Vivir en la conciencia
Continuamos con la publicación de la precuela al libro Pensar con el Corazón, del catedrático y teólogo Carlos Enrique Delfino, que Vida Coherente lanzará en el último trimestre de 2019. En este capítulo, se ofrece una idea más clara y profunda de la naturaleza de la conciencia, entrelazando y diferenciando conceptos como los de conciencia, ego e inconsciente, mientras desarrolla lo que es el primer paso del Método Vida Coherente.
La naturaleza de la conciencia
Hay
mucha gente que cree ser realista, “con los pies en la tierra”, y
que piensa que todo lo que presentamos aquí es una pérdida de
tiempo. Sin embargo, hay otros que desde niños se plantean grandes
preguntas existenciales —lo sé porque soy uno de ellos— y
durante mucho tiempo tienen que soportar no saber ni quiénes son, ni
para qué están aquí, ni de dónde vienen ni adónde van. Les
decimos los “Ni-ni-ni-nis”. Y puedo asegurar que, en términos
generales y durante gran parte de su vida, sufren mucho más que
otros grupos de gente como, por ejemplo, los famosos “Ni-nis”
(los que ni estudian ni trabajan).
Las
personas del primer grupo por lo general han estudiado y trabajan. Es
decir que están sumergidos en este sistema, pero no encajan en esta
frecuencia de falsa realidad. Son almas que llegan a esta vida con un
territorio consciencial mucho más amplio que el de la mayoría de la
gente, por lo que no pueden entender por qué están aquí. Además,
eso no se enseña ni en la escuela ni en el trabajo. Y como su alma
no soporta ver que están rodeados de una esclavitud para la que el
ser humano no nació ni fue diseñado, se les hace cada vez más
difícil vivir así.
De
ahí que el primer paso del Método
Vida Coherente se
trata de salir del cerebro e ir a la conciencia a través del
corazón, el cual “está conectado a una inteligencia superior más
allá del tiempo y el espacio” (1). Esa inteligencia es la
conciencia y está demostrado que el cerebro miente, nos engaña, y
los sentidos también. Casi todos piensan que están rodeados de
objetos sólidos que tienen existencia propia, y la verdad es que ni
siquiera pueden tocarlos.
Lo
que experimentan como “solidez” es la repulsión electromagnética
de dos cargas iguales, los electrones del objeto con su carga
negativa y los electrones de la mano también con carga negativa. Esa
fuerza de repulsión activa las terminales nerviosas del sistema
periférico, el cual manda una señal eléctrica al cerebro que es el
que nos hace “sentir” una experiencia de solidez.
¿Y
si nunca tocamos los objetos, cómo podemos asegurar que son sólidos?
No lo puedo afirmar con certeza. Lo único fiable que tenemos a
disposición es la conciencia, lo que antes se llamaba “alma”,
que es un término que dejamos de utilizar desde que se lo apropió
el mundillo religioso. Alma, además, significa soplo, aire, algo que
aquí no tiene nada que ver.
Por
su parte, la ciencia oficial insiste que la conciencia es apenas una
capacidad del ser humano, producto de una impresionante evolución
neuronal y que en lo general consiste en la capacidad de reconocerse
a sí mismo. Si esto fuera así, estaríamos al nivel de muchos
animales que se reconocen frente a un espejo, como elefantes,
delfines, monos de gran tamaño y todos los córvidos. O sea que una
simple urraca estaría al mismo nivel de conciencia que los humanos.
Hay una gran cantidad de pruebas que demuestran esta mentira. La
conciencia es una entidad, es nuestro verdadero sentido del yo; y
esto se pudo ver muy claramente en las
fotografías que el catedrático ruso Konstantin Korotkov logró
hacer en 2009 con
una cámara Kirlian de su invención.
Sobre
la base de una cámara Kirlian, Korotkov agregó un dispositivo que
eyecta sobre la persona un gas ionizado (plasma), que tiene la
propiedad de amplificar la luminosidad de nuestro campo energético.
De esta manera, experimentó con 19 personas recién fallecidas,
pudiendo fotografiar todo el proceso de la conciencia cuando abandona
el cuerpo que, no es un proceso inmediato como casi todos creen, sino
que demora un mínimo de tres días.
Pero
esto es solo una evidencia sobre la existencia de la conciencia.
Además, tendríamos que agregar la localización de la energía
consciencial que se aloja en los microtúbulos del citoesqueleto
neuronal, como una base para nuestro cuerpo. En realidad, la
conciencia es una sola en el cosmos, por lo que es no-local y se
encuentra en todos los lugares a la vez.
Hay
muchas pruebas más. Por ejemplo, hemos
mencionado lo
que se conoce como Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM), que por
cierto se trata de una denominación errónea, pues las personas que
tienen esa experiencia mueren totalmente, no se acercan a la muerte
sino que están clínicamente muertos y aún en ese estado son
capaces de observar varios escenarios a la vez, incluyendo el entorno
que los rodea, que por lo general es un quirófano.
El ego
Ahora
que tenemos una idea más clara de la naturaleza de la conciencia,
vamos simplemente a recordar el concepto de ego, tal como lo entiende
la neurociencia actual. Todos tenemos una zona cerebral para cada
cosa. Para hablar hay una zona, para escuchar hay otra, para ver hay
una zona cerebral, y así para todo lo que hacemos. Pero el ego no
tiene una zona cerebral. Por lo que se puede decir que no existe.
¿Qué es entonces el ego? Una construcción ilusoria de todo el
cerebro que aísla al sujeto de su entorno. Esa es su primera
función, haciéndole creer al sujeto que tiene una autonomía que no
es real.
O
sea que, lo primero que hicieron cuando nos implantaron el ego
—porque está demostrado que es un implante— fue separarnos.
Estamos separados a la fuerza. No estamos diseñados para estar
separados. Y en realidad no estamos separados, sino que eso es una
ilusión. Es el velo de Maya para el hinduismo. Literalmente, aquello
que no es.
Se
descubrieron muchas cosas más. Por ejemplo, que ese falso yo, que es
el ego, es muy frágil. Bastan algunos tipos de enfermedad para que
se comporte de manera distinta, o un buen golpe en la cabeza para que
desaparezca y uno no sepa ni cómo se llama. Entonces, ¿dónde está
nuestro “yo”? La conciencia siempre sabe quién es, pero si al
falso “yo” le da amnesia, desaparece y no se reconoce.
Antiguamente,
una forma brutal de prevenir los ataques de epilepsia era cortar el
cuerpo calloso, dejando dos cerebros separados. Y resultó que de
cada hemisferio salía un ego distinto. Cada cerebro generaba un ego
distinto, con personalidades distintas.
No
es que en una persona vivieran dos, pues la personalidad múltiple es
un tema aparte. Pero si los dos egos de una persona con el cuerpo
calloso cortado llegan a estar en desacuerdo el uno con el otro, la
persona puede tener serios problemas.
La
fragilidad del ego, del falso yo, es sorprendente. Se trata de una
falsedad impuesta y construida por un sistema algebraico
computacional que fue
insertado en la raza humana a
través de una señal genética numérica, cuyos algoritmos le
ordenan al cerebro que construya el ego.
Vivir en la conciencia
No
somos el ego. Somos una conciencia, un alma que está experimentando
en esta frecuencia de realidad, es decir, en un cuerpo de tercera
densidad. Para vivir en la conciencia se requiere conocimiento
vivencial no intelectual.
La vivencia de la meditación es lo único
que nos puede ayudar y, con suerte, algunos logran experimentar de
manera aleatoria lo que se llama quiescencia, esa sensación de ser
uno con todos y con todo.
Muchos
lo han experimentado, pero sin buscar “eso” que viene directo
desde la conciencia a un individuo, como dándole una “probadita”
de la verdadera realidad.
El inconsciente
El
inconsciente también es parte de las cosas que genera el algoritmo
informático que nos implantaron durante la Intervención de la raza
humana. Y el inconsciente es muy diferente a lo que creía Sigmund
Freud. Por ejemplo, su tamaño es extremadamente mayor de lo que
Freud creía, pues el sujeto que tenemos ahí —que es como una
persona de la cual no tenemos consciencia— puede almacenar hasta
once millones de bits por segundo, mientras que la parte consciente
del cerebro solamente puede almacenar cincuenta.
El
inconsciente es tan impresionantemente grande, que la figura del
iceberg que elaboró Freud para representar la parte consciente fuera
del agua y la inconsciente dentro de la misma, es inútil. El
inconsciente es millones de veces más grande. Es como comparar un
billete de cinco dólares con once millones de dólares. La
diferencia es abismal.
¿Qué
es lo que causa el tamaño o la cantidad de información de los que
hablamos? ¿Qué produce esa cantidad de información que tiene el
inconsciente sobre la conducta del ser humano, desproveyéndolo
totalmente de su libertad?
No
es que el inconsciente cause “problemas”, sino que el
inconsciente nos empuja directamente y nosotros hacemos lo que nos
dice, sin libertad. Cuando pasa por esa minúscula consciencia que es
mayormente la corteza, creemos que nosotros tomamos la decisión.
Para eso sirve la poquita consciencia que tenemos en el cerebro, para
generar culpa.
Pero,
en realidad, nosotros no tomamos ninguna decisión sino que fuimos
empujados a hacerlo. Así que si insultamos a alguien porque el
inconsciente lo hizo, se nos viene la culpa encima. ¿Por qué
decimos lo que decimos? Creemos que lo decimos nosotros, pero desde
el cerebro no tenemos libre albedrío.
El
ego límbico
No
solo el cerebro nos engaña y nos quita la libertad y la verdadera
realidad. Existe otro aspecto del ego que llaman el “ego límbico”.
El ego límbico produce realidades secundarias, como a las que llegan
los místicos mediante técnicas de meditación. El ego límbico es
capaz de producir experiencias espirituales, religiosas, y todo ese
fervor religioso trascendental. Es así que la mayoría de las
experiencias místicas, como “ver seres de luz”, son provocadas
por el ego límbico. Y son experiencias reales, pues la persona
visualiza, escucha y hasta puede tocar. Sin embargo, se trata de una
creación del ego límbico. Se le llama así porque hace funcionar
todo el sistema límbico-cerebral a marcha forzada. Y como es el
cerebro emocional el que está involucrado en el proceso, genera una
gran cantidad de sensaciones y emociones.
La
experiencia es real, pero totalmente ficticia. Pues ni siquiera viene
de la información de la conciencia colectiva. De hecho, es una
experiencia única de un individuo, tan única que el individuo
tiende a creer que es un elegido, un iluminado o alguien superior. Y
ahí reside una de las grandes diferencias entre una verdadera
experiencia mística y una experiencia mística-límbica.
En
la experiencia místico-límbica, por más que veamos, escuchemos o
sintamos cosas, estas no están allí. Son alucinaciones que nos
hacen creer que somos “iluminados” o humanos “despiertos”,
según el término que esté de moda. El hecho es que quien tiene una
experiencia místico-límbica generalmente vive convencido de poseer
un don que los demás no tienen, como por ejemplo, el de haber sido
elegido para rescatar al mundo, donde predominan personas que están
muy por debajo de él. Si ese es tu caso, ¡despierta! ¡Sal de tu
ego límbico y libérate! Pues solo haces el ridículo y no ayudas a
nadie.
Quien
tiene verdaderas experiencias místicas es todo lo contrario. Se
transforma en una persona humilde que sabe que somos todos idénticos
desde el punto de vista de la conciencia, y que todas las diferencias
son ficticias e ilusorias; que en realidad todos somos uno, así como
todo es uno en esta frecuencia de realidad. Sin embargo, la totalidad
no significa que seamos todos iguales. De hecho, todos somos muy
diferentes ya que vivimos una experiencia particular, única e
irrepetible. Es decir que estamos en una circunscripción de la
conciencia única.
Tener
una verdadera experiencia con la conciencia es muy diferente. No se
ven cosas raras, no hay “circo”, sino que solo se siente una
profunda paz, certeza plena y amor universal. Es así que la manera
de reconocer una falsa experiencia límbica, de una verdadera
experiencia de la conciencia, radica en la humildad, la empatía y no
en alardear por “ver cosas impresionantes” (proyectadas por uno
mismo) ni necesitar del reconocimiento de otros.
Casi
todas las grandes tradiciones chamánicas del mundo supieron que
somos una raza intervenida. Y nosotros hemos podido descubrirlo y
confirmarlo investigando la ciencia de vanguardia.
“Vivir
en la conciencia” es el primer paso de nuestro método. Quedan
cuatro pasos más que presentaremos en otros capítulos, y que están
sintetizados en la tabla de abajo, que es la misma que usamos para
impartir nuestros talleres y cursos. Todo está elaborado sobre la
base de la cosmovisión que presentamos, que es totalmente científica
y está fundamentada en lo que podríamos llamar el paradigma
energético de la ciencia, que incluye al paradigma holográfico ya
presentado junto con las investigaciones de los científicos
mencionados y el trabajo del Instituto Matemáticas del Corazón de
California.
Los pasos del Método Vida Coherente
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