Es algo profundamente instaurado en nuestra
conducta. Una mecánica psicológica que
nos afecta a todos y que ha acabado convirtiéndose en una epidemia social a
escala mundial.
Estamos hablando de nuestra
extraordinaria capacidad para desviar la atención de lo que es esencial y centrar el foco en lo
anecdótico y circunstancial.
Lo hacemos todos
inconscientemente. Tendemos a no ir a la raíz
de los asuntos, a no profundizar en las causas primordiales de los problemas y
a focalizar, sin embargo, todas nuestras energías en elementos aparentes de
nula utilidad.
Y no hace falta decir que
dicha tendencia, sea natural o adquirida, es aprovechada convenientemente como
herramienta de manipulación social. Resulta un instrumento
magnífico a la hora de conducir al rebaño.
El arte de desviar la
atención
Pongamos un ejemplo concreto: la imputación de la Infanta Cristina en el ya célebre “Caso Nóos”. El circo mediático montado alrededor de su declaración ante el juez Castro fue un claro ejemplo de cómo conseguir desviar la atención de aquello que es esencial y centrarla en lo irrelevante.
Pongamos un ejemplo concreto: la imputación de la Infanta Cristina en el ya célebre “Caso Nóos”. El circo mediático montado alrededor de su declaración ante el juez Castro fue un claro ejemplo de cómo conseguir desviar la atención de aquello que es esencial y centrarla en lo irrelevante.
Durante las semanas previas
a la comparecencia de la Infanta, diarios y tertulias invirtieron gran cantidad
de tiempo en discutir, por ejemplo, si la Infanta debía bajar andando por la
rampa ante las cámaras, como hizo su marido Iñaki Urdangarín, o sobre si se
registraría o no su declaración ante el juez.
Y no satisfechos con
distraernos con tales insignificancias, una vez concluído el interrogatorio
judicial, una polémica de lo más oportuna acabó consumiendo gran parte de la
atención mediática: la grabación ilegal de dicha comparecencia realizada por
uno de los abogados presentes en la sala.
Así, se dilapidaron horas y
horas debatiendo sobre la identidad de dicho letrado, quién le acompañaba, el
dispositivo utilizado para realizar el video y como consiguió introducir el
artefacto en la sala.
Aspectos superficiales que
solo generaron ruido mediático, pero que sin embargo consiguieron desviar parte
de la atención del foco principal del asunto: las posibles actividades ilegales
de un miembro de la Familia Real, un hecho lo suficientemente importante para
el país, como para no distraerse con fruslerías.
La anécdota visual
Lo cierto es que la sociedad
de hoy está aquejada por el mal de la superficialidad.
No es noticia el fondo de un
asunto ni sus causas fundamentales, sino el envoltorio, casi siempre de carácter
visual, pues lo importante de toda futilidad actual es que pueda ser televisada
o fotografiada.
Lo podemos ver continuamente
a nuestro alrededor.
Ahí tenemos los ejemplos de
las Pussy Riot, los desnudos de las activistas de Femen, las acciones del
Sindicato Andaluz de Trabajadores, la sandalia amenazante del diputado de CUP
David Fernández o en el otro lado del espectro político, loslegendarios disfraces de Ruiz Mateos y
su famoso “que te pego, leche” contra el ministro
socialista Miguel Boyer.
La repercusión mediática de
sus protestas se debe, no a la profundidad de su mensaje ni a lo justas que
sean sus reclamaciones, sino al aspecto frívolo y visual que las envuelve.
Un reflejo claro de la
tendencia de nuestra sociedad a centrar el foco en la anécdota.
Y lo más triste del caso, es
que los protagonistas de tales acciones son sabedores de que con ellas, solo
conseguirán atraer la atención de un pequeño tanto por ciento de los
espectadores, aquellos que tras el impacto visual inicial, decidan dar el paso
de interesarse por la reivindicación que tales acciones pretenden poner de
relieve.
Pero no nos engañemos: la
mayoría de espectadores solo se fijarán en los pechos de las chicas de Femen o
en los porrazos que reciban las componentes de Pussy Riot, sin enterarse ni tan
solo de qué es lo que reclaman.
O peor aún, la utilización
de la representación visual como vehículo para reclamar la atención, acabará
volviéndose en contra de los propios actores.
Como sucedió en su momento
con las “expropiaciones alimentarias” del Sindicato Andaluz de Trabajadores,
utilizadas por los medios derechistas como excusa para el linchamiento
mediático y como elemento de distracción del foco principal de la protesta: el
estado de precariedad de miles de ciudadanos andaluces.
Algo parecido a lo que
sucedió también con la sandalia de David Fernandez, teatralización que fue
convenientemente utilizada en su propia contra por tertulianos, medios de
comunicación y adversarios políticos, apartando así, el foco de sus
reclamaciones.
Es una táctica habitual de
distracción, utilizada por todos, independientemente de su afiliación
ideológica.
Uno de los ejemplos más
flagrantes (y sospechosos) de ello lo encontramos en las manifestaciones.
Poco importa el número de
participantes que tenga una manifestación o la importancia y trascendencia de
las reivindicaciones.
Pueden salir a la calle 2
millones de personas, que si 20 de los manifestantes queman contenedores y se
enfrentan a los antidisturbios, la noticia se centrará en los actos violentos,
sí o sí.
Parece una ley enseñada en
las escuelas de periodismo: “toda anécdota violenta visualizable adquirirá
prioridad sobre el resto”
Por lo visto, a nivel
mediático, un manifestante violento vale más que mil pacíficos y una porra
levantada vale más que mil pancartas.
Y siendo ya ésta una ley
inmutable en todos los medios de comunicacion, con independencia de su
adscripcion ideológica, quizás deberíamos hacernos algunas preguntas incómodas:
si el interés de los opositores a una manifestación es desviar la atención de
las reclamaciones expresadas en ésta y por lo tanto la aparición de grupos
violentos beneficia sus intereses, ¿no es lógico sospechar que más de una vez
estos actos violentos puedan ser promovidos precisamente por los opositores a
los manifestantes?
Que cada uno saque sus
propias conclusiones…
Y eso sin entrar en temas
más pantanosos como el terrorismo y su utilización sistemática por parte de los
gobiernos: si alguien enfoca el tema desde el punto de vista de los
beneficiarios, le temblarán las rodillas…
Vayamos a la raíz de los
asuntos
La mejor manera de acabar
con este problema es empezar por nosotros mismos, abandonando el vicio
adquirido de fijar la atención en las circunstancias superficiales y obligándonos
a analizar los hechos, cada vez con un mayor nivel de profundidad.
Un ejercicio mental
individual, que una vez convertido en hábito, deberemos traducir en acción,
empezando por invitar a los que nos rodean a hacer lo mismo.
Algo realmente difícil,
porque todos hemos caído en la confortable trampa de la superficialidad.
Una muestra de ello es la
polémica generada por la persecución del tabaquismo, con todas sus derivadas:
campañas agresivas en la televisión y en las cajetillas de tabaco, la prohibición
de fumar en recintos públicos o puestos de trabajo o la popularización y
legalización del cigarrillo electrónico, todos ellos temas que han generado
horas y horas de enconados y ridículos debates.
Porque mientras la gente
discutía sobre la conveniencia o no de realizar desagradables campañas contra
el tabaquismo o la conveniencia o no de imponer multas por fumar en recintos
públicos, nadie se fijó en el quid de la cuestión:
·Si el tabaco es tan
evidentemente tóxico para la salud, ¿por qué razón las empresas tabaqueras no
son perseguidas, prohibidas y cerradas por el Estado de forma fulminante e
inmediata?
·Si el Estado sabe desde
hace años que el tabaco es tóxico para la población y no solo ha permitido su
venta, sino que ha ingresado enormes cantidades de dinero por ello vía
impuestos, ¿por qué no son detenidos y juzgados los diferentes responsables de
sanidad pública que han colaborado conscientemente en el envenenamiento masivo
durante décadas?
·¿Acaso no es perseguido y
detenido de forma fulminante un ciudadano de la calle que cultiva y vende
marihuana?
·¿No sería detenido
cualquier ciudadano normal que vendiera productos adictivos y tóxicos a sabiendas de que
lo son?
Entonces, ¿Por qué eso no
sucede con las grandes compañías y sus directivos?
Y es que si la mente de la
poblacion funcionara con un mínimo de lógica, con la aparición de la primera
campaña anti-tabaco, debería haber sido cesado y juzgado el ministro de sanidad
y el gobierno en pleno, por permitir la comercializacion de un producto nocivo
y cancerígeno.
Pero increíblemente, el tema
se desvió a aspectos anecdóticos y circunstanciales y ningún responsable ha
respondido ante la justicia por las millones de muertes provocadas por el
tabaquismo y los beneficios obtenidos por ello por el Estado y por las
tabaqueras.
En lugar de eso, la
población sigue discutiendo sobre aspectos tan
relevantes como el cigarrillo electrónico o el contrabando de
tabaco en la frontera con Gibraltar e incluso, algunos fumadores, ávidos por
justificar su adicción, apelan a la libertad
individual, sin
hacer el más mínimo ejercicio de autocrítica e introspección, sin preguntarse
ni tan solo por las motivaciones personales que los han llevado a engancharse a
un vicio tan absurdo, ni quién los ha manipulado y condicionado a hacerlo con
el fin de obtener pingües beneficios.
El ejemplo del tabaco es
solo un pequeño ejemplo de la superficialidad con la que afrontamos cualquier
asunto, pero hay muchos más.
Un mundo cosmético
Y es que por lo visto, todas
nuestras discusiones se centran en debatir si pintaremos las paredes de la casa
de color rosa o de color verde.
Y mientras discutimos ese
aspecto meramente superficial, nadie se pregunta si es necesario o no pintar
las paredes.
De hecho, nadie se pregunta
si son necesarias esas paredes.
Nadie se pregunta si sería
mejor buscar una casa en otro lugar o derrumbar la que tenemos y construir una
nueva.
Ni nadie se pregunta, en
definitiva, por qué necesitamos vivir en una casa, como hemos llegado a vivir
en ella, quién y cómo la construyó, ni qué sentido e implicaciones tiene para
nuestras vidas y para el entorno.
Ésta es una simple alegoría
sobre el nivel de superficialidad con el que vivimos nuestras vidas: todo se
limita a discutir sobre el color con que pintamos los objetos, sin llegar a
cuestionarnos lo necesarios que son los objetos en sí, las implicaciones que
tienen, ni cuál es su función y procedencia.
Y es que el mecanismo está
muy claro: cuando se plantean las cosas a nivel demasiado profundo, la sociedad
lo llama “filosofar” y automáticamente es clasificado como “algo demasiado
elevado y poco práctico” que no ofrece soluciones a los impulsos aparentes más
inmediatos.
Y ya sabemos cuál es el
destino de la filosofía: llenarse de polvo en las estanterias de las
bibliotecas.
La superficialidad como
método de huida
Al final, hemos convertido
nuestro defecto en una necesidad vital.
Por ejemplo, discutimos
acaloradamente sobre si los 15 inmigrantes muertos en la playa del Tarajal de
Ceuta, se ahogaron o no por culpa de las balas de goma o sobre si debemos
quitar las cuchillas de las alambradas de la valla fronteriza, o sobre el
número concreto de inmigrantes que asaltan la frontera día tres día, pero nadie
centra el foco y las energías de una vez por todas, en la auténtica razón que
lleva a miles de inmigrantes africanos a arriesgar sus vidas tratando de
acceder a Europa.
Nadie quiere saber qué implicaciones tienen
nuestros gobiernos en ello, qué responsabilidad tiene nuestra estructura
económica occidental, cuál es la intervencion de las grandes multinacionales en
la explotación de África y cómo corrompen a los gobiernos respectivos, ni cómo debemos
sacrificarnos todos para solucionar el problema de raíz, empezando por hacer limpieza a fondo en nuestra propia casa, de forma inmediata y sin más
dilaciones.
El debate jamás se centra en
qué responsabilidad tenemos los europeos en la destrucción de la cultura
original de los pueblos africanos.
Ni mucho menos, en qué
responsabilidad tenemos en el proceso de colonización ni qué precio merecemos pagar por los crímenes cometidos
en África a lo largo de la historia.
Eso implicaría demasiada honestidad,
demasiada valentía, demasiado esfuerzo, demasiada profundidad y resultaría
demasiado peligroso para el statu quo y para nuestra comodidad física y
psicológica.
Mejor centrar la discusión
en elementos circunstanciales que caduquen al cabo de pocos días: balas de
goma, pateras y vallas con alambradas y llorar hipócritamente desde el sofá de
casa por los pobres inmigrantes ahogados, echándole la culpa de todo al
ministro de turno.
Mejor centrar la discusión
en elementos cosméticos y así dispersar energías en esa lucha partidaria y
farisaica entre PP y PSOE, partidos que al fin y al cabo evitarán ir a la raíz
del asunto pues estan al servicio de los mismos poderes fácticos que se
benefician de la explotacion indecente de África.
¡Sigamos así, no nos
planteemos en profundidad ningún asunto!
Como en el caso de la
Infanta: quedémonos en la superficie, discutiendo sobre quién la grabó en la
comparecencia judicial o sobre si es marginada o no por el resto de la familia
real en las reuniones, un hecho de gran trascendencia para el futuro del
universo.
Perdamos el tiempo con mil y
una payasadas, catalogadas como “noticia” y no volquemos todos nuestros
esfuerzos en dirimir de una vez por todas para qué necesitamos una monarquía ni
para qué sirve.
Y ante todo, ante todo, no nos preguntemos qué
implica tolerar, como seres humanos, que alguien nazca y viva con más derechos que los demás, ni el insulto
que representa para todos y cada uno de nosotros la pervivencia de reyes y
poderes hereditarios de cualquier tipo, ni la necesidad que tenemos
de acatar las leyes que permiten tal atropello existencial y que rebajan
nuestra dignidad como seres vivos, otorgando beneficios a las castas dominantes de la
más diversa índole.
¡No lo hagamos!
Eso nos enfrentaría con el
concepto de autoridad, de herencia, de propiedad, de tradición y de ley,
pilares del Sistema mental instalado en nuestra mente.
¡Demasiada profundidad,
demasiados cambios, demasiado esfuerzo mental!
Mejor discutimos sobre “el
color de las paredes”, para que todo siga igual…
GAZZETTA DEL
APOCALIPSIS
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