CATALUÑA
Y ESPAÑA - TOROS Y DRAGONES
Después de la toma de Barcelona por las tropas
franquistas en el año 1939, el bando republicano se desmoronó y ya no hubo más
batallas reseñables, la Guerra Civil española terminaría en un mes. El gobierno
se instaló en Figueres, al lado de la frontera con Francia, en la que medio millón de personas se agolpaban huyendo de la
represión que les esperaba en
manos del militar golpista.
Fue un alud de personas que sorprendió a todos y
rápidamente la frontera de La Jonquera fue cerrada. Entre ellos estaban los
milicianos del bando republicano y, sobre todo, muchos
civiles ciudadanos catalanes y del resto de España que ya llevaban tiempo
refugiados en
una Barcelona que aún resistía. Las tropas franquistas les pisaban los talones.
En Francia encontraron una fría recepción militar que nadie esperaba (eran las víctimas de un
conflicto bélico, civiles o funcionarios de un gobierno elegido
democráticamente) y la policía francesa les trató con superioridad y
menosprecio, peor que a ganado. Pero era tal la avalancha, que
las autoridades se vieron obligadas a reabrir la frontera sólo para mujeres,
niños y ancianos, aunque al final lo que atravesó la frontera fue un verdadero alud humano
descontrolado.
La tragedia estaba siendo transmitida a toda Europa por 135 periodistas contabilizados, pero eso no evitó que los refugiados fueran encerrados en campos inhabitables como el de Argelès, que no era más que una amplia playa de arena encerrada por una alambrada. Había muchos niños, enfermos, heridos, ancianos, pero Francia les encerró a la intemperie, sin barracas ni tiendas (era el mes de enero) y sin agua potable, ni letrinas, ni cocinas, ni medicamentos. Los muertos no se contabilizaban y por supuesto no había ONG en el lugar.
El gobierno francés se
tomó con mucha calma afrontar la situación esperando que, dadas las
condiciones, los refugiados se volvieran a su lugar de origen.
Al final, las mujeres y niños fueron
dispersados obligatoriamente por el interior de Francia en trenes de carga.
Los varones, muchos de ellos milicianos, permanecieron aún mucho tiempo en esos
campos en unas condiciones contrarias a todos los tratados sobre prisioneros de guerra y al
Derecho de Asilo de refugiados politicos.