2.7.15

Estas iniciativas no sirven de nada y son una completa estupidez, si no se lucha con uñas y dientes por lo que realmente importa

EL MUNDO DE LOS ZOMBIS ALTERNATIVOS


Hay muchas formas de conformismo y obediencia, muchas veces ocultas bajo una máscara de rebeldía o activismo alternativo.

Todos tenemos una tendencia a abrazarnos al discurso superficial que acompaña a cualquier iniciativa, siempre y cuando venga adornada por un bonito mensaje al que nos podamos adherir; y al hacerlo, ni tan solo nos llegamos a preguntar qué puede esconderse detrás de ello ni qué implicaciones puede tener.

Con esta actitud, en el fondo conformista e insustancial, lo único que conseguimos es pervertir lo que podrían ser iniciativas potencialmente transformadoras de la realidad, convirtiéndolas en meras anécdotas sin esencia.
Hace poco, hemos leído un artículo sobre una tienda recién abierta en el Reino Unido, parecida a múltiples iniciativas similares que se están tomando actualmente por todo el mundo. A continuación transcribimos el contenido del artículo…


Una tienda recién abierta en el Reino Unido, llamada SHARE (compartir), nos presenta una iniciativa curiosa y muy positiva.
Esta tienda tiene como objetivo transformar el futuro de la venta al por menor, basándose en el alquiler de artículos y en la responsabilidad sobre las cosas que usamos.

En este “centro de alquiler”, los artículos son prestados en vez de vendidos y cada vez que alquilamos un artículo para usarlo durante un tiempo, recibimos un historial personalizado con la historia de su anterior propietario. Sus fundadores creen que esto alimenta la confianza y el respeto, a la vez que proporciona un servicio práctico.
La tienda también tiene como objetivo reducir los residuos, ahorrar dinero a los clientes y formar a los jóvenes con habilidades prácticas a través de talleres y eventos sociales.
Se pide a la gente que done o preste artículos de calidad útiles, que posteriormente la tienda presta a los demás clientes durante varios días. Tan sólo se cobra una tarifa nominal al pedir prestado algún artículo, de entre 1 y 4 libras esterlinas (entre 1,4 y 5,6 euros).
Todos los artículos se muestran con la historia del objeto y una foto de la persona que lo donó, para animar a la gente a forjar conexiones y compartir experiencias.
La tienda abrió sus puertas esta pasada primavera después de que a ocho jóvenes desempleados se les dieran tan sólo dos meses para su creación y puesta en funcionamiento.
Una de las personas que participan, Maija Helena Powell, de 21 años, dijo:
“Trabajar en este proyecto ha sido una gran revelación para mí. No puedo pensar en cualquier otro lugar donde pudiera tener la oportunidad de crear un negocio sostenible a partir de cero y participar en cada paso del proceso. Ha cambiado realmente mi forma de pensar en el trabajo, ya que parece posible ganarse la vida al mismo tiempo que se hace algo bueno para la sociedad”

El ayuntamiento de la población de Frome, donde está ubicada la tienda, proporcionó fondos para su puesta en marcha y se espera que la tienda va a convertirse en una empresa totalmente autosuficiente dentro de los próximos seis meses.
“Ayudar a la población a compartir recursos no sólo ahorra dinero sino que reduce los residuos y el consumo de carbono también”, afirma una funcionaria del ayuntamiento.

“De promedio, en las casas usamos un taladro eléctrico durante tan sólo 15 minutos de su tiempo total de vida y es innecesario comprarlo para darle un uso tan restringido. Con iniciativas como estas, seremos capaces de acceder a los elementos que necesitamos, desde herramientas para la cocina a equipamiento de camping, sin los gastos, molestias y necesidades de almacenamiento que tenemos al comprarlos”

Un hombre, Mark, donó un conjunto de palos de golf a la tienda, acompañándolos de una interesante historia sobre cómo llegó a poseerlos. Terminó con ellos después de asistir a una conferencia en la que se les pidió a los delegados que trajeran algo de valor sentimental. Mark llevó el anillo de bodas de oro de su abuelo, pero se perdió, por lo que se llevó los palos de golf a su casa en su lugar.
Años después alguien lo contactó después de haber limpiado su casa, encontró su anillo y se lo devolvió. Fue entonces cuando Mark, al no saber quién era el verdadero dueño de los palos de golf, decidió compartirlos con el resto del mundo a través de SHARE.


Como vemos, parece ser una muy buena idea, acorde con los tiempos que corren, en los que las personas están adquiriendo una mayor conciencia sobre los males del consumismo desenfrenado y sus efectos nocivos sobre la salud del planeta.
Iniciativas como esta están floreciendo por doquier por todo el mundo y son ejemplo de hacia dónde nos encaminamos en el futuro.
Sin duda estamos ante proyectos mucho más racionales que ese consumo desaforado y enloquecido que hemos estado experimentando durante décadas y que han llevado a este planeta al borde del desastre.
Compartir con los demás aquello que no necesitamos es lo correcto, lo lógico y es una muestra de inteligencia colectiva, de convivencia y de auténtica civilización.
Por lo tanto, ideas y proyectos como éstos merecen nuestro aplauso y nuestro apoyo.
Pero como decíamos al principio del artículo, no debemos conformarnos con adherirnos a ello sin hacernos también algunas preguntas incómodas.
Abandonar la confortable superficie del mensaje más amable y estar dispuestos a enfrentarnos con sus posibles sombras ocultas.
Como indicábamos en un anterior artículo, titulado LA MODA QUE CAMBIARÁ EL MUNDO, hay mucha gente que apoya de corazón estas iniciativas porque las siente, pero también existe un interés oculto en promoverlas, justamente ahora. Es obvio que la inmensa mayoría de estas iniciativas y proyectos surgen de la necesidad de cambiar nuestra sociedad, impulsadas por personas conscientes e ilusionadas, que quieren crear un mundo mejor, más justo y más solidario.

Pero existe la posibilidad, nada desdeñable, de que aprovechando este impulso positivo, otras fuerzas ocultas estén ayudando a promover proyectos de este tipo, de forma encubierta, para convertirlos en una actitud de moda, con el objetivo de condicionar a la población a aceptar esta forma de actuar, de la misma forma que esa misma población en su momento aceptó entregarse ciegamente al consumo desenfrenado.
Y es que hay una gran diferencia entre las personas que siempre han pensado y sentido así, nadando contracorriente cuando ha sido necesario, y aquellas personas que se adhieren ahora a estas actitudes porque actuar así resulta muy “cool”, está de moda, “queda muy bien”, o porque simplemente no les queda más remedio que adaptarse a las nuevas circunstancias.
La diferencia entre unos y otros es crucial: está en el nivel de conciencia con el que han emprendido sus actos.
Unos son individuos conscientes y valerosos y los otros no son más que borregos, que ahora aceptan estas actitudes como podrían aceptar otras totalmente diferentes.
Hay una enorme diferencia entre hacer algo porque la sociedad te ha inculcado que es “lo correcto” y emprenderla porqué TÚ SIENTES que es lo correcto, con independencia de lo que piensen los demás.
Esa profundidad de conciencia y convicción con la que se emprenden acciones de este tipo, es la auténtica clave para cambiar el mundo.
En todas estas iniciativas, por más positivas que sean o parezcan, se intuye que hay una masa de gente llevada por el conformismo y la aceptación sumisa de las circunstancias, todo aderezado con una insufrible falta de rebeldía, rabia e indignación.
¿De qué sirve que la población llana se entregue a estas iniciativas y actitudes, apoyadas por personajes mediáticos bonachones, oportunamente promovidos y aparecidos, como el presidente Mújica de Uruguay o el papa Francisco, si a la vez permitimos que las élites criminales que forman el 1% de la población (y que son los que principalmente han llevado al planeta a esta situación, arrastrando a las masas inertes y semi-pensantes con ellos), sigan con sus privilegios y controlen el suministro y la explotación de los recursos naturales?
Porque ahí es donde reside la auténtica clave para cambiar el mundo y el objetivo sobre el que deberíamos focalizar todas nuestras energías.
Está muy bien que cambiemos de forma de actuar a nivel cotidiano, y que ya no compremos como locos, que abracemos un modo de vida más austero, donde la auténtica riqueza se base en compartir con los demás en lugar de acumular productos.
Pero toda esa bonhomía se convierte en supina estupidez y en borreguismo si permitimos que las mismas élites que nos han llevado hasta aquí, controlen las riquezas comunes que tienen un auténtico valor: el agua, las tierras de cultivo, los minerales, los océanos, la producción de alimentos o el suministro de energía.
¿De qué sirve compartir una licuadora, un televisor o una corbata si las esas élites que controlan las multinacionales y que sutilmente nos condicionan para que “compartamos” estas minucias entre nosotros, no tienen la más mínima intención de “compartir” los recursos planetarios realmente cruciales y que le han arrebatado a toda la humanidad?
Mucha gente nos calificará de agrios o de ver siempre el lado negativo de las cosas, pero digamos las cosas por su nombre: estas iniciativas no sirven de nada y son una completa estupidez si no se lucha con uñas y dientes por lo que realmente importa y si no se aplica justicia con toda la contundencia, contra aquellos criminales y ladrones que le han robado a toda la humanidad lo que, por naturaleza, es de todos.
Nos han hecho creer que el deterioro del planeta se debe, casi exclusivamente, a la población que “quiere poseer demasiadas cosas” y que “no clasifica adecuadamente la basura”; de la misma forma que se culpó a la propia población tras el estallido de la última crisis, acusándola de “querer vivir por encima de sus posibilidades”, por el simple hecho de querer cumplir como zombis programados, con los sueños consumistas que el propio sistema les había inculcado.
Y un discurso similar se está repitiendo, por ejemplo, con uno de los mayores peligros a los que se enfrenta la humanidad en el futuro: la proliferación de las superbacterias resistentes a los antibióticos, de la cual se ha culpado sibilinamente a la población “por abusar de la automedicación”, pasando por alto la responsabilidad de los propios médicos, que han sido los primeros en prescribir exageradamente esos antibióticos sirviendo a sus amos de las farmacéuticas; esas mismas grandes empresas farmacéuticas que han inundado el mercado agrícola y ganadero con esos antibióticos, que han terminado por contaminar la tierra y el agua, provocando la proliferación de esas bacterias cada vez más resistentes.
Es un discurso que se repite, de forma muy sutil, una y otra vez, y que en el fondo, se puede resumir como “la culpa es de los pobres, la culpa es tuya, tú eres el responsable de todos los males”.

Y sí, es cierto.
Todos tenemos una responsabilidad compartida que no debemos eludir y todos debemos contribuir en cambiar el mundo y construir un futuro mejor para nuestro planeta y para nuestros descendientes.
Pero que debamos aceptar nuestra responsabilidad y que la responsabilidad sea compartida, no significa que sea la misma para todos.
Si para crear un mundo mejor y más equilibrado debemos renunciar al consumismo excesivo, a tener nuestro propio coche, nuestra propia casa, nuestros pequeños lujos o si incluso debemos renunciar a todo tipo de propiedad privada, pues bien, hagámoslo.
Pero hagámoslo empezando por donde se tiene que empezar.
En lugar de centrar nuestros esfuerzos en la anécdota insulsa del intercambio de pequeños artículos y otras memeces por el estilo, empecemos por la eliminación de la propiedad privada sobre los recursos naturales, que son la auténtica clave para cambiar el mundo.

Acabemos con la propiedad privada sobre todos los recursos mineros: las minas de cobre, de plata, de oro y de todos los metales y minerales.
Compartamos, para el bien común de toda la humanidad, las explotaciones de diamantes, los pozos de petroleo y los de gas de todo el planeta.
Convirtamos en un bien compartido por toda la población de la tierra, las extensas plantaciones de palma de aceite para fabricar biocombustible, así como todas las grandes explotaciones agrícolas en manos de multinacionales privadas.
Compartamos, por el bien común, la gestión y los beneficios asociados a la generación y suministro de energía: las centrales nucleares, las plantas térmicas de ciclo combinado y todos los campos de energía solar y eólica.
Compartamos todos los recursos acuíferos de la tierra y no permitamos que sean acaparados impunemente por los grandes poderes financieros y bancarios, como está sucediendo actualmente.

Compartamos los beneficios de las entidades bancarias y financieras, así como los inmensos beneficios de las empresas farmacéuticas, que deberían velar por el bien de toda la humanidad y por la cura de todas las enfermedades, en lugar de buscar obsesivamente un lucro económico por ello.
Si todos compartiéramos, para beneficio de toda la humanidad, la gestión de todos los recursos planetarios para impedir que cayeran en manos de entidades privadas donde solo prima la ambición y la codicia sin freno, el mundo sería un lugar mucho mejor, ¿no?
La propiedad privada de los recursos petrolíferos, por poner un ejemplo paradigmático, ha sido causa de innumerables guerras, millones de muertes y catástrofes medioambientales.
¿Como sería el mundo si cada vez que se descubriera un yacimiento de petróleo, en las noticias nos dijeran: “se ha descubierto una nueva bolsa de petróleo para beneficio de todos los habitantes del planeta por igual”? Sería fantástico y el mundo cambiaría de verdad.

Así sí salvaríamos realmente el planeta: compartiendo lo que realmente es de todos.

Pero eso no sucederá nunca…¿y sabeis por qué?
Porque nosotros, la población, los pobres, nos hemos autoconvencido de que cambiar el planeta consiste en compartir una pelota, un sillón o unos bongos. Y al hacerlo, nos miramos satisfechos al espejo y nos decimos “estoy cambiando las cosas” y miramos con superioridad moral a los que “aún no han llegado a nuestro elevado nivel de conciencia”.

Alguna gente ha decidido creer que estas pequeñas menudencias tienen el potencial de cambiar la historia y que compartiendo el paraguas con el vecino, provocará un milagroso efecto dominó que llevará a las élites a renunciar voluntariamente al control de los recursos naturales, que son los que realmente determinan quién tiene el poder.
Resulta muy fácil convencerse a uno mismo de que con eso hay suficiente, porque así nos ahorramos el duro trago de tener que enfrentarnos con esa panda de psicópatas y criminales que no tiene ningún reparo en acumular armamento suficiente como para destruir el planeta 20 veces.
Eso sería demasiado peligroso, demasiado duro y posiblemente, demasiado violento.
Por lo tanto, mejor nos dejamos hipnotizar por la cantinela de que “cambiaremos el planeta con pequeñas acciones”, que es mucho más confortable y seguro.
“Hoy no uso la bici, se la dejaré a alguien que la necesite”

¡Menuda revolución! ¡Tiemblan los cimientos del sistema!

La realidad es que seguimos comportándonos como animales de granja, encerrados en un corral.
Hasta ahora, nuestro amo nos arrojaba la comida a espuertas, partiéndose de risa mientras nos observaba, peleándonos los unos con los otros por conseguir el mejor bocado.
Pero ahora resulta que ya no hay tanta comida y nuestro querido amo nos ha dicho: “apretaos el cinturón, sed solidarios los unos con los otros y compartid las migajas como buenos hermanos, que así construiréis un mundo mejor”.

Y nos miramos los unos a los otros, con ese insufrible tono de superioridad moral y esa profunda estulticia iluminando nuestra mirada, mientras repetimos como loros “si es que no podíamos seguir así, comíamos demasiado”

Esto es lo que estamos empezando a hacer, obedientes, como siempre: nos unimos todos para compartir las migajas, en lugar de unir nuestras fuerzas para echar abajo la puerta del corral y salir al campo abierto; ese campo inmenso que de hecho nos “pertenece”.
¿Cómo se puede ser tan sumiso y tan estúpido?
¿De verdad alguien cree que cambiará el mundo solo compartiendo tambores, balones o libros, haciendo sentadas pacifistas y abrazándonos todos con una sonrisilla idiotizada en el rostro?
¿Con quién creemos que estamos tratando? ¿Con Winnie the Pooh?
Y ante todo, ¿qué diferencia real hay entre el antiguo “zombi consumidor” y el nuevo “zombi compartidor”?

GAZZETTA DEL APOCALIPSIS

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