2.12.19

Los individuos no tienen una verdadera capacidad de decisión sobre sus destinos

¿QUÉ ES LA REALIDAD?                                                     


Una aproximación desde la sociología

Siguiendo la serie de artículos con la que tratamos reflexionar sobre cómo distinguir lo real de lo falso y cómo definir la realidad, en esta ocasión vamos a abordar el tema desde una nueva óptica. Si ya lo hemos hecho a través de la física cuántica (dos realidades pueden coexistir al mismo tiempo), a través de la  filosofía (lo real es aquello que se percibe como real) o a través del cine (ficciones en las que aparecen varias realidades), toca ahora abrir el libro de la sociología y hablar de si la realidad es algo predeterminado, algo que los individuos construyen individualmente, algo que se puede modificar… etc.

Sin duda volveremos a transitar por terrenos propios de la filosofía, e incluso hablaremos de física. Como sabemos después de haber leído varios artículos, la reflexión sobre lo real ocupa varias ramas del saber, y es tan estimulante y apasionante como compleja e inalcanzable. Con toda seguridad nunca terminemos por definir qué es lo real, pero sin duda habremos recorrido un camino enriquecedor. Después de nuestro viaje, contemplaremos el mundo que nos rodea con mucho más conocimiento y consciencia.

Primera parada: la discusión Determinismo vs. Libre albedrío
Necesitamos comenzar por el principio. Si vamos a reflexionar sobre si la realidad o lo real es algo que puede ser creado por el individuo, hay que acudir a un antiguo debate: ¿es el individuo libre para decidir su destino? Hay dos respuestas: la afirmativa y la negativa. La corriente del determinismo apuesta por la segunda.

En la figura de Laplace encontramos al máximo exponente de esta doctrina filosófica, asegurando que, si se conoce el estado actual de la realidad que nos rodea con total precisión, se puede predecir cualquier evento del futuro. Desde esta perspectiva la realidad que está por llegar puede ser conocida en la realidad presente. Para ello es importante conocer todas las variables que definen la realidad. Esta posición encuentra apoyo en la física clásica, que se basa en la sucesión de la cadena causa-consecuencia.

Así pues, todo, absolutamente todo (la realidad, el pensamiento, la física, las acciones humanas) es consecuencia de una causa. Si se conoce la causa, se puede prever la consecuencia. Por eso el determinismo defiende que las realidades, acciones, pensamientos y acontecimientos físicos venideros están determinados por las causas del presente. Conociendo perfectamente estas variables (futuras causas) se podría prever qué realidades, acciones, pensamientos y acontecimientos físicos tendrían lugar en el futuro. De hecho, para los puristas de esta escuela, no se conoce  verdaderamente la realidad hasta que no se conocen sus causas.


Sin embargo, la física cuántica ha superado esta visión añadiendo una variable con la que Laplace y los deterministas no contaban: el caos. Se ha demostrado que los sistemas físicos pueden verse alterados sin causa aparente, por mera acción del impredecible y aleatorio caos. Esto es importante e implica que, para unas mismas variables o condiciones, dos sistemas iguales pueden derivar de manera diferentes. Es decir, se crean realidades distintas partiendo de realidades similares. Con el caos el determinismo queda obsoleto.

Pero la filosofía va siempre más allá de la física, y el determinismo aplicado a la vida de las personas, del individuo, encuentra caminos para rechazar el libre albedrío: desde el determinismo lingüístico, hasta el determinismo conductista, pasando por el determinismo psíquico o el determinismo genético. Ya sea por el idioma que hablamos, la educación que hemos recibido, la psicología que nos defina o los genes que nos compongan, el determinismo sostiene que los individuos no tienen una verdadera capacidad de decisión sobre sus destinos y futuros.

Siempre hay variables que condicionan y moldean el tipo de caminos que cada persona puede (y de hecho va a) recorrer. Así como un individuo psicológicamente tímido y callado nunca va a dar un discurso en público (o siempre dirigirá su vida hacia evitar dicha situación), el determinismo asegura que conociendo las causas y variables que definen una realidad se pueden controlar sus efectos. Esto supone moldear o dominar las realidades futuras.

Frente a esta visión se encuentran los defensores del libre albedrío como única verdad cierta en lo referente a la relación entre el individuo y la realidad que le rodea (o, mejor dicho, las futuras realidades que le rodearán). El libre albedrío defiende que todo individuo es libre de tomar sus propias decisiones, por lo que no importan los factores o variables que le definan o conformen. Cualquier individuo, más allá de la raza, psicología, genes, idioma, creencias, educación o convencimientos, es en última instancia libre para escoger qué hacer en cada momento.

Discutiendo el libre albedrío, Schopenhauer creía que uno de los motivos para la falta de libertad total eran las contrapartidas de ciertas libertades. Ciertamente el hombre es físicamente libre de hacer cualquier cosa, pero realmente no lo es, porque nunca hará algo que no quiera hacer, algo cuyas consecuencias sean inaceptables para el individuo. El miedo a esas consecuencias percibidas como negativas es en realidad la causa de la falta de libertad.

Por otro lado, Spinoza recordaba que los hombres se creen libres porque son conscientes de sus deseos, pero en realidad ignoran las causas por las cuales tienen esos deseos. Y esto ha sido demostrado de manera científica desde varios campos como la física o la biología. Los interesantes estudios de Benjamín Libet en los años ochenta sugieren que las decisiones tomadas por una persona son primero hechas en el inconsciente, de modo que la creencia del individuo de que ha tomado voluntariamente cierta decisión responde únicamente a la visión retrospectiva.

En la realidad actual, en la que las variables que afectan a la formación del individuo son algunas como el consumismo, la desinformación, la publicidad o el miedo, es razonable preguntarse si, efectivamente, cada persona es libre de tomar la decisión que quiera. La pregunta más profunda y filosófica de todas: ¿somos realmente libres? Los defensores del libre albedrío lo tienen claro: sí. En el fondo todos podemos hacer lo que queramos. Podemos tomar clases de vuelo, hacer submarinismo, caminar hacia cualquier lugar del mundo, vestirnos como queramos, hablar con quién queramos… podemos incluso quitarnos la vida. Sin embargo, movidos (o, mejor dicho, inmovilizados) por el sentido común, hay cientos de cosas que nunca haremos.

Y aunque parezca que estamos en la sección de Reflexión sobre la Sociedad, el nexo de unión con la Reflexión sobre la Realidad es muy fino, y se concentra en la idea de que la realidad es algo construido por la sociedad.

Lo real se sirve a la carta: la profecía autocumplida
Cuando en un artículo anterior tratábamos de definir el concepto de realidad, nos encontramos dando vueltas al diccionario, como una pescadilla que se muerde la cola. En ese momento buscábamos definiciones, que al fin y al cabo es una manera de buscar ingenuamente certezas. Hablando de la realidad no hay definición válida, porque la realidad es algo en continua construcción.

En esta ocasión vamos a abordar nuestra reflexión apoyándonos en interesantes variables como el Teorema de Thomas, la Profecía Autocumplida, el Escotoma o el Efecto Pigmalión. Sumados, estos factores conforman una buena guía para leer y entender la realidad que nos rodea.

Al sociólogo estadounidense William I. Thomas le debemos un teorema clave para comprender el secreto del mundo, y es que las personas son fácilmente manipulables cuando se trata de conocer la realidad. Si se consigue hacer creer a un grupo de individuos que una falsa realidad es real, esta falsa realidad automáticamente pasa a ser una realidad real, al menos para el grupo de individuos. 

En su enunciado literal el teorema dice: “Si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias”, y es muy importante la segunda parte, porque si la percepción de la realidad (aunque errónea) lleva a los individuos a realizar acciones concretas, físicas y cuantificables, la falsa realidad pasa a ser, de facto, real. Es falsa, pero tiene consecuencias físicas similares a cualquier otra realidad real.

Interesante es también la teoría de la Profecía Autocumplida, que señala un curioso comportamiento psicológico de los seres humanos: cuando un individuo se convence a sí mismo (o le convencen) de que una situación o realidad es de una manera (aunque no sea su estado real), finalmente la situación o realidad acabará siendo de la manera que el individuo la entendía o percibía. De esta forma,  profecías que se basaban en hechos falsos pueden acabar siendo reales, porque los individuos actuarán siguiendo esos hechos y llevarán a la realidad a tomar la forma profetizada. Da igual que esa realidad se haya construido con un sustrato falso, lo importante es que se ha acabado construyendo, y que ahora es real. Pese a haber nacido de un engaño.

En la construcción de una realidad falsa suelen participar casi siempre agentes externos, pero en ocasiones nuestro ojo sólo ve lo que quiere ver. Esta cualidad de los individuos se relaciona con el escotoma, o anulación de ciertas partes del campo visual. En cierta manera las personas elegimos qué ver, y por tanto moldeamos la realidad que nos rodea, alterándola y distorsionándola. Está científicamente comprobado que nuestro cerebro selecciona la información que mayor placer nos produce.

El Efecto Pigmalión es otro ejemplo de cómo podemos crear realidades a través de convicciones o percepciones que no tienen por qué ser verdaderas. Aunque parezca una frase hecha, si creemos en algo podemos hacerlo verdad. Este efecto se ha demostrado especialmente en el ámbito de la educación: las expectativas de un profesor sobre sus alumnos se cumplirán. Si el profesor espera de ellos el fracaso, fracasarán. Si espera el éxito, lo tendrán. ¿Cómo es posible?

Porque nuestra percepción de la realidad construye la realidad. Aunque estemos equivocados y nuestras premisas sean falsas, en realidad lo importante es lo que creemos y cómo entendemos la realidad que nos rodea. Como dice Thomas, “las impresiones subjetivas pueden ser proyectadas en la realidad, de tal modo que llegan a ser verdaderas para quienes las proyectan.”

Sin embargo, la mayoría de los casos de creación o construcción de realidades que en realidad son falsas tienen lugar de manera externa a la consciencia de los individuos. Como analizamos en otro artículo, hay una clara división entre clases en la sociedad, que de manera simplificada pueden estructurarse en clase dominante y clase dominada. Corresponde a la primera la creación de falsas realidades, algo que la clase dominante realiza mediante los medios de comunicación principalmente, con las estrategias de desinformación y distracción.

Consecuencias de la creación de una falsa realidad

Uniendo la primera parte del artículo (discusión sobre la libertad de actuación del individuo) con la segunda (la creación de realidades), podemos entender la reflexión que pretendemos abordar. Si el individuo tiene predeterminada su actuación sobre la realidad que le rodea debido a un sinfín de factores (psicológicos, genéticos, raciales, de convicciones, por efecto de la desinformación, la manipulación, la distracción, la publicidad…) y además la realidad que le rodea ni siquiera es real, nos encontramos en una situación complicada para la libertad real de las personas. ¿Cómo va a ser alguien libre si no controla sus propias decisiones ni es consciente de la realidad en la que vive?

En realidad ambas deficiencias están relacionadas: creyendo que la realidad es A (aunque en realidad sea B), el individuo realizará acciones relacionadas con la realidad A, en la que cree vivir. Un buen ejemplo podemos encontrarlo en la sociedad de consumo. El individuo cree que en esta realidad: “Cuanto más compre, más contento estaré y más aceptación recibiré”. Viviendo en esta realidad tienen lugar las acciones que decide la persona: comprar sin necesidad real, vestir como otras personas, escuchar la música que escuchan otros, hablar como hablan otros… etc. De esta manera, partiendo de una premisa falsa (¡en realidad no importa lo que compres, tu vida no depende realmente de ello!), el individuo ha realizado acciones y ha tomado decisiones concretas y que han tenido consecuencias físicas (ha comprado cosas, ha gastado dinero, ha decorado su piso con muebles suecos…).

Si el sistema (las clases dominantes) crea una realidad basada en el consumo, los individuos (las clases dominadas), convencidos de que el mundo funciona así, aceptan la realidad y actúan en su marco. Así, convenciendo a los individuos de que la realidad es x, la realidad será efectivamente x, aunque la realidad en realidad no sea x. De otra manera: las clases dominantes deciden la realidad que crean y las clases dominadas la hacen suya. Y es una estrategia muy efectiva: como decía Morfeo en Matrix, “los individuos están tan conectados al sistema que lucharían por defenderlo”, aunque en realidad sea un sistema negativo para sus propios intereses como personas.

Como hemos dicho, la creación de falsas realidades no parte siempre de las esferas más altas del sistema de clases. En ocasiones es el propio individuo quien se crea su propio falso mundo real. Otro ejemplo práctico: el autoconvencimiento derivado del escotoma (la selección de información y el desecho de las partes de la realidad que no queremos ver) tiene un gran impacto en la percepción que los votantes tienen de los candidatos en unas elecciones. Pese a que uno de los candidatos esté describiendo la realidad tal y como es, si a nosotros no nos gusta, nuestro cerebro nos ayudará a desecharlo, reforzando las características negativas del candidato o minimizando sus cualidades. Siempre haremos lo que creamos que es mejor hacer. No lo que sea realmente mejor.

Finalmente, varios autores han señalado que, especialmente en la sociedad actual, posmoderna y tecnológicamente avanzada, la mayor parte de la gente vive en una “hiperrealidad”, esto es, un estado de incapacidad de la conciencia de distinguir la realidad real de la falsa realidad. Contra esta situación sólo queda una cosa: levantarse del sofá, mirar el mundo que nos rodea y reflexionar.

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