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20.3.14

La sociedad de hoy está aquejada por el mal de la superficialidad.

EL GRAN MAL DE NUESTRA SOCIEDAD

Es algo profundamente instaurado en nuestra conducta. Una mecánica psicológica que nos afecta a todos y que ha acabado convirtiéndose en una epidemia social a escala mundial.

Estamos hablando de nuestra extraordinaria capacidad para desviar la atención de lo que es esencial y centrar el foco en lo anecdótico y circunstancial.
Lo hacemos todos inconscientemente. Tendemos a no ir a la raíz de los asuntos, a no profundizar en las causas primordiales de los problemas y a focalizar, sin embargo, todas nuestras energías en elementos aparentes de nula utilidad.
Y no hace falta decir que dicha tendencia, sea natural o adquirida, es aprovechada convenientemente como herramienta de manipulación social. Resulta un instrumento magnífico a la hora de conducir al rebaño.
El arte de desviar la atención
Pongamos un ejemplo concreto: la imputación de la Infanta Cristina en el ya célebre “Caso Nóos”. El circo mediático montado alrededor de su declaración ante el juez Castro fue un claro ejemplo de cómo conseguir desviar la atención de aquello que es esencial y centrarla en lo irrelevante.

Durante las semanas previas a la comparecencia de la Infanta, diarios y tertulias invirtieron gran cantidad de tiempo en discutir, por ejemplo, si la Infanta debía bajar andando por la rampa ante las cámaras, como hizo su marido Iñaki Urdangarín, o sobre si se registraría o no su declaración ante el juez.
Y no satisfechos con distraernos con tales insignificancias, una vez concluído el interrogatorio judicial, una polémica de lo más oportuna acabó consumiendo gran parte de la atención mediática: la grabación ilegal de dicha comparecencia realizada por uno de los abogados presentes en la sala.
Así, se dilapidaron horas y horas debatiendo sobre la identidad de dicho letrado, quién le acompañaba, el dispositivo utilizado para realizar el video y como consiguió introducir el artefacto en la sala.
Aspectos superficiales que solo generaron ruido mediático, pero que sin embargo consiguieron desviar parte de la atención del foco principal del asunto: las posibles actividades ilegales de un miembro de la Familia Real, un hecho lo suficientemente importante para el país, como para no distraerse con fruslerías.
La anécdota visual
Lo cierto es que la sociedad de hoy está aquejada por el mal de la superficialidad.
No es noticia el fondo de un asunto ni sus causas fundamentales, sino el envoltorio, casi siempre de carácter visual, pues lo importante de toda futilidad actual es que pueda ser televisada o fotografiada.
Lo podemos ver continuamente a nuestro alrededor.
Ahí tenemos los ejemplos de las Pussy Riot, los desnudos de las activistas de Femen, las acciones del Sindicato Andaluz de Trabajadores, la sandalia amenazante del diputado de CUP David Fernández o en el otro lado del espectro político, loslegendarios disfraces de Ruiz Mateos y su famoso “que te pego, leche” contra el ministro socialista Miguel Boyer.
La repercusión mediática de sus protestas se debe, no a la profundidad de su mensaje ni a lo justas que sean sus reclamaciones, sino al aspecto frívolo y visual que las envuelve.
Un reflejo claro de la tendencia de nuestra sociedad a centrar el foco en la anécdota.
Y lo más triste del caso, es que los protagonistas de tales acciones son sabedores de que con ellas, solo conseguirán atraer la atención de un pequeño tanto por ciento de los espectadores, aquellos que tras el impacto visual inicial, decidan dar el paso de interesarse por la reivindicación que tales acciones pretenden poner de relieve.
Pero no nos engañemos: la mayoría de espectadores solo se fijarán en los pechos de las chicas de Femen o en los porrazos que reciban las componentes de Pussy Riot, sin enterarse ni tan solo de qué es lo que reclaman.
O peor aún, la utilización de la representación visual como vehículo para reclamar la atención, acabará volviéndose en contra de los propios actores.
Como sucedió en su momento con las “expropiaciones alimentarias” del Sindicato Andaluz de Trabajadores, utilizadas por los medios derechistas como excusa para el linchamiento mediático y como elemento de distracción del foco principal de la protesta: el estado de precariedad de miles de ciudadanos andaluces.
Algo parecido a lo que sucedió también con la sandalia de David Fernandez, teatralización que fue convenientemente utilizada en su propia contra por tertulianos, medios de comunicación y adversarios políticos, apartando así, el foco de sus reclamaciones.
Es una táctica habitual de distracción, utilizada por todos, independientemente de su afiliación ideológica.
Uno de los ejemplos más flagrantes (y sospechosos) de ello lo encontramos en las manifestaciones.
Poco importa el número de participantes que tenga una manifestación o la importancia y trascendencia de las reivindicaciones.

Pueden salir a la calle 2 millones de personas, que si 20 de los manifestantes queman contenedores y se enfrentan a los antidisturbios, la noticia se centrará en los actos violentos, sí o sí.
Parece una ley enseñada en las escuelas de periodismo: “toda anécdota violenta visualizable adquirirá prioridad sobre el resto”
Por lo visto, a nivel mediático, un manifestante violento vale más que mil pacíficos y una porra levantada vale más que mil pancartas.
Y siendo ya ésta una ley inmutable en todos los medios de comunicacion, con independencia de su adscripcion ideológica, quizás deberíamos hacernos algunas preguntas incómodas: si el interés de los opositores a una manifestación es desviar la atención de las reclamaciones expresadas en ésta y por lo tanto la aparición de grupos violentos beneficia sus intereses, ¿no es lógico sospechar que más de una vez estos actos violentos puedan ser promovidos precisamente por los opositores a los manifestantes?
Que cada uno saque sus propias conclusiones…
Y eso sin entrar en temas más pantanosos como el terrorismo y su utilización sistemática por parte de los gobiernos: si alguien enfoca el tema desde el punto de vista de los beneficiarios, le temblarán las rodillas…
Vayamos a la raíz de los asuntos
La mejor manera de acabar con este problema es empezar por nosotros mismos, abandonando el vicio adquirido de fijar la atención en las circunstancias superficiales y obligándonos a analizar los hechos, cada vez con un mayor nivel de profundidad.
Un ejercicio mental individual, que una vez convertido en hábito, deberemos traducir en acción, empezando por invitar a los que nos rodean a hacer lo mismo.
Algo realmente difícil, porque todos hemos caído en la confortable trampa de la superficialidad.
Una muestra de ello es la polémica generada por la persecución del tabaquismo, con todas sus derivadas: campañas agresivas en la televisión y en las cajetillas de tabaco, la prohibición de fumar en recintos públicos o puestos de trabajo o la popularización y legalización del cigarrillo electrónico, todos ellos temas que han generado horas y horas de enconados y ridículos debates.
Porque mientras la gente discutía sobre la conveniencia o no de realizar desagradables campañas contra el tabaquismo o la conveniencia o no de imponer multas por fumar en recintos públicos, nadie se fijó en el quid de la cuestión:
·Si el tabaco es tan evidentemente tóxico para la salud, ¿por qué razón las empresas tabaqueras no son perseguidas, prohibidas y cerradas por el Estado de forma fulminante e inmediata?
·Si el Estado sabe desde hace años que el tabaco es tóxico para la población y no solo ha permitido su venta, sino que ha ingresado enormes cantidades de dinero por ello vía impuestos, ¿por qué no son detenidos y juzgados los diferentes responsables de sanidad pública que han colaborado conscientemente en el envenenamiento masivo durante décadas?
·¿Acaso no es perseguido y detenido de forma fulminante un ciudadano de la calle que cultiva y vende marihuana?
·¿No sería detenido cualquier ciudadano normal que vendiera productos adictivos y tóxicos a sabiendas de que lo son?
Entonces, ¿Por qué eso no sucede con las grandes compañías y sus directivos?
Y es que si la mente de la poblacion funcionara con un mínimo de lógica, con la aparición de la primera campaña anti-tabaco, debería haber sido cesado y juzgado el ministro de sanidad y el gobierno en pleno, por permitir la comercializacion de un producto nocivo y cancerígeno.
Pero increíblemente, el tema se desvió a aspectos anecdóticos y circunstanciales y ningún responsable ha respondido ante la justicia por las millones de muertes provocadas por el tabaquismo y los beneficios obtenidos por ello por el Estado y por las tabaqueras.
En lugar de eso, la población sigue discutiendo sobre aspectos tan relevantes como el cigarrillo electrónico o el contrabando de tabaco en la frontera con Gibraltar e incluso, algunos fumadores, ávidos por justificar su adicción, apelan a la libertad individual, sin hacer el más mínimo ejercicio de autocrítica e introspección, sin preguntarse ni tan solo por las motivaciones personales que los han llevado a engancharse a un vicio tan absurdo, ni quién los ha manipulado y condicionado a hacerlo con el fin de obtener pingües beneficios.
El ejemplo del tabaco es solo un pequeño ejemplo de la superficialidad con la que afrontamos cualquier asunto, pero hay muchos más.
Un mundo cosmético
Y es que por lo visto, todas nuestras discusiones se centran en debatir si pintaremos las paredes de la casa de color rosa o de color verde.
Y mientras discutimos ese aspecto meramente superficial, nadie se pregunta si es necesario o no pintar las paredes.
De hecho, nadie se pregunta si son necesarias esas paredes.
Nadie se pregunta si sería mejor buscar una casa en otro lugar o derrumbar la que tenemos y construir una nueva.
Ni nadie se pregunta, en definitiva, por qué necesitamos vivir en una casa, como hemos llegado a vivir en ella, quién y cómo la construyó, ni qué sentido e implicaciones tiene para nuestras vidas y para el entorno.
Ésta es una simple alegoría sobre el nivel de superficialidad con el que vivimos nuestras vidas: todo se limita a discutir sobre el color con que pintamos los objetos, sin llegar a cuestionarnos lo necesarios que son los objetos en sí, las implicaciones que tienen, ni cuál es su función y procedencia.
Y es que el mecanismo está muy claro: cuando se plantean las cosas a nivel demasiado profundo, la sociedad lo llama “filosofar” y automáticamente es clasificado como “algo demasiado elevado y poco práctico” que no ofrece soluciones a los impulsos aparentes más inmediatos.
Y ya sabemos cuál es el destino de la filosofía: llenarse de polvo en las estanterias de las bibliotecas.
La superficialidad como método de huida
Al final, hemos convertido nuestro defecto en una necesidad vital.
Por ejemplo, discutimos acaloradamente sobre si los 15 inmigrantes muertos en la playa del Tarajal de Ceuta, se ahogaron o no por culpa de las balas de goma o sobre si debemos quitar las cuchillas de las alambradas de la valla fronteriza, o sobre el número concreto de inmigrantes que asaltan la frontera día tres día, pero nadie centra el foco y las energías de una vez por todas, en la auténtica razón que lleva a miles de inmigrantes africanos a arriesgar sus vidas tratando de acceder a Europa.

Nadie quiere saber qué implicaciones tienen nuestros gobiernos en ello, qué responsabilidad tiene nuestra estructura económica occidental, cuál es la intervencion de las grandes multinacionales en la explotación de África y cómo corrompen a los gobiernos respectivos, ni cómo debemos sacrificarnos todos para solucionar el problema de raíz, empezando por hacer limpieza a fondo en nuestra propia casa, de forma inmediata y sin más dilaciones.
El debate jamás se centra en qué responsabilidad tenemos los europeos en la destrucción de la cultura original de los pueblos africanos.
Ni mucho menos, en qué responsabilidad tenemos en el proceso de colonización ni qué precio merecemos pagar por los crímenes cometidos en África a lo largo de la historia.
Eso implicaría demasiada honestidad, demasiada valentía, demasiado esfuerzo, demasiada profundidad y resultaría demasiado peligroso para el statu quo y para nuestra comodidad física y psicológica.
Mejor centrar la discusión en elementos circunstanciales que caduquen al cabo de pocos días: balas de goma, pateras y vallas con alambradas y llorar hipócritamente desde el sofá de casa por los pobres inmigrantes ahogados, echándole la culpa de todo al ministro de turno.
Mejor centrar la discusión en elementos cosméticos y así dispersar energías en esa lucha partidaria y farisaica entre PP y PSOE, partidos que al fin y al cabo evitarán ir a la raíz del asunto pues estan al servicio de los mismos poderes fácticos que se benefician de la explotacion indecente de África.
¡Sigamos así, no nos planteemos en profundidad ningún asunto!
Como en el caso de la Infanta: quedémonos en la superficie, discutiendo sobre quién la grabó en la comparecencia judicial o sobre si es marginada o no por el resto de la familia real en las reuniones, un hecho de gran trascendencia para el futuro del universo.
Perdamos el tiempo con mil y una payasadas, catalogadas como “noticia” y no volquemos todos nuestros esfuerzos en dirimir de una vez por todas para qué necesitamos una monarquía ni para qué sirve.
Y ante todo, ante todo, no nos preguntemos qué implica tolerar, como seres humanos, que alguien nazca y viva con más derechos que los demás, ni el insulto que representa para todos y cada uno de nosotros la pervivencia de reyes y poderes hereditarios de cualquier tipo, ni la necesidad que tenemos de acatar las leyes que permiten tal atropello existencial y que rebajan nuestra dignidad como seres vivos, otorgando beneficios a las castas dominantes de la más diversa índole.
¡No lo hagamos!
Eso nos enfrentaría con el concepto de autoridad, de herencia, de propiedad, de tradición y de ley, pilares del Sistema mental instalado en nuestra mente.
¡Demasiada profundidad, demasiados cambios, demasiado esfuerzo mental!
Mejor discutimos sobre “el color de las paredes”, para que todo siga igual…
GAZZETTA DEL APOCALIPSIS

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