¿ES SALUDABLE DECIR LA VERDAD?
Es un tema que me obsesiona desde la infancia: por
qué la gente miente tanto. Por qué resulta tan y tan difícil dar
en nuestro entorno familiar y social dar con personas honestas que se digan la
verdad a sí mismos y digan la verdad de lo que piensan y sienten a otros. ¿Está
la “máquina humana” programada para decir la verdad?. ¿Por qué hay individuos
que encuentran absolutamente imposible establecer y mantener relaciones de
franqueza con los demás?
Yo soy una persona franca. Siempre lo he sido. A
veces, he tenido problemas en mis relaciones por ello. Desde muy pequeña he
venido observando en mi vida que a muchísima gente no le gusta escuchar la
verdad: prefiere y quiere que, por el contrario, le engañen constantemente
sobre los aspectos más evidentes de su propia imagen, de su propia vida, del
estado de lo que les rodea. Finalmente, cuando uno deja de obsesionarse con
gustar y ser amigo de todo el mundo, descubre a esos amigos que disfrutan de
las relaciones francas y honestas, tanto como uno mismo, pero son los menos. Y
a esos amigos los mantengo durante muchos años.
Dicen que los niños y los borrachos dicen siempre la
verdad pero no es así. Al menos los niños aprenden demasiado pronto que
recibirán un premio si mienten sobre lo que han hecho, y que su honestidad
raramente es recompensada. Como seres inteligentes que son, optan por lo primero
si el asunto es claro para ellos. Al no conocer todavía el valor de la ética
personal, se inclinan con facilidad a mentir ante la inminencia de un castigo. Puedo
imaginarme perfectamente a un borracho mintiendo a sabiendas si sabe que eso le
hará llegar a su ansiado premio. Y de hecho, es lo que ocurre
generalmente durante las irrelevantes y falsas conversaciones que se mantienen
con la gente que ha bebido más de la cuenta.
La energía liberadora que se extiende alrededor de
uno cuando uno dice la verdad se canaliza mayormente en la sociedad en dos
formas particularmente insanas de relación: la maledicencia y la ‘mentiradicencia’. El segundo
palabro de propio cuño para definir esa creación humana dirigida, no sólo a
hacer mal a un tercero del que se habla mal, a menudo sin conocerle, cuando no
se es capaz de enfrentarle directa y abiertamente con la verdad, sino cuando
además se miente a sabiendas con la sola intención de causar mal a ese tercero,
de anularle, de convertirle en lo que jamás fue, es y será; de tomar control
sobre él mediante el pensamiento de otras personas que quedan presas de esa
mentira sin haber tenido la posibilidad de conocer el sujeto del que se habla.
Cuando decimos ‘maledicencia’ a veces parece que nos
remontamos al pasado remoto. Por desgracia no. La maledicencia y la
‘mentiradicencia’ están a la orden del día, en cada pueblo, en cada barrio, en
cada calle, en cada ciudad.
Estos engendros humanos hijos de la ‘dicencia’ se
disfrazan de gentes modernas, neorurales, tecnológicas, alternativas… Se
disfrazan prácticamente de cualquier cosa que uno pueda imaginar. Y su objetivo
es sencillamente: SEARCH AND DESTROY al prójimo.
Estos engendros humanos se levantan por la mañana
para tomar su café y poner en marcha la máquina de picadillo del vecino,
especialmente si el vecino no se disfraza de lo mismo que nosotros,
especialmente si el vecino puede tener alguna remota posibilidad de éxito en
alguna actividad emprendida con amor.
Se apuntan a todas las actividades sociales que
puedan surgir a lo largo de la semana con el mismo objetivo y su herramienta
más eficaz, la más antigua, la tecnología más fina y que jamás ha sido superada
por ningún invento de red social, ni aplicaciones ultra-modernas para móviles
es siempre la misma: la mentira.
Por eso, cuando uno conoce a algún ser a su alrededor
que prefiere el silencio antes que la mentira, algún ser que no nos regala los
oídos y, por el contrario, se arriesga a una discusión y enfrentamiento o que
le retiren el saludo, antes de pronunciar una mentira o hablar mal sobre
alguien que desconoce por completo, hay que celebrarlo y mirar a esa persona
como el brillante en el lodazal que es. Realmente tendríamos que mirarle como
un monumento a la resistencia humana.
No se trata por supuesto de enarbolar la verdad para
herir al prójimo, la verdad es útil cuando se empuña con valentía y
amor por uno mismo y los demás. De lo contrario es inútil, porque se convierte
en un látigo recurrente para hacer daño al prójimo. Y es que “la verdad” que
nosotros creemos del prójimo si no existe el amor hacia éste, ni siquiera es
‘verdad’ por mucho que nos pongamos. Por poner un ejemplo, vemos al vecino
‘gordo’ y ‘feo’ porque nunca hemos visto su figura cuando este hombre era
adolescente, ni hemos comprendido la forma en que degradó su estado físico, ni
hemos podido ver su mirada infantil cuando está con alguien que ama a su lado.
Así que sólo vemos unos kilos de más, no vemos al ser humano que es y por lo
tanto somos incapaces de apreciar nada de su belleza interior que es parte de
su ser. Si amásemos a esa persona, nuestra crítica ya no sería tan despiadada
porque sencillamente no sería ‘toda la verdad’. De manera que ‘la verdad’, quede
esto claro, no es nada, si no está unida al amor, respeto e
intención de seguir en un intercambio fructífero con el otro. Esa ‘verdad’ de
pacotilla no la necesitamos en nuestras vidas, esa ‘verdad’ es más maledicencia
y más ‘mentiradicencia’ que mantenemos en nuestro propio engaño.
No hablar de nada que uno no ame podría ser una buena
premisa para una sana relación personal y social. Pero
entonces, ¿a qué se dedicarían millones de personas todos los días en lugar de
establecer esos corrillos de falsos amigos que se critican en cuanto no se
tienen delante? Imaginad los kilotones de energía que se liberarían a la
atmósfera con toda esa gente enfocándose, por el contrario, en los objetos de
su amor en la vida, ya fueran personas, objetos, animales, plantas, empresas,
ideales…
Descubrir a los mentirosos y exponerles socialmente es otra
buena forma de aislar el mal para que no se extienda más de la cuenta.
Aquí os dejo con mi reflexión a la que me ha llevado
este artículo de un periódico de eso que llamamos ‘masas’
Las personas suelen mentir en su curriculum para
encontrar un trabajo.
Un estudio constata que mentir menos tiene efectos
positivos en la salud
Expertos señalan las ventajas de algunos tipos de
mentiras en el día a día.
‘Con la verdad se llega a todas a partes’. Con
esta frase, seguramente hayamos recorrido parte de nuestra enseñanza más
arraigada. Decía Platón que “hay que tener el valor de decir la verdad, sobre
todo cuando se habla de la verdad”. Pero además de actos de valentía y
franqueza que hemos aprendido desde niños, ¿podría tener consecuencias
positivas en nuestra salud?
“Asociar verdad con salud es una relación
problemática y compleja”, afirma el psicólogo Rubén González, autor del
artículo ‘El engaño y la mentira en los trastornos psicológicos y sus
tratamientos’, publicado en la revista ‘Papeles del Psicólogo’. Pero esta
conexión ha tenido una respuesta afirmativa en un estudio realizado por investigadores
de la Universidad americana de Notre Dame y cuyos resultados han sido
presentados en la 120ª Convención de la Asociación Americana de Psicología. Uno
de los datos más llamativos fue la media de mentiras por semana que
verbalizaban los americanos: 11 mentiras.
FUENTE: http://www.trinityatierra.com/
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