La economía estudia cómo las sociedades, teniendo necesidades ilimitadas,
buscan (mediante la administración de recursos limitados y la producción de
diversos bienes y servicios que serán distribuidos entre los miembros de la
sociedad), la satisfacción de las mismas. Así, si la economía se ocupa
de la manera en que se administran los recursos que son escasos y su
posterior distribución para la mejora en la calidad de vida, por lo
tanto, el modelo actual ha fracasado. O al menos, siendo más
comedidos, presenta fallas.
Economistas y personas del sector financiero proyectan o crean matrices
donde combinan variables de acuerdo a los resultados conseguidos en el pasado y
desarrollan escenarios para acercarse a la futura realidad, pero, como siempre,
ésta supera a la ficción, así se trate de perspectivas económicas. Dichos
análisis plantean las repercusiones de los principales indicadores económicos:
el movimiento de las tasas de interés o la liquidez o no liquidez (clave para
la inversión y la atención a la demanda, que se ve afectada por la circulación
de capital). Es claro que estos movimientos constantes son determinados
por las actividades o situaciones sociales y políticas en cada uno de los
países pero, ¿por qué no resulta claro para todos que las ideas que
redundan en las sociedades son una variable a tomar en consideración para
las proyecciones económicas?
No hablo de cualquier idea, sino de las ideas comunes, las que
se comentan una y otra vez, en reuniones, en sitios públicos, en redes
sociales, en medios de comunicación, en chistes e incluso en discursos. Gran
parte de esas ideas las ponen sobre la mesa las políticas que afectan positiva
o negativamente al desarrollo de los países, así como la agenda de los medios
de comunicación. Para Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner, autores de
libros como Freakonomics (2005) y Piense como un freak (2015),
para encontrar respuestas o interpretar situaciones económicas, la relación
causa o efecto debe extenderse hasta un eslabón remoto para encontrar
explicación a las situaciones; hay que ir más allá, buscar las respuestas desde
el pensamiento lateral y el discurso heterodoxo.
En la década de los años 80, Estados Unidos sufría de un alto grado de
violencia callejera, a pesar de los programas desarrollados, los índices
continúan en crecimiento, expertos de varias ramas establecieron que esa
situación iría en aumento para la década del 2000 pero esto no sucedió, por el
contrario en 1995 la criminalidad juvenil disminuyó casi de tajo, para muchos
esto ocurrió gracias a los programas desarrollados, sin embargo para Levitt y
Dubner la causa radica en que en los años 70’s se logró la legalización del
aborto, al disminuir considerablemente el nacimiento de bebés no deseados y en
condiciones precarias, se redujo el grupo de jóvenes que, desatendidos y en un
entorno precario, se dedicaban a la criminalidad.
Por tanto, resultaría válido que se interpreten o evalúen las situaciones
del día a día desde la perspectiva de las ideas que circulan entre las
sociedades, e incluso que se generen proyecciones a partir de estas.
Es socialmente reconocida la necesidad de crear campañas comunicacionales
que difundan los mensajes necesarios para que las personas se comporten de
acuerdo a las necesidades del momento, estas campañas hacen circular ideas. En
la China Popular de 1958, donde no se movía un dedo sin la consideración de
Mao, en el libro rojo donde se recogen sus citas se incluye la siguiente noción
“Las disposiciones administrativas dictadas con el fin de mantener el orden
público, deben ir acompañadas de la persuasión y educación, ya que, en muchos
casos, no dan resultado por sí solas”. Enamorado de las metáforas, Mao quería
ver a su país dando un Salto Adelante para superar a países como Rusia y
Estados Unidos. Con la idea arraigada que el gran proletariado podía
sacar adelante cualquier empresa, el presidente propone una política que da
prioridad al trabajo del campo colectivo y militarizado, buscando aumentar la
producción y la productividad, la reducción de las plagas para tener cosechas
más provechosas y el desarrollo de la siderúrgica mediante la extracción de
minerales.
Con el ideal claro se comienza de inmediato a trabajar en estos puntos, así
se lanza la Campaña de las cuatro plagas, que buscaba erradicar
ratas, moscas, mosquitos y gorriones, los tres primeros por obvias razones y el
cuarto bajo el supuesto que dichas aves consumían más granos que las personas y
por tanto que con su exterminio se lograría alimentar a cerca de 60 mil
personas. La publicidad del régimen llevó a la población a eliminar el
pájaro, ancianos subían a los árboles para destruir nidos, niños disparaban
armas para golpear a las aves en vuelo y poblaciones enteras buscaban romper
sus huevos para cumplir aquel propósito. Un año después, cuando el gorrión casi
logra ser erradicado del país, se devela su papel o función en la cadena
alimenticia, así en su ausencia, varios insectos y una plaga de langostas
atacaron las cosechas mermando en gran cantidad las mismas, agravando la crisis
que se había iniciado y que terminaría en lo que se conoce como la gran
hambruna China o los tres años de desastres naturales donde murieron alrededor
de 45 millones de personas.
Desde 1990 científicos preocupados por la conservación de la especie
crearon una nueva campaña buscando dejar atrás aquella otra de las cuatro
plagas, desde entonces se han llevado a cabo múltiples actividades en función
de este nuevo objetivo, sin embargo, aún hoy los gorriones son mal
vistos por gran parte de la población china, que los considera una plaga.
Se dice que la economía consiste en considerar los efectos más remotos de
cualquier acto o política y no sus consecuencias inmediatas; en calcular las
repercusiones de tal política no sobre un grupo, sino sobre todos los sectores.
Sin embargo la mayor parte de las veces no es así, no se tienen en
cuenta condiciones como la historia, la idiosincrasia y la cultura,
entendida como “el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y
materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un
grupo social”.
Las ideas que sobreviven al paso de generaciones también
son determinantes en el desarrollo social y el crecimiento económico, es lo que
señalan Daron Acemoglu, James A. Robinson, en su libro ¿Por qué
fracasan los países? Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza (2012).
En la frontera de Estados Unidos y México dos ciudades que comparten clima,
situación geográfica y mismas raíces ancestrales, y pese a ello propician
condiciones de vida totalmente diferentes entre sí. Los vecinos del
norte cuentan con instituciones económicas que les facilitan elegir su trabajo,
adquirir formación académica y animan a las empresas a invertir en mejor
tecnología, las instituciones políticas son abiertas, participativas y cuentan
con un enfoque democrático. Entre tanto, los del sur tienen instituciones que
crean incentivos dispares para los ciudadanos, por tanto no todos tienen las
mismas posibilidades de acceso a formación y a empleabilidad. La creación de
estas instituciones deriva de la historia de cada una de las naciones desde los
procesos fundacionales de la colonia. Así el país del sur, anclado en
ideas establecidas por la Corona española, mantiene esquemas de altos
pagos de impuestos e ínfimos salarios por trabajos pesados.
Pero volvamos al devenir de las ideas y su importancia en el impacto
económico, hace unos días -lastimosamente- murió un joven funcionario del Fondo
Monetario Internacional y fue noticia porque pocos días antes afirmó a través
de su cuenta de Facebook, hablando sobre el COVID-19, lo siguiente: “Difícil
decidir si el aspecto humano de la enfermedad es más importante que sus
implicaciones en el economía y otras áreas importantes. Es muy fácil dejar que
las emociones guíen la política, hemos visto varias veces que esa es una mala
idea”.
El problema -al parecer- no son las emociones, sino la falta de
ideas o las ideas encontradas. Durante estas semanas de pandemia mundial
hemos visto como mandatarios mudan de opinión. Entre enero y febrero de este
año, Donald Trump aseguraba que Estados Unidos estaba preparado y protegido
para el virus, que no debía considerarse una pandemia, y destacaba la
importancia del contacto físico e instaba para mantenerlo. En marzo, con un
número ascendente de casos y muertes, reclamaba el distanciamiento social. Solo
hasta finales del mismo mes, cuando el mercado de valores cayó estrepitosamente
debido a la situación descontrolada del virus en el país, decidió declarar el
estado de emergencia, que se extenderá junto con otras medidas hasta el 30 de
abril.
Este estado de emergencia, donde la calamidad y la normalidad coexisten, ha
mostrado la urgente necesidad de líderes, la población confía que los gobiernos
cuentan con información fidedigna, con asesores y contactos internacionales que
les permitirán tomar las mejores decisiones para así dar instrucciones que
permitan salvar la vida y mejorar la situación. Pero se ha visto que esta
confianza no debería ser ciega, e incluso en algunos casos no debería
existir.
En momentos así, es que sale a relucir el desconocimiento de los mecanismos
del Estado e incluso la falta de ideas frente a la posibilidad de crear una
sociedad o por lo menos de apostar a un futuro diferente. Como lo anota Rutger
Bregman en su libro Utopía para realistas (2014): “la
verdadera crisis es que no se nos ocurre nada mejor”. Nada mejor comparado
al sistema actual, y para ello invita a repensar en la utopía.
Principalmente en una que ya se ha pensado e incluso probado con buenos
resultados: el pago de un salario mínimo universal que lleve a la población a
un nivel por encima de la pobreza.
No se trataría de un programa más, sería un paso más allá desmontando los
programas asistencialistas para entregar dinero a toda la población mayor de
edad, un salario mínimo por habitante para que este lo invierta en lo
que considere mejor. A primera vista parece una idea fuera de proporción,
pero tiene sentido y lo demuestran las pruebas. Durante la década del 70 en
Dauphin (Canadá) se llevó a cabo el Mincome (acrónimo formado
por las palabras minimum e income que quiere
decir renta mínima) el primer experimento social a gran escala del país, el
gobernador de la región destinó un recurso importante para la ciudad, que le
asignó una renta básica a cada habitante buscando garantizar que nadie quedara
por debajo del umbral de la pobreza, así el 30% de los habitantes de la
población recibieron mensualmente este recurso.
Lo que prometía ser un plan piloto para implementar como solución a la
pobreza en todo el país se desmoronó rápidamente cuando el siguiente gobierno
entró y no quiso ni hojear los resultados del experimento, del que quedaron
cerca de 2000 cajas y documentos guardados en un depósito del Archivo Nacional.
Hasta que en 2009 la profesora universitaria Evelyn Forget lo rescató del
olvido y aplicó durante tres años todo tipo de pruebas estadísticas que
mostraron que la utopía -trazada desde 1516 por Tomás Moro y retomada por
varios personajes durante diferentes épocas- fue un éxito colosal en el poblado
canadiense.
Al afirmar que se entregará dinero a los pobres o mejor aún a toda la
población para su libre inversión a cambio de nada, se piensa de inmediato en
la descomposición de la sociedad, ideas como que las personas dejarán
de trabajar y se dedicarán al ocio, a los vicios, salpican la mente, pero
¿qué harían ustedes si el estado les diera mensualmente un recurso que
asegurara su supervivencia? ¿Dejarían de trabajar y se entregarían a los
vicios? Teniendo en cuenta las pruebas realizadas muy pocas personas
dejan de trabajar, solo llevan una vida más tranquila reduciendo su jornada
laboral y/o se dedican a otras actividades que complementan su perfil humano y
laboral realizando actividades como artes, deportes, hobbies, crianza de los
hijos, entre otras.
Para esta utopía como para cualquier otra resulta indispensable
cambiar el repertorio de ideas, poner nuevos temas y posibilidades sobre la
mesa. Tal vez este tiempo de crisis sea el momento para hacerlo. Los
diversos llamados a la solidaridad, pueden ser el principio del cambio que
necesitamos. Aunque referida a Europa la frase del presidente español Pedro
Sánchez “necesitamos una solidaridad contundente” muestra la necesidad del
trabajo en equipo o en red. No se trata de los ricos ayudar a los pobres, se
trata de entender que las soluciones derivan del manejo colectivo de la crisis,
que es entre todos.
Lo dijo el propio Adam Smith: «por más egoísta que se pueda suponer al
hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen
interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos le
resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de
contemplarla.»
Sin embargo sugeriría otro final para que la frase de Smith deje
de formar parte del grupo de las utopías, y así como mencionan los
escritores de Freakonomics, buscaría que, más que el placer, se
derive de la buena suerte de los otros incentivos económicos claros: el juego
de si tú ganas, yo gano; y el juego también de que me puedo llevar una parte,
pero no todo, para que otros puedan tener lo que les corresponde.
Lucía Caicedo Suárez
RELACIONADO: Modelos alternativos de desarrollo (Juan Pérez Ventura, 2015)
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