LOS DIOSES QUE BROTAN DE LA AYAHUASCA
Un estudio revela que los encuentros con “entidades” inducidos por psicodélicos están transformando la espiritualidad contemporánea. Son reales las visiones de entidades bajo el efecto de las plantas de poder?
¿Y si los dioses
no bajaron del cielo… sino que subieron desde el estómago, disueltos en
infusiones de raíces y lianas sagradas? ¿Y si las creencias del futuro ya están siendo dictadas, no por
profetas, sino por entidades que aparecen al cerrar los ojos tras beber ayahuasca?
Cada día, en algún rincón del mundo, un occidental cansado de las certezas racionales se adentra en la selva, ingiere un brebaje milenario, vomita su ego y regresa con un mensaje. A veces es una visión. A veces, una misión. A menudo, un dios.
Pero no hablamos de metáforas. Un estudio reciente,
publicado en Journal of Psychoactive Drugs, ha documentado cómo
cientos de personas que experimentan «encuentros con entidades» durante ceremonias con ayahuasca reportan cambios profundos y duraderos en sus
creencias religiosas. En especial, hombres que se declaraban previamente
ateos o agnósticos acaban abrazando alguna forma de espiritualidad tras sus
experiencias visionarias.
Entidades que convencen
Según los investigadores, las entidades percibidas durante los trances —seres que se
presentan como guías, maestros,
energías conscientes— no
son vividas como alucinaciones, sino como más reales que la
realidad. Muchos las describen con nombres: la Madre, la Serpiente, el
Anciano, los Guardianes. Figuras arquetípicas que podrían tener siglos —o
milenios— flotando en la psique colectiva de la humanidad.
La gran pregunta es: ¿son estas experiencias simplemente
efectos de la neuroquímica… o son portales hacia algo más?
Y, quizá más perturbador ¿están estas visiones moldeando
nuevas religiones sin que nos demos cuenta?
Ya lo advirtió Mircea
Eliade: las sustancias enteógenas no sólo alteran la conciencia, sino
que abren lo que él llamaba «la dimensión del mito». Los chamanes precolombinos
lo sabían. Los mazatecos de
México hablaban con “los niños santos” del teonanácatl (el hongo
sagrado). Los huicholes todavía
peregrinan al desierto para encontrarse con el venado azul, el peyote hecho
entidad. Y en el altiplano andino, el San Pedro o wachuma ha
sido la escalera hacia “el mundo de arriba”.
Pero ahora, algo está cambiando. Lo que antes era parte de
un sistema de creencias tradicional, hoy está mutando en nuevas
espiritualidades globalizadas. Ayahuasca en Barcelona, psilocibina en retiros
de Portugal, DMT en sesiones neochamánicas de California. Y tras esas
experiencias, el surgimiento de
narrativas propias, de entidades que no aparecen en los libros sagrados, pero
sí en foros de Reddit o en templos improvisados de la Nueva Era.
¿Estamos asistiendo al nacimiento de nuevos mitos?
La ciencia parece decir que sí. Un artículo de PsyPost confirma que los encuentros con “entidades psicodélicas” no
son delirios pasajeros. Dejan huella. Modelan la vida espiritual de quien los
vive. Cambian cosmovisiones. Y cuando se repiten en una comunidad, se
consolidan como verdad compartida.
Así nacen las religiones
En el fondo, la
historia de las religiones es también la historia de las sustancias visionarias.
El soma védico, el kykeon eleusino, los misterios dionisíacos. Todos ellos
pudieron ser, según teorías no tan marginales, cócteles psicotrópicos
cuidadosamente ritualizados.
La diferencia es que ahora, gracias a la neurociencia,
podemos saber que si estas experiencias tienen correlatos cerebrales medibles
porque una posible explicación es que los psicodélicos reducen la
actividad del default mode network, la región cerebral que sostiene
la noción del “yo”. Al desactivar esa estructura, el cerebro puede experimentar
la realidad sin filtros, permitiendo que emerjan contenidos profundos,
simbólicos… o directamente trascendentes. La sensación de conexión con “algo
superior” no sería entonces un delirio, sino una consecuencia neurológica.
Pero si tantas personas ven las mismas entidades —las mismas
figuras, los mismos paisajes cósmicos, los mismos mandalas— ¿no estamos ante un
fenómeno más colectivo que individual?
Algunos estudios sugieren que esas experiencias activan lo
que Carl Jung llamó
el inconsciente colectivo: una red simbólica compartida por la
humanidad. De ahí que las visiones de un programador canadiense puedan
parecerse a las de un chamán shipibo.
Pero, ¿y si esas plantas fueran no sólo herramientas,
sino puertas? ¿Y si esas visiones no fueran creaciones, sino contactos?
La ciencia, prudente, lo deja en «experiencia subjetiva».
Pero los nuevos creyentes no lo dudan: hay algo —o alguien— al otro lado. Lo
han visto. Lo han sentido. Les ha hablado.
Y han vuelto cambiados.
¿Tú qué opinas?
¿Delirio bioquímico o despertar espiritual? ¿Simples neurotransmisores o
entidades ultradimensionales?
Tal vez la respuesta esté en la próxima ceremonia. O, quién
sabe, ya viva en alguna esquina remota de tu subconsciente… esperando el
momento de hablarte.
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