EL MUNDO DE LOS
ZOMBIS ALTERNATIVOS
Hay muchas formas de conformismo y obediencia,
muchas veces ocultas bajo una máscara de rebeldía o activismo alternativo.
Todos tenemos una tendencia a abrazarnos al
discurso superficial que acompaña a cualquier iniciativa, siempre y cuando
venga adornada por un bonito mensaje al que nos podamos adherir; y al hacerlo,
ni tan solo nos llegamos a preguntar qué puede esconderse detrás de ello ni qué
implicaciones puede tener.
Con
esta actitud, en el fondo conformista e insustancial, lo único que conseguimos
es pervertir lo que podrían ser iniciativas potencialmente transformadoras de
la realidad, convirtiéndolas en meras anécdotas sin esencia.
Hace
poco, hemos leído un artículo sobre una tienda recién abierta en el Reino Unido,
parecida a múltiples iniciativas similares que se están tomando actualmente por
todo el mundo. A continuación transcribimos el contenido del artículo…
Una tienda recién abierta en el Reino Unido, llamada SHARE
(compartir), nos presenta una iniciativa curiosa y muy positiva.
Esta tienda tiene como objetivo transformar el futuro de la venta
al por menor, basándose en el alquiler de artículos y en la responsabilidad
sobre las cosas que usamos.
En este “centro de alquiler”, los artículos son prestados en vez
de vendidos y cada vez que alquilamos un artículo para usarlo durante un
tiempo, recibimos un historial personalizado con la historia de su anterior
propietario. Sus fundadores creen que esto alimenta la confianza y el respeto,
a la vez que proporciona un servicio práctico.
La tienda también tiene como objetivo reducir los residuos,
ahorrar dinero a los clientes y formar a los jóvenes con habilidades prácticas
a través de talleres y eventos sociales.
Se pide a la gente que done o preste artículos de calidad útiles,
que posteriormente la tienda presta a los demás clientes durante varios días.
Tan sólo se cobra una tarifa nominal al pedir prestado algún artículo, de entre
1 y 4 libras esterlinas (entre 1,4 y 5,6 euros).
Todos los artículos se muestran con la historia del objeto y una
foto de la persona que lo donó, para animar a la gente a forjar conexiones y
compartir experiencias.
La tienda abrió sus puertas esta pasada primavera después de que a
ocho jóvenes desempleados se les dieran tan sólo dos meses para su creación y
puesta en funcionamiento.
Una de las personas que participan, Maija Helena Powell, de 21
años, dijo:
“Trabajar
en este proyecto ha sido una gran revelación para mí. No puedo pensar en
cualquier otro lugar donde pudiera tener la oportunidad de crear un negocio
sostenible a partir de cero y participar en cada paso del proceso. Ha cambiado
realmente mi forma de pensar en el trabajo, ya que parece posible ganarse la
vida al mismo tiempo que se hace algo bueno para la sociedad”
El ayuntamiento de la población de Frome, donde está ubicada la
tienda, proporcionó fondos para su puesta en marcha y se espera que la tienda
va a convertirse en una empresa totalmente autosuficiente dentro de los
próximos seis meses.
“Ayudar a
la población a compartir recursos no sólo ahorra dinero sino que reduce los
residuos y el consumo de carbono también”, afirma una funcionaria del ayuntamiento.
“De
promedio, en las casas usamos un taladro eléctrico durante tan sólo 15 minutos
de su tiempo total de vida y es innecesario comprarlo para darle un uso tan
restringido. Con iniciativas como estas, seremos capaces de acceder a los
elementos que necesitamos, desde herramientas para la cocina a equipamiento de
camping, sin los gastos, molestias y necesidades de almacenamiento que tenemos
al comprarlos”
Un hombre, Mark, donó un conjunto de palos de golf a la tienda,
acompañándolos de una interesante historia sobre cómo llegó a poseerlos.
Terminó con ellos después de asistir a una conferencia en la que se les pidió a
los delegados que trajeran algo de valor sentimental. Mark llevó el anillo de
bodas de oro de su abuelo, pero se perdió, por lo que se llevó los palos de
golf a su casa en su lugar.
Años después alguien lo contactó después de haber limpiado su
casa, encontró su anillo y se lo devolvió. Fue entonces cuando Mark, al no
saber quién era el verdadero dueño de los palos de golf, decidió compartirlos
con el resto del mundo a través de SHARE.
Como
vemos, parece ser una muy buena idea, acorde con los tiempos que corren, en los
que las personas están adquiriendo una mayor conciencia sobre los males del
consumismo desenfrenado y sus efectos nocivos sobre la salud del planeta.
Iniciativas
como esta están floreciendo por doquier por todo el mundo y son ejemplo de
hacia dónde nos encaminamos en el futuro.
Sin
duda estamos ante proyectos mucho más racionales que ese consumo desaforado y
enloquecido que hemos estado experimentando durante décadas y que han llevado a
este planeta al borde del desastre.
Compartir
con los demás aquello que no necesitamos es lo correcto, lo lógico y es una
muestra de inteligencia colectiva, de convivencia y de auténtica civilización.
Por
lo tanto, ideas y proyectos como éstos merecen nuestro aplauso y nuestro apoyo.
Pero
como decíamos al principio del artículo, no debemos conformarnos con adherirnos
a ello sin hacernos también algunas preguntas incómodas.
Abandonar
la confortable superficie del mensaje más amable y estar dispuestos a
enfrentarnos con sus posibles sombras ocultas.
Como indicábamos en un anterior artículo,
titulado LA MODA QUE CAMBIARÁ EL MUNDO, hay mucha gente
que apoya de corazón estas iniciativas porque las siente, pero también existe
un interés oculto en promoverlas, justamente ahora. Es obvio que la inmensa
mayoría de estas iniciativas y proyectos surgen de la necesidad de cambiar
nuestra sociedad, impulsadas por personas conscientes e ilusionadas, que
quieren crear un mundo mejor, más justo y más solidario.
Pero
existe la posibilidad, nada desdeñable, de que aprovechando este impulso
positivo, otras fuerzas ocultas estén ayudando a promover proyectos de este
tipo, de forma encubierta, para convertirlos en una actitud de moda, con el
objetivo de condicionar a la población a aceptar esta forma de actuar, de la misma
forma que esa misma población en su momento aceptó entregarse ciegamente al
consumo desenfrenado.
Y
es que hay una gran diferencia entre las personas que siempre han pensado y
sentido así, nadando contracorriente cuando ha sido necesario, y aquellas personas
que se adhieren ahora a estas actitudes porque actuar así resulta muy “cool”,
está de moda, “queda muy bien”, o porque simplemente no les queda más remedio
que adaptarse a las nuevas circunstancias.
La
diferencia entre unos y otros es crucial: está en el nivel de conciencia con el
que han emprendido sus actos.
Unos
son individuos conscientes y valerosos y los otros no son más que borregos, que
ahora aceptan estas actitudes como podrían aceptar otras totalmente diferentes.
Hay
una enorme diferencia entre hacer algo porque la sociedad te ha inculcado que
es “lo correcto” y emprenderla porqué TÚ SIENTES que es lo correcto, con
independencia de lo que piensen los demás.
Esa profundidad de conciencia y convicción con
la que se emprenden acciones de este tipo, es la auténtica clave para cambiar
el mundo.
En
todas estas iniciativas, por más positivas que sean o parezcan, se intuye que
hay una masa de gente llevada por el conformismo y la aceptación sumisa de las
circunstancias, todo aderezado con una insufrible falta de rebeldía, rabia e
indignación.
¿De
qué sirve que la población llana se entregue a estas iniciativas y actitudes,
apoyadas por personajes mediáticos bonachones, oportunamente promovidos y
aparecidos, como el presidente Mújica de Uruguay o el papa Francisco, si a la
vez permitimos que las élites criminales que forman el 1% de la población (y
que son los que principalmente han llevado al planeta a esta situación,
arrastrando a las masas inertes y semi-pensantes con ellos), sigan con sus
privilegios y controlen el suministro y la explotación de los recursos
naturales?
Porque
ahí es donde reside la auténtica clave para cambiar el mundo y el objetivo
sobre el que deberíamos focalizar todas nuestras energías.
Está
muy bien que cambiemos de forma de actuar a nivel cotidiano, y que ya no
compremos como locos, que abracemos un modo de vida más austero, donde la
auténtica riqueza se base en compartir con los demás en lugar de acumular
productos.
Pero
toda esa bonhomía se convierte en supina estupidez y en borreguismo si
permitimos que las mismas élites que nos han llevado hasta aquí, controlen las
riquezas comunes que tienen un auténtico valor: el agua, las tierras de
cultivo, los minerales, los océanos, la producción de alimentos o el suministro
de energía.
¿De
qué sirve compartir una licuadora, un televisor o una corbata si las esas
élites que controlan las multinacionales y que sutilmente nos condicionan para
que “compartamos” estas minucias entre nosotros, no tienen la más mínima
intención de “compartir” los recursos planetarios realmente cruciales y que le
han arrebatado a toda la humanidad?
Mucha
gente nos calificará de agrios o de ver siempre el lado negativo de las cosas,
pero digamos las cosas por su nombre: estas
iniciativas no sirven de nada y son una completa estupidez si no se lucha con
uñas y dientes por lo que realmente importa y si no se aplica justicia con
toda la contundencia, contra aquellos criminales y ladrones que le han robado a
toda la humanidad lo que, por naturaleza, es de todos.
Nos
han hecho creer que el deterioro del planeta se debe, casi exclusivamente, a la
población que “quiere poseer demasiadas cosas” y que “no clasifica
adecuadamente la basura”; de la misma forma que se culpó a la propia población
tras el estallido de la última crisis, acusándola de “querer vivir por encima
de sus posibilidades”, por el simple hecho de querer cumplir como zombis
programados, con los sueños consumistas que el propio sistema les había
inculcado.
Y
un discurso similar se está repitiendo, por ejemplo, con uno de los mayores
peligros a los que se enfrenta la humanidad en el futuro: la proliferación de
las superbacterias resistentes a los antibióticos, de la cual se ha culpado
sibilinamente a la población “por abusar de la automedicación”, pasando por alto
la responsabilidad de los propios médicos, que han sido los primeros en
prescribir exageradamente esos antibióticos sirviendo a sus amos de las
farmacéuticas; esas mismas grandes empresas farmacéuticas que han inundado el
mercado agrícola y ganadero con esos antibióticos, que han terminado por
contaminar la tierra y el agua, provocando la proliferación de esas bacterias
cada vez más resistentes.
Es un discurso que se repite, de forma muy
sutil, una y otra vez, y que en el fondo, se puede resumir como “la
culpa es de los pobres, la culpa es tuya, tú eres el responsable de todos los
males”.
Y
sí, es cierto.
Todos
tenemos una responsabilidad compartida que no debemos eludir y todos debemos
contribuir en cambiar el mundo y construir un futuro mejor para nuestro planeta
y para nuestros descendientes.
Pero
que debamos aceptar nuestra responsabilidad y que la responsabilidad sea
compartida, no significa que sea la misma para todos.
Si
para crear un mundo mejor y más equilibrado debemos renunciar al consumismo excesivo,
a tener nuestro propio coche, nuestra propia casa, nuestros pequeños lujos o si
incluso debemos renunciar a todo tipo de propiedad privada, pues bien,
hagámoslo.
Pero
hagámoslo empezando por donde se tiene que empezar.
En lugar de centrar nuestros esfuerzos en la
anécdota insulsa del intercambio de pequeños artículos y otras memeces por el
estilo, empecemos por la eliminación de la propiedad privada sobre los
recursos naturales, que son la auténtica clave para cambiar el
mundo.
Acabemos
con la propiedad privada sobre todos los recursos mineros: las minas de cobre,
de plata, de oro y de todos los metales y minerales.
Compartamos,
para el bien común de toda la humanidad, las explotaciones de diamantes, los
pozos de petroleo y los de gas de todo el planeta.
Convirtamos
en un bien compartido por toda la población de la tierra, las extensas
plantaciones de palma de aceite para fabricar biocombustible, así como todas
las grandes explotaciones agrícolas en manos de multinacionales privadas.
Compartamos,
por el bien común, la gestión y los beneficios asociados a la generación y
suministro de energía: las centrales nucleares, las plantas térmicas de ciclo
combinado y todos los campos de energía solar y eólica.
Compartamos
todos los recursos acuíferos de la tierra y no permitamos que sean acaparados impunemente
por los grandes poderes financieros y bancarios, como está sucediendo
actualmente.
Compartamos
los beneficios de las entidades bancarias y financieras, así como los inmensos
beneficios de las empresas farmacéuticas, que deberían velar por el bien de
toda la humanidad y por la cura de todas las enfermedades, en lugar de buscar
obsesivamente un lucro económico por ello.
Si
todos compartiéramos, para beneficio de toda la humanidad, la gestión de todos
los recursos planetarios para impedir que cayeran en manos de entidades
privadas donde solo prima la ambición y la codicia sin freno, el mundo sería un
lugar mucho mejor, ¿no?
La
propiedad privada de los recursos petrolíferos, por poner un ejemplo
paradigmático, ha sido causa de innumerables guerras, millones de muertes y
catástrofes medioambientales.
¿Como sería el mundo si cada vez que se
descubriera un yacimiento de petróleo, en las noticias nos dijeran: “se
ha descubierto una nueva bolsa de petróleo para beneficio de todos los
habitantes del planeta por igual”? Sería fantástico y el mundo
cambiaría de verdad.
Así sí salvaríamos realmente el planeta: compartiendo
lo que realmente es de todos.
Pero
eso no sucederá nunca…¿y sabeis por qué?
Porque nosotros, la población, los pobres, nos
hemos autoconvencido de que cambiar el planeta consiste en compartir una
pelota, un sillón o unos bongos. Y al hacerlo, nos miramos satisfechos al
espejo y nos decimos “estoy cambiando
las cosas” y
miramos con superioridad moral a los que “aún no han llegado a nuestro elevado nivel de
conciencia”.
Alguna
gente ha decidido creer que estas pequeñas menudencias tienen el potencial de
cambiar la historia y que compartiendo el paraguas con el vecino, provocará un
milagroso efecto dominó que llevará a las élites a renunciar voluntariamente al
control de los recursos naturales, que son los que realmente determinan quién
tiene el poder.
Resulta
muy fácil convencerse a uno mismo de que con eso hay suficiente, porque así nos
ahorramos el duro trago de tener que enfrentarnos con esa panda de psicópatas y
criminales que no tiene ningún reparo en acumular armamento suficiente como
para destruir el planeta 20 veces.
Eso
sería demasiado peligroso, demasiado duro y posiblemente, demasiado violento.
Por
lo tanto, mejor nos dejamos hipnotizar por la cantinela de que “cambiaremos el
planeta con pequeñas acciones”, que es mucho más confortable y seguro.
“Hoy no uso la bici, se la dejaré a alguien
que la necesite”
¡Menuda revolución! ¡Tiemblan los cimientos
del sistema!
La
realidad es que seguimos comportándonos como animales de granja, encerrados en
un corral.
Hasta
ahora, nuestro amo nos arrojaba la comida a espuertas, partiéndose de risa
mientras nos observaba, peleándonos los unos con los otros por conseguir el
mejor bocado.
Pero ahora resulta que ya no hay tanta comida
y nuestro querido amo nos ha dicho: “apretaos
el cinturón, sed solidarios los unos con los otros y compartid las migajas como
buenos hermanos, que así construiréis un mundo mejor”.
Y nos miramos los unos a los otros, con ese
insufrible tono de superioridad moral y esa profunda estulticia iluminando
nuestra mirada, mientras repetimos como loros “si es que no podíamos seguir así, comíamos
demasiado”
Esto
es lo que estamos empezando a hacer, obedientes, como siempre: nos unimos todos
para compartir las migajas, en lugar de unir nuestras fuerzas para echar abajo
la puerta del corral y salir al campo abierto; ese campo inmenso que de hecho
nos “pertenece”.
¿Cómo
se puede ser tan sumiso y tan estúpido?
¿De
verdad alguien cree que cambiará el mundo solo compartiendo tambores, balones o
libros, haciendo sentadas pacifistas y abrazándonos todos con una sonrisilla
idiotizada en el rostro?
¿Con
quién creemos que estamos tratando? ¿Con Winnie the Pooh?
Y ante todo, ¿qué diferencia real hay entre el
antiguo “zombi consumidor” y el nuevo “zombi
compartidor”?
GAZZETTA
DEL APOCALIPSIS
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