Tener acceso ilimitado a la información no necesariamente indica que sabemos cómo interpretarla o cómo darle sentido. Sin esas dos acciones, la sobreabundancia de información se traduce en aburrida y peligrosa ignorancia.
Felicidades,
eres parte de una generación que tiene a su plena disposición
cantidades de información hasta hace poco inimaginables. No
sólo hoy hemos generado cientos de veces más data que hace un
siglo, sino que ahora una inabarcable porción de ella está
disponible a unos cuantos clicks –y si añades perseverancia,
paciencia y un poco de suerte, entonces el caudal es literalmente
infinito.
El
escenario actual bien se podría calificar como un paraíso para
muchos que históricamente lucharon por disolver los cerrojos que
mantenían el control de la data para élites, gobiernos o
instituciones bajo la premisa de que el conocimiento es poder. Y
hasta cierto punto esta premisa era real, el conocimiento ligado a la
obtención de información destapa regiones en el horizonte de vida y
pensamiento de una persona, pero cuando esto sucede de forma
colectiva entonces se refuerza la posibilidad de transformar el
entorno.
Todo
esto suena maravilloso, y en realidad lo es, ya que somos en este
sentido una generación privilegiada. Pero ¿luego qué? ¿Por qué
seguimos experimentando a nivel individual vacíos? ¿Por qué no
hemos sido aún capaces de hackear algunos de los principales retos
que colectivamente tenemos por delante?La
revolución psicodélica como musa de la era digital
En
el artículo “De hippies a microchips: los antecedentes
contraculturales de Internet” repasamos la relación histórica
entre el movimiento psicodélico de los ’60 y el nacimiento de la
cultura internetera. Siendo un tanto reduccionistas, podríamos
afirmar que el pulso original de la revolución hippie fue
un deseo eufórico, colorido, relativamente inmaduro pero también
efectivo, de ‘transformar las cosas’. Entre los principios
básicos que florecían en aquella época, evidentemente se incluía
la libertad, y en este sentido la frase de Stewart Brand, el
brillante fundador de WELL, sintetizaba la transición entre la
rebeldía sesentera y el reinado de la Red: “la información quiere
ser libre”.
Mucha
información pero poco sentido
He
encontrado un lúcido artículo de Dougald Hine para la revista
digital Aeon
Magazine,titulado “What
Good is information?“, el
cual destaca la insuficiencia de tener tal cantidad de información
asociada a conocimiento, en la actualidad. De acuerdo con Hine, parte
del problema es que no necesariamente se cumple el trayecto entre
obtener información y darle sentido. De hecho apela a un fenómeno
que aunque pareciera increíble que siga vigente, lo cierto es que
podría estar en una de sus fases doradas, el aburrimiento.
Por
más estímulos informativos, contenidos audiovisuales, fotografías
sorprendentes y causas desbordantes de mp3 que tengamos, si no somos
capaces de traducir esto en sentido entonces corremos el riesgo de
terminar aburridos –con todo lo que implica este estado de la
existencia.
Si
el aburrimiento se ha convertido en una enfermedad de las sociedades
modernas, esto se debe a que es más complicado desarrollar la
capacidad de encontrar sentido.
Cuántos
de nosotros no hemos experimentado esa sensación de, tras un
estimulante recorrido por los parajes digitales, entrelazando
apasionados clicks, de pronto nos encontramos hastiados e ignorando
cómo llegamos hasta ahí. Hine advierte que esto podría deberse a
que el flujo de información, abordado desde la perspectiva más
popular, termina siendo más una distracción que una ruta efectiva
para construir relaciones de sentido. Y entonces viene el
aburrimiento, el hartazgo… el sinsentido.Congruencia
como materialización del banquete informativo
Más
allá del aburrimiento, y sobre todo del sinsentido, cuya presencia
dentro del diagnóstico de la sociedad contemporánea no deja de ser
lamentable (y retador), creo que otra reflexión pertinente gira en
torno a la congruencia. Si buena parte de los beneficios de gozar de
los ríos digitales de información radica en que este bufete
informativo es un potencial transformador, pero no somos capaces de
procesar y encausar dicha data, entonces todo indica que, por el
momento, no hay fiesta. En este sentido parece apropiado
preguntarnos si el exceso de información es mejor que la antigua
falta de la misma –demasiada información puede actuar como
distractor, puede confundirnos y desgastarnos.
Independientemente
de la respuesta que asignemos al anterior interrogante, lo cierto es
que las condiciones están dadas. Vivimos en un entorno
informativamente hiperfertil, un estado por el cual muchos lucharon,
pero que ahora, una vez alcanzado, nos toca a nosotros encontrar la
manera de convertirlo en un verdadero agente de cambio. Debemos
plisar lo que hoy sabemos en nuestra vida cotidiana, debemos
experimentar la información y luego vivir el conocimiento. Las
hebras de data deben ser traducidas, por nosotros, en acciones,
movimientos, conceptos y, como Hine señala, en redes de sentido,
todos elementos que a su vez tendrían que eventualmente
materializarse en mejores condiciones de vida tanto individual, como
colectivamente, en un plano interior pero también en uno
compartido.
La
fiesta está lista. Pero para comenzar tenemos que superar este reto,
y si lo logramos la nuestra será una aportación histórica…
Javier
Barros del Villar
Twitter
del autor: @ParadoxeParadis
Fuente: http://pijamasurf.com/
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