LA ILUSIÓN DE LA BONDAD
¡Filantropía! Este dulce néctar de generosidad que nuestros multimillonarios, estos benefactores de la Humanidad de traje y corbata, se complacen en servir a la sociedad, como si todos fuéramos monaguillos. En realidad, detrás de estas sonrisas benévolas y discursos imbuidos de nobleza se esconde un lío de intenciones oscuras y maquiavélicas.
Bill Gates, Jeff Bezos,
Warren Buffet y George Soros, nuestros héroes contemporáneos, nos prometen
maravillas mientras vigilan atentamente sus carteras. ¿Quién hubiera pensado
que hombres cuya riqueza supera la de los países pequeños estarían tan
preocupados por nuestro bienestar?
Estas figuras emblemáticas de la riqueza contemporánea afirman invertir en causas altruistas, pero su enfoque no se limita a la caridad; es parte de una estrategia calculada destinada a acumular un capital colosal y al mismo tiempo redefinir los cimientos de nuestras sociedades. ¡Y qué hermosa manipulación!
Los filántropos modernos se presentan como
salvadores, pero detrás del brillante barniz de sus iniciativas se esconde un
proyecto más oscuro: transformar a la Humanidad en un simple objeto para ser
manipulado de acuerdo con una agenda neomalthusiana y eugenista. Un poco como
los titiriteros, pero con números en lugar de hilos.
En el centro de esta farsa está el malthusianismo, una
antigua doctrina que está regresando contundentemente al debate público, como
una canción de verano que no se puede olvidar. Malthus, tuvo la audacia de
afirmar que el crecimiento demográfico siempre excedería la capacidad de los
recursos para sustentarlo, lo que provocaría hambrunas y devastación. ¡Aquí
había un hombre que sabía cómo crear el ambiente! Hoy, nuestras élites, armadas
con su visión ilustrada, defienden el control de la natalidad como una solución
a problemas sociales complejos. Pero en lugar de abordar las causas reales de
la pobreza (desigualdades en el acceso a la educación, fallas en la
infraestructura y desigualdades económicas), eligen la solución fácil: reducir
la población. Una verdadera estrategia ganadora, ¿no? Como si empobrecer aún
más a los más vulnerables pudiera resolver algo.
Este regreso del malthusianismo va de la mano de un
resurgimiento de la eugenesia, que se expresa a través de los alegres discursos
de figuras como Malcolm y Simone Collins. Estos multimillonarios, al ensalzar
los méritos de la selección genética, promueven una visión según la cual la
tecnología podría mejorar la especie humana. ¿Quién diría que estábamos
viviendo en un episodio de Black Mirror? Sin embargo, esta
arrogancia teñida de excesivo optimismo nos recuerda las horas oscuras de la
historia cuando la eugenesia justificaba políticas de esterilización y
exterminio. ¡Salud por las lecciones aprendidas, amigos! Ignorar la Historia y
soñar con una Humanidad “mejorada” es sólo un salto hacia lo desconocido, sin
paracaídas.
Más allá de la poesía, este enfoque plantea cuestiones
éticas fundamentales. ¿Quién decide qué constituye una “mejora”? Sus
aspiraciones de una Humanidad “perfecta” ignoran las lecciones de la Historia,
dejando de lado la diversidad humana que, sin embargo, es nuestra riqueza. En
su búsqueda de la perfección, se alejan de la esencia misma de nuestra
humanidad, abogando por una visión distópica donde la naturaleza está sujeta a un
control tecnológico total. Una versión moderna del “pequeño dios” que cree que
podemos moldear a la Humanidad como queramos sin sufrir las consecuencias.
¿Y qué pasa con el transhumanismo? Este dulce sueño de
trascender nuestra condición humana gracias a la tecnología, que promete
maravillas como la longevidad eterna y la ausencia de sufrimiento. ¡Qué idea
tan maravillosa! Excepto que esta búsqueda de la inmortalidad tecnológica bien
podría volverse contra nosotros, al erradicar lo que constituye nuestra esencia.
Al prometer una mayor longevidad, mejores capacidades cognitivas y la
posibilidad de una vida sin sufrimiento, esta ideología choca con las
realidades de la naturaleza humana y la interdependencia que caracteriza a
nuestra especie. La promesa de vivir para siempre sin las preocupaciones de la
existencia bien podría convertirse en una maldición que amenace la diversidad y
la riqueza de nuestro mundo.
Programas como Parent Woods y los avances en el
transhumanismo son parte de esta lógica de transformación radical de la especie
humana. Después de todo, ¿quién necesita dolor o tristeza? En lugar de buscar
comprender y mejorar nuestras condiciones de vida, estos visionarios prefieren
atacar la naturaleza humana, como si se tratara de un software que hay que
depurar. Sus promesas de progreso son seductoras, pero bajo la apariencia de
innovación, corren el riesgo de erradicar los fundamentos mismos de nuestra
existencia. La búsqueda de la inmortalidad tecnológica, lejos de ser una
bendición, podría convertirse en una trampa mortal. Un futuro donde las
desigualdades se amplían aún más, donde los ricos se regalan una Humanidad
“mejorada”, mientras el resto de la población queda abandonada a su triste
suerte.
Al mismo tiempo, esta obsesión por el control de la población
y la selección genética va acompañada de una progresiva destrucción de la
biodiversidad. Los multimillonarios, aunque defienden ideales ecológicos en la
superficie, monopolizan los recursos naturales y patentan especies vivas, a
menudo con total impunidad. Como niños en una tienda de dulces, están
destruyendo la diversidad biológica que constituye la base de nuestros
ecosistemas, al tiempo que ponen en peligro nuestro medio ambiente y, por
extensión, nuestra propia supervivencia. La destrucción de los hábitats
naturales, justificada por la lógica del beneficio y la expansión, corre el
riesgo de provocar crisis ecológicas sin precedentes, cuyas consecuencias se
sentirán en las generaciones futuras.
Filantropía, esa palabra tan dulce al oído, especialmente
cuando se trata de distribuir vacunas a los habitantes de Gaza. ¿Pero no es ésa
una hermosa paradoja? Por un lado, somos testigos de incesantes bombardeos que
devastan vidas y comunidades y, por el otro, se nos presenta la vacunación como
un acto de bondad, un soplo de aire fresco en un océano de sufrimiento. Podemos
preguntarnos legítimamente: ¿es esto realmente filantropía o simplemente una
forma de sacar provecho de una situación trágica? Al fin y al cabo, cada
jeringa colocada en un brazo va acompañada de una lluvia de subvenciones
internacionales que, en lugar de apaciguar, corren el riesgo de esterilizar aún
más a este pueblo ya maltratado. Este es un buen ejemplo de cinismo en su
apogeo: utilizar la angustia humana como una oportunidad lucrativa. Surge
entonces la pregunta: ¿quién se beneficia realmente de esta “benevolencia”? ¿No
merecen los habitantes de Gaza algo mejor que un doble juego en el que se
explote y se atienda su sufrimiento, como muñecos de trapo en una obra trágica
cuyos multimillonarios mueven los hilos?
También es preocupante el papel del Estado en esta dinámica.
Bajo la égida de líderes como Emmanuel Macron, que se posiciona como un
“sicario económico” al servicio de estas élites, la privatización de los
servicios públicos se está acelerando. La transición a un modelo de gobernanza
en el que la asistencia social se delega a empresas privadas se está haciendo
en detrimento de los más desfavorecidos y con nuestros impuestos. Lejos de
satisfacer las necesidades básicas de la población, estas iniciativas sólo
fortalecen el poder de las grandes empresas, transformando a los ciudadanos en
clientes y los derechos sociales en privilegios. Un verdadero placer para los
accionistas, ¿no?
Así, esta confluencia de intereses –el de multimillonarios,
instituciones financieras y gobiernos cómplices– crea un sistema que devalúa la
dignidad humana y pone en duda los fundamentos mismos de nuestra sociedad. En
nombre de una filantropía mal entendida, una supuesta necesidad de reducir la
población y una mejora tecnológica de la especie, estos actores buscan imponer
una visión deshumanizada y desigual del mundo. Ya es hora de permanecer
vigilantes ante estos abusos, de denunciar los discursos que enmascaran
intenciones dañinas y de defender una Humanidad que sitúa la solidaridad y la
diversidad en el centro de su futuro. Porque es en esta diversidad donde reside
nuestra verdadera fuerza, y es protegiéndola como aseguraremos la
sostenibilidad de nuestra especie.
La locura megalómana de los multimillonarios tecnológicos,
que se presentan como arquitectos de un futuro ideal, revela una profunda
desconexión de la realidad y una impunidad desconcertante. Con el pretexto de
compensar el descenso demográfico y preservar valores culturales que consideran
esenciales, estos individuos no dudan en tratar a los seres humanos como
simples objetos, productos destinados a ser mejorados y seleccionados según
criterios que ellos mismos establecen. Su mantra, según el cual la selección
natural ahora es ineficaz, ilustra esta arrogancia: afirman que los avances
médicos y las condiciones de vida atenúan los procesos de selección, implicando
que les corresponde a ellos tomar las riendas de la evolución humana. Al evocar
la necesidad del crecimiento demográfico para mantener la estabilidad de los
sistemas sociales y económicos, justifican prácticas eugenésicas que, en
realidad, amenazan la esencia misma de la Humanidad.
Sin embargo, estas narrativas son ampliamente cuestionadas
por la comunidad científica y los defensores de los derechos humanos, quienes
resaltan los peligros de tal interferencia en la privacidad y la libertad
reproductiva. Al afirmar que los avances en genética podrían garantizar niños
más sanos e inteligentes, pasan por alto el impacto significativo de los factores
ambientales y sociales en el bienestar individual. Esta búsqueda de mejora
genética, aunque pueda parecer atractiva, abre la puerta a excesos
discriminatorios y racistas, que recuerdan las páginas oscuras de la Historia.
En el fondo, estos multimillonarios no sólo buscan configurar un mundo a su
imagen, sino erradicar todos los matices de la Humanidad, convencidos de que su
riqueza les da el derecho de decidir quién merece nacer.
En definitiva, levantemos el velo sobre estas acciones
filantrópicas que, lejos de promover el bien común, apuntan a fortalecer un
sistema ya de por sí desigual. Bill Gates, Jeff Bezos, Warren Buffet y George
Soros, lejos de ser héroes modernos, encarnan los peligros reales de nuestro
tiempo: arquitectos de un orden mundial retrógrado y deshumanizado. Al utilizar
su riqueza para influir en las políticas públicas y redefinir nuestros valores,
amenazan la biodiversidad y la dignidad humana. En un mundo donde la impunidad
de los poderosos parece reinar, donde los multimillonarios hacen malabares con
cuestiones sociales y ambientales como si fueran simples peones en un tablero
de ajedrez, resulta crucial denunciar estos abusos y defender una visión
alternativa. Una visión que no se basa en la arrogancia de unos pocos, sino en
la caridad, la diversidad biológica y el respeto a los derechos de todos. Estos
valores, a menudo relegados al rango de eslóganes publicitarios, deberían
constituir la base de nuestra humanidad.
Desde esta perspectiva, es fundamental cuestionar los
discursos que glorifican la filantropía como una panacea. En lugar de aceptar
pasivamente que los multimillonarios definan las condiciones de la ayuda,
debemos preguntarnos: ¿quién necesita realmente esta ayuda? ¿Cuáles son las
verdaderas motivaciones detrás de estas iniciativas? ¿Cómo satisfacen las
necesidades de las comunidades a las que dicen servir? Al quitarnos las gafas,
podemos observar atentamente este baile de multimillonarios, que se esfuerzan
por dar la ilusión de un cambio positivo, preservando sólo sus propios
intereses.
Es hora de despertar nuestro espíritu crítico y exigir
responsabilidad colectiva. Los gobiernos, que con demasiada frecuencia son
cómplices de estos poderes financieros, deben rendir cuentas. No basta con
aplicar soluciones tecnológicas a problemas sociales complejos; es imperativo
adoptar enfoques sistemáticos e inclusivos que tengan en cuenta las necesidades
de los más vulnerables.
La justicia social debe pasar a primer plano, porque sin
ella, cualquier promesa de progreso es sólo una fachada. Cuando las voces de
los oprimidos son silenciadas y la desigualdad aumenta, nos dirigimos hacia una
sociedad desunida, debilitada por tensiones crecientes. Cada gesto de caridad,
cada acto de resistencia contra el abuso de poder, cuenta. Son estos pequeños
fuegos de resistencia los que pueden iluminar el camino hacia un futuro en el
que se respeten los derechos de todos.
En última instancia, defender una visión alternativa no es
sólo una cuestión de palabras, sino de acción. Esto requiere un compromiso a largo
plazo para cultivar una sociedad que valore la dignidad humana, donde cada
individuo no sólo tenga derecho a soñar, sino también los medios para realizar
sus sueños. Sólo protegiendo esta biodiversidad y defendiendo la dignidad de
cada ser humano podremos vislumbrar un futuro más justo y humano.
Porque detrás del deslumbrante espectáculo de los
multimillonarios y su alarde de filantropía se esconde una realidad mucho más
peligrosa, donde los intereses de los más ricos a menudo, si no siempre, tienen
prioridad sobre el bienestar colectivo. No nos dejemos engañar por el brillante
barniz de su financiación caritativa. Abramos los ojos a sus manipulaciones y
mentiras descaradas, unamos fuerzas y trabajemos juntos para construir un mundo
donde la caridad y la diversidad biológica no sean sólo palabras de moda, sino
principios activos que guíen nuestras elecciones y acciones.
Movilizándonos en torno a estos valores, podremos garantizar
no sólo nuestra supervivencia, sino también la de las generaciones futuras en
un mundo donde todos tienen su lugar. Mientras tanto, recuerda boicotear sus
empresas e informarte sobre tus compras, porque ahí empieza todo...
Phil BROQ
https://nouveau-monde.ca/lillusion-de-la-bienveillance/
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