ESCUELA DE CALOR 2024
Publicar en plena canícula veraniega un artículo sobre
cambio climático con este título se ha convertido en toda una tradición. Este
año, además, se cumple el 40 aniversario de la canción homónima, aparecida en
una época, los gloriosos 80, en la que la música era música, la vida estaba
llena de esperanza y el ciudadano era mucho más libre. También en aquella época
los científicos aún no sacrificaban su integridad por defender una consigna
política que les asegurara el empleo o el ascenso.
La habitual campaña de alarmismo climático hiberna como los osos para resurgir con fuerza cada verano aprovechando las olas de calor propias de la estación (verano: «época más calurosa del año»). Sin embargo, este año las hordas climáticas andan perplejas: la sequía (que ningún meteorólogo supo predecir) pareció acabar con los muy húmedos meses de marzo y junio (lluvias que tampoco supieron predecir) y este mes de junio también ha sido frío, como fría aparenta haber sido la primera mitad de julio, mal comienzo para un verano para el que la AEMET pronosticaba (¿basándose en qué?) temperaturas «muy altas».
Pues bien, los mismos meteorólogos que no tienen ni la más remota idea de qué tiempo va a hacer la semana que viene o de cuándo empiezan o acaban las sequías pretenden hacernos creer que saben cómo será el clima del planeta dentro de 100 años.El gran engaño es hacernos creer que vivimos una emergencia
climática por nuestra culpa con temperaturas jamás vistas, aunque en ocasiones
el timo quede en evidencia cuando el derretimiento de un glaciar deja al
descubierto restos arqueológicos de una senda utilizada por romanos y vikingos,
lo que demuestra que tanto en el Período Cálido Medieval como en el Romano
(hace unos 800 y 2000 años, respectivamente) no existían dichos glaciares. Debo
añadir que nunca he comprendido la adoración totémica de algo tan carente de
vida e inútil como un glaciar (al menos hasta que se derrite).
Otro ejemplo es el reciente descubrimiento de restos fósiles
de gatos salvajes, cánidos, osos pardos y urogallos más allá del Círculo Polar
Ártico, lo que sugiere una época más cálida en el Máximo del Holoceno (hace
unos 8.000 años). De hecho, incluso el IPCC duda («nivel medio de confianza»)
que la temperatura actual será superior a la de aquel entonces.
Asimetría informativa
No es casualidad que el globalismo utilice la meteorología
como arma, pues tenemos una memoria muy corta y nos limitamos a reproducir
creencias populares: “el tiempo ya no es el de antes”, es el mantra. No es así.
De hecho, llaman ciencia a lo que no es más que propaganda, como pone de
manifiesto la asimetría informativa con la que se denominan fenómenos de
distinto signo, pero idéntica naturaleza: si hace frío y llueve nos encontramos
ante un fenómeno meteorológico pasajero («aislado»), sea una DANA (Depresión
Aislada en Niveles Altos) o una BFA (Borrasca Fría Aislada), pero si hace calor
o hay sequía siempre es cambio climático. ¿Ya no hay anticiclones?
No obstante, el instrumento más eficaz para promover el
miedo al apocalipsis ha sido ligar al cambio climático los fenómenos
meteorológicos extremos. El primero en comprenderlo fue Al Gore, que utilizó
las impactantes imágenes del huracán Katrina (2005) como base de su conocido
documental propagandístico (2006). Estas supuestas relaciones de causalidad,
sin embargo, nunca estuvieron basadas en la ciencia o en la observación, sino
en el trabajo de agencias de publicidad contratadas ad hoc para
encontrar las palancas que más pudieran mover a la opinión pública.
La caída de los iconos del cambio climático
El paso de los años ha puesto de manifiesto que todos los
iconos de la propaganda climática eran puras invenciones: la población de osos
polares sigue creciendo, los corales de la Gran Barrera de Coral alcanzaron
máximos de los últimos 40 años en 2024, la superficie quemada por incendios
forestales ha disminuido un 25% en las últimas décadas y los fenómenos
meteorológicos extremos no han aumentado en frecuencia o severidad.
Así lo reconoce hasta el IPCC en los capítulos científicos
del AR5 y del AR6, donde deja claro que «la evidencia es limitada o no hay
señal» de que hayan variado significativamente las precipitaciones, ni las
inundaciones, ni las sequías, ni los huracanes, ni la cobertura de nieve ni la
acidez del océano, otorgando una «baja confianza» a las afirmaciones que se
hagan al respecto.
Naturalmente, los medios de comunicación continúan ligando
cada huracán, cada sequía, cada fuego forestal y cada inundación al cambio
climático a pesar de que incluso la Organización Meteorológica Mundial advierte
de que «ateniéndonos al estado actual de conocimiento de la ciencia, ningún
huracán u otro evento concreto puede atribuirse al cambio climático inducido
por el hombre».
Las noticias sobre el supuesto derretimiento de los hielos
tampoco tienen fundamento. La temperatura media de la Antártida (-57ºC),
reservorio del 90% de hielo del planeta, se mantiene estable desde 1979, como
lo está su hielo continental y flotante, que incluso podría haber aumentado en
la última década. Asimismo, la capa de hielo de Groenlandia (reservorio del 9%
del hielo del planeta) es hoy superior al que había en el Holoceno Medio, hace
6.000 años, cuando probablemente la temperatura del planeta era superior a la
actual. No olviden que Groenlandia («Tierra Verde») fue bautizada así por sus
pastos cuando fue habitada durante el Período Cálido Medieval.
La polémica con la AEMET
En España, la AEMET, cuyas publicaciones y servicios sigo
desde hace muchos años, no se ha librado de la contaminación política, y su
instrumentalización para promover la agenda climática se ha vuelto tan patente
que ha ido atrayendo el escrutinio creciente de analistas. Algunos de ellos
denunciaron recientemente que la Agencia había tildado la primavera de 2024 de
«cálida» cuando en 2016 la había tildado de «fría» con idéntica temperatura.
Esto estaría en consonancia con los meteorólogos que pintan los mapas del
tiempo de un alarmante color fuego por temperaturas que antaño pintaban de
colores más normales (¿cambio climático o cambio cromático?).
Aplaudo el seguimiento crítico de los datos de la AEMET,
aunque en este caso el hecho tenga explicación. En efecto, la Agencia cambió en
2020 la metodología utilizada para calcular las temperaturas medias en España y
modificó las series numéricas, pero no el texto de sus informes ya publicados.
El sistema anterior calculaba la temperatura de España mediante una media de 42
estaciones ponderada por la superficie resultante de aplicar los polígonos de
Thiessen, sencillos diagramas de Voronoi que son un método geométricamente
elegante, pero arbitrario y demasiado simple.
La nueva metodología se basa en la utilización de 1.800
estaciones de medición a las que se ha añadido datos interpolados en pequeñas
rejillas con modelos de regresión múltiple que tengan en cuenta latitud,
altitud y distancia de la costa. Como consecuencia del cambio metodológico, las
temperaturas de la serie histórica han bajado una media de casi 1,5ºC.
¿Ha dejado de ser fiable la AEMET?
Sin embargo, aunque la AEMET no sea culpable de aplicar
adjetivos diferentes a temperaturas idénticas, su actuación plantea muchos
interrogantes. Que un simple cambio metodológico haga variar la serie histórica
de temperaturas en casi 1,5ºC demuestra una vez más que la medición de
temperaturas es siempre aproximada y que no puede inferirse ningún cambio
climático de diferencias de décima de grado. En segundo lugar, el nuevo sistema
implica que la inmensa mayoría de datos son estimaciones estadísticas y no
mediciones directas de temperatura. Animo a la AEMET a publicar la serie
histórica de las temperaturas medidas por las actuales 1.800 estaciones sin
interpolaciones (500 estaciones en 1961, y un número creciente desde entonces).
Asimismo, las correlaciones entre los resultados de dos
metodologías tan diferentes son demasiado elevadas como para no sospechar la
existencia de sesgos confirmatorios, a pesar de la cercanía de las estaciones
entre sí, y las verificaciones estadísticas no garantizan ni mucho menos el
funcionamiento del modelo en el futuro (como ocurre con todo backtesting).
La nueva metodología gana cuatro años a la serie histórica
anterior, que empezaba en 1965. Ahora nos podemos remontar a 1961, pero ¿por
qué no se remonta la AEMET a 1940 o 1950? Tiene entre 300 y 500 estaciones para
elaborar una buena media, así que le animo a hacerlo, porque quizá veríamos que
las temperaturas actuales son similares a las de aquel entonces.
En efecto, entre 1945 y 1975, aproximadamente, el planeta se
enfrió, el «bien conocido enfriamiento térmico», en palabras de la AEMET, que
sin embargo no explica la caída de temperaturas en España hasta el mínimo de
1972 ni parece preguntarse por qué se produjo tal enfriamiento si el CO2 ya
estaba aumentando en ese período. Una correlación negativa excluye la
posibilidad de una relación de causalidad.
Tampoco existe correlación entre el aumento de CO2 y
la conocida como «la Pausa» o el Hiato, ese período entre 1998 y 2015 en el que
la temperatura terrestre no aumentó a pesar del constante aumento del CO2.
Este fenómeno fue silenciado por los medios y negado por los patéticos fact-checkers a
pesar de que el propio IPCC mencionaba «la Pausa» en 53 ocasiones en su Quinto
Informe (AR5) y le dedicaba un artículo entero titulado «Los Modelos Climáticos
y la Pausa en el Calentamiento Global en los últimos 15 Años». La AEMET
reconoce la «ralentización del calentamiento observada en las décadas de 1990 y
2000, durante las cuales el calentamiento daba muestras de haber cesado»,
aunque sorprendentemente esta «época en que el calentamiento parece
estancarse» no le parece merecedora de comentario alguno.
Sesgos climáticos
Otro ejemplo del sesgo de la AEMET es que, al comentar que a
partir de 1991 se sucedieron tres años fríos consecutivos (siendo 1993 el cuarto
año más frío desde 1961), menciona la coincidencia temporal con la erupción del
volcán Pinatubo dando a entender que ésa fue la causa. Sin duda, las erupciones
de volcanes en superficie tienden a provocar un enfriamiento temporal del
planeta, pero ¿por qué sólo se buscan explicaciones naturales a los años fríos
y no a los cálidos? ¿Por qué la AEMET no liga el calentamiento de los dos
últimos años a otros fenómenos concretos como El Niño 2023-2024 (el cuarto más
fuerte de la historia) o la erupción del volcán submarino Hunga-Tonga
en 2022, que lanzó a la atmósfera un ingente volumen de vapor de agua (el mayor
gas invernadero), lo que «podría calentar temporalmente la superficie
terrestre», según la NASA?
La AEMET también obedece fielmente las consignas del IPCC en
su forma de presentar los datos para manipular a la opinión pública. Así,
compara la temperatura actual con la que llama la época preindustrial, que data
en 1850. Casualmente, 1850 marca un mínimo en las temperaturas de los últimos
700 años y coincide con el fin de la Pequeña Edad de Hielo, que comenzó
alrededor del 1300 (cuando terminó el Período Cálido Medieval) y supuso un
severo enfriamiento de la Tierra por causas naturales, cuyos detalles, como
tantas cuestiones sobre el clima, aún se ignoran.
La pregunta es: ¿por qué no toman el año 1300 como origen de
la temperatura “preindustrial”? Porque el s. XIV es tan “preindustrial” como el
s. XIX, ¿no? Sencillamente, porque si tomaran ese año veríamos que las
temperaturas actuales no difieren mucho de las de aquel entonces y el relato
apocalíptico se derrumbaría como un castillo de naipes. Lo mismo ocurre con los
datos por satélite, que comienzan a darse en 1979, justo después de 30 años de
enfriamiento de la atmósfera. Ya saben, si quieren manipular un gráfico y dar a
entender una tendencia, elijan bien el origen de coordenadas y, sobre todo, t0.
Asimismo, la AEMET nunca habla de temperaturas absolutas,
sino de «anomalía» de temperaturas respecto de una media móvil. Naturalmente,
ésta es la práctica estándar de toda la literatura científica sobre el clima,
pero semejante utilización del lenguaje resulta relevante, puesto que el
término «anomalía» da a entender que existe una anormalidad, una rareza, una
desviación, un defecto. Sin embargo, el único modo de que no existiera anomalía
alguna sería que la temperatura de la Tierra fuera siempre constante, y eso sí
que sería raro.
Centrar la atención en las supuestas «anomalías» tiene una
enorme importancia a la hora de presentar gráficamente los datos, pues no es lo
mismo presentar un gráfico de anomalías de décimas de grado (en el que
variaciones muy pequeñas parecen enormes) que un gráfico de temperaturas como
el siguiente, que muestra la temperatura media de España desde 1961 hasta 2023
según la nueva metodología de la AEMET:
Según la AEMET, la temperatura media de España ha aumentado
a un inapreciable ritmo de 0,31ºC por década desde 1961. En
parte, este aumento se debe al llamado efecto de isla de calor urbano (UHI),
causado por termómetros antaño situados en un pueblo o en mitad de un prado que
hoy se encuentran en plena ciudad, con tráfico, aire acondicionado y
calefacciones, o, peor aún, cerca de esos adefesios llamados huertos solares,
capaces de elevar la temperatura circundante hasta 4ºC. Este efecto hace que
las series históricas de mediciones de superficie deban ser tomadas con cautela
y explica por qué los satélites medían un aumento de temperaturas muy inferior
al que medían los termómetros de superficie hasta que, en 2017, curiosamente,
se modificó la interpretación de los datos satelitales. De hecho, en su primera
década en el espacio (1979-1989) los satélites no detectaron calentamiento
alguno de la Tierra a pesar del aumento de CO2.
La Agencia menciona que con su nueva metodología el efecto
de isla de calor urbana se atenúa, pero le resta importancia citando al AR5 (y
AR6) del IPCC para afirmar que no cree que afecte en más de un 10%. Sin
embargo, reconoce que en regiones en rápido desarrollo (como España desde 1961)
esta cifra pueda ser mayor, e investigaciones recientes afirman que el efecto
de isla de calor urbano es muy superior al estimado por el IPCC, de modo que,
si se utilizan sólo las temperaturas medidas por estaciones rurales, el
supuesto ritmo de calentamiento del hemisferio norte desde 1850 sería un 40%
inferior. Animo a la AEMET a publicar las temperaturas históricas de sus
estaciones rurales exclusivamente.
La mayor estafa de la Historia
Dada la ingente cantidad de dinero que depende del
catastrofismo climático, la aplastante presión y censura sobre los científicos
y el significativo número de caraduras que viven de ello, probablemente nos
encontremos ante la mayor estafa de la Historia.
Sin embargo, no debemos olvidar que ante todo nos
encontramos frente a una agenda de poder con la que el globalismo sueña
alcanzar su distopía: una sociedad controlada, sin libertad ni prosperidad y
sometida a todo tipo de prohibiciones y restricciones por miedo a un
apocalipsis inventado. Mencken lo describió hace más de un siglo: «El único
objetivo es mantener a la población asustada (y, por tanto, clamando por su
salvación) amenazándola con una interminable serie de temores, casi todos
imaginarios». Amén.
Fernando del Pino Calvo-Sotelo https://www.fpcs.es/escuela-de-calor-2024/
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