el verdadero Dios

La primera, la más profunda y asombrosa, el padre y la madre de todas las mentiras de la historia se llama “Dios.”
Nosotros sabemos quién es el verdadero Dios. Y podemos asegurar, tras décadas de investigación, que no se trata de ese dios separado, creador de una cosa que llaman “materia” y que casi nadie sabe lo que realmente es.

¿Alguien ha visto alguna vez un pedazo de materia pura, sin ninguna característica?

Se supone que la materia es el soporte de las características de los objetos, que son forma, tamaño, color, textura, etc. Pero si alguien lograra quitar todas y cada una de las características de cualquier objeto, ¿se quedaría con un pedazo de materia pura o de masa informe sin característica alguna? ¡Imposible!

El filósofo británico del siglo XVIII, George Berkeley (1), afirmaba que el Ser de los objetos se agota en su percepción, y no hay nada detrás que se pueda llamar materia. La materia sería un concepto teórico, algo que nadie jamás vio ni verá. Y lo que llamamos objetos, en realidad es una proyección de nuestro espíritu.

La filosofía de Berkeley se puede reducir a una sola frase: “ser es ser percibido”, y este tema se encuentra en cualquier historia de la filosofía como ejemplo de un empirista sensato. Esto lo entiende hasta un niño, pero los adultos mentalmente programados tienen serios problemas cuando afirmamos que “la materia no existe.”

Esta postura es empirista y no solipsista, como interpretan algunos, pues lo que hace es explicar cómo se forma la realidad circundante. Por ahora nos quedamos con el argumento filosófico, pero hay —además— cantidades ingentes de argumentos científicos que desarrollaremos en otro capítulo.

¿Si no hay un Dios creador de la materia, entonces quién es la divinidad, quién nos creó a nosotros?

Esta es una falsa pregunta. A nosotros no nos creó nadie, y somos nosotros quienes creamos nuestra realidad circundante gracias al intercambio de energía e información que nos llega del Campo de Información Cósmica (CIC), que es un aspecto de la Conciencia Absoluta. Todo eso junto es Dios. Por lo tanto, lo llamamos conciencia, existe una sola, y todos nosotros somos uno y somos Dios, aunque circunscritos a una experiencia individual. Lo particular son las experiencias únicas e irrepetibles, pero nuestra conciencia es igual en todos y cada uno. De allí que todos veamos lo mismo.

En un momento de la historia en el que podemos demostrar ante cualquier científico, sin importar su “rango” que todo es uno y que todos somos uno, nos parece hasta ridículo tener que explicar esto. Desde 1982, el físico teórico David Bohm (2) proveyó la prueba matemática. La prueba empírica experimental la concibió Jacobo Grinberg Zylberbaum (3), un neuropsicólogo y científico mexicano. Y, cuando la prueba matemática coincide con la prueba experimental, la negación de un hecho sale del entorno científico y se traslada al ámbito de la necedad.

La energía fue desde siempre y será por siempre, nadie la creó porque no se crea ni se destruye, solo se transforma. La energía crea a la información. Por ejemplo, en el famoso código binario formado por ceros y unos, el cero es ausencia de energía y el uno es presencia de energía. Tal vez ese sea el ejemplo más básico que demuestra que la información es creada por la energía.

A su vez, grandes cantidades de información crean conciencia de sí mismo, algo muy básico ya que muchos animales tienen esa facultad. No obstante, es obvio que ese proceso no se dio en un tiempo lineal. La conciencia existió desde siempre y existirá para siempre. La conciencia es una y es Dios. Todos nosotros somos la conciencia.

Esta es la afirmación que pone de cabeza al cristianismo (por mencionar a una religión), pues la conclusión lógica de las mencionadas premisas es que todos somos Dios. Y no se trata de creerlo, pues lo que es, es.

El cristianismo de Horus-Jesús

Dentro de las creencias tradicionales más arraigadas, debemos mencionar a la religión más numerosa del mundo, el cristianismo, con más de 2,400 millones de personas creyendo en un Dios separado que es creador de una cosa llamada materia, que siempre hay que adquirir para ser felices.

El centro de esta creencia es, obviamente, Jesús, llamado el Cristo, cuya historicidad aún se discute acaloradamente, pues de por sí dista mucho de ser evidente. Por ello no nos pronunciamos por ninguna alternativa. Pero actualmente, conocemos con total precisión quiénes escribieron los cuatro evangelios bíblicos y todo el resto del Nuevo Testamento, hasta el Apocalipsis, cuándo lo hicieron y por qué razón (4).

En rigor de verdad, la importancia de la historicidad de Jesús es totalmente nula. No nos interesa en lo absoluto si existió o no existió un predicador judío llamado Yeshua Ben Joseph en Palestina. Incluso si partimos de la base de que Jesús sí existió históricamente, y de que hubo un predicador carismático en Palestina y que su existencia pasó a la historia por extrañas circunstancias, no sabemos nada de él, ni lo que dijo ni lo que hizo.

Apenas hay flotando en el ambiente pseudocientífico extrañas suposiciones de personas que no logran entender lo obvio, lo simple y lo evidente. Y lo obvio es que absolutamente todo el cristianismo se basa en los cuatro evangelios canónicos y no en un predicador judío. De igual forma, la mayor parte de la cultura y la tradición occidental surgieron de allí. Esos cuatro evangelios se escribieron en Egipto, de mano de los sacerdotes del culto a Serapis (los más eruditos de la época) y son una fotocopia de la historia del dios egipcio Horus, cuya madre carnal se llamaba, casualmente, Mahituskhet (la llena de gracia).

Nuevo paradigma de la arqueología vs. arqueología bíblica

Tal vez deberíamos dedicar un capítulo a lo que se conoce como el nuevo paradigma de la arqueología. Antes de la consolidación de Israel como país, como nación, la arqueología bíblica era un desastre no-científico. Así que por un lado está la arqueología bíblica, totalmente sesgada, anti-científica y subjetiva, mientras que por otro lado hoy sí tenemos acceso a las verdades, gracias al nuevo paradigma arqueológico, detallado, preciso y guiado por la objetividad que busca la ciencia.

La arqueología bíblica está compuesta por pastores, sacerdotes, teólogos, y profesores de universidades de inspiración religiosa que vivenciaban su trabajo arqueológico como una prolongación de su vivencia religiosa apostólica personal. Querían demostrar científicamente la verdad histórica de lo que la Biblia narra.
Simbólicamente, se suele decir que la arqueología bíblica se hacía «con la piqueta en una mano, y con la Biblia en la otra». La que guiaba los trabajos de excavación era la Biblia, no el terreno, ni un interés propiamente científico.
Por otro lado está el paradigma arqueológico-científico, que se nutrió con nuevas técnicas que han multiplicado las posibilidades de la arqueología a través de nuevos instrumentos y nuevas posibilidades.

Por ejemplo, algunas de estas son el método del potasio-argón, el del carbono 14 y otros métodos de datación radiométrica, así como la termoluminiscencia para medir la antigüedad de la cerámica, el paleomagnetismo (basado en la inversión de la polaridad magnética de la Tierra), la fotografía aérea y de diversas formas de geo-radar —que en muchas ocasiones revelan datos del subsuelo, y la racemización de aminoácidos para la medición de la antigüedad de la materia orgánica. La racemización de aminoácidos es un método de datación química que consiste en la conversión de un compuesto L-aminoácido a un D-aminoácido o viceversa, y permite datar muestras orgánicas hasta el Paleolítico Medio.

Moisés no existió

Si tomamos cualquier tema al azar, por ejemplo el caso de Moisés, cualquier erudito judío que se respete, sabe con lujo de detalles que los antiguos israelitas jamás estuvieron en Egipto y que Moisés no pudo estar jamás en el monte Sinaí para recibir el decálogo, por el simple hecho de que no existió.
La historia de Moisés no es más que otro constructo literario integrado por la historia de un rey que sí existió, Sargón de Asiria, sumado al famoso cuento de “Sinué el egipcio” y la necesidad impostergable del rey Josías del reino del sur (Judá) para fabricar una identidad nacional, pues “los del norte” parecían una nación muy diferente, adorando a dioses cananeos, como Astarté y muchos de los Baales, empezando por Moloch–Baal, cuya adoración persiste hasta hoy en algunos círculos muy exclusivos de la élite, por ejemplo en Bohemian Grove.

Bohemian Grove es frecuentado por ex presidentes de los Estados Unidos y magnates de las principales familias de la élite, que realizan grandes orgías y sacrificios rituales frente a la figura de Moloch–Baal en un altar. Nadie sabe si son personas, animales o alguna otra cosa lo que se le ofrece a la entidad. Pero la liturgia sí se pudo contemplar claramente —al menos de lejos— gracias a un valiente periodista.

Notas
1. Julián Marías: Historia de la filosofía. Madrid, Revista Occidente, 1983. Pág 248 – 249.
2. Ken Wilber: El paradigma holográfico. Barcelona, Editorial Kairós, 1987. Pág 143 – 153.
3. Jacobo Grinberg: La Teoría Sintérgica: científicos mexicanos. Universidad Nacional Autónoma de México e Instituto para el estudio de la conciencia, 1991. Páginas 41 – 49.
4. Llogari Pujol: Érase una vez: Jesús el egipcio. Barcelona, Ed Tempestad, Pág 52 – 53.
5. Israel Filkesntein: La Biblia desenterrada. Madrid, Editorial Siglo XXI, 2003. Pág 63 – 83

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