LA RECOMPENSA DEL DESIERTO
Hace mucho tiempo
había un joven comerciante llamado Kirzai, cuyos negocios lo obligaron a viajar
un día al pueblo de Tchigan, situado a doscientos kilómetros de distancia. Por
lo común, el habría tomado la ruta que seguía el borde de las montañas, lo que
le habría permitido hacer la mayor parte del viaje protegido del sol.
Pero en esta
ocasión, Kirzai sufría la presión del tiempo. Era urgente que llegara a Tchigan
lo mas pronto posible, de modo que decidió tomar el camino directo a través del
desierto de Sry Darya. El desierto de Sry Darya es conocido por la intensidad
de su sol y muy pocos se atreven a correr el riesgo de cruzarlo. No obstante,
Kirzai dio de beber a su camello, lleno sus alforjas y emprendió el viaje.
Varias horas después
de partir empezó a levantarse el viento del desierto. Kirzai refunfuño para sus
adentros y apuro el paso del camello. De repente se detuvo, estupefacto. A unos
cien metros delante de el se levanto un gigantesco remolino de viento. Kirzai
nunca había visto nada semejante. El remolino arrojaba todo en derredor de una
extraña luz purpúrea y hasta el color de la arena había cambiado. Kirzai
titubeó. ¿Debía hacer un largo rodeo a fin de evitar esa extraña aparición o
debía seguir siempre derecho? Kirzai tenia mucha prisa, sentía que no disponía
de tiempo para tomar el camino más lento, de modo que agachó la cabeza, encorvó
los hombros y avanzó.
Para su sorpresa, en
el momento en que penetró en la tormenta todo se volvió mucho más calmo. El
viento no azotaba ya con tanta fuerza contra su cara. Se sintió contento de
haber tomado la decisión correcta. Pero de pronto se vio obligado a detenerse
otra vez. Un poco más adelante, un hombre yacía estirado sobre el suelo junto a
su camello acuclillado. Kirzai desmonto de inmediato para ver que pasaba. La
cabeza del hombre estaba envuelta en una chalina, pero Kirzai vio que era
viejo. El hombre abrió los ojos, miró con atención a Kirzai durante un instante
y después habló con un susurro ronco.
-¿Eres …. tú? Kirzai
rió y sacudió la cabeza. -¿Qué? ¡No me digas que sabes quien soy! ¿Mi fama se
ha extendido hasta el desierto de Sry Darya? Pero tu anciano, ¿quién eres? El
hombre no dijo nada. -De todos modos -continuó Kirzai- , Tú no estas bien.
¿Adonde vas? -A Givah -suspiró el viejo-, pero no tengo más agua.
Kirzai reflexionó.
Sin duda podía compartir un poco de su agua con el anciano, pero si lo hacia se
arriesgaba a quedarse sin agua él mismo. Sin embargo, no podía dejarlo así. No
se puede dejar morir a un hombre sin echar una mirada atrás. “Al diablo con mis
planes -pensó Kirzai- , sólo necesito encontrar mi camino hasta el sendero que
corre a lo largo de las montañas, en caso de necesitar más agua. ¡Una vida
humana vale mucho más que un compromiso de negocios!” Ayudó al viejo a tomar un
poco de agua, llenó una de sus cantimploras y después lo ayudó a montar su
camello.
-Sigue derecho por
ese camino -le recomendó mientras apuntaba con el dedo- y en dos horas estarás
en Givah. El anciano hizo una señal de agradecimiento con las manos y antes de
irse miró un largo rato a Kirzai y pronunció estas extrañas palabras:
Entonces acicateo a
su camello en la dirección que Kirzai le había indicado. Kirzai continuó su
viaje. La oportunidad que lo esperaba en Tchigan sin duda estaba perdida, pero
se sentía en paz consigo mismo.
Paso el tiempo.
Treinta años después, los negocios llevan a viajar a Kirzai de continuo de una
parte a otra entre Givah y Tchigan. No se había hecho rico, pero lo que ganaba
era suficiente para proporcionar una buena vida a su familia. Kirzai no pedía
mas que eso.
Un día, mientras
vendía cueros en la plaza del mercado de Tchigan, se enteró de que su hijo
estaba enfermo de gravedad. Era urgente que fuera a verlo de inmediato. Kirzai
no vacilo. Recordó el atajo a través del desierto que había tomado treinta años
atrás. Dio agua a su camello, llenó sus cantimploras y partió.
A lo largo del
camino libró una batalla contra el tiempo, azuzando sin cesar a su camello. No
se detuvo ni disminuyo la marcha mientras bebía agua, y por esas razón ocurrió
el accidente. La cantimplora se le cayo de pronto de las manos y antes que
pudiera bajarse para recuperarla, el agua desapareció en la arena. Kirzai
profirió una maldición. Con una sola cantimplora llena era imposible cruzar el
desierto. Pero al pensar en su hijo, el viejo se obligo a seguir adelante. -¡Tengo que hacerlo!
¡Lo haré!
El sol del desierto
de Sry Darya es despiadado. Le importa poco por qué o para qué fines un hombre
trata de desafiar sus rayos, arde inexorablemente siempre con la misma fuerza e
intensidad. Kirzai pronto comprendió que había cometido un gran error. Se le
resecó la lengua y la piel le quemaba. La única cantimplora restante ya estaba
vacía. Y ahora, para su desazón, vio que empezaba una tormenta de arena. Kirzai
se envolvió la cabeza con su chalina, cerro los ojos y dejo que el camello lo
llevara adelante a donde fuera. Ya no era consciente de nada. Un gigantesco
remolino de viento se levantó frente a él. Despedía una suave luz purpúrea,
pero Kirzai seguía inconsciente y no vio nada. Su camello entró en el remolino
de viento, avanzó unos pocos pasos y entonces, en forma abrupta, se sentó.
Kirzai cayo al suelo. “Estoy terminado -pensó- ¡Mi hijo nunca volverá a verme!”
De repente, sin
embargo, dio un grito de alegría. Un hombre montado en un camello avanzaba
hacia él. Pero cuanto más se acercaba el hombre, tanto más la alegría de Kirzai
se convertía en estupefacción. Este hombre que ahora desmontaba de su camello
…. ¡Kirzai lo conocía! Reconoció su propio rostro juvenil, sus ropas …. ¡y
hasta el camello que montaba! Un camello que el mismo había comprado por dos
valiosos jarrones muchos años antes. Kirzai estaba
seguro: ¡ el joven que venia a ayudarlo era él mismo ! ¡ Era el mismo Kirzai
tal como era treinta años antes !
-¿Eres …. tú?
-balbuceo Kirzai con un susurro ronco. El joven lo miro y rió. -¿Qué? ¡No me
digas que sabes quien soy! ¿Mi fama se ha extendido hasta el desierto de Sry
Darya? Pero tú, anciano, ¿quién eres? Kirzai no contestó. No sabia que hacer.
¿Debía decirle al joven quien era, o no decir nada? Mientras tanto el joven
continuo: -De todos modos, tú no estas bien. ¿Adonde vas? -A Givah -respondió
Kirzai-. Pero no tengo mas agua.
Kirzai vio que el
joven reflexionaba en silencio acerca de la situación y supo con exactitud lo
que pasaba por su mente: ¿debía ayudar a Kirzai o continuar para atender sus
propios asuntos? Pero Kirzai también supo cual seria la decisión y sonrió al
observar que el joven le ofrecía un trago de agua. Después, el joven le lleno
la cantimplora vacía, lo ayudo a montar su camello y apunto con un dedo.
-Sigue derecho por
ese camino y en dos horas estarás en Givah.
El viejo Kirzai miro
un largo rato al joven que alguna vez había sido él mismo y le hizo una señal
de agradecimiento. Hubiera deseado hablar con él de muchas cosas, pero solo
logro encontrar estas palabras: -Algún día el desierto te recompensará. Y
entonces partió de prisa hacia Givah, donde lo esperaba su hijo. Kirzai llego a
ser un hombre sabio, respetado por todos. Y cuando contaba este extraño cuento,
todos los que lo escuchaban le creían. Desde aquellos tiempos, el desierto de
Sry Darya ha sido conocido con el nombre de Samavstrecha, que quiere decir:
El desierto donde Uno se encuentra a Sí Mismo
Un bello cuento sufí
hermoso poema maktub.
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