A PESAR DE TODO, HAY QUE ENTUSIASMARSE
La capacidad de entusiasmarse es algo innato
en los seres humanos. Lo observamos con mayor claridad en la infancia donde el
entusiasmo, la ilusión; nos mueven a cada instante, nos facilitan el camino por
el que queremos circular, sin miedos ni obstáculos.
Sin embargo, esta capacidad poco a poco se ve
interrumpida, coaccionada hasta que en muchos casos acaba sepultada en el fondo
del ser humano recubierta por miles de capas de inseguridades. Esto no es
casualidad, ni se debe a un talante natural del ser humano. Es fruto de años de
integración en una sociedad regida por unos disvalores que fomentan precisamente
eso, la desintegración de lo esencialmente humano y favorecen la aparición de
estructuras mentales que sirven para justificar lo injustificable, para vivir
sin sentir, para ser capaces de representar el papel que nos han adjudicado en
la vida sin cuestionarnos nada sobre las consecuencias que eso tiene sobre
nosotros mismos y sobre los demás.
El entusiasmo forma parte de un selecto grupo
de actitudes vitales que consiguen movilizar el presente para tratar de
alcanzar un futuro más acorde con nuestros pensamientos y nuestra manera de
sentir. Esto lo convierte automáticamente en un enemigo para todo lo que desea
permanecer inmóvil, inerte, para todo aquello que desea mantener el estado
actual de las cosas, es decir, es un enemigo de primera magnitud para un
sistema basado en el mantenimiento del status quo y en la aceptación del rol
social preestablecido.
Ya desde bien temprano, nos topamos con un
sistema educativo que nos enseña a canalizar nuestro entusiasmo natural hacia
los objetivos más interesantes para el orden establecido. Nos prepara bien para
sumergirnos en el fantasioso mundo del consumo donde la frustración está
garantizada puesto que en la base del modelo social está la imposibilidad de
satisfacer unos deseos impuestos
y jamás decididos libremente por nosotros, por mucho que así lo creamos.
Se entra así, en una espiral donde se
establece un doble sistema de censura que inhibe cualquier atisbo de entusiasmo
y, por tanto, cualquier oportunidad de llevar adelante una experiencia capaz de
acercarnos a la esencia de lo humano, a la posibilidad de vivir sin necesidad
de aprender a convivir con el remordimiento y aceptar la renuncia como elemento
sobre el que pivota la vida.
Este doble sistema tiene una parte externa
marcada por las normas sociales, las leyes y el aparato represor que las
salvaguarda. Este aparato externo funciona de una forma extraordinariamente
precisa, con su sola existencia consigue que la gran mayoría de la sociedad se
mueva dentro de los márgenes establecidos sin ni siquiera plantearse la
posibilidad de la existencia de nada más allá de dichos límites.
Pero es innegable que esta parte externa
funciona tan bien porque hay otro componente en el sistema de censura, mucho
más terrible si cabe, que
es el verdadero triunfo del sistema: el sistema interno de censura.
Nosotros nos incapacitamos al aceptar el
precepto social de la delegación en todos los ámbitos de nuestra vida,
aceptando la imposición del criterio de los expertos del sistema frente al
nuestro. Con esto nos autoanulamos como personas capaces de tomar las riendas
de nuestras vidas.
Los miedos inculcados, el temor a perder lo
que falsamente creemos poseer, el terror al fracaso social... nos hace ser
nuestros peores censores y nuestro peor enemigo de cara a dar el primer paso
para recuperar el entusiasmo.
Ahora bien, a pesar de los pesares, seguimos
conservando esa capacidad y el poder lo sabe. Por eso, ante la posibilidad de
que podamos recuperar nuestra esencia y nuestra capacidad de entusiasmar y
entusiasmarnos, nos prepara continuamente ilusiones prefabricadas en forma de
bienes de consumo inútiles, alternativas sociopolíticas enlatadas y listas para
consumir, pseudofilosofías del alma que incitan al egoísmo y al aislamiento
bajo el manto del desarrollo personal, modernas teorías de la psique que
incitan al recogimiento interior y a la negación de lo social.
Todo vale para mantener al sujeto en la
inopia, centrando sus esfuerzos en la superación de una frustración difusa, sin
dejar ver que el propio sistema es la causa de esa sensación.
Sin embargo, hay que ilusionarse pero sin
llevarnos a engaño. El verdadero entusiasmo nace de nosotros mismos y con una
única dirección: de nuestro interior hacia afuera. Sólo si somos capaces de
reencontrar ese entusiasmo podremos convertirlo en fuerza revolucionaria capaz
de modificar ese futuro que alguien ha escrito en nuestro nombre.
http://quebrantandoelsilencio.blogspot.com.es/2014/11/a-pesar-de-todo-hay-que-entusiasmarse.html
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