¿Eres
consciente de que percibes el mundo justamente al revés de cómo debería ser en
realidad?
¿Alguna vez te has parado a analizar en
profundidad la lógica interna de todo aquello que consideras correcto o normal?
¿Qué sucedería si en tu mente vieras todas las
letras invertidas bocabajo?
Al escribir en una hoja de papel lo harías al
revés, totalmente convencido de que escribes correctamente, pues para ti las
letras estarían bien orientadas. Eso es exactamente lo que ha hecho el Sistema
con tu forma de ver y concebir la realidad: desde tu más tierna infancia te han
educado para ver el mundo de forma diametralmente opuesta a cómo debería ser y
te han adiestrado para aceptar esa visión invertida como la cosa mas normal y
lógica del mundo.
Vamos a ponerte 3 ejemplos determinantes, que
lo reflejan claramente.
1-EL GOBIERNO Y LOS POLÍTICOS
El primer gran ejemplo de nuestra concepción
invertida de la realidad, lo encontramos en la visión que tenemos de nuestros
gobernantes.
La mayoría de la población ve (y siente) a los
gobernantes y a los políticos como si fueran una casta superior que está “por
encima” de ellos.
Más allá de su significado académico, las
palabras “gobierno”, “ministro” o “presidente”, son percibidas en nuestra
psique como entidades superiores a nosotros, lejanas, inalcanzables y
prácticamente invulnerables.
Poco importa que la teoría nos hable de “un
pueblo soberano que escoge libremente a sus representantes”…
La realidad es que en el interior de nuestra mente,
albergamos, de forma inconsciente, una imagen de los gobernantes como algo
ajeno al pueblo, como si NO formaran parte de él y estuvieran por encima de
éste.
Y esta visión de la realidad resulta
preocupante, especialmente en el caso de una democracia.
Recordemos que los miembros de un gobierno
democrático se eligen por votación popular de entre la ciudadanía y se les
asigna la función de administrar los bienes del Estado, que pertenece a todos
los ciudadanos, a cambio de un sueldo.
En definitiva y resumiendo, los gobernantes
son nuestros empleados.
Y nosotros, cada uno de nosotros, sus jefes.
Es decir, no están por encima del “pueblo”,
sino que de hecho deben actuar a sus órdenes porqué son “servidores públicos”.
“Servidor público”: expresión que hemos
escuchado mil y una veces, pero que por lo visto, en nuestra mente ha perdido
todo su significado, fruto de la concepción invertida de la realidad que nos
han inculcado y que tan profundamente ha calado en todos y cada uno de
nosotros.
Hasta tal punto ha llegado nuestra visión
alterada de las cosas, que los servidores públicos nos someten a un estricto
control: inspeccionan nuestras cuentas y ganancias, las cámaras de vigilancia
nos acechan por las calles y todas nuestras comunicaciones son monitoreadas y
analizadas por las autoridades.
Cuando precisamente, y siguiendo toda lógica,
debería ser al revés.
Por lógica, deberían ser el presidente, los
ministros y todos los miembros del gobierno los que deberían ser sometidos a
una estricta vigilancia ciudadana.
Durante su jornada de trabajo administrando
los bienes públicos, que nos pertenecen a todos, las cámaras de vigilancia
deberían seguir cada uno de sus pasos y los ciudadanos deberíamos poder verlo y
escucharlo en directo desde nuestras casas, por televisión o por Internet.
El Gran Hermano deberíamos ser nosotros
Así no existirían reuniones a puerta cerrada,
secretismo, corruptelas, amiguismos, ni prácticas ilícitas, conceptos que
acabarían desterrados para siempre del mundo de la política.
Al fin y al cabo, tanta responsabilidad como
recae sobre sus espaldas, exigiría un control exhaustivo por parte de la
ciudadanía, celosa de una correcta administración de los órganos que le
pertenecen, ¿no es así?
Y lo que es mejor, esta vigilancia estricta de
nuestros gobernantes conllevaría consecuencias de lo más positivas:
Primera: nos garantizaríamos que solo
pretendieran gobernar aquellos con auténtica vocación de servicio y sacrificio
por el bien común, capaces de sacrificar sus comodidades y su intimidad por
servir a la sociedad.
Segunda: tendríamos la garantía plena de que
los aspirantes a gobernar no albergarían intereses ocultos, pues de hecho, les
sería imposible ocultar nada.
Tercera: nos ahorraríamos toneladas y
toneladas de pegajosa y maloliente hipocresía, pues sabríamos, de primera mano,
que lo que dicen en público en los mítines y ruedas de prensa es lo mismo que
lo que dicen en privado y en caso de no ser así, podríamos juzgar rápidamente
la catadura moral y el nivel de sinceridad de los representantes elegidos y
cesarlos de sus cargos.
Pero sin embargo, la realidad que vivimos es
la opuesta.
Y la aceptamos sin rebelarnos lo más mínimo.
Sin tan solo hacernos las preguntas más
lógicas y básicas que deberían surgir de una mente pensante de forma natural.
Por ejemplo, si para justificar la vigilancia
masiva a la que estamos sometidos todos los ciudadanos, se nos dice que “es por
nuestra propia seguridad” y que “si no hemos cometido ningún delito, no tenemos
nada que temer”, entonces:
¿Por qué no podemos monitorizar a nuestros
representantes políticos todas las horas del día mientras ejercen su cargo?
¿Acaso pretenden ocultar alguna actividad
ilícita?
¿Hay aspectos oscuros en lo que negocian a
puerta cerrada?
Y si no es así, entonces ¿por qué no quieren
que lo sepamos?
Y en el caso de los partidos políticos, ¿por
qué no podemos ver todo lo que acontece en el interior de sus sedes, en vivo y
en directo?
Si aspiran a administrar los bienes comunes
del Estado, ¿por qué no podemos vigilar a fondo como administran sus propias
formaciones políticas, tanto los que están en el gobierno como los que no lo
están?
¿No claman a los cuatro vientos que son tan
“transparentes”, “democráticos” y “legales”?
¿Entonces porqué no retransmiten en directo
todas sus reuniones internas y podemos presenciar como deliberan, discuten y
proponen sus “brillantes” iniciativas para llevar adelante el país?
¿O es que quizás lo que proclaman tan
vehementemente en sus mítines y lo que después expresan a puerta cerrada no es
“exactamente” lo mismo y no quieren que lo sepamos?
En definitiva, hemos de suponer que si no nos
permiten controlar sus actividades con la “transparencia” con la que tanto se
llenan la boca es porqué ocultan alguna cosa, ¿no?
Sin duda, las mentes bienpensantes clamarán
escandalizadas: “¡Los políticos y los gobernantes son personas y tienen derecho
a la intimidad y a no ser vigilados continuamente!”
Pero en el mundo en el que vivimos, esa es una
afirmación inaceptable.
Incluso insultante.
Porque si un ciudadano cualquiera no tiene
derecho a salvaguardar su imagen y su intimidad cuando camina por la calle,
cuando utiliza el transporte público o cuando entra en un edificio del Estado,
vigilado como está por cientos y miles de cámaras de seguridad, menos intimidad
debe tener, por ejemplo, el Presidente del Gobierno Español, en el Palacio de
la Moncloa.
Al fin y al cabo, es un edificio del Estado,
que por lo tanto, pertenece a todos los ciudadanos Españoles y toda actividad
que se realice en su interior, por su gran relevancia de cara a la ciudadanía,
debería ser vigilada y supervisada en vivo y en directo por todos y cada uno de
nosotros.
Vigilancia que, en el caso de España, también
debería extenderse a la Familia Real al completo y al Rey en particular.
Al fin y al cabo, se supone que es el Jefe del
Estado y que nos representa a todos.
Y puesto que se beneficia de tal
representación las 24 horas del día y los 365 días del año, podemos deducir que
también nos representa las 24 horas del día y por lo tanto debería estar
sometido a vigilancia ciudadana de forma ininterrumpida.
Incluyendo también las continuas operaciones
quirúrgicas a las que se somete su Majestad, que deberían ser retransmitidas en
directo por Televisión Española, pues son sufragadas con dinero público de
todos los españoles y sus consecuencias son de interés general para toda la
ciudadanía.
Y en el caso de que todos ellos, gobernantes o
familia real, quieran salvaguardar mayor espacio para su intimidad, lo tienen
muy fácil: solo tienen que abandonar NUESTROS PALACIOS e irse a vivir a la casa
particular que decidan sufragar con los generosos sueldos que perciben.
Así de sencillo.
Muchos calificarán todo lo que hemos dicho de
“visión simplista de la realidad”.
Afirmarán que nuestros gobernantes no pueden
mostrar públicamente todas sus actividades, pues hay gran cantidad de secretos
que no pueden ser revelados por cuestiones de “seguridad nacional”.
¿Pero qué “seguridad nacional” podemos esperar
de un régimen en el que el pueblo soberano no puede controlar adecuadamente las
actividades de sus servidores públicos, convertidos en una casta intocable que,
sin embargo, sí puede someter a estricto control a todos los ciudadanos,
disfrutando con ello, de todas las ventajas de un ejercicio opaco del poder y
permitiendo e incentivando con ello todo tipo de actividades criminales?
Este es el mundo invertido en el que vivimos:
un lugar en el que los propietarios legítimos del Estado, los auténticos jefes,
sus ciudadanos, que son millones, son sometidos y subyugados por sus
servidores, que son unos pocos y se comportan como una casta mafiosa.
¡Y lo peor de todo es que hemos acabado
temiéndoles!
¡Nosotros a ellos!
Debería darnos vergüenza.
Pero las estructuras invertidas que nos han
sido inculcadas por el Sistema y que trastocan toda lógica, se extienden a casi
todos los ámbitos de nuestra vida.
Otro ejemplo paradigmático de ello lo
encontramos en la Medicina.
2-LA MEDICINA
¿Te has preguntado alguna vez cómo gana dinero
un médico?
Responder a esta pregunta nos lleva de cabeza
a una de las paradojas más absurdas del mundo actual.
Pues resulta que tu médico solo gana dinero
cuando estás enfermo.
Exactamente igual sucede con las empresas
farmacéuticas: ganan dinero gracias a la enfermedad.
Y llegados a este punto, una mente con una
mínima capacidad de raciocinio tendría que preguntarse: si la medicina y la
farmacia ganan dinero con la enfermedad ¿qué interés pueden tener en que
estemos sanos?
Es un argumento tan lógico y obvio que resulta
indignante y incluso descorazonador que nadie quiera aceptarlo como una
realidad.
Para comprender mejor las implicaciones de
este razonamiento, profundicemos un poco más, utilizando la lógica más simple.
Si relacionamos el negocio de la medicina y la
farmacia con el estado de sus pacientes, veremos que sus ganancias se dirimen a
través de 3 ecuaciones básicas:
Enfermo = dinero
Sano = posible ganancia futura
Muerto = ganancia nula
Eso dibuja 2 esquemas de negocio básicos:
En el primero, se gana dinero gracias a la
alternancia cíclica en el estado Sano-Enfermo de los pacientes. A mayor
frecuencia en la aparición del estado “enfermo”, mayores oportunidades de
ingreso cíclicas.
En el segundo, aún más óptimo, se gana dinero
gracias a la enfermedad continuada en el tiempo, es decir, a la enfermedad
crónica.
En ambos casos, es esencial ofrecer la
suficiente calidad de vida al paciente para que siga sufragando el tratamiento
y ante todo, evitar o posponer su muerte, pues ésta significaría el fin de los
ingresos.
Queda claro pues, que la salud en ningún caso
implica ganancias.
En cambio, la enfermedad, siempre.
Quizás deberíamos dejar de calificar a la
medicina y a la farmacia como “ciencias de la salud” y empezar a llamarlas
“ciencias de la enfermedad” ¿no?
No decimos que los médicos no se interesen por
la salud de sus pacientes o que promuevan la proliferación de enfermedades.
Pero lo cierto es que desde que acceden a la
facultad de medicina, son entrenados y educados para formar parte de la
industria médico-farmacéutica y adaptarse a sus lógicas de funcionamiento, de
la misma forma que un soldado es entrenado y educado para formar parte de un
ejército y adaptarse a sus lógicas de funcionamiento.
Siguiendo estas mismas lógicas, la industria
farmacéutica gana inmensas cantidades de dinero gracias a la enfermedad, de la
misma manera que la industria armamentística gana inmensas cantidades de dinero
gracias a la guerra.
Y llegados hasta aquí, ¿no resultaría muy
ingenuo pensar que la industria farmacéutica promueve la salud? ¿O es que acaso
alguien imagina a un fabricante de armas promoviendo la paz en el mundo?
Sin duda habrá lectores que se estarán tirando
de los pelos de la cabeza.
Afirmarán convencidos que “la enfermedad es
consustancial a la vida humana y a la naturaleza y que la actividad de la
medicina consiste, precisamente, en luchar contra la enfermedad”.
Es decir, concluirán que el cometido de las
industrias médica y farmacéutica es luchar contra las enfermedades y que por lo
tanto, de forma lógica y natural, la inevitable aparición de la enfermedad
reporta beneficios a ambas industrias, sin que ellas tengan la culpa de ello.
¿Pero seria posible que la medicina y la
farmacia centraran sus esfuerzos y su negocio en la salud y no en la
enfermedad?
Vamos a razonarlo.
Para que este modelo fuera factible, el médico
solo debería ganar dinero mientras el paciente estuviera sano.
Y dejar de ganarlo mientras estuviera enfermo.
Las 3 anteriores ecuaciones del negocio
médico-farmacéutico se transformarían en las siguientes:
Enfermo = ganancia nula
Sano = dinero
Muerto = ganancia nula
Así, el médico centraría sus esfuerzos en que
sus pacientes mantuvieran la salud todo el tiempo, previniendo la enfermedad
antes de que ésta apareciera y por lo tanto estudiando y atacando sus causas y
no sus consecuencias.
Y en el caso de que el paciente cayera
enfermo, el médico se esforzaría en devolverlo lo más pronto posible a su
estado saludable, para volver a ganar dinero con él y mantener su prestigio
profesional.
El papel del farmacéutico sería
complementario, y consistiría básicamente, en suministrar aquellos productos
necesarios para fortalecer y prolongar la salud del paciente, y en su caso, los
necesarios para combatir la enfermedad cuando ésta apareciera.
Estos mecanismos que pueden parecer
fantasiosos, ya han funcionado con anterioridad. Recordemos que en la antigua
China, los médicos cobraban un salario por mantener sanos a sus pacientes y
dejaban de percibirlo cuando éstos enfermaban, hecho que repercutía negativamente
en su prestigio profesional y por lo tanto, en sus ganancias.
¿Te parece pues un modelo absurdo?
¿Más absurdo que una industria
médico-farmacéutica que solo gana dinero cuando estás enfermo?
Pero quizás deberíamos preguntarnos: ¿porqué
desde sus inicios la medicina optó por un modelo en el que la ganancia se
asocia a la enfermedad y no a la salud?
Y la respuesta no puede ser más triste:
La enfermedad es un período excepcional de
crisis en la vida de una persona, en la que el enfermo, desesperado, se muestra
dispuesto a ceder o pagar lo que sea necesario para salvar su vida y el médico
se erige en la única figura con capacidad para conseguirlo.
Por esa razón la medicina centra su actividad
en la enfermedad, porque es la situación crítica que implica mayor
acaparamiento de poder y autoridad, fluyendo desde el paciente hacia el medico.
Lo hemos visto a lo largo de la historia,
donde incluso reyes y emperadores se han inclinado ante sus galenos.
En cambio, si la medicina centrara sus
esfuerzos en mantener la salud del paciente, la situación de crisis asociada a
la enfermedad correría en contra del médico, pues durante su transcurso
perdería prestigio social y desaprovecharía esa oportunidad única en la que el
enfermo está dispuesto a conceder mayor dinero, poder y autoridad a su médico.
Por lo tanto, la medicina no ha evolucionado
alrededor del concepto de salud; lo ha hecho alrededor de la autoridad y el
prestigio social.
Y de las ganancias que estos acarrean.
Y estos beneficios solo se pueden obtener a
través de la enfermedad.
El mundo al revés.
Un funcionamiento completamente opuesto al que
debería ser.
3-LAS AUTORIDADES Y LA SEGURIDAD
La función de las autoridades, formadas por el
gobierno, la judicatura y los cuerpos de seguridad del estado, debe ser,
teóricamente, velar por la correcta convivencia social y la seguridad
ciudadana, obligando a los miembros de la sociedad a cumplir las leyes y
persiguiendo el delito cuando éste se produzca.
Así es como funciona el Sistema y todos lo
tenemos plenamente asumido e interiorizado como algo bueno y correcto y si no
ahí están los millones de películas y series de TV protagonizadas por abnegados
policías y brillantes abogados para recordárnoslo un día tras otro, al más puro
estilo de un lavado de cerebro.
Pero quizás nunca nos hemos hecho la pregunta
clave:
¿Qué sucedería si no se produjeran delitos?
Imaginemos por un momento una sociedad justa y
solidaria en la que la convivencia social fuera perfecta y no existieran
conflictos, inseguridad, abusos ni crímenes.
¿Serían necesarios tantos jueces, fiscales,
abogados y cuerpos burocráticos asociados?
¿Sería necesaria la policía?
En definitiva, en una sociedad completamente
sana ¿Serían necesarias las autoridades?
Y esto nos lleva a la gran pregunta:
¿Qué interés pueden tener las autoridades en
terminar con las causas de la inseguridad, la criminalidad y los problemas de
convivencia cuando son precisamente estos problemas los que justifican su
existencia?
De nuevo nos encontramos ante la misma
paradoja que en el caso de la medicina.
De la misma forma que para la medicina el
negocio reside en un cuerpo enfermo, para las autoridades, el “negocio” reside
en una sociedad enferma.
Y como en el caso de la medicina, las
autoridades no centran jamás sus esfuerzos en garantizar la salud de la
sociedad, sino en tratar las enfermedades que la aquejan.
El origen de este problema no radica en la
policía, los jueces o los abogados.
Todos ellos han sido educados siguiendo la
lógica interna de funcionamiento del sistema de autoridad, como en su caso lo
fueron los médicos.
El problema principal radica en el
funcionamiento lógico del propio sistema, invertido desde sus inicios.
Centrándonos en el ámbito de la autoridad,
observaremos que los mecanismos autoridad-delito conforman un curioso sistema
que se retro alimenta de forma lógica, siguiendo los siguientes pasos:
A- Los problemas sociales se traducen en
vulneración de las leyes, es decir, en delito.
B- La autoridad actúa aplicando la ley y
reprimiendo la manifestación de ese delito.
C- El delito tiende a reducirse, fruto de la
represión, pero sin embargo las causas profundas que lo generan siguen
intactas.
D- Eso implica la aparición de nuevas
modalidades de delito que esquiven la presión de la autoridad.
E- La autoridad actúa aplicando nuevas leyes y
reprimiendo la manifestación de ese nuevo delito, etc, etc, etc…
Es una lógica análoga a la de la industria
farmacéutica, en la que cada medicamento genera un desequilibrio en el
organismo con unos efectos secundarios que implican la necesidad de un nuevo
medicamento.
Sí, es difícil de aceptar.
Quizás demasiado duro de asumir para algunos.
Pero la realidad es que el delito es el
combustible que alimenta el Sistema.
Lo mantiene en pie.
Porqué sin un cierto grado de caos, no habría
la necesidad de una autoridad que impusiera el orden y por lo tanto, no habría
Sistema.
Por esta razón, el Sistema, de forma natural y
automática, genera su propio caos y sus propios desequilibrios para seguir
existiendo.
Actúa como una máquina lógica que se auto
perpetúa.
CONCLUSIONES
Quizás muchos tilden de disparatado todo lo
que hemos argumentado someramente en este artículo.
Muchos lo calificarán de pueril y absurdo,
básicamente porque pone en jaque su concepción de lo que es el Sistema
establecido y prefieren la negación a verse abocados a la ingrata tarea de
tener que reconstruir la ilusoria visión del mundo que la sociedad ha instalado
en su mente.
Es duro y poco reconfortante aceptar la fría y
cruda realidad, porque una vez la miras a la cara, ya no puedes esconderte de
ella nunca más.
Cuando la ves, te das cuenta de que nadie te
protege y que solo las personas que te aman velan por ti con recursos tan
limitados como los tuyos propios.
Por eso, la mayoría de la gente opta por la
negación.
Por sacudir la cabeza, esconderla en un
agujero o descalificar al que señala al monstruo, tildándolo de loco, paranoico
o indocumentado.
Porque a la mayoría de la gente se le hace
imposible aceptar que el mundo que le han inculcado funciona al revés de cómo
creía.
Se le hace imposible asimilar que la industria
medico-farmacéutica nos necesita enfermos para hacer negocio.
Se le hace difícil comprender que los grandes
poderes financieros se enriquecen mucho más provocando crisis que promoviendo
una economía estable y equilibrada.
Que las religiones se alimentan del miedo y no
de la fe.
Que el periodismo se gana la vida con la
mentira y la manipulación y no con la verdad.
Que el objetivo principal de la enseñanza
reglada no es formar individuos sino impedir que sean libres.
Que el mejor aliado de un policía, un abogado
o un juez es un buen delincuente o un buen criminal.
Y sobretodo se les hace imposible aceptar que
la única forma de que funcione correctamente nuestra sociedad es convirtiendo
el ejercicio del poder en un abnegado sacrificio sin ningún tipo de recompensa
y que la humanidad solo empezará a ir bien cuando todos los gobernantes del
planeta teman a sus pueblos y los aspirantes al poder sientan un terror cerval
a ejercerlo.
GAZZETTA DEL APOCALIPSIS
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