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12.5.20

La verdadera crisis es que no se nos ocurre nada mejor

LAS IDEAS Y LA ECONOMIA                                          

La economía estudia cómo las sociedades, teniendo necesidades ilimitadas, buscan (mediante la administración de recursos limitados y la producción de diversos bienes y servicios que serán distribuidos entre los miembros de la sociedad), la satisfacción de las mismas. Así, si la economía se ocupa de la manera en que se administran los recursos que son escasos y su posterior distribución para la mejora en la calidad de vida, por lo tanto, el modelo actual ha fracasado. O al menos, siendo más comedidos, presenta fallas.
Economistas y personas del sector financiero proyectan o crean matrices donde combinan variables de acuerdo a los resultados conseguidos en el pasado y desarrollan escenarios para acercarse a la futura realidad, pero, como siempre, ésta supera a la ficción, así se trate de perspectivas económicas. Dichos análisis plantean las repercusiones de los principales indicadores económicos: el movimiento de las tasas de interés o la liquidez o no liquidez (clave para la inversión y la atención a la demanda, que se ve afectada por la circulación de capital).  Es claro que estos movimientos constantes son determinados por las actividades o situaciones sociales y políticas en cada uno de los países pero, ¿por qué no resulta claro para todos que las ideas que redundan en las sociedades son una variable a tomar en consideración para las proyecciones económicas? 

No hablo de cualquier idea, sino de las ideas comunes, las que se comentan una y otra vez, en reuniones, en sitios públicos, en redes sociales, en medios de comunicación, en chistes e incluso en discursos. Gran parte de esas ideas las ponen sobre la mesa las políticas que afectan positiva o negativamente al desarrollo de los países, así como la agenda de los medios de comunicación. Para Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner, autores de libros como Freakonomics (2005) y Piense como un freak (2015), para encontrar respuestas o interpretar situaciones económicas, la relación causa o efecto debe extenderse hasta un eslabón remoto para encontrar explicación a las situaciones; hay que ir más allá, buscar las respuestas desde el pensamiento lateral y el discurso heterodoxo.
En la década de los años 80, Estados Unidos sufría de un alto grado de violencia callejera, a pesar de los programas desarrollados, los índices continúan en crecimiento, expertos de varias ramas establecieron que esa situación iría en aumento para la década del 2000 pero esto no sucedió, por el contrario en 1995 la criminalidad juvenil disminuyó casi de tajo, para muchos esto ocurrió gracias a los programas desarrollados, sin embargo para Levitt y Dubner la causa radica en que en los años 70’s se logró la legalización del aborto, al disminuir considerablemente el nacimiento de bebés no deseados y en condiciones precarias, se redujo el grupo de jóvenes que, desatendidos y en un entorno precario, se dedicaban a la criminalidad. 
Por tanto, resultaría válido que se interpreten o evalúen las situaciones del día a día desde la perspectiva de las ideas que circulan entre las sociedades, e incluso que se generen proyecciones a partir de estas. 
Es socialmente reconocida la necesidad de crear campañas comunicacionales que difundan los mensajes necesarios para que las personas se comporten de acuerdo a las necesidades del momento, estas campañas hacen circular ideas. En la China Popular de 1958, donde no se movía un dedo sin la consideración de Mao, en el libro rojo donde se recogen sus citas se incluye la siguiente noción “Las disposiciones administrativas dictadas con el fin de mantener el orden público, deben ir acompañadas de la persuasión y educación, ya que, en muchos casos, no dan resultado por sí solas”. Enamorado de las metáforas, Mao quería ver a su país dando un Salto Adelante para superar a países como Rusia y Estados Unidos. Con la idea arraigada que el gran proletariado podía sacar adelante cualquier empresa, el presidente propone una política que da prioridad al trabajo del campo colectivo y militarizado, buscando aumentar la producción y la productividad, la reducción de las plagas para tener cosechas más provechosas y el desarrollo de la siderúrgica mediante la extracción de minerales. 
Con el ideal claro se comienza de inmediato a trabajar en estos puntos, así se lanza la Campaña de las cuatro plagas, que buscaba erradicar ratas, moscas, mosquitos y gorriones, los tres primeros por obvias razones y el cuarto bajo el supuesto que dichas aves consumían más granos que las personas y por tanto que con su exterminio se lograría alimentar a cerca de 60 mil personas. La publicidad del régimen llevó a la población a eliminar el pájaro, ancianos subían a los árboles para destruir nidos, niños disparaban armas para golpear a las aves en vuelo y poblaciones enteras buscaban romper sus huevos para cumplir aquel propósito. Un año después, cuando el gorrión casi logra ser erradicado del país, se devela su papel o función en la cadena alimenticia, así en su ausencia, varios insectos y una plaga de langostas atacaron las cosechas mermando en gran cantidad las mismas, agravando la crisis que se había iniciado y que terminaría en lo que se conoce como la gran hambruna China o los tres años de desastres naturales donde murieron alrededor de 45 millones de personas. 
Desde 1990 científicos preocupados por la conservación de la especie crearon una nueva campaña buscando dejar atrás aquella otra de las cuatro plagas, desde entonces se han llevado a cabo múltiples actividades en función de este nuevo objetivo, sin embargo, aún hoy los gorriones son mal vistos por gran parte de la población china, que los considera una plaga.
Se dice que la economía consiste en considerar los efectos más remotos de cualquier acto o política y no sus consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no sobre un grupo, sino sobre todos los sectores. Sin embargo la mayor parte de las veces no es así, no se tienen en cuenta condiciones como la historia, la idiosincrasia y la cultura, entendida como  “el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social”. 
Las ideas que sobreviven al paso de generaciones también son determinantes en el desarrollo social y el crecimiento económico, es lo que señalan Daron Acemoglu, James A. Robinson, en su libro ¿Por qué fracasan los países? Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza (2012). En la frontera de Estados Unidos y México dos ciudades que comparten clima, situación geográfica y mismas raíces ancestrales, y pese a ello propician condiciones de vida totalmente diferentes entre sí. Los vecinos del norte cuentan con instituciones económicas que les facilitan elegir su trabajo, adquirir formación académica y animan a las empresas a invertir en mejor tecnología, las instituciones políticas son abiertas, participativas y cuentan con un enfoque democrático. Entre tanto, los del sur tienen instituciones que crean incentivos dispares para los ciudadanos, por tanto no todos tienen las mismas posibilidades de acceso a formación y a empleabilidad. La creación de estas instituciones deriva de la historia de cada una de las naciones desde los procesos fundacionales de la colonia. Así el país del sur, anclado en ideas establecidas por la Corona española, mantiene esquemas de altos pagos de impuestos e ínfimos salarios por trabajos pesados.
Pero volvamos al devenir de las ideas y su importancia en el impacto económico, hace unos días -lastimosamente- murió un joven funcionario del Fondo Monetario Internacional y fue noticia porque pocos días antes afirmó a través de su cuenta de Facebook, hablando sobre el COVID-19, lo siguiente: “Difícil decidir si el aspecto humano de la enfermedad es más importante que sus implicaciones en el economía y otras áreas importantes. Es muy fácil dejar que las emociones guíen la política, hemos visto varias veces que esa es una mala idea”. 
El problema -al parecer- no son las emociones, sino la falta de ideas o las ideas encontradas. Durante estas semanas de pandemia mundial hemos visto como mandatarios mudan de opinión. Entre enero y febrero de este año, Donald Trump aseguraba que Estados Unidos estaba preparado y protegido para el virus, que no debía considerarse una pandemia, y destacaba la importancia del contacto físico e instaba para mantenerlo. En marzo, con un número ascendente de casos y muertes, reclamaba el distanciamiento social. Solo hasta finales del mismo mes, cuando el mercado de valores cayó estrepitosamente debido a la situación descontrolada del virus en el país, decidió declarar el estado de emergencia, que se extenderá junto con otras medidas hasta el 30 de abril. 
Este estado de emergencia, donde la calamidad y la normalidad coexisten, ha mostrado la urgente necesidad de líderes, la población confía que los gobiernos cuentan con información fidedigna, con asesores y contactos internacionales que les permitirán tomar las mejores decisiones para así dar instrucciones que permitan salvar la vida y mejorar la situación. Pero se ha visto que esta confianza no debería ser ciega, e incluso en algunos casos no debería existir. 
En momentos así, es que sale a relucir el desconocimiento de los mecanismos del Estado e incluso la falta de ideas frente a la posibilidad de crear una sociedad o por lo menos de apostar a un futuro diferente. Como lo anota Rutger Bregman en su libro Utopía para realistas (2014): “la verdadera crisis es que no se nos ocurre nada mejor”. Nada mejor comparado al sistema actual, y para ello invita a repensar en la utopía.  Principalmente en una que ya se ha pensado e incluso probado con buenos resultados: el pago de un salario mínimo universal que lleve a la población a un nivel por encima de la pobreza.
No se trataría de un programa más, sería un paso más allá desmontando los programas asistencialistas para entregar dinero a toda la población mayor de edad, un salario mínimo por habitante para que este lo invierta en lo que considere mejor. A primera vista parece una idea fuera de proporción, pero tiene sentido y lo demuestran las pruebas. Durante la década del 70 en Dauphin (Canadá) se llevó a cabo el Mincome (acrónimo formado por las palabras minimum income que quiere decir renta mínima) el primer experimento social a gran escala del país, el gobernador de la región destinó un recurso importante para la ciudad, que le asignó una renta básica a cada habitante buscando garantizar que nadie quedara por debajo del umbral de la pobreza, así el 30% de los habitantes de la población recibieron mensualmente este recurso. 
Lo que prometía ser un plan piloto para implementar como solución a la pobreza en todo el país se desmoronó rápidamente cuando el siguiente gobierno entró y no quiso ni hojear los resultados del experimento, del que quedaron cerca de 2000 cajas y documentos guardados en un depósito del Archivo Nacional. Hasta que en 2009 la profesora universitaria Evelyn Forget lo rescató del olvido y aplicó durante tres años todo tipo de pruebas estadísticas que mostraron que la utopía -trazada desde 1516 por Tomás Moro y retomada por varios personajes durante diferentes épocas- fue un éxito colosal en el poblado canadiense.
Al afirmar que se entregará dinero a los pobres o mejor aún a toda la población para su libre inversión a cambio de nada, se piensa de inmediato en la descomposición de la sociedad, ideas como que las personas dejarán de trabajar y se dedicarán al ocio, a los vicios, salpican la mente, pero ¿qué harían ustedes si el estado les diera mensualmente un recurso que asegurara su supervivencia? ¿Dejarían de trabajar y se entregarían a los vicios?  Teniendo en cuenta las pruebas realizadas muy pocas personas dejan de trabajar, solo llevan una vida más tranquila reduciendo su jornada laboral y/o se dedican a otras actividades que complementan su perfil humano y laboral realizando actividades como artes, deportes, hobbies, crianza de los hijos, entre otras. 
Para esta utopía como para cualquier otra resulta indispensable cambiar el repertorio de ideas, poner nuevos temas y posibilidades sobre la mesa. Tal vez este tiempo de crisis sea el momento para hacerlo.  Los diversos llamados a la solidaridad, pueden ser el principio del cambio que necesitamos. Aunque referida a Europa la frase del presidente español Pedro Sánchez “necesitamos una solidaridad contundente” muestra la necesidad del trabajo en equipo o en red. No se trata de los ricos ayudar a los pobres, se trata de entender que las soluciones derivan del manejo colectivo de la crisis, que es entre todos. 
Lo dijo el propio Adam Smith: «por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla.» 
Sin embargo sugeriría otro final para que la frase de Smith deje de formar parte del grupo de las utopías, y así como mencionan los escritores de Freakonomics, buscaría que, más que el placer, se derive de la buena suerte de los otros incentivos económicos claros: el juego de si tú ganas, yo gano; y el juego también de que me puedo llevar una parte, pero no todo, para que otros puedan tener lo que les corresponde. 
Lucía Caicedo Suárez
RELACIONADO: Modelos alternativos de desarrollo (Juan Pérez Ventura, 2015)

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