NO ES POLÍTICA, SINO LITURGIA SATÁNICA
MISA NEGRA GLOBAL… Y TÚ ERES EL CORDERO
El poder es una misa negra y el ritual ya ha empezado
¿Tú te crees que el poder gobierna? No. El poder oficia. Y tú estás ahí, con tu cara de lunes y el alma embalsamada haciendo cola como un muerto fresco en la morgue del sistema, creyendo que los trajes grises hacen algo útil y votan leyes.
No, alma de cántaro. Todo es tan simple como el mecanismo de un botijo: el poder no hace cuentas ni escribe un solo renglón. Hace magia. Y no te avisa. Te la clava entre bandera y bandera como un cura a oscuras en el confesionario de tu infancia.
Esto no ha ido nunca de democracia ni de economía. Esto va
de ritos. Liturgias modernas, de notaría infernal: con corbata o
charreteras; sin sotana, pero con sonrisa de notario del Apocalipsis; sin
incienso, pero con alfombra roja y columnas jónicas. Ponte las gafas: el
Capitolio no es un parlamento. Es un templo donde ofician demonios con trajes
de Armani. Y cuando un presidente jura sobre la Biblia, no está prometiendo
gobernar bien. Está sellando un pacto sagrado con quienes controlan el sistema.
Para entender cómo te follan sin que sangres como un cerdo,
hay que ver las tres capas del pastel envenenado:
La fachada: presidentes, ministros, parlamentos,
jueces, teles, tertulianos. El teatrillo. El decorado. Y tú lo miras expectante
como un condón en el bolsillo de un cura, porque todo parece caótico. Es el
Belén institucional donde tú vas a rezar mirando al candoroso Niño, sin saber
que eres el buey. No te enteras de que está todo más amañado que el festival de
Eurovisión.
El motor: bancos centrales, fondos de inversión,
tecnócratas sin rostro, Think tanks de Harvard y de Mordor. Ahí se decide si
comes carne o te comes los mocos. Es gente que tiene menos escrúpulos que una
actriz porno dejándose follar por un mastín.
El altar: masones, Skull & Bones, Bohemian Grove,
rituales, pactos, logias sin LinkedIn. Aquí no se habla: se invoca. No
se manda: se consagra. No usan balanza: usan compás.
¿Tú te crees que es casual que todos usen los mismos gestos,
los mismos números, el 33, las mismas fechas? ¿Que Biden rece en el muro, que
Macron escale Notre-Dame, que el 11 de septiembre sea el día de TODO?
No es casual. Es código. Y tú no lo entiendes, porque no
eres de los invitados. Solo eres el público. El mismo que aplaude en las bodas
y no ve que le están unciendo al sistema.
¿Quieres una prueba? Mira la foto de Zelensky con Biden
delante de las banderas, con la chaqueta verde oliva del héroe arquetípico y la
mirada compungida como la de quien viene de rezar. Eso no es diplomacia. Eso
es teatro sagrado.
¿Y por qué coño hacen todo eso?
Porque el poder sin símbolo no aguanta. Si un cabrón
mega-millonario como Gates te dice: “hazme caso porque tengo pasta”, no cuela.
Pero si Trump dice: “Dios me ha puesto aquí, la historia me bendice, el pueblo
me necesita” ahí te lo tragas como un zurullo con azúcar glass.
Y para eso hacen ritos. Para que obedezcas sin saber por
qué. Para que el caos te dé miedo y el orden que te proponen parezca sagrado.
Para que no veas dominación, sino destino.
Te sueltan una sinfonía, tres banderas y un apretón de manos más largo que la
bragueta de una sotana, y tú lloras como si hubiera vuelto la Virgen. Todo es
simbólico. Hasta tú.
Las banderas no están para decorar. Son tótems
tribales.
Las escalinatas no están porque sí. Son ascensos al poder celestial.
La Biblia no es un libro. Es una clave de paso.
Y los aplausos, los himnos, los minutos de silencio… son sacramentos.
Tú participas del ritual sin saberlo. Te comes las hostias sin saber qué misa
te estás tragando. Y encima te parece solemne, cuando es más falso que el
orgasmo de una puta. Y más amañado que el Maidán de Ucrania. ¿Y
entonces qué?
Entonces no es que no mandes: es que no existes en ese
teatro. Eres público apoquinante, feligrés sin fe, creyente forzado de una
religión que no entiende, pero que repite como un loro más tieso que la momia
de Lenin, y más manipulado que un voto en La Florida.
¿Quieres salir de ahí? Primero tienes que ver el escenario,
los cables, los focos, el guión. Y luego cagarte en todo lo que te hacía aplaudir. Porque mientras tú cantas el
himno con la mano en el pecho, ellos te facturan el alma y te lo cobran en tres
plazos con intereses usurarios.
Ahora que tienes los ojos simbólicos abiertos, puedes ver el resto:
– las guerras, los colapsos financieros, los pactos escondidos,
no como eventos dispersos, sino como formas rituales de una dominación
perfectamente diseñada.
Solo cuando entiendas que el poder actual no gobierna, sino
que oficia una misa negra global, empezarás a dejar de arrodillarte.
A modo de ejemplo de lo dicho en el texto anterior:
El pinchazo del poder: una misa negra global con jeringuilla
y disfraz de ciencia
¿Crees que la vacunación fue solo un asunto médico? Ja. No
te engañes más. Lo que viste no fue un simple pinchazo: fue un rito satánico con bata blanca. Un
conjuro planetario disfrazado de cuidado. Un teatro de títeres donde tú fuiste
el mono con aguja en vena.
Primero, la fachada: políticos de corbata y mascarilla,
repitiendo sin pestañear el mantra absurdo de “vacúnate para proteger a los
vacunados”. Como si un idiota hubiera escrito el guion del telediario más
delirante del mundo, donde el sentido común es la primera baja.
Luego, el motor: farmacéuticas gordas, contratos secretos y
datos que ni siquiera tus médicos vieron. Una maquinaria aceitada para
inyectarte obediencia, no anticuerpos.
Y por encima, el altar: la religión de la ciencia oficial,
con sus profetas en bata y sus inquisidores de redes sociales.
No importaba que la lógica se partiera en mil pedazos, ni
que el virus ya fuera una leyenda urbana en muchas regiones, un ente
inexistente. Lo importante era que tragases, sin masticar, la hostia
contaminada de la sumisión. Por la boca o por el culo.
Doctores y enfermeras españoles siguieron el ritmo de
Beyoncé. Médicos y enfermeras de diversos rincones del mundo revolucionan las redes con
sus bailes para combatir el estrés y levantar el ánimo durante la
pandemia https://t.co/8Fe5oA2d7k pic.twitter.com/K95TVfkeaC
Te hicieron bailar una danza macabra:
El que no se pinchaba, era el apestado, el demonio, el hereje.
El que se pinchaba, era el buen cristiano, el obediente, el sumiso.
Y en medio, tú, un puto cordero en la gran misa negra, con
la aguja clavada, creyendo que te curaban, que eras el bueno, aunque tú sabías
la verdad, que eras el cobarde asustado ante la promesa de la asfixia por doble
neumonía. Doble, como el par de banderillas al toro de lidia.
Pero no: te marcaban. Te ponían un sello invisible, un
tatuaje de obediencia. Y si alguien no veía la trampa, estaba demasiado ocupado
digiriendo el miedo, el silencio, el discurso amañado.
Así pues, el poder no gobierna. Oficia un sacrificio global,
un pacto sangriento entre gobiernos y multinacionales, un ritual para dominar
el cuerpo y la mente.
Y tú, hijo de puta, fuiste invitado al altar sin saberlo, a
ser mártir sin quererlo, a convertirte en súbdito sin resistencia.
¿Y lo peor? Que ni siquiera te dejaron cuestionar. La
crítica no era bienvenida: era señalada, censurada, expulsada. Porque este rito
solo funciona si nadie lo desenmascara.
Así que ya sabes: No fue ciencia. No fue salud. Fue un acto de poder disfrazado de unidad de cuidados intensivos.
Y mientras cantabas himnos y aplaudías el sacrificio, ellos
se estaban quedando con todo lo que tienes, incluyendo la salud de los hijos a
tu cargo, a los que mandaste asesinar sin saberlo.
Bienvenido a la misa negra del siglo XXI.
MALDITO HIJO DE PERRA.
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