Falsedades de la historia
Del libro Pensar con el Corazón,
del profesor Carlos Delfino, que Vida
Coherente lanzará
en el último trimestre de 2019, revisamos en este capítulo una serie de investigaciones filosóficas y
científicas contundentes para desmentir la existencia de la materia
y del falso concepto de Dios que nos fue impuesto por las élites.
De
forma paralela, se introducen las primeras claves de la
cosmovisión Vida Coherente, argumentando que “a nosotros no nos
creó nadie, y somos nosotros quienes creamos nuestra realidad
circundante gracias al intercambio de energía e información que nos
llega del Campo de Información Cósmica (CIC), que es un aspecto de
la Conciencia Absoluta.
Todo eso junto es Dios. Por lo tanto, lo
llamamos conciencia, existe una sola, y todos nosotros somos
conciencia, somos uno y somos Dios, aunque circunscritos a una
experiencia individual.”
La
materia y el verdadero Dios
La
primera, la más profunda y asombrosa, el padre y la madre de todas
las mentiras de la historia se llama “Dios.”
Nosotros sabemos quién es el verdadero Dios. Y podemos asegurar, tras décadas de investigación, que no se trata de ese dios separado, creador de una cosa que llaman “materia” y que casi nadie sabe lo que realmente es.
Nosotros sabemos quién es el verdadero Dios. Y podemos asegurar, tras décadas de investigación, que no se trata de ese dios separado, creador de una cosa que llaman “materia” y que casi nadie sabe lo que realmente es.
¿Alguien
ha visto alguna vez un pedazo de materia pura, sin ninguna
característica?
Se
supone que la materia es el soporte de las características de los
objetos, que son forma, tamaño, color, textura, etc. Pero si alguien
lograra quitar todas y cada una de las características de cualquier
objeto, ¿se quedaría con un pedazo de materia pura o de masa
informe sin característica alguna? ¡Imposible!
El
filósofo británico del siglo XVIII, George Berkeley (1), afirmaba
que el Ser de los objetos se agota en su percepción, y no hay nada
detrás que se pueda llamar materia. La materia sería un concepto
teórico, algo que nadie jamás vio ni verá. Y lo que llamamos
objetos, en realidad es una proyección de nuestro espíritu.
La
filosofía de Berkeley se puede reducir a una sola frase: “ser es
ser percibido”, y este tema se encuentra en cualquier historia de
la filosofía como ejemplo de un empirista sensato. Esto lo entiende
hasta un niño, pero los adultos mentalmente programados tienen
serios problemas cuando afirmamos que “la materia no existe.”
Esta
postura es empirista y no solipsista, como interpretan algunos, pues
lo que hace es explicar cómo se forma la realidad circundante. Por
ahora nos quedamos con el argumento filosófico, pero hay —además—
cantidades ingentes de argumentos
científicos que
desarrollaremos en otro capítulo.
¿Si no hay un Dios creador de la materia, entonces quién es la divinidad, quién nos creó a nosotros?
Esta
es una falsa pregunta. A nosotros no nos creó nadie, y somos
nosotros quienes creamos nuestra realidad circundante gracias al
intercambio de energía e información que nos llega del Campo de
Información Cósmica (CIC), que es un aspecto de la Conciencia
Absoluta. Todo eso junto es Dios. Por lo tanto, lo llamamos
conciencia, existe una sola, y todos nosotros somos uno y somos Dios,
aunque circunscritos a una experiencia individual. Lo particular son
las experiencias únicas e irrepetibles, pero nuestra conciencia es
igual en todos y cada uno. De allí que todos veamos lo mismo.
En
un momento de la historia en el que podemos demostrar ante cualquier
científico, sin importar su “rango” que todo es uno y que todos
somos uno, nos parece hasta ridículo tener que explicar esto. Desde
1982, el físico teórico David Bohm (2) proveyó la prueba
matemática. La prueba empírica experimental la concibió Jacobo
Grinberg Zylberbaum (3), un neuropsicólogo y científico mexicano.
Y, cuando la prueba matemática coincide con la prueba experimental,
la negación de un hecho sale del entorno científico y se traslada
al ámbito de la necedad.
La
energía fue desde siempre y será por siempre, nadie la creó porque
no se crea ni se destruye, solo se transforma. La energía crea a la
información. Por ejemplo, en el famoso código binario formado por
ceros y unos, el cero es ausencia de energía y el uno es presencia
de energía. Tal vez ese sea el ejemplo más básico que demuestra
que la información es creada por la energía.
A
su vez, grandes cantidades de información crean conciencia de sí
mismo, algo muy básico ya que muchos animales tienen esa facultad.
No obstante, es obvio que ese proceso no se dio en un tiempo lineal.
La conciencia existió desde siempre y existirá para siempre. La
conciencia es una y es Dios. Todos nosotros somos la conciencia.
Esta
es la afirmación que pone de cabeza al cristianismo (por mencionar a
una religión), pues la conclusión lógica de las mencionadas
premisas es que todos somos Dios. Y no se trata de creerlo, pues lo
que es, es.
El
cristianismo de Horus-Jesús
Dentro
de las creencias tradicionales más arraigadas, debemos mencionar a
la religión más numerosa del mundo, el cristianismo, con más de
2,400 millones de personas creyendo en un Dios separado que es
creador de una cosa llamada materia, que siempre hay que adquirir
para ser felices.
El
centro de esta creencia es, obviamente, Jesús, llamado el Cristo,
cuya historicidad aún se discute acaloradamente, pues de por sí
dista mucho de ser evidente. Por ello no nos pronunciamos por ninguna
alternativa. Pero actualmente, conocemos
con total precisión quiénes escribieron los cuatro evangelios
bíblicos y todo el resto del Nuevo Testamento,
hasta el Apocalipsis, cuándo lo hicieron y por qué razón (4).
En
rigor de verdad, la importancia de la historicidad de Jesús es
totalmente nula. No nos interesa en lo absoluto si existió o no
existió un predicador judío llamado Yeshua Ben Joseph en Palestina.
Incluso si partimos de la base de que Jesús sí existió
históricamente, y de que hubo un predicador carismático en
Palestina y que su existencia pasó a la historia por extrañas
circunstancias, no sabemos nada de él, ni lo que dijo ni lo que
hizo.
Apenas
hay flotando en el ambiente pseudocientífico extrañas suposiciones
de personas que no logran entender lo obvio, lo simple y lo evidente.
Y lo obvio es que absolutamente todo el cristianismo se basa en los
cuatro evangelios canónicos y no en un predicador judío. De igual
forma, la mayor parte de la cultura y la tradición occidental
surgieron de allí. Esos cuatro evangelios se
escribieron en Egipto,
de mano de los sacerdotes del culto a Serapis (los más eruditos de
la época) y son
una fotocopia de la historia del dios egipcio Horus,
cuya madre carnal se llamaba, casualmente, Mahituskhet (la llena de
gracia).
Nuevo
paradigma de la arqueología vs. arqueología bíblica
Tal
vez deberíamos dedicar un capítulo a lo que se conoce como el nuevo
paradigma de la arqueología. Antes de la consolidación de Israel
como país, como nación, la arqueología bíblica era un desastre
no-científico. Así que por un lado está la arqueología bíblica,
totalmente sesgada, anti-científica y subjetiva, mientras que por
otro lado hoy sí tenemos acceso a las verdades, gracias al nuevo
paradigma arqueológico, detallado, preciso y guiado por la
objetividad que busca la ciencia.
La
arqueología bíblica está compuesta por pastores, sacerdotes,
teólogos, y profesores de universidades de inspiración religiosa
que vivenciaban su trabajo arqueológico como una prolongación de su
vivencia religiosa apostólica personal. Querían demostrar
científicamente la verdad histórica de lo que la Biblia narra.
Simbólicamente,
se suele decir que la arqueología bíblica se hacía «con la
piqueta en una mano, y con la Biblia en la otra». La que guiaba los
trabajos de excavación era la Biblia, no el terreno, ni un interés
propiamente científico.
Por
otro lado está el paradigma arqueológico-científico, que se nutrió
con nuevas técnicas que han multiplicado las posibilidades de la
arqueología a través de nuevos instrumentos y nuevas posibilidades.
Por
ejemplo, algunas de estas son el método del potasio-argón, el del
carbono 14 y otros métodos de datación radiométrica, así como la
termoluminiscencia para medir la antigüedad de la cerámica, el
paleomagnetismo (basado en la inversión de la polaridad magnética
de la Tierra), la fotografía aérea y de diversas formas de
geo-radar —que en muchas ocasiones revelan datos del subsuelo, y la
racemización de aminoácidos para la medición de la antigüedad de
la materia orgánica. La racemización de aminoácidos es un método
de datación química que consiste en la conversión de un compuesto
L-aminoácido a un D-aminoácido o viceversa, y permite datar
muestras orgánicas hasta el Paleolítico Medio.
Moisés
no existió
Si
tomamos cualquier tema al azar, por ejemplo el caso de Moisés,
cualquier erudito judío que se respete, sabe con lujo de detalles
que los antiguos israelitas jamás estuvieron en Egipto y que Moisés
no pudo estar jamás en el monte Sinaí para recibir el decálogo,
por el simple hecho de que no
existió.
La
historia de Moisés no es más que otro constructo literario
integrado por la historia de un rey que sí existió, Sargón de
Asiria, sumado al famoso cuento de “Sinué el egipcio” y la
necesidad impostergable del rey Josías del reino del sur (Judá)
para fabricar una identidad nacional, pues “los del norte”
parecían una nación muy diferente, adorando a dioses cananeos, como
Astarté y muchos de los Baales, empezando por Moloch–Baal, cuya
adoración persiste hasta hoy en algunos círculos muy exclusivos de
la élite, por ejemplo en Bohemian Grove.
Bohemian
Grove es frecuentado por ex presidentes de los Estados Unidos y
magnates de las principales familias de la élite, que realizan
grandes orgías y sacrificios rituales frente a la figura
de Moloch–Baal en
un altar. Nadie sabe si son personas, animales o alguna otra cosa lo
que se le ofrece a la entidad. Pero la liturgia sí se pudo
contemplar claramente —al menos de lejos— gracias a un valiente
periodista.
Notas
1.
Julián Marías: Historia
de la filosofía.
Madrid, Revista Occidente, 1983. Pág 248 – 249.
2.
Ken Wilber: El
paradigma holográfico.
Barcelona, Editorial Kairós, 1987. Pág 143 – 153.
3.
Jacobo Grinberg: La
Teoría Sintérgica: científicos mexicanos.
Universidad Nacional Autónoma de México e Instituto para el estudio
de la conciencia, 1991. Páginas 41 – 49.
4.
Llogari Pujol: Érase
una vez: Jesús el egipcio.
Barcelona, Ed Tempestad, Pág 52 – 53.
5.
Israel Filkesntein: La
Biblia desenterrada.
Madrid, Editorial Siglo XXI, 2003. Pág 63 – 83
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