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6.3.20

Parece improbable un Renacimiento suficiente para sacudir al hombre occidental

LA "NUEVA EDAD OSCURA"                                      

En Europa Occidental y Norteamérica: 
Comparaciones con la CAÍDA de ROMA

¿Qué Es una Edad Oscura?

     En historiografía, el término "Edad Media" (Dark Ages) puede describir siglos intermedios para los cuales tenemos pocas o ninguna prueba documental. En consecuencia, el período de tiempo entre el colapso de la civilización micénica y el nacimiento de la polis es conocido como la Edad Media Griega por los historiadores, simplemente porque no hay fuentes contemporáneas escritas. En este ensayo, el término Edad Oscura será usado para designar un período de decadencia civilizacional, con particular referencia a la Edad Media de Europa Occidental (c. 500-1000 d.C.). Ése fue muy probablemente el peor período de la decadencia civilizacional en la historia occidental, pero es importante porque nos muestra que la civilización está separada de la peor depravación bestial por una delgada línea.

     Lo que George Santayana escribió es instructivo: "Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo". Aunque este adagio haya llegado a convertirse en un cliché, vale la pena repetirlo ya que está bien apoyado por la experiencia pasada. Si nos enfocamos en la Antigua Edad Oscura, es porque arriesgamos olvidar cuán frágil es realmente la civilización. Si es así, estamos en peligro de apresurarnos inconscientemente hacia una Nueva Edad Oscura —si no hemos entrado ya en una— puesto que hemos dejado de asimilar las lecciones del pasado.


     Las causas de la Edad Oscura en Europa Occidental son consideradas complejas y multifacéticas por los historiadores modernos. Los sucesores Estados bárbaros que sustituyeron al Imperium Romanorum carecieron de la capacidad y la competencia para el gobierno imperial. Dicho resultado era inevitable. Bajo el gobierno bárbaro hubo "simplificaciones muy sustanciales en la cultura material post-romana entre los siglos V y VII" [1]. Entre esas "simplificaciones" estuvieron el colapso de la infraestructura del Imperio, la decadencia en la producción de productos manufacturados y el uso de monedas, la generalizada despoblación y des-urbanización y, la más devastadora de todas, la pérdida de gran parte del patrimonio cultural e intelectual del mundo antiguo. Aunque algunos historiadores contemporáneos destaquen la continuidad entre Roma y los reinos bárbaros, eso es contradicho por el extenso registro arqueológico. Entre 500 y 700 d.C. hubo una masiva decadencia en el nivel de vida europeo desde tiempos romanos, cuando la Época Oscura había alcanzado su punto más bajo.

[1] Wickham, Chris. The Inheritance of Rome: A History of Europe from 400 to 1000. Londres, 2010, p. 7.

     Tan terrible como fue aquella Edad Oscura, no es el único período oscuro en la historia occidental, ni tampoco será el último. Una Nueva Edad Oscura ha regresado, más terrible que la primera. Somos sus testigos pasivos, confiados en que nada puede ser hecho para detenerla. El Occidente se está derrumbando porque la raza Blanca ha decidido colectivamente —por instigación de una élite globalista hostil dominada por los judíos— que el suicidio racial Blanco es un imperativo moral. Los signos visibles de este empeoramiento son tan obvios que ya no pueden ser ignorados, al menos por aquellos que pueden ver más allá de las ruinas ardientes de esta decadente civilización.


¿Una Nueva Edad Oscura?

     Los signos de una emergente Nueva Edad Oscura son cuádruples, afectando los ámbitos biológico, intelectual, demográfico y económico de la existencia del hombre occidental. Esta decadencia es aparentemente imparable; a medida que pasa el tiempo, la oscuridad sobre Europa sólo se hará más oscura. En el área biológica e intelectual, hemos visto los CIs disminuír constantemente desde mediados del siglo XIX. Eso sin duda ha sido enmascarado hasta un grado considerable por mejoras en la nutrición y en el cuidado de la salud, resultando en vidas más largas. Por otra parte, el feminismo y la liberación sexual de las mujeres han agravado la decadencia: mujeres de bajo CI se reproducen prolíficamente, mientras las mujeres de alto CI influídas por el feminismo retrasan el matrimonio por el bien de sus carreras y educación. No se requiere una imaginación fértil para comprender la clase de efecto disgenésico que eso tiene sobre la sociedad.

     En los más grandes centros urbanos norteamericanos y de Europa Occidental vemos la infraestructura que colapsa y la creciente decadencia social que viene con el sobrepoblamiento e inmigración masiva desde el Tercer Mundo. Más hombres de color traídos en enormes cantidades a las ciudades occidentales por élites globalistas, muchas con agendas étnicas anti-Blancos, significa un menor CI de la población promedio, seguido de la correspondiente decadencia en la calidad de vida, ya que la gente de bajo CI se convierte en una carga creciente en la sociedad en términos de falta de hogar, drogadicción, carencia de educación, carencia de la ética del trabajo, etcétera. En ausencia de una élite tecnológicamente sofisticada capaz de producir copiosamente bienes de consumo baratos, eso resultaría en una creciente "simplificación" de la cultura material post-occidental, análoga a la clase de "simplificaciones" que los arqueólogos dicen que ocurrieron durante la Antigua Edad Oscura. Considerando los CIs que disminuyen a la par con los estándares higiénicos raciales, la vida inevitablemente se convertirá en una lucha darwiniana, más simple pero más brutal, por la supervivencia, tal como lo fue hace más de mil años.

     Los decrecientes CIs de Occidente han conducido a declinantes estándares educacionales. Las universidades ya no son baluartes de la búsqueda intelectual, como lo fueron durante su auge, es decir, La Belle Époque, sino centros de adoctrinamiento liberal con poco contenido intelectual. A este respecto, las universidades actuales son similares a las universidades de la baja Edad Media que una vez vigilaban la ortodoxia y desalentaban la libertad de pensamiento (es decir, los aristotélicos cristianos de las facultades medievales de artes y teología que se opusieron a la nueva astronomía de Galileo). La gente que las dirige, lejos de estar interesada en el conocimiento de por sí, está allí para cosechar las recompensas de un trabajo fácil y bien pagado donde ellos son capaces de vomitar la propaganda izquierdista, a costa de sus estudiantes, los cuales todavía creen —aunque ingenuamente— que los grados académicos son necesarios para conseguir buenos empleos. La educación masiva, lejos de ser un beneficio para alguien excepto para los arquitectos del sistema, ha disminuído la calidad curricular y ha aumentado en general la prevalencia de la inflación de grados académicos.

     Como una nota aparte, la filosofía occidental —el esfuerzo intelectual más importante junto a la física teórica— ha sido golpeada de manera particularmente dura por el relativismo post-moderno. Desde las alturas empíreas de Platón y Aristóteles, ha descendido hasta el bajo nivel de un pozo séptico lleno de heces. Los escritos de Martin Heidegger —la mayor superestrella de la academia liberal— son considerados como escrituras sagradas por sus legiones de adoradores fanáticos, aunque dichos escritos sean diatribas pretenciosas, incoherentes y llenas de jerga, famosas sólo porque ellas pueden ser interpretadas para significar cualquier cosa para cualquiera. Lejos de ser un medio para definir términos y refinar métodos para conseguir una mayor claridad y entendimiento —el camino que Sócrates pretendía—, la filosofía moderna (sobre todo la continental) procura fingir profundidad mediante una prosa innecesariamente hinchada y obscura. Mientras tanto, una jerga impenetrable se ha convertido en la marca registrada del resto de las Humanidades, personificadas por superestrellas académicas.

     Las poblaciones Blancas de todo el mundo se precipitan hacia una caída libre demográfica. Los decrecientes índices de natalidad en prácticamente todas las naciones Blancas del hemisferio occidental son sintomáticos del colapso de la familia monógama, resultado de décadas de adoctrinamiento en ideología feminista y liberación sexual de las mujeres. Puesto que ya no se espera que las mujeres se establezcan y se casen, los peores aspectos de la naturaleza femenina están ahora en plena exhibición. La deuda estudiantil adquirida al comprar grados académicos en gran parte sin valor (para muchos) está afectando la decisión de casarse. Si no hay valores tradicionales —y la sociedad occidental ha hecho todo lo posible para deshacerse de ellos en nombre de unos fatuos "derechos humanos"— la sociedad no se volverá a recargar adecuadamente, eventualmente marchitándose y muriendo.

     Finalmente, las economías occidentales están siendo socavadas desde dentro por sus propias élites. La externalización de la producción por parte de multinacionales ha diezmado a los sectores industriales en todos los países occidentales Blancos, empeorando las vidas y las perspectivas de las poblaciones de mayoría de clase media y obrera. Se ha permitido que bienes chinos inunden los mercados occidentales, a menudo con la colusión de fabricantes domésticos que son capaces de externalizar sus costos de trabajo. Los salarios reales se han estancado y la vivienda económica se ha hecho cada vez más escasa, ya que la excesiva demanda de inmigrantes del Tercer Mundo coloca la propiedad de una casa más allá del alcance del ciudadano corriente, particularmente en los grandes centros urbanos.

     Más encima, la importación de esa barata mano de obra no-Blanca tiene un efecto anticonceptivo, ya que presión hacia abajo sobre los salarios reales, lo cual, a su vez, pone presión hacia abajo sobre las tasas de fertilidad de los Blancos; los salarios de la clase obrera se han estancado desde los años '70. En Occidente, el creciente ejército de la reserva de trabajadores des-incentiva a la industria para racionalizar la producción y canalizar los beneficios excedentes hacia la investigación y el desarrollo. Lejos de mejorar, la economía empeora cuando la riqueza se acumula en el 1% de la población; mientras tanto, la clase media se reduce y la pobreza se extiende.

     A causa de todos estos factores, la vida en la mayor parte de los países occidentales Blancos ha empeorado progresivamente, hecha sólo tolerable —pero sólo apenas— por la superabundancia de bienes chinos baratos. El que la mayoría de los Blancos y sus élites globalistas interpreten esos signos de empeoramiento como "progreso" y "mejoramiento" es sólo una evidencia más de que estamos en una Edad Oscura.

Antigua y Nueva Edad Oscura Comparadas

     Las semejanzas y diferencias entre la Nueva y la Antigua Edad Media pueden ser agrupadas bajo los títulos siguientes: (a) los motivos de la declinación demográfica; (b) la decisión consciente del hombre occidental de abandonar su propia civilización versus decadencia romana debido a debilidades civilizacionales internas; y (c) el papel de la ideología cristiana en la decadencia de Roma y el de la ideología judía en la cultura occidental moderna.

     Primero, comencemos con la decadencia de Roma, que tuvo una dimensión demográfica. Después de que Adriano había abandonado los territorios conquistados por Trajano —por motivos administrativos y fiscales—, la búsqueda de nuevas tierras y nueva gente sobre la cual gobernar se detuvo. Eso precipitó una crisis. El número de hombres que quedaban para labrar los campos y encargarse de las fuerzas auxiliares a lo largo de las fronteras disminuyó a medida que los vicios de la civilización echaban raíces. A causa de la insuficiencia de hombres y riqueza gravable, el Imperio careció de la capacidad para controlar sus enormes territorios. Para remediar eso, los romanos reclutaron a bárbaros de recientes poblaciones migratorias a lo largo de las fronteras o de los ejércitos de los derrotados. El historiador Dión Casio dice que Marco Aurelio, después de derrotar a los bárbaros en las Guerras Marcomanas [del siglo II d.C.], los envió a campañas militares o los asentó en tierras de Dacia, Panonia y otras partes.

     Hacia el siglo IV el reclutamiento de bárbaros en los ejércitos había aumentado; a mediados del siglo V las filas del ejército estaban en gran parte ocupadas por mercenarios germánicos y hunos, en cuyo punto incluso la cadena militar de mando estaba completamente en manos de bárbaros. El magister militum, la posición más importante en el Imperio después del Emperador mismo, fue ocupado por germanos romanizados durante la mayor parte del siglo V. Esos hombres eran más poderosos que la sucesión de Emperadores débiles que ellos podían fabricar o acabar con una sola declaración. Según la "tesis de la barbarización", "Roma fue fatalmente debilitada cuando, en los siglos IV y V, su ejército, en gran parte compuesto por extranjeros, ya no representaba al pueblo" [2].

[2] Speidel, Michael P., Riding for Caesar: The Roman Emperor’s Horseguard, 2011, p. 65.

     La necesidad de bárbaros que tenía la administración imperial era de algún modo similar a la demanda de la élite occidental de inmigrantes no-Blancos. Como los inmigrantes, los bárbaros eran baratos y prescindibles. Los hombres de color son importados por globalistas para que hagan "el trabajo que los hombres Blancos no quieren hacer". Del mismo modo, los bárbaros fueron reclutados en los ejércitos y se les permitió asentarse en tierras imperiales porque los romanos de los siglos IV y V se habían convertido en unas tristes criaturas de la Antigüedad, suaves, afeminados, tímidos, amantes de la paz y totalmente carentes de todas las virtudes guerreras. Finalmente, al igual que las élites occidentales, la administración imperial era una bestia hambrienta de impuestos; pero la justificación romana para los impuestos era pragmática, no ideológica.

     Esa diferencia es mejor ilustrada por el modelo económico neoliberal occidental; basado en el crecimiento perpetuo, sirve como el pretexto para la necesidad suicidamente impulsiva de la mayoría Blanca de interminables suministros de "carne fresca" no-Blanca. En el caso romano, una constante corriente de cuerpos fue necesaria para mantener a un Imperio que se sobreextendió más allá de sus capacidades logísticas y financieras. Hacia la Antigüedad tardía, esa situación se había hecho militarmente y económicamente insostenible. Los invasores bárbaros estaban simplemente dando patadas en las puertas de una vieja casa que estaba podrida hasta sus fundamentos.

     El resultado inevitable de la avaricia imperial de impuestos y mano de obra fue el reemplazo demográfico étnico de la población romana a través de amplias zonas de la tierra imperial. Aquélla no fue una decisión consciente de parte de la aristocracia romana. Dado el carácter multi-étnico del Imperio, la administración imperial no podía rechazar por razones étnicas la entrada a migrantes bárbaros. Los problemas que afligieron al Imperium durante la Antigüedad tardía fueron el resultado de anteriores políticas expansionistas que sobreextendieron los límites del Imperio, haciéndolo difícil de mantener y controlar sin un suministro constante de hombres y un flujo estable de impuestos. El reemplazo demográfico por grandes cantidades de extranjeros, resultado final de fracasadas políticas expansionistas imperiales, junto con la  Volkerwanderung [emigración de pueblos], condujo al distanciamiento de la ciudadanía de las instituciones de su propio gobierno.

     Mientras más germanizado se hizo el Imperio, menos personas se identificaron con él. Con el tiempo, demasiada germanización significó muy poco patriotismo; ninguna lealtad a Roma significó ningún deseo de impedir que las invasiones bárbaras ocuparan gran parte de los territorios imperiales. Cuando Roma perdió África a manos de los Vándalos, había apenas voluntad para recobrar el territorio, a pesar de su status como el granero del Imperio. Eso incluso significó el desprecio romano —y a veces el abierto odio etno-racial— por los invasores germánicos y hunos. La segunda vez que Roma fue saqueada en un milenio —por los godos de Alarico en 410 d.C.— la razón subyacente fue el tratamiento despectivo hacia sus auxiliares bárbaros y los sacrificios de ellos hechos por los romanos, resultado de basarse en mano de obra extranjera barata y prescindible.

     La Volkerwanderung no es la causa del colapso del Imperio, ya que sus debilidades internas datan de las guerras civiles, desastres naturales e invasiones bárbaras del siglo III; sin embargo, la germanización, combinada con la carencia de identificación con la Romanitas, desempeñó un papel en el apresuramiento de su decadencia. Los Estados bárbaros sucesores que reemplazaron a la administración imperial carecían del conocimiento para dirigir una civilización tan sofisticada y avanzada como Roma, ocasionando que la barbarie sustituyera a la civilización en la mayor parte de Europa Occidental.

     Incluso aunque las causas de la Edad Oscura en Roma y en el moderno Occidente sean diferentes, es instructivo notar que el resultado final en ambos casos fue el reemplazo étnico por extranjeros hostiles, ninguno de los cuales poseía la capacidad para mantener las civilizaciones que ellos adquirieron o por la fuerza o por invitación. Entre las principales diferencias estaba que los bárbaros que aterrorizaron a Roma eran en su mayor parte Blancos, mientras que los que están siendo importados por Blancos ahora en sus propios países occidentales son abrumadoramente no-Blancos. A diferencia de Roma, que al menos valoró la Romanitas hasta el amargo final, el "Occidente" contemporáneo persigue agresivamente su propia muerte racial a manos de sus colonizadores no-Blancos. Mientras la decadencia de Roma fue el resultado de acontecimientos que pudrieron el Imperium desde dentro, el colapso de las sociedades occidentales modernas y su descenso hacia la Nueva Época Oscura es completamente culpa de Blancos dominados por una élite dirigente hostil.

     Muchos Blancos, bajo la influencia de una élite extranjera de los medios de comunicación, dominada por los judíos, animan a sus propias mujeres a prostituírse ellas mismas ante extranjeros no-Blancos, haciendo más difícil para los hombres de su propia raza reproducirse, al ponerse en práctica políticas agresivamente feministas, liberacionistas y multiculturales. Ésa es una razón de por qué la fertilidad ha disminuído hasta niveles inferiores a la tasa de reemplazo desde el principio de la "revolución sexual" de los años '60. El homosexualismo, el  transgenerismo y el mestizaje se han convertido en los nuevos valores occidentales de las emergentes culturas post-occidentales de Europa Occidental y Norteamérica, gracias a la manipulación por la élite de la conciencia racial Blanca. Por consiguiente, los valores tradicionales encarnados por las instituciones del matrimonio monógamo y la unidad de la familia nuclear ya no son influyentes.

     La imagen de la mujer Blanca en las mentes de los varones de color animados por los globalistas para invadir los países de mayoría Blanca, es la de una mujerzuela promiscua y ninfomaníaca que se acostará con cualquier hombre que la desee. Esa imagen ha sido exportada al extranjero por Hollywood, pero está lejos de la verdad, ya que las mujeres en todas partes son biológicamente hipérgamas [buscan casarse con hombres de situación igual o superior]. Pero no hay duda de que ése es un poderoso atractivo para el exceso de varones solteros del Tercer Mundo, que no pueden permitirse mujeres para ellos mismos en sus propios países nativos. Esas políticas son remilgadamente justificadas como los muy necesarios "legislación de derechos civiles" y "multiculturalismo", pero etiquetas más apropiadas serían un patológico etno-masoquismo y un ilusorio auto-odio racial.

     Finalmente, el cristianismo había llegado a ser la religión estatal de Roma en el siglo IV. Eso privó al Imperium de sus hombres más capaces y talentosos. Esa "fuga de cerebros" de la época clásica tardía apresuró más aún un proceso comenzado durante la crisis del siglo III, cuando el Imperio romano fue dividido entre facciones en guerra.

     El historiador italiano Arnaldo Momigliano escribe:

    "La Iglesia atrajo a las mentes más creativas: Ambrosio, Jerónimo, Hilario de Poitiers y Agustín en el Oeste; Atanasio, Juan Crisóstomo, Gregorio de Nacianzo y Basilio de Cesarea en el Este: casi todos nacidos como gobernantes, gobernantes de un tipo que, con la excepción del estudioso Emperador Juliano, era difícil encontrar en el trono imperial.

    "Gibbon estaba simplificando una cuestión muy complicada cuando él insinuó que el cristianismo era responsable de la caída del Imperio, pero él percibió que la Iglesia atrajo a muchos hombres que en el pasado habrían llegado a ser excelentes generales, gobernadores de provincias o consejeros de los Emperadores.

    "La gente se escapó desde el Estado hacia la Iglesia y debilitó aquel Estado dando a su mejor gente a la Iglesia. Ésa es una situación que por su parte requiere análisis y explicación. Pero su importancia primaria no puede ser pasada por alto. Los mejores hombres trabajaban para la Iglesia, no para el Estado" [3].

[3] Momigliano, Arnaldo, ed., "Judeo-Christianity and the Decline of the Roman Empire", en The Conflict between Paganism and Judeo-Christianity in the Fourth Century, Oxford, 1963, pp. 79-99.

     El ascenso del cristianismo no provocó la Edad Oscura —un acontecimiento sin ninguna causa subyacente única— pero tampoco ayudó a los asuntos. Cuando la Iglesia cristiana aumentó en riqueza y poder, más personas tomaron un interés activo en seguir carreras clericales. Bajo los Emperadores paganos, la familiaridad con los clásicos era obligatoria para aquellos que querían trabajar para el Estado, pero no era necesaria para aquellos que trabajaban para la Iglesia. Hubo una "reducción del número de cargos administrativos en los reinos occidentales sucesores del Imperio romano porque los impuestos fueron simplificados y algunos niveles administrativos... desaparecieron completamente. Aquello hizo de la cultura clásica algo menos atractivo, porque el esfuerzo y la inversión necesaria para dominarla llegaron a ser menos socialmente provechosos" [4]. Por consiguiente, el plan de estudios clásico disminuyó en importancia, haciéndose ya no necesario para el progreso secular. En el período medieval temprano, "la clericalización de la cultura se convirtió en la norma sociológica después del año 550" (Ibid., p. 12).

[4] Inglebert, Hervé, "Introduction: Late Antique Conceptions of Late Antiquity", en The Oxford Handbook of Late Antiquity, https://www.oxfordhandbooks.com/view/10.1093/oxfordhb/9780195336931.001.0001/oxfordhb-9780195336931

     A finales del siglo VI y principios del VII el sistema de educación clásica fue o reemplazado por la formación monástica o por el estudio de la patrística. Ese acontecimiento afectó negativamente la supervivencia del conocimiento secular del mundo antiguo. Dirk Rohmann escribe:

    "Muchos tempranos clérigos cristianos y autores eclesiásticos sintieron que los textos paganos del pasado eran completamente innecesarios para llevar un estilo de vida cristiano... A medida que la educación clásica llegó a ser cada vez menos importante para carreras mundanas, y la carrera clerical se hizo cada vez más atractiva, la preservación de las obras de antaño fue puesta en peligro" [5].

[5] Rohmann, Dirk, Christianity, Book-Burning and Censorship in Late Antiquity: Studies in Text Transmission, Waco, Baylor University Press, 2017, p. 198. ‌

     De alguna manera esas escrituras habían llegado a estar tan "en peligro" que casi ninguna de ellas sobrevivió a los siglos VI y VII, cuando el hombre occidental se había hundido hasta las profundidades más bajas. ¿Cómo pudo ocurrir una pérdida tan enorme en un período tan breve de tiempo (relativamente hablando)? En la obra estándar acerca de la transmisión textual clásica y medieval, los investigadores Reynolds y Wilson escriben:

    "Puede haber poca duda de que uno de los motivos principales de la pérdida de textos clásicos es que la mayor parte de los cristianos no estaban interesados en la lectura de ellos, y de ahí que no se hicieran bastantes copias nuevas de los textos para asegurar su supervivencia en una época de guerra y destrucción" [6].

[6] Reynolds, L. D. y N. G. Wilson, Scribes and Scholars. A Guide to the Transmission of Greek and Latin Literature, Oxford University Press, 2013, p. 34.

     El crecimiento de la Iglesia cristiana significó la pérdida de interés en los mayores logros del mundo antiguo. Los trabajos de poesía secular, filosofía, ciencia y matemáticas fueron dejados pudrirse en los estantes de libros de Europa Occidental. Reynolds y Marshall escriben: "La copia de textos clásicos disminuyó hasta tal punto durante la Edad Media que la continuidad de la cultura pagana estuvo a punto de ser cortada" [7]. Los monjes que dominaban el aparato medieval de la transmisión textual se aseguraron de preservar miles de copias del Nuevo Testamento en griego y en la versión latina de la Vulgata, pero raramente copiaban a los clásicos. Según Rudolf Blum:

    "De la literatura griega creada antes de 250 a.C. tenemos sólo una pequeña parte, aunque muy valiosa. No tenemos siquiera los trabajos completos de aquellos autores que fueron incluídos en las listas de clásicos compiladas por los filólogos alejandrinos. De todas las obras de la literatura griega pagana quizá sólo un 1% ha llegado hasta nosotros" [8].

[7] Reynolds, L. D., et alTexts and Transmission: A Survey of the Latin Classics, Oxford, 1983, p. XVII.
[8] Blum, Rudolf, Kallimachos: The Alexandrian Library and the Origins of Bibliography, University of Wisconsin Press, 2011, p. 8. ‌

     Rohmann escribe: "Se estima que para la literatura latina sobrevive en total menos de un 1% de títulos" (op. cit., p. 8). A causa de su indiferencia ante los logros del pasado, la Iglesia cristiana había prolongado inadvertidamente la Edad Oscura durante siglos. No fue sino hasta el redescubrimiento de la literatura clásica —Aristóteles, Platón, Euclides y otros— comenzando en el siglo XII, que el hombre occidental fue capaz de liberarse de la brutal indiferencia y de las groseras supersticiones de la Iglesia cristiana.

     Tal como el cristianismo, el marxismo cultural ha desempeñado un papel similar en la Nueva Edad Oscura, pero con una importante diferencia: el cristianismo no causó la desintegración del Imperio sino que sólo apresuró su decadencia, mientras que el marxismo cultural es un factor causal central en la decadencia occidental. Bajo la influencia marxista cultural, las élites globalistas han promovido agresivamente el feminismo, el multiculturalismo y la inmigración de masas. El homosexualismo, el transgenerismo y el mestizaje han llegado a ser venerados como los nuevos valores de una declinante civilización post-moderna.

     La Iglesia no necesitó suprimir la cultura clásica para asegurar la hegemonía cristiana en Europa Occidental; hubo algunas escaramuzas aquí y allá, pero la indiferencia era más que suficiente. Los marxistas culturales, a diferencia de los cristianos, suprimen activamente el conocimiento de las diferencias raciales y sexuales usando presiones sociales, es decir, exclusión y lenguaje avergonzador ("¡Usted, racista!, ¡Usted, sexista!"); usando presiones económicas, es decir, privando a disidentes derechistas de su sustento; y usando presiones legales, es decir, legislaciones de discurso de odio y contra la "negación" del  "Holocausto". Encima de eso, las élites globalistas tienen incluso el poder de formar la conciencia de las masas. Alterando la percepción humana de la realidad objetiva mediante el control de los medios de comunicación, como periódicos, televisión, radio y vallas publicitarias, ellos procuran neutralizar a la oposición, a la vez que proclaman su nueva religión del igualitarismo liberal.

     Tal como el cristianismo, el marxismo cultural tiene su propio sistema de creencias. "No hay tal cosa como raza o sexo", proclama la nueva religión, "todas las culturas son lo mismo". Esas creencias son impermeables al razonamiento, tal como las creencias de un cristiano devoto. Al igual que la epistemología religiosa cristiana, la epistemología  marxista cultural está basada en la fe. Eso no augura nada bueno para la supervivencia de nuestra actual, aunque degenerada, civilización post-occidental. Como Edmund Burke concisamente observó: "Un Estado sin los medios para realizar algún cambio, carece de los medios para su propia conservación".

     La indiferencia cristiana prolongó la Edad Media y el sufrimiento de la gente de Europa, hasta que lo que quedó del conocimiento secular antiguo fue recuperado entre los siglos XII y XIII, dando a los europeos un sólido fundamento sobre el cual construir. Sin el redescubrimiento de los escritos de Aristóteles y otros, el mundo moderno habría requerido mucho más tiempo para surgir, suponiendo que habría surgido en absoluto. Los marxistas culturales, lejos de ser indiferentes a la tradición intelectual occidental, sacan gran parte de su inspiración de la Ilustración liberal, sobre todo de Jean-Jacques Rousseau, y de diversas heterodoxias marxistas, como la Escuela de Frankfurt.

     A diferencia de la Iglesia, que nunca ha suprimido activamente ninguna rama del conocimiento humano, los fanáticos marxistas culturales se salen de su senda para suprimir el conocimiento acumulado de Occidente con respecto a la raza y las diferencias sexuales, incluyendo el papel de la biología evolutiva en su origen y desarrollo. Aunque el marxismo cultural no sea un ataque contra todo el conocimiento occidental, su tentativa de eliminar el conocimiento de las diferencias raciales y sexuales tendrá el mismo efecto que siglos de indiferencia cristiana ante los logros intelectuales de la Antigüedad.

     A causa de los diligentes esfuerzos de los marxistas culturales, pocos occidentales están conscientes del tamaño y alcance de las diferencias raciales y sexuales entre las poblaciones, o siquiera de que tales diferencias existen. Esto no es diferente de los teólogos cristianos de la Antigua Edad Oscura que recolectaron para ellos lo poco que quedaba de la filosofía antigua, ciencia y matemáticas, mientras el pueblo permaneció totalmente ignorante de los logros intelectuales de la Antigüedad clásica. El Marxismo Cultural, a diferencia de la Iglesia cristiana, no ha provocado todavía la pérdida de casi todas las ramas del conocimiento humano, pero su voluntariosa supresión del conocimiento acerca de la raza y las diferencias sexuales es igual de devastadora, si no más. Al menos hubo todavía hombres de capacidad después de la larga y oscura noche de la indiferencia cristiana, capaces de reconstruir sobre la sabiduría del pasado después de la recuperación de Aristóteles en el siglo XII. Con el abandono de todo el conocimiento acerca de raza y diferencias sexuales, el enorme acervo de conocimiento de Occidente se perderá debido a la degeneración biológica y a la extinción de las poblaciones originales de Europa Occidental y Norteamérica. Los Blancos siempre serán capaces de abandonar las supersticiones groseras —incluso si eso requiere siglos—, pero un fondo genético, una vez contaminado por los genes de baja calidad de una población inferior, podría nunca recuperarse.

¿Sobrevivirá el Hombre Occidental a la Nueva Época Oscura?

     Los romanos de la Antigüedad tardía estaban inconscientes del hecho de que su entonces moribundo Imperio Occidental se estaba deslizando hacia la Época Oscura, aunque unos cuantos fueron lo bastante proféticos para notar el grado de putrefacción antes de que fuera demasiado tarde. Uno de tales romanos proféticos fue el historiador pagano del siglo IV Amiano Marcelino, quien escribió:

    "En el tiempo en que Roma primero comenzó a elevarse hasta una posición de esplendor mundial, a fin de que ella pudiera crecer hasta una estatura altísima, la Virtud y la Fortuna, generalmente en desacuerdo, formaron un pacto de paz eterna; ya que si una de ellas lo hubiera quebrantado, Roma no habría llegado a la supremacía completa. Su pueblo, desde la cuna misma hasta el final de su infancia, un período de aproximadamente trescientos años, emprendió guerras alrededor de sus murallas. Luego, entrando en la vida adulta, después de muchas guerras laboriosas, ellos cruzaron los Alpes y el mar. Crecidos hasta la juventud y la adultez, desde cada región que el vasto globo incluye ellos regresaron con laureles y triunfos. Y ahora, declinando hasta la vejez, y a menudo debiendo la victoria sólo a su nombre, ha llegado a un período más tranquilo de vida" [9].

[9] Amiano Marcelino, Antigüedades Romanas, libro XIV, 6.3-4. ‌

     Sólo la creencia de Amiano en una Roma eterna le impidió tragar la píldora negra final y llevar sus observaciones hasta su conclusión lógica: los días de Roma como civilización estaban contados. Los cristianos y los bárbaros germánicos estarían más interesados en el manejo de sus espadas y en cantar himnos cristianos que en rescatar del olvido al declinante Imperium Romanorum.

     Incluso unos cuantos cristianos de la Antigüedad tardía estaban conscientes del colapso inminente de Roma. En una carta del año 396 Jerónimo escribió:

    "Mi corazón se enferma cuando reviso las catástrofes que han ocurrido en nuestro tiempo. Durante más de veinte años, no ha pasado un solo día entre Constantinopla y los Alpes Julianos sin el derramamiento de sangre romana. Cuántas matronas, cuántas vírgenes dedicadas a Dios, cuántas mujeres nacidas libres y de sangre noble, han caído en las manos de aquellas bestias salvajes... obispos encarcelados, sacerdotes asesinados, iglesias profanadas, caballos atados a los altares... El mundo de Roma se cae a pedazos" [10].

[10] Carta 60, en Patrologia Latina, vol. 22, p. 600. Citado por Lidia Storoni Mazzolani, The Idea of the City in Roman Thought, Londres, 1970, p. 235.

     El patrón es el mismo con la Nueva Edad Oscura que ha cubierto toda Europa Occidental y Norteamérica. Pocos notan lo que ha sucedido antes de que las voces de protesta sean silenciadas indefinidamente. Como siempre, las masas siguen sus vidas como si nada hubiera cambiado. Nadie nunca sabe que ellos realmente han pasado hacia una Edad Oscura hasta que eso les haya sido indicado siglos después del hecho. Fue más de 300 años después del final "oficial" de la Antigua Edad Oscura cuando el humanista del siglo XIV Petrarca primero notó que las luces se habían apagado completamente en Europa Occidental durante más de mil años, comenzando con la crisis del siglo III y continuando hasta la propia época de Petrarca. Él tenía un término especial para esos siglos intermedios: Aetas Tenebrae o "Época de Tinieblas" [11].

[11] Lynch, Jack, y John T. Lynch, The Age of Elizabeth in the Age of Johnson, Cambridge Univ. Press, 2010, p. 21. ‌

     Las épocas de oscuridad, como la primera reconocida y descrita por Petrarca, necesariamente se caracterizan por ideologías reinantes que reflejan la ignorancia general y la estupidez de las masas. El hombre medieval creía fervorosamente en esa superstición infantil a pesar del sufrimiento inútil que causó todo alrededor de ella. Nuestra propia época no es diferente; en nuestra Nueva Edad Oscura se cree que la raza y el sexo son ilusiones inventadas por racistas y sexistas para oprimir y marginar a las que los marxistas culturales creen que son "minorías en desventaja". Estas creencias son igual de tontas, pero potencialmente más destructivas, que las simples creencias cristianas. Como creencias religiosas o cuasi religiosas, ellas son impermeables a la Razón porque se derivan de epistemologías basadas en la fe, que no permiten la revisión del sistema de creencias a la luz de nuevas evidencias.

     No hay ninguna verdadera solución para los problemas que enfrenta lo que queda de las sociedades occidentales. Sólo choques sísmicos como los que condujeron al Renacimiento y la Reforma fueron capaces de despertar al hombre medieval de sus "sueños dogmáticos", para usar la frase de Kant. Con el final de la autoridad eclesiástica en Europa, el hombre medieval fue capaz de apartarse de sus groseras supersticiones y de crear sin ayuda el mundo moderno. Por otra parte, parece improbable que un nuevo Renacimiento sea suficiente para sacudir al hombre occidental —si en efecto podemos incluso llamarlo así— de sus propios "sueños dogmáticos", considerando que su fe recién descubierta [el marxismo cultural] implica la degeneración mental y biológica de su propia sub-especie.

     Nuestra única esperanza yace no en algún despertar Blanco —una fantasía totalmente poco realista en este punto— sino en la selección natural. Si incluso unos pocos Blancos pueden resistir al veneno del  marxismo cultural, reproduciéndose selectivamente entre sí y preservando sus propios linajes de la intermezcla con gente no-Blanca, ellos pueden ser capaces de dar a los futuros Blancos la oportunidad de reconstruir una sociedad propia sobre las cenizas de la degeneración post-occidental.

por Ferdinand Bardamu


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