LA CRUCIFIXIÓN DE LA DIOSA
El Ascenso y Caída del Romanticismo Occidental
"El
amor es el milagro de la civilización", escribió Stendhal en su
profundo ensayo acerca del Amor (De l'Amour, 1822). Él hablaba del alto
ideal del amor elaborado en Europa Occidental, desde el amor cortesano del
siglo XII al Romanticismo del siglo XIX. Aquel ideal está más o menos muerto,
sepultado bajo los montones de obscenidades producidas industrialmente cada día
por nuestra degenerada subcultura. Tal como el pescado comienza a pudrirse por
la cabeza, del mismo modo el escándalo de Jeffrey Epstein es un buen indicador
del actual estado de putrefacción del Eros occidental.
Aquello es también emblemático del papel de Israel (quiero decir la Judería Internacional) en la corrupción moral de nuestra civilización una vez cristiana. Los judíos siempre han sobresalido como traficantes de sexo. Como lo ha documentado Hervé Ryssen en "Israel and the White Slave Trade", no fue una "mafia rusa" la que atrajo a aproximadamente 500.000 mujeres jóvenes de Europa del Este hacia redes mundiales de prostitución durante los años '90, sino judíos étnicos con ciudadanía israelí.
Un informe de Amnesty International del año 2000 identificó a Israel como el principal centro de ese tráfico, en el cual confiadas muchachas jóvenes eran secuestradas, golpeadas, violadas, esclavizadas y mentalmente destruidas. La pornografía, una
especialización de la prostitución, es casi un monopolio judío. El profesor
Nathan Abrams de la Universidad de Aberdeen rompió el tabú en 2004 con un
artículo en el Jewish Quarterly (reimpreso en una colección
de ensayos titulada Jews and Sex):
"no se puede rehuir el
hecho de que judíos seculares han jugado (y todavía siguen jugando) un papel
desproporcionado en toda la industria cinematográfica adulta en Estados Unidos.
La participación judía en la pornografía tiene una larga historia en Estados
Unidos, en la que los judíos han ayudado a transformar una subcultura marginal
en lo que se ha convertido en un componente primario de lo estadounidense".
La
expresión "judíos seculares" es un conveniente
eufemismo. El periodista de temas pornográficos Luke Ford, autor de "A
History of X: 100 Years of Sex in Film", igualmente insiste en que
dicho negocio es dirigido por "judíos no judíos", con lo
cual él quiere decir "judíos distanciados del judaísmo".
Él escribe en su ensayo "Jews in Porn":
"Los judíos que
participan en el comercio sexual no se comportan de una manera judía. Ellos
actúan de una manera contraria a todo lo judío: la Torá, Israel, Dios, la
sinagoga y todo que la tradición judía considera santo".
Hemos oído esos versos antes:
los bolcheviques judíos no eran judíos tampoco, porque ellos no se comportaron
de manera judía. En este artículo trataré de mostrar que, tal como los
bolcheviques judíos, los judíos que secuestran, esclavizan, venden, torturan, o
incluso sacrifican ritualmente a muchachas Gentiles se
comportan muy de acuerdo con la Torá [el Pentateuco].
Insisto: con la Torá, no sólo con el Talmud.
32.000 Shiksas y Otras Historias
Bíblicas
[*] Shiksa, palabra del yíddish que
significa una mujer no-judía, con sentido peyorativo.
La Torá prohíbe
a los israelitas, bajo pena de muerte, "tener relaciones sexuales
con un animal" (Éxodo 22:18) —aunque he oído que
el Talmud es más permisivo—, pero no existe la más mínima
prohibición de explotar sexualmente a jóvenes muchachas Gentiles.
Al contrario, existe una bendición de Moisés en cuanto a eso.
En Números cap.
31, Moisés ordena a sus hombres que maten a todos los madianitas, porque ellos
habían persuadido a los israelitas para que se casaran con los moabitas. Los
soldados de Moisés mataron a todos los hombres, pero tomaron "cautivas
a las mujeres madianitas y a sus pequeños". Moisés "se
enfureció con los oficiales del ejército" y les reprochó: "¿Por
qué han salvado la vida de todas las mujeres? Ellas fueron las mismas que hicieron
que los israelitas fueran infieles a Yahvé". Él acordó: "ahora
maten a todos los niños varones y a todas las mujeres que hayan dormido alguna
vez con un hombre; pero conserven las vidas de las muchachas jóvenes que nunca
han dormido con un hombre, y consérvenlas para ustedes". Al final del
día, el botín ascendió a miles de ovejas, cabras, ganado, burros, "y
en personas, mujeres que nunca habían dormido con un hombre, treinta y dos mil
en total". Ya que ninguna edad es especificada, y ya que las
muchachas eran casadas muy jóvenes en las sociedades nómadas, podemos suponer
que las 32.000 muchachas tomadas como botín humano eran mayormente niñas. Nada
se dice del destino de ellas, pero el mismo criterio de su selección (no haber
dormido nunca con un hombre) no nos deja dudas sobre su utilidad. Ellas
ciertamente no fueron tomadas como esposas, ya que la historia entera es acerca
de la prohibición de casarse con no-judíos. Entonces aquí tenemos, me parece,
un precedente bíblico inequívoco para la esclavitud sexual de muchachas Gentiles a
una escala masiva.
A propósito, tal narrativa nos
informa de la lógica que hay detrás de la regla de transmisión de la judeidad a
través de la madre. Esa regla, nunca explícita en la Torá, no tiene
nada que ver con algún respeto particular hacia las mujeres. Se deriva
directamente del hecho de que el sexo con muchachas extranjeras es legal,
mientras que cualquier bastardo concebido por ese medio es mantenido fuera de
la comunidad (Deuteronomio 23:3). La situación opuesta no tenía que
ser considerada: según los estándares bíblicos, una judía que tenía sexo con
un Gentil sería muerta a pedradas, antes de dar a luz.
A menos que, por supuesto,
ella actuara con un propósito superior. Judíos adinerados como los Rothschild,
aunque muy endógamos, a menudo casaban a sus hijas dentro de familias
aristocráticas. El prototipo bíblico, en este caso, es Ester, la sobrina de
Mardoqueo, la cual, al casarse con el rey persa, salvó a los judíos del malvado
plan de Hamán. La historia —favorita de Netanyahu— finaliza felizmente con los
judíos asesinando a 75.000 persas, hombres, mujeres y niños, después de lo
cual "los diversos pueblos estaban ahora todos con miedo a los
judíos" y "Mardoqueo el judío era el siguiente en
rango detrás del rey Ahasuero". Ester es la heroína judía arquetípica
que se casa con un goy por el bien de los judíos.
Alguna tradición rabínica
afirma que Ester no era sólo la sobrina de Mardoqueo, sino también su esposa, a
quien él había enviado a la cama del rey de reyes. En ese caso, Mardoqueo
estaba siguiendo el ejemplo de Abraham. Casado con su hermanastra Sara (la hija
de su padre), Abraham la presentó como su hermana al faraón, el cual la tomó
como una concubina, y luego compensó a Abraham con "rebaños,
bueyes, burros, hombres y mujeres esclavos, mulas y camellos" (Génesis 12:16).
Abraham repitió el truco con el rey filisteo Abimelec y consiguió de
nuevo "ovejas, ganado, esclavos hombres y mujeres" (Génesis 20:14).
Tales historias no comunican
mucha reverencia por las mujeres sino que más bien revelan una visión
utilitaria y mercantil de ellas. La historia de cómo Jacob se casó con las dos
hijas de su tío Labán (Génesis 29) es también representativa. Jacob
pide a Raquel como "salario" por siete años de trabajar para Labán.
Pero es engañado por Labán que mete a Lea en su cama por la noche en vez de
Raquel. Jacob tiene que trabajar siete años más para conseguir a Raquel
también.
Una historia que muestra una
visión aún más siniestra de las mujeres es encontrada en Jueces cap.
19. Un levita de las tierras altas de Efraím viaja a Belén en Judá con su
concubina, y se detiene en la ciudad benjaminita de Gabaa, donde recibe la
hospitalidad de un viejo nativo de Efraim.
«Mientras ellos se
divertían, algunos hombres pervertidos vinieron y rodearon la casa; ellos
golpearon la puerta y dijeron al anciano, señor de la casa: "Envía fuera
al hombre que entró en tu casa, nos gustaría tener cópula con él". El
señor de la casa salió a y dijo: "No, hermanos, por favor, no sean tan
malos. Ya que este hombre está ahora bajo mi techo, no cometan tal infamia.
Aquí está mi hija; ella es virgen; la sacaré para ustedes. Maltrátenla, hagan
con ella lo que les plazca, pero no cometan tal infamia contra este
hombre". Pero los hombres no quisieron escuchar. Entonces el levita cogió
a su concubina y la sacó para ellos. Ellos tuvieron cópula con ella y la
maltrataron toda la noche hasta la mañana; cuando el alba rompía la dejaron ir.
Al amanecer la muchacha vino y cayó en el umbral del anfitrión de su marido, y
se quedó allí hasta que se hizo de día. Por la mañana su señor despertó y,
abriendo la puerta de la casa, salía para seguir su viaje cuando vio a la
mujer, su concubina, que estaba en la puerta de la casa con sus manos en el
umbral. "Despierta", dijo él, "debemos marcharnos". No hubo
ninguna respuesta. Él entonces la cargó en su burro y comenzó el viaje a casa.
Habiendo llegado a su casa, él tomó su cuchillo, cogió a su concubina y la
cortó, miembro por miembro, en doce pedazos» (19:22-29).
El levita envió los pedazos a
diferentes ciudades israelitas con un llamado a la venganza contra Gabaa. Los
israelitas mataron a cada uno en Gabaa y prendieron fuego a la ciudad, mientras
seiscientos guerreros benjaminitas se habían escapado al desierto. Entonces,
como una señal de reconciliación, decidieron proveer a esos benjaminitas con
nuevas mujeres. Para eso, atacaron la ciudad de Jabés en Galaad, donde mataron
a "todos los varones y todas aquellas mujeres que han dormido
alguna vez con un hombre", pero reunieron a cuatrocientas vírgenes
para ofrecer a los benjaminitas (21:10-24).
La manera en que el levita y
su anfitrión ofrecen a su concubina y a la hija para la violación recuerda la
historia de las dos hijas de Lot (el sobrino de Abraham), las cuales también
son ofrecidas por su padre (Génesis 19) a los sodomitas que querían
tener "ayuntamiento" con los dos "mensajeros de Yahvé"
hospedados por Lot. "Miren", dijo Lot, "tengo
dos hijas que son vírgenes. Por favor, miren que tengo dos hijas que nunca han
tenido coito con hombre. Por favor, déjenme sacarlas a ustedes. Entonces
háganles lo que parezca bien a sus ojos. Sólo no hagan nada a estos hombres,
porque por eso han venido al amparo de mi techo" (Génesis 19:8).
La palabra hebrea para "mensajeros" es malaquim,
traducido como angeloi en griego, y aunque esos
"mensajeros de Yahvé" sean entendidos como "ángeles", ellos
podrían haber sido levitas en la historia original. En ese caso, las hijas de
Lot fueron salvadas por los "ángeles" que milagrosamente ciegan a los
sodomitas de modo que "no pudieron encontrar la
entrada" (¿doble sentido?).
Más tarde, las hijas de Lot
consiguieron emborrachar a su padre para concebir con él a Moab y a Ben-Ammi,
los antepasados de los moabitas y los amonitas (Génesis 19:31-38).
Esto nos lleva al objetivo principal de las mujeres israelitas: proporcionar
herederos varones para sus maridos. Hay numerosos ejemplos en la Biblia que
destacan ese imperativo absoluto. Por ejemplo, cuando Raquel se encontró
estéril mientras su hermana mayor Lea había dado ya a Jacob cuatro hijos,
Raquel le pidió a Jacob que se uniera con su criada Bilha, la que le dio dos
hijos como sustituta de Raquel. Entonces "Lea, viendo que ella
había dejado de concebir hijos, tomó a su muchacha esclava Zilpa y se la dio a
Jacob como concubina" (Génesis 30:9).
En la antropología bíblica, no
hay ninguna otra inmortalidad para un hombre que mediante su descendiente
varón. De ahí se deriva el deber de un hombre de substituír a un hermano que
murió sin un hijo varón. En Génesis 38, después de la muerte
de su hijo Er, Judá le pidió a su otro hijo Onán que durmiera con su cuñada
Tamar "para mantener la línea de su hermano" (Génesis 38:8).
Onán estaba poco dispuesto a hacer eso (de su nombre viene la palabra
"onanismo"). Finalmente, Tamar se vistió como una prostituta y durmió
con su suegro. Sin ella, no habría habido ninguna tribu de Judá. Tamar y Ruth
ejemplifican el segundo tipo de heroína judía, la que comete incesto o
adulterio para salvar al clan o a la tribu de la extinción.
Todas esas historias son
bastante consecuentes en su representación de las mujeres y la sexualidad. Las
mujeres tienen dos funciones: ser esclavas sexuales si ellas son no-judías, y
compañeras reproductivas si ellas son judías. Sería difícil encontrar alguna
excepción. El único libro bíblico que da una nota diferente es el Cantar
de los Cantares; pero probablemente no es de origen israelita, y sólo fue
adoptado en la recopilación hebrea en el siglo I de nuestra Era, debido a una
interpretación alegórica del rabino Akiva, que ve en ello una declaración
simbólica del amor entre Yahvé y su pueblo, aunque Yahvé nunca sea mencionado.
En cualquier caso, su erotismo poético no se eleva por encima de la comparación
del amor con la embriaguez alcohólica.
La Reina del Cielo
Habiendo bosquejado la
"antropología del Eros" implícita en el Tanaj (el Antiguo
Testamento) podemos ahora referirnos a su teología, con el entendimiento de
que la teología y la antropología se reflejan mutuamente. La mentalidad y la
actitud general ante el amor, el sexo y las mujeres en cualquier civilización
dada son reflejadas en —e influídas por— su mitología. India, por ejemplo,
tiene una rica mitología erótica: el Kalika Purana cuenta cómo
Brahma creó el Alba, radiante de juventud y vitalidad, y él mismo sucumbió a
los encantos de ella.
Nada
de ese tipo puede ser encontrado en la Biblia. Yahvé es un dios
masculino que detesta no sólo a cada otro dios, sino a las diosas también. Su
oponente femenina es Asera. Su nombre aparece cuarenta veces en el Tanaj,
para designar y maldecir a la diosa, o para designar su símbolo en la forma de
"postes sagrados". Los Libros de los Reyes relatan
que Asera era a veces adorada junto a Yahvé en Judea, y existen evidencias
arqueológicas que lo corroboran: inscripciones que piden la bendición de "Yahvé
y su Asera", que datan del siglo VIII a.C., fueron encontradas en las
ruinas de Kuntillet Ajrud (Península del Sinaí). Pero desde el punto de vista
adoptado por los escribas, la adoración de Asera es una abominación
insoportable. El rey judeano Manasés es aborrecido porque "estableció
altares a Baal y levantó una Asera [poste sagrado]... en los dos
atrios del templo de Yahvé" (2 Reyes 21:2-5),
mientras que su nieto Josías es elogiado por haber removido el símbolo de Asera
del templo "y lo quemó, reduciéndolo a cenizas y lanzando sus
cenizas en el cementerio común" (23:6).
A
través de toda la Antigüedad la mayoría de los pueblos civilizados adoraron a
una gran diosa, y generalmente estaban de acuerdo en identificarla con las
grandes diosas adoradas bajo otros nombres por otros pueblos. Desde el tercer
milenio a.C. los sumerios habían adorado a la diosa Inanna, cuyo nombre puede
significar "Señora del Cielo". Ella estaba asociada con el planeta
Venus, la estrella de la mañana, al cual los griegos llamarían Portador de la
Luz, nombre que, muy significaticamente, fue latinizado como Lucifer. Ella fue
conocida por los asirios como Ishtar, la que era conocida como Astarté en las
ciudades-estados fenicias de Sidón, Tiro y Biblos, e identificada con la otra
diosa siria Asera. Ningún culto era más sincrético, y todas esas diosas se
mezclaban bajo el título de "Reina del Cielo". Puede ser argumentado
que la adoración de la gran Diosa maternal fomentó el sentido de la hermandad
universal de los hombres, en una forma que ninguna divinidad masculina podría
hacerlo. Quizás por eso Yahvé odiaba tanto a Asera.
Bajo el rey Josías, Yahvé se
queja ante su profeta Jeremías de que los israelitas siguen adorando a la
"Reina del Cielo": "Los niños recolectan la madera, los
padres encienden el fuego, las mujeres amasan la harina, para hacer tortas para
la Reina del Cielo; y, para ofenderme, ellos vierten libaciones a dioses
extranjeros" (Jeremías 7:18). Leemos en Jeremías cap.
44 que, después de que los babilónicos tomaron Jerusalén, los judeanos que
habían huído a Egipto persistían en su abominable adoración de la Reina del
Cielo. Yahvé les dice que la destrucción de Jerusalén era su castigo por
esos "malvados hechos... ofreciendo incienso y sirviendo a otros
dioses" (44:2-3). Él los amenaza con el exterminio completo si
ellos persisten: "¿Por qué atraen el desastre completo sobre
ustedes... provocando mi ira con sus acciones... para su propia destrucción y
para convertirse en una maldición y un oprobio para todas las naciones de la
tierra?" (44:7-8). No impresionados, los judíos rebeldes
responden a Jeremías:
"No tenemos ninguna
intención de escuchar la palabra que acabas de decirnos en nombre de Yahvé,
sino que pretendemos continuar haciendo todo lo que hemos jurado hacer: ofrecer
incienso a la Reina del Cielo y derramar libaciones en su honor, como solíamos
hacer, nosotros y nuestros antepasados, nuestros reyes y nuestros hombres
principales, en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén: teníamos
comida en abundancia entonces, vivíamos bien, no sufrimos ningún desastre. Pero
desde que dejamos de ofrecer incienso a la Reina del Cielo y verter libaciones
en su honor, carecemos de todo y hemos perecido por la espada o el hambre" (44:16-18).
Fiel al dios celoso al que
sirve, Jeremías afirma que es precisamente por haber sacrificado a la Reina del
Cielo que los judeanos fueron castigados con el ejército babilónico. Pero la
Historia prueba que él estaba equivocado: el reinado de 55 años de Manasés,
cuando Asera era adorada dentro del templo de Jerusalén, fue un período
excepcionalmente largo de paz y prosperidad, mientras que Josías llevó el
desastre a Judea por su política de exclusivismo y provocación hacia Babilonia.
En el período helenístico, la
mayoría de las grandes diosas eran identificadas con la egipcia Isis, cuyo
culto irradió desde Alejandría a través de la cuenca del Mediterráneo. Isis se
hizo conocida como la diosa "miriónima" ("de
diez mil nombres"). En la novela de Apuleyo "El Asno de
Oro" ella se llama a sí misma "Reina del Cielo" y "la
madre natural de todas las cosas", y declara: "Mi
divinidad es adorada en todo el mundo, en diversas maneras, en distintas
costumbres, y por muchos nombres".
Isis es una madre nutricia, ya
que ella enseñó el cultivo del trigo y la fabricación del pan a los egipcios,
quienes lo enseñaron a los griegos. Joseph Campbell nota que la Diosa es
especialmente querida por sociedades agrarias sedentarias, pero no por nómadas
pastorales, probablemente porque "la vida en el desierto no lo
hace a usted enormemente agradecido hacia la Diosa Madre". De hecho, a
Yahvé no le gustan las ofrendas vegetales, y rechazó el ofrecimiento de Caín
por aquella misma razón. Él también encuentra repelente el incienso ofrecido a
la Reina del Cielo (Jeremías 44:21). Lo que a él le gustaba era
el "olor agradable" de los holocaustos de animales y
humanos.
Isis es también la diosa del
amor. Después de que su marido Osiris fue asesinado y desmembrado por su celoso
hermano más joven Seth, ella recolectó los pedazos y, por sus lamentaciones y
rezos, devolvió a Osiris a la vida. Ella entonces concibió con el revivido
Osiris un hijo, Horus, que volvería como un adulto para completar la liberación
de Osiris tomando venganza en Seth y reinando sobre Egipto. Ésta es la historia
eterna del triunfo del amor sobre la muerte, la única historia de amor digna de
ser contada. Es parecida al tipo de cuento conocido por los folkloristas como
"la Bella y la Bestia", en la cual el amor sacrificial de una mujer
cura el corazón de un hombre muerto, o rompe el hechizo puesto sobre él. Pero
también incorpora la virtud redentora de la venganza, encontrada por ejemplo
en Hamlet de Shakespeare, donde el rey es asesinado por su
hermano y vengado por su hijo.
La Madre Virgen María
En los primeros siglos de la
Era cristiana, Artemisa era el nombre de la diosa universal en Efeso (ahora en
Turquía), donde su gigantesco templo era considerado como una de las Siete
Maravillas del Mundo. Ella era mencionada como "la Madre de los
dioses", aunque los cristianos la llamaban "madre de los
demonios". Leemos en los Hechos de los Apóstoles (19:23-28)
acerca de una "seria perturbación" en Efeso,
cuando "un platero llamado Demetrio, que proporcionaba trabajo
para un gran número de artesanos que hacían con plata templetes de
Artemisa", se quejó de la predicación de Pablo:
«Esto amenaza no sólo con
desacreditar nuestro comercio, sino también con reducir el santuario de la gran
diosa Artemisa a la no importancia. Esto podría terminar acabando con el
prestigio de una diosa venerada por toda Asia, y en efecto por todo el mundo.
Este discurso los despertó a la furia, y ellos comenzaron a gritar ¡Grande es
Artemisa de los efesios!» (Hechos 19:23-28).
Aunque el autor de Hechos desacredite
la preocupación de los efesios como puramente económica, aquél era un conflicto
religioso. Duró varios siglos, y en 401 el templo de Artemisa fue quemado por
cristianos. Treinta años más tarde, el Emperador romano del Este Teodosio II
convocó en Efeso un concilio, en el cual el título Theotokos [Madre
de Dios] fue oficialmente heredado a la Virgen María. Y entonces
Artemisa fue devuelta a los efesios, sólo que bajo una identidad diferente. Los
peregrinos que habían convergido en Efeso durante siglos para rendir homenaje a
Artemisa podían rezar ahora delante de las mismas estatuas y realizar las
mismas procesiones con antorchas. María naturalmente se hizo conocida como la
Reina del Cielo, un atributo simbolizado por su corona de doce estrellas,
recordando el zodiaco que Artemisa llevaba puesto como un collar.
En Egipto, Libia, Italia y
Galia, María se fusionó perfectamente con Isis, y la figura de María derramando
lágrimas al pie de la cruz repetía las lamentaciones de Isis. El Jesús
crucificado y resucitado era un excelente avatar de Osiris, que fue usado para
absorber a otros héroes y dioses, p. ej. a Antínoo el siglo II d.C. En cuanto a
Horus, conocido por los griegos como Harpócrates (del egipcio Har pa
khrad, "Horus el niño"), fue transformado en la
figura del Niño Jesús. En el mito egipcio, Horus es concebido en el equinoccio
de primavera, el tiempo de la cosecha, y su nacimiento es celebrado cada año en
el solsticio de invierno. Isis escondió a Horus para protegerlo del malvado tío
al cual él estaba destinado a derrocar como rey de Egipto, tal como María
escondió a Jesús —en Egipto precisamente— para salvarlo del rey Herodes que
temía por su trono (Mateo cap. 2). Se cree que las
representaciones de Isis con el pequeño Horus en sus rodillas influyeron en el
arte cristiano.
En una sociedad en gran parte
analfabeta, puede parecer bastante simple convencer a una mayoría de gente que
la Madre de Dios y la Reina del Cielo que sus antepasados
habían adorado era de hecho la madre de un mesías judío. El sincretismo estaba,
después de todo, en la naturaleza misma de la Diosa. Pero la cristianización
encontró fuerte resistencia, especialmente entre la élite aristocrática. La
versión cristiana de la Diosa era frustrantemente reductiva: su exclusiva
encarnación humana restringió su significación universal, y carecía de algunos
aspectos de la feminidad. Aunque María sea "llena de gracia",
hay un límite en el misticismo mariano: el Eros es totalmente inadmisible.
Finalmente, la Virgen María es difícilmente una madre que nutre en el sentido
agrario.
En cualquier caso, no fue
antes del siglo XII que el culto de María fue firmemente establecido en Europa
Occidental. Bernardo de Clairvaux (1090-1153) fue el principal promotor de ese
culto en Francia, y el primero en llamarla "Nuestra Señora" (Notre
Dame). Todas las catedrales góticas a partir de entonces le fueron
consagradas a ella. No obstante, en el Sur de Francia muchas "Vírgenes
Negras” producidas tan tardíamente como en el siglo XIII se piensa que fueron
hechas para Isis, más bien que para María. E incluso después del triunfo de la
Reforma Gregoriana en 1215 (Cuarto Concilio Lateranense), el antiguo culto de
Isis parece haber seguido irrigando en secreto a la civilización occidental,
como una corriente subterránea. Vamos ahora a seguir esa corriente hasta su
resurgimiento en el movimiento Romántico del siglo XIX.
La Tradición Cortesana del Fin'Amor
No deberíamos imaginar la
sociedad medieval occidental como sumergida en una fe católica homogénea, con
sólo unos pocos grupos heréticos en su margen. Como he argumentado en un libro
basado en mi tesis doctoral, nos formamos una idea más exacta de la
civilización medieval si consideramos que tiene dos culturas distintas y
antagonistas: está en un lado la cultura latina de los clérigos, con un casi
monopolio de la palabra escrita, y en el otro, una cultura rica en lenguas
vernáculas, principalmente orales pero que nos dejó bastante material escrito a
partir del siglo XII. A diferencia de la cultura clerical, que es escrita en
prosa y preocupada por la ortodoxia doctrinal, la cultura laica es
principalmente narrativa y poética, es de origen aristocrático, pero permea a
las capas populares. En sus expresiones más altas, como en las obras maestras
de Chrétien de Troyes, sobresale en polisemia y simbolismo. Aunque podamos
llamarla "secular", posee su propia religiosidad, que incluye ideas
sobre el mundo de los muertos completamente en desacuerdo con la doctrina
cristiana.
La aristocrática cultura
no-clerical valora al amor como la fuente de la mayor alegría espiritual, y por
lo tanto no puede concebir el Paraíso sin ello. Algunos poemas rechazan
sarcásticamente el Paraíso cristiano sin amor: el protagonista masculino del
poema del siglo XII "Aucassin et Nicolette", amenazado
con el Infierno por un clérigo si él persiste en amar a Nicolette, contesta que
él prefiere el Infierno si es allí donde aquellos que valoran el amor, la
caballerosidad y la poesía están destinados a ir. En el "Roman de
la Rose" (1225-1230) de Guillaume de Lorris, el narrador sueña
consigo mismo en un maravilloso jardín con una Fuente del Amor y la mujer más
hermosa que él haya visto alguna vez. Según el especialista Jean Dufournet,
encontramos en esa obra "los elementos de una corriente espiritual
muy fuerte que hace del protagonista un emulador de los místicos". El
dios Amor que golpea el corazón del narrador puede ser una hipóstasis poética,
pero él se presenta como un competidor del Dios católico de
ascetismo y virginidad. A propósito, Amor es Roma al revés.
Esas
nociones desempeñaron un papel crucial en la tradición conocida hoy como
"amor cortesano", primero formalizado en la poesía de los trovadores
en Aquitania, donde la duquesa Alienor (1122-1204), nieta del primer trovador,
la introdujo en la corte de su primer marido, el rey de Francia, y luego en la
de su segundo marido, el rey de Inglaterra, donde se combinó armoniosamente con
las tradiciones celtas del País de Gales y Gran Bretaña, para producir por
ejemplo los lays de hadas de Marie de Francia o los romances
arturianos de Chrétien de Troyes.
Como su nombre lo indica,
el fin'amor [en lengua occitana] requería el refinamiento del
impulso sexual ordinario. En el episodio central de "Erec y
Enide" de Chrétien de Troyes, Erec encuentra a una encantadora
doncella en un jardín paradisíaco mágicamente protegido, pero debe luchar
contra el terrible caballero rojo que guarda a su prisionera. Erec gana la
lucha, y aprende que de hecho es el caballero rojo el que era el prisionero de
su dama, y es libre ahora. Erec también aprende que la dama era prima de Enide,
y él puede celebrar ahora con Enide "la Alegría de la Corte" (La
Joie del Cort). Cuando conocemos los crípticos códigos de Chrétien de
Troyes, y particularmente su gusto por los juegos de palabras y su hábito de
duplicar personajes como hermanos o primos, entendemos que no sólo las dos
mujeres son una sino que el caballero rojo es también el doble del propio Erec,
su lado oscuro e impulsivo. Es por lo tanto contra sí mismo contra el cual Erec
debe luchar a fin de experimentar "la Alegría del Corazón"
(La Joie del Cor, en antiguo francés) con su dama.
En su memorable ensayo "Amor
en el Mundo Occidental" (originalmente publicado en francés en
1938, revisado en 1952, y seguido en 1961 de "Ensayos sobre los
Mitos de Amor"), el autor francés Denis de Rougemont procuró entender
la intrincada relación entre lo erótico y lo religioso en la tradición de los
trovadores y sus herederos Románticos. Él reconoce que esa poesía es
fundamentalmente religiosa, pero ajena y opuesta al cristianismo. Dado que se
desarrolló al mismo tiempo (siglo XII) y en la misma región (Occitania) que el
Catarismo —a veces incluso en los mismos castillos— Rougemont trató de unir a
ambos, pero la mayor parte de los historiadores ha rechazado su hipótesis del
Catarismo secreto de los trovadores. Una explicación más simple de la
proximidad de las dos tradiciones es el clima de tolerancia religiosa que
existió en el Sur de Francia antes de las Cruzadas Albigenses (1209-1229).
Cualquiera
sea el caso, Rougemont ha destacado el hecho de que la Dama de los trovadores a
menudo aparece como una figura ideal, distante y casi intangible. Su nombre es
generalmente mantenido en secreto, y cuando no lo es, aquello sugiere una
ficción alegórica más bien que una persona histórica. Un buen ejemplo es
Geoffrey Rudel (siglo XII), quien, "después de mucho tiempo de
estar enamorado de la imagen de una mujer a la cual nunca ha visto, la
contempla por fin después de un viaje por mar y muere en los brazos de la
condesa de Trípoli tan pronto como ella le ha dado un único beso de paz y un
saludo". Rougemont también nota que el carácter estereotípico de la
poesía de los trovadores da la impresión de que todos ellos aman a la misma
Dama.
Rougemont encuentra ahí un
argumento en apoyo de su tesis de que la experiencia occidental del amor
apasionado, "inventado" por los trovadores, es una ilusión, una
mentira: cuando el amante piensa que él ama a una mujer, él, de hecho, ama a
una mujer ideal que no existe. Pero quizás la mujer ideal existió realmente, en
la mente de los trovadores. Quizás ellos creyeron que amar a una mujer
perfectamente es percibir y adorar por medio de ella a la Diosa inmaterial.
Desde una perspectiva platónica, la Idea es más real que sus manifestaciones en
la Tierra, y para el poeta medieval, como para el filósofo medieval, la
realidad visible es siempre el símbolo y el signo de verdades más esenciales e
invisibles (Étienne Gilson, El Espíritu de la Filosofía Medieval,
1922). Desde aquella perspectiva, el fenómeno psicológico que Stendhal llamó
"cristalización", que hace que el ser amado aparezca resplandeciente
con todas las perfecciones, toma un sentido muy diferente. El amor no miente;
simplemente, su verdad no es de este mundo.
Dante y los Fedeli d’Amore
Nuestro conocimiento
fragmentario de la tradición de los trovadores no nos permite ninguna certeza
sobre su filosofía subyacente. No hay ninguna prueba concluyente de una
religión de la Diosa codificada en el arte de ellos. Pero la poesía de amor de
sus sucesores inmediatos, a saber, Dante Alighieri (1265-1321), Petrarca
(1304-1374) y Boccaccio (1313-1375), es mucho más iluminadora. Todos ellos son
de Florencia, una ciudad donde muchos occitanos se refugiaron después de huir
de los cruzados Francos y de la Inquisición romana. Los críticos literarios a
menudo se han preguntado si las damas a quienes ellos dirigieron sus versos más
hermosos (respectivamente Beatriz, Laura y Fiametta) eran mujeres reales o
arquetípicas. Cada una de ellas fue supuestamente encontrada durante la Semana
Santa, y murieron poco después, de modo que el poeta se dirige a ella como a
una criatura incorpórea, que vive en el Paraíso donde ella se transforma en Luz
Divina. Su amante entonces toma el título de peregrino, y emprende un viaje
espiritual para alcanzarla.
Lo que pensamos que sabemos
sobre la Beatrice de Dante viene exclusivamente de Boccaccio, que escribió
cincuenta años más tarde un comentario sobre la Divina Comedia.
Pero Boccaccio tenía su propia razón para afirmar que Beatriz era una mujer
real. Los poemas de Dante son enigmáticos, y el poeta insta a sus lectores a
encontrar el sentido oculto en sus versos: "Hombres de sano
intelecto y probidad, descubran con buen entendimiento lo que yace escondido
detrás del velo de mis enigmáticos versos" (Infierno, IX,
61-63). Luigi Valli publicó en 1928 un libro que hizo una gran impresión en
pensadores como René Guénon, Julius Évola o Henri Corbin: "Il
Linguaggio Segreto di Dante e dei Fedeli d’Amore". Los "fieles
del amor" mencionados por Dante puede haber sido un círculo de poetas,
artistas y filósofos, principalmente florentinos, que compartían concepciones
religiosas altamente heterodoxas y una hostilidad hacia el nuevo orden mundial
impuesto por la Iglesia romana. Esos poetas, escribe Valli, hicieron de sus
sentimientos de amor "un material para expresar pensamientos
místicos e iniciáticos en un simbólico lenguaje de
amor".
La clave para la críptica
identidad de Beatriz en la Divina Comedia es proporcionada por
Dante en un libro anterior titulado "Vita Nuova". Ahí
Dante primero presenta a "la gloriosa dama de mis pensamientos que fue llamada por muchos Beatrice, por aquellos que no sabían lo
que significaba llamarla así" (el nombre Beatriz quiere
decir "la que confiere bendición"). Nueve veces en su
vida Beatriz se le apareció, dice Dante. La primera vez, Beatriz "me
saludó tan virtuosamente, tanto que me vi en el extremo mismo de la
gracia". Para el "saludo" de Beatriz, Dante usa la palabra
italiana saluto, que es cercana a salute,
"salvación". El saluto de Beatrice, dice Dante,
llena a los hombres de arrepentimiento, humildad, perdón y caridad,
difícilmente las cualidades del amante ordinario.
"Mora Amor en los ojos de mi amada
por lo cual cuanto mira se ennoblece.
Aquel a quien saluda se estremece:
todo mortal le lanza su mirada.
Si ella baja la faz, el todo es nada,
el ánimo en quejumbre desmerece,
muere soberbia, cólera perece.
¡Oh mujeres, le cumple ser loada!
Toda humildad y toda dulcedumbre
nace oyendo su voz pura y afable.
Dichoso el hombre que la vio primero.
Cuando sonríe —que su boca es lumbre—
se magnifica y hácese inefable
porque es algo divino y hechicero".
Beatriz es la esencia de la gracia y las virtudes femeninas, manifestadas en todas las mujeres: "mi señora entró en tal gracia que no sólo ella fue honrada y elogiada, sino que por ella muchas también fueron honradas y elogiadas". En varios pasajes Dante indica que cuando él es sensible al encanto de mujeres reales (las amigas de Beatriz, por ejemplo), es a Beatriz a quien él ve a través de ellas: "Ha visto la perfección de toda belleza y toda virtud quien ve a mi dama entre las otras mujeres".
No
tenemos que tomar la naturaleza críptica del mensaje de Dante como una forma de
"esoterismo", como lo hizo René Guénon (El Esoterismo de Dante,
1925). En aquellos tiempos, la cripsis era necesaria para
cualquier pensador heterodoxo no suicida. Un cercano amigo de Dante, Cecco
d’Ascoli (1269-1327), fue acusado por la Inquisición de "hablar
mal" de la fe católica y fue quemado en la hoguera, y el propio
Dante estuvo bajo sospecha.
Con alguna exageración quizás,
Robert Graves escribió que "El objetivo de la poesía es la
invocación religiosa de la Musa", a quien él también llamó la Diosa
Blanca y la Madre de Toda Vida. Pintores y escultores también han dedicado
mucho esfuerzo a capturar y comunicar la esencia de la gracia femenina. La
experiencia estética, según Schopenhauer, significa perderse en la
contemplación de la Idea platónica que está detrás del fenómeno, escapando así
del ciclo de los deseos incumplidos. Seguramente el segundo mandamiento de
Yahvé de no hacer "ninguna imagen de ninguna cosa" (Éxodo 20:4)
tiene mucho que ver con la ausencia en la cultura hebrea de alguna reverencia
por la mujer.
Dos
siglos después de Dante, otro genio florentino, Leonardo da Vinci (1452-1519),
nos daría un retrato de la Diosa bajo el nombre de Mona Lisa.
Tal como para Beatrice de Dante, los eruditos dicen que ellos conocen la
identidad de ella. Se dice que la dama Lisa (Mona es un diminutivo
de Madonna, o Ma Donna) era la esposa de un rico
comerciante que encargó su retrato al pintor, quien estaba entonces en el
pináculo de su gloria. Pero la pintura no respeta ninguno de los códigos del
retrato de esa época (la carencia de joyas, por ejemplo). Y Leonardo trabajó en
ello ininterrumpidamente durante diez años, con extraordinaria devoción,
sobreimponiendo religiosamente miles de capas de pintura y barniz de delgadez
extrema. Él nunca se separó de dicho retrato hasta su muerte en la corte de
Francisco I rey de Francia. Muchos han sospechado, correctamente creo, que esa
pintura no es el retrato de una señora sino el icono de la Dama, Donna l'Isa
(siendo Isa una variante de Isis). El velo negro que puede ser visto caído
sobre su hombro izquierdo es una referencia al famoso velo de Isis que "ningún
mortal alguna vez levantó", mencionado por Plutarco.
El Romanticismo y la Divina Sofía
Según Julius Évola (La
Metafísica del Sexo, 1934), Beatriz de Dante, Laura de Petrarca y Fiametta
de Boccaccio todas simbolizan la Sabiduría o Gnosis, la divina
fuente de iluminación. Eso es consistente con la admiración de Dante por
Boecio, a quien él coloca en el Paraíso. En su obra "Consolación
de la Filosofía" (524) Boecio contó cómo, mientras esperaba la
muerte en las cárceles del rey Teodorico, había sido visitado por Filosofía en
la forma de una mujer majestuosa, y le confió su alma a ella, sin la menor
alusión a la fe cristiana.
Técnicamente, filo-sofía es
el amor a Sofía, la Sabiduría. La divinización de Sofía es
una tradición muy antigua. Sobrevivió en la Bizancio cristiana, como lo
atestigua el nombre mismo de la basílica Hagia Sophia (Santa
Sabiduría). La tradición ha persistido incluso en los márgenes de la Ortodoxia
rusa. El filósofo y poeta Vladimir Solovyov (1853-1900) experimentó
místicamente a la divina Sofía en la forma de una mujer celestial que es quien
le hizo sentir que "Todo era uno, una sola imagen de la belleza
femenina" (Solovyov, Tres Encuentros).
Lamentablemente, la tentativa de Solovyov de reconciliar la doctrina Trinitaria
con la noción platónica de la Sabiduría Divina se encontró con la oposición de
la jerarquía Ortodoxa.
¿Por qué sería la Sabiduría
una mujer? Desde un punto de vista teológico, si Dios es visto
como masculino, tiene sentido que la Sabiduría, el principio intermediario que
lleva al mundo al ser, sea vista como femenina. Pero desde un punto de vista
psicológico, la pregunta es: ¿por qué la Diosa, como la idealización de la
feminidad, sería asociada con la Sabiduría? El filósofo danés Soren Kierkegaard
tiene una respuesta: él vio una conexión entre el surgimiento del amor naciente
en el corazón del adolescente y el florecimiento de lo que él llama "Idealidad".
Ésta es una de las nociones centrales de Kierkegaard, y podría ser formulada
del modo siguiente: Sofía toca el alma de un hombre al mismo
tiempo que Eros toca su corazón. Ambos son aspectos complementarios de la misma
gracia divina. Si uno no es sembrado, el otro no puede florecer hasta su pleno
potencial. De allí se sigue que profanar la imagen de la mujer en la mente de
los adolescentes por medio de la pornografía de masas, es criar generaciones de
hombres carentes de idealidad.
Kierkegaard, quien renunció a
casarse con la mujer que amaba a fin de cultivar su genio, escribió en "In
Vino Veritas" (1845):
«Es gracias a la mujer que
la idealidad nace en el mundo, y ¡qué sería el hombre sin ella! Hay muchos
hombres que se han hecho un genio por una mujer, muchos un héroe, muchos un
poeta, muchos incluso un santo; pero él no llegó a ser un genio por la mujer
con la que se casó, ya que por ella él sólo se convirtió en un consejero
privado; él no se hizo un héroe por la mujer con la que se casó, ya que por
ella él sólo llegó a ser un general; él no se hizo un poeta por la mujer con la
que se casó, ya que por ella él sólo se hizo un padre; él no llegó a ser un
santo por la mujer con la que se casó, ya que él no se casó, y se habría casado
sólo con una, aquella con la cual él no se casó; tal como los demás se hicieron
un genio, un héroe o un poeta por medio de la ayuda de la mujer con la que
ellos no se casaron».
Este dilema está en el núcleo
de la concepción romántica o heroica del amor. El amor aspira a la fusión y la
permanencia, pero sólo sobrevive mediante la separación y la inestabilidad, y a
veces alcanza la perfección y la inmortalidad por medio de la muerte. Esto es
mejor ilustrado por el poeta alemán Novalis (1772-1801), quien primero acuñó el
término "romanticismo". En sus Himnos a la Noche,
Novalis evoca a su joven novia Sophie von Kühn, cuya muerte provocó su don
poético, exactamente como Beatriz hizo para Dante. Cuando él derramaba lágrimas
en la tumba de Sophie, ella se le apareció:
«A través de la nube vi la
cara glorificada de mi amada. En sus ojos reposaba la eternidad. Tomé sus
manos, y las lágrimas se convirtieron en un destellante lazo que no podía ser
roto. En la distancia pasaron, como una tempestad, miles de años. En su cuello
di la bienvenida a la nueva vida con lágrimas extasiadas. Fue el primero, el
único sueño, y sólo desde entonces me he apegado a una fe eterna e inconmovible
en el cielo de la Noche, y en su Luz, la Amada».
"Tengo
por Sophie religión, no amor", comentó Novalis. Sophie se convirtió
para él en la Diosa. Gérard de Nerval (1808-1855), el emblemático poeta
romántico francés, dio otra hermosa expresión de este tema en su última
novela Aurélia (él fue encontrado muerto poco después de
terminarla). A medida que el narrador es convencido por algún signo de que su
muerte está cerca, él cae enfermo y, en su delirio, ve a una mujer de belleza
sobrenatural, cuyo cuerpo crece hasta abrazar el cosmos entero. Ella tiene los
rasgos de Aurelia, el amor de su juventud, a quien él había perdido por algún
trágico malentendido y quien —se enteraría más tarde— acababa de morir. En otro
sueño, ella le dice que ha estado con él todo el tiempo: "Soy la
misma que María, la misma que tu madre, la misma que todas las formas que
siempre has amado". Y entonces el narrador concluye:
«Puse mis pensamientos en
la eterna Isis, la madre y la esposa sagrada; todas mis aspiraciones, todos mis
rezos fueron confundidos en este nombre mágico. Sentí revivir en ella, y a
veces ella se me apareció bajo la figura de la antigua Venus, a veces también
con los rasgos de la Virgen de los cristianos».
Conclusión
El ideal romántico del amor
como un encuentro místico con el eterno femenino, o la Diosa, ha
tenido una influencia muy profunda en la cultura europea. Naturalmente, un
ideal nunca es totalmente alcanzado. Quizás a él sólo se le acercan unos pocos
afortunados, una aristocracia del amor. Sin embargo, brilla en el cielo para
que todos lo vean, y atrae como un imán el alma colectiva. Ciertamente, el
ideal es la fuente de mucha desilusión y sufrimiento, como Rougemont insistió y
como los poetas románticos sabían, pero, como dijo Byron, "dolor
es conocimiento".
A la inversa, la ausencia de
idealidad en la relación de amor en la tradición hebrea ha tenido una
influencia profunda sobre la mente judía. La razón principal de por qué el
romanticismo es extraño a la cultura judía es que no puede haber ninguna
concepción verdaderamente romántica del amor sin la fe en la inmortalidad del alma,
y la antropología judía es fundamentalmente materialista (lea mi artículo "Israel
as One Man"). No es, por lo tanto, ninguna sorpresa que el
romanticismo haya sido considerado con desprecio por la mayoría de los
intelectuales judíos. Moses Hess lo consideraba "decadente",
prefiriendo novelas judías, ya que "sólo los judíos tenían el
sentido común para subordinar el amor sexual al amor maternal". Él
admite, sin embargo, que los escritores judíos son perfectamente capaces de
imitar el romanticismo, tal como cualquier otra cosa.
El
entusiasmo de las élites culturales judías por la teoría de Freud puede ser
visto a la luz de este "choque de culturas". Kevin MacDonald explica
esto por una heredada cultura judía donde el amor era visto "como
una invención de la cultura Gentil ajena y por lo tanto como
moralmente sospechoso". La idea de Otto Rank de que los judíos tenían
una sexualidad más primitiva, y por lo tanto más sana (La Esencia del
Judaísmo, 1905) fue extensamente compartida entre los discípulos de Freud,
lo que hace que John Murray Cuddihy argumente, en su muy profundo ensayo "The
Ordeal of Civility", que la teoría de Freud de la sublimación que
resulta de la represión provino directamente de la lucha interior de los judíos
de pueblo por la integración: «En el psicoanálisis, el "id"
[los instintos primitivos] es el equivalente funcional del "yid"
[el judío] en las relaciones sociales». La liberación
sexual llegó a ser una nueva versión del ideal mesiánico de redención
universal por los judíos, la "luz de las naciones". Y,
como sabemos, en la práctica el modo judío de salvar a las naciones es profanar
sus valores más sagrados: sus dioses, y, sobre todo, a la Diosa.
Desde los años '30 los autores
judíos estadounidenses encontraron en las teorías de Freud y sus discípulos
judíos la justificación para asaltar el ideal romántico y desafiar las leyes de
la obscenidad, como lo muestra Josh Lambert en "Unclean Lips:
Obscenity, Jews, and American Culture" (citado de su tesis
doctoral en pdf, de la cual el libro es una reescritura).
Ludwig Lewisohn, "el
escritor judío más prominente en el Estados Unidos de entreguerras",
es un ejemplo. Él había sido analizado brevemente por Freud, y era un amigo
cercano de Otto Rank. Al igual que a éste, a Lewisohn le gustaba "retratar
la sexualidad judía tradicional y no asimilada como singularmente sana".
Él también compartía las ideas de Wilhelm Reich (La Psicología de Masas del
Fascismo, 1934), de que el anti-judaísmo es un síntoma de frustración
sexual y puede ser curado liberando la libido de los Gentiles (un
mensaje repetido en "Eros y Civilización", 1955, del
judío Herbert Marcuse, así como en "La Personalidad
Autoritaria", 1950, del judío Theodor Adorno). Lo mismo hizo Isaac
Rosenfeld, que dijo: "Considero el anti-judaísmo como un síntoma
de una seria y subyacente enfermedad psico-sexual, de proporción epidémica en
nuestra sociedad". Según Josh Lambert,
"Gran parte del
utopismo sexual y la sexología aficionada que apareció en la ficción y los
ensayos de Norman Mailer, Saul Bellow, Allen Ginsberg e Isaac Rosenfeld en los
años '40 y '50 se desarrolló en base a la tentativa de Reich de curar los males
sexuales de toda la civilización occidental, y, haciendo aquello, aliviar a los
judíos de su papel como chivos expiatorios".
En su esfuerzo para elevar la
obscenidad al status de arte, los autores judíos recibieron el
apoyo activo de abogados y jueces judíos. "Los judíos participaron
en esos procesos judiciales contra la obscenidad no sólo como demandados, sino
también en roles jurídicos claves", escribe Lambert, citando a los
jueces judíos de la Corte Suprema Benjamin Cardozo, Louis Brandeis, Felix
Frankfurter, Arthur Goldberg y Abe Fortas.
En 1969 Philip Roth soltó su
novela "Portnoy's Complaint", la confesión de un judío
estadounidense obsesionado por el sexo, que sentía deseos por las shiksas cuando
adolescente ("Mi circuncidado pequeño xxxx está simplemente encogido de
veneración... ¿Cómo pueden ser ellas tan estupendas, tan sanas, tan
rubias?"), antes de asegurarse una rubia shiksa para
él. Para Roth-Portnoy, "Estados Unidos es una shiksa que
se recuesta bajo tu brazo susurrando: ¡amor, amor, amor, amor! Y Roth no es el único novelista judeo-estadounidense que comparte esta visión
de la sociedad norteamericana como una shiksa, en otras palabras,
como un objeto sexual para ser penetrado.
Y
esto no debería ser confundido como el tradicional resentimiento judío contra
el cristianismo. No son los "valores cristianos" los que son atacados
con violencia extrema por el hollywoodismo, la pornografía, el psicoanálisis,
el feminismo, el homosexualismo y los LGBTQ, sin olvidar el arte moderno, sino
la tradición occidental del amor, el milagro de nuestra civilización. Este
asalto cultural es la manifestación duradera de la antigua rabia de Yahvé
contra la Reina del Cielo.–
por Laurent Guyénot
2 Septiembre 2019
http://editorial-streicher.blogspot.com/2021/01/laurent-guyenot-la-crucifixion-de-la.html
Impresionante, hacia mucho que había leído sobre esta temática, del todo cierta, me ha gustado revivir... saludos y buen aporte.
ResponderEliminar