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6.5.25

Los nuevos amos no han necesitado cañones.Tienen su ley, su calendario, su doctrina.

DONDE EL REZO AHOGA EL CANTO

No fue una guerra. No hubo ejércitos. Ningún desembarco, ninguna trompeta, ninguna proclama. Fue un murmullo, luego un rezo, luego un cuchillo en la garganta de Europa.

Vinieron con los pies descalzos y la mano extendida. Y se les abrió la puerta como a un primo lejano, como a un hijo bastardo de la misericordia. Pero no era hambre lo que traían: era costumbre afilada, doctrina de piedra y mirada sin temblor. Y ahora, los que llegaron sin zapatos, tienen la ley. Y los que tenían el pan, duermen sin dientes.

Porque el milagro que nos vendieron era una trampa. El mestizaje no era amor, sino fusión forzada con quien desprecia tu carne.

El multiculturalismo no era sinfonía, sino el paso militar del fanático en traje de ONG. El “refugiado” traía en la mochila la profecía de la conquista. Y el Estado, con la lengua cortada por el miedo, lo llamó “diversidad”.

Hoy hay barrios donde la campana ya no suena. Donde las mujeres andan con la cabeza agachada, y los niños aprenden a callar en otro idioma. Donde la policía no entra sin pedir permiso. Donde la palabra “infiel” ha sustituido a la palabra “vecino”.

Las calles de Europa son ahora estepa del desierto. Las esquinas huelen a carne rancia y a incienso de dictadura blanda. Y los templos, vacíos, son museos con horario reducido. Mientras las mezquitas —esas fortalezas de la obediencia— se multiplican como úlceras bajo la piel del mundo viejo.

Los nuevos amos no han necesitado cañones. Tienen jueces, diputados, concejales. Tienen su ley, su calendario, su doctrina. Y la democracia —esa madre idiota que da el pecho al lobo— les ha entregado el látigo y el altar.

Y detrás del humo de las mezquitas y las togas bordadas en sangre de los nuevos jueces del Corán, se adivinan las manos viejas, las que mueven los hilos desde torres de mármol sin ventanas. No pisan el barro ni oyen el canto del gallo al alba, pero dictan desde sus relojes de oro los destinos de las naciones que consideran de su propiedad. Son los sembradores de trigo muerto, los que envenenan los pozos con sonrisas de benefactor y cambian la leche materna por tinta de imprenta.

Hace siglos que se juraron borrar el rostro de Europa, su perfil de estatuas griegas y niños con los ojos de Goethe. Son los contadores de monedas sin patria, los que comercian con el olvido, los que escriben las leyes con una pluma de gusano mientras empujan a los pueblos a la ceguera con palabras dulces y cuchillos en la espalda. A ellos no les duele el silencio de las campanas, porque nunca creyeron en nada que no fuese la cuenta exacta del miedo.

Ya no necesitan ocultar nada. Prohíben el jamón, burlan las fiestas, imponen el velo, queman el crucifijo. Y si protestas, te acusan de odio. El europeo ya no es ciudadano: es sospechoso. Sospechoso de vivir. De ser. De recordar quién fue su abuelo.

Y cuando una mujer es violada, se escribe que fue un malentendido cultural. Y cuando un anciano es golpeado, se dice que fue un accidente de integración. Y cuando un niño se niega a comer porque le insultan por no ayunar, los maestros sonríen y hablan de tolerancia.

Pero ya hay fuego bajo la ceniza. La cólera aún no ha hablado, pero ha despertado. Y su lengua será amarga, seca, insurrecta.

Porque esto no es odio racial.
Esto es amor propio.
Esto es instinto de supervivencia.
Es el último grito del animal acorralado que sabe que si calla, lo matan. Y si habla, al menos quema una bandera antes de morir.

Europa está llena de tumbas que no se respetan, de canciones que ya no se cantan, de símbolos que ahora son delito. Y mientras la izquierda cobra su salario por besar la bota del nuevo señor, los pueblos del Viejo Mundo se preguntan en silencio:

¿Quién nos defenderá cuando todo esté perdido?
¿Quién vengará a nuestras hijas violadas por la ley del Corán?
¿Quién escribirá el nombre de nuestros muertos cuando decir “nacional” sea fascismo?

Vendrá un día —tal vez no lejano— en que el europeo común, el que ahora trabaja en silencio, escupa sobre el suelo de las instituciones. Y entonces, la Historia no pedirá permiso.

Cuando la justicia duerme y la patria es un burdel de burócratas, el odio justo es el único refugio del que aún respira.

GARCÍA

https://acratasnet.wordpress.com/2025/05/03/donde-el-rezo-ahoga-el-canto/  

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