EL LENGUAJE DE
LA BESTIA
La Bestia
habla. Tiene un idioma propio.
Esa
bestia, a la que llamamos Sistema, tiene una presencia cada vez menos
abstracta: ya empieza a ser un ente con unas características bien definidas y
reconocibles.
Y una de ellas es un
lenguaje propio, con unas lógicas propias y con una intencionalidad final
concreta.
Un
lenguaje que ha sido inoculado en nuestras mentes y que nos ha programado a
todos sin que nos demos ni cuenta, para que seamos partícipes directos de la
eliminación de nuestra propia identidad individual y de nuestra conversión en
meras piezas de la maquinaria.
Como
hemos dicho con anterioridad en otros artículos, el Sistema actúa como si fuera
una especie de maquinaria, que está instalada en nuestras psiques, programando
todas nuestras acciones de forma semi-inconsciente.
Es
muy difícil identificarlo correctamente, pues no tiene nombre, ni cara, ni
cuerpo, ni podemos hacernos una imagen clara de él; se refleja en todas
nuestras expresiones culturales, en lo que creemos que son nuestros anhelos y
sueños, en nuestras leyes, en nuestras creencias e ideologías.
Solo
podemos detectar su presencia poderosa y omnisciente en los resultados,
constatando que efectivamente está ahí, oculto en cada gesto y en cada uno de
nuestros actos, dirigiendo la orquesta humana desde las sombras del
inconsciente colectivo…
Pero
desde hace un tiempo, relativamente corto, ha dado un salto adelante. Ha salido
de las sombras y ha empezado a hablar con una voz propia cada vez más
reconocible.
El
suyo es un lenguaje explícito, frío y eficiente… pero también es extremadamente
sincero: nos dice, sin ambages, que no nos considera seres humanos
individuales, sino simples números, susceptibles de ser sumados, restados o
borrados en cualquier momento.
Lo
podemos percibir en la profusión de lenguaje estadístico que inunda nuestras
existencias y que nos ha convertido a todos en cifras abstractas
parametrizables.
Un
ejemplo claro de como ese lenguaje está calando en nuestras mentes y en nuestra
visión del mundo y de la realidad, lo podemos encontrar en los medios de
comunicación y más concretamente al escuchar cualquier noticiario televisivo.
LA
LENGUA DE LA BESTIA EN LA TV
Fijémonos,
por ejemplo, en lo que encontramos en un noticiario televisivo de forma
habitual.
Las
noticias vienen acompañadas de una amplia profusión de fríos datos
estadísticos, cuyo efecto principal es la uniformización, la despersonalización
y la eliminación de cualquier expresión de individualidad.
Cuando
combinamos esa deshumanización estadística con un bombardeo de imágenes
morbosas, en forma de grandes desastres, espectaculares accidentes,
explosiones, cadáveres, dolor y muerte, eso acaba teniendo un efecto devastador
sobre nuestra forma de ver el mundo, a las demás personas y a nosotros mismos.
Nos
hemos acostumbrado a ver morir a seres humanos y a convertirlos automáticamente
en datos estadísticos en nuestro cerebro, en forma de muertos o heridos y
clasificándolos según etiquetas, como si fuera la cosa más natural del mundo.
Podríamos
decir que la máquina nos está “mecanizando” a nosotros también, programando
nuestras mentes con su lógica fría y calculadora, para que seamos como ella.
Pongamos
un ejemplo: supongamos que, en un noticiario, nos muestran uno de esos vídeos
de accidentes desgraciados grabados con una cámara de vigilancia.
Nos
muestran a una persona que pasea tranquilamente por la calle con su perrito y
de repente, vemos como el animal cruza la calle de improviso, su dueño corre
tras él y lo atropella un coche. Ver una imagen como esta, puede provocarnos un
impacto emocional. No importa si esa persona es china, rusa, blanca o negra.
Nos identificaremos con ella porque está haciendo algo que podríamos hacer
nosotros y le sucede algo que también podría sucedernos a nosotros mismos o a algún
ser querido. Eso provoca que sintamos empatía hacia esa persona y que su
desgracia nos provoque un cierto grado de dolor.
¿Pero
qué sucede si yo acompaño esas imágenes con una nutrida dosis de fríos datos
estadísticos?
Supongamos
que nos muestran esas mismas imágenes, pero una voz en off nos va diciendo que
“cada año mueren 1500 personas atropelladas por distracciones en las ciudades
del país, de las cuales, un 25% fallecen” y posteriormente nos muestran vídeos
muy cortos o en multipantalla de muchos otros atropellos en diferentes países,
con los datos estadísticos comparativos de víctimas en aquellos lugares, con
números de muertos, heridos y tantos por ciento de hombres y mujeres
atropellados.
Esa
profusión de datos, acompañada de las imágenes impactantes, tiene un efecto
demoledor en nuestra forma de ver y sentir la realidad.
De
repente, ya no vemos a esa persona desconocida concreta con la que podíamos
identificarnos y que podía provocarnos empatía; esa empatía se ve
sustancialmente reducida, porque esa persona pasa a ser el reflejo visual de un
dato estadístico.
Bien,
pues este efecto de programación en nuestra mente, se repite de forma incesante
y constante, hora tras hora, día tras día, sin que seamos conscientes de ello,
como un veneno que va calando en nuestra psique gota a gota.
Esa
es la función principal de los medios de comunicación de masas: son la
herramienta de uniformización masiva más poderosa de todos los tiempos.
Son
la antena desde la que el sistema emite constantemente los paquetes de datos
que deben ser instalados en nuestros cerebros para las consiguientes
“actualizaciones diarias del software del Sistema”.
Si
los analizamos con atención descubriremos que esta programación mental propia
de una máquina, está estructurada con una serie de lógicas internas
completamente perversas, de las que nadie se da ni cuenta.
LA
MAGNITUD DE LA TRAGEDIA
El
lenguaje de programación mental que nos transmiten los noticiarios, no se
limita a reducir a las personas a simples cifras estadísticas: también las
clasifica de forma lógica según un sistema de valores implícito, y a la vez,
crea un sistema paralelo de simulación cuantitativa de empatía hacia los demás,
algo parecido a una nueva sub-rutina de programación mental basada en emociones
pre-fabricadas y parametrizables, cuyo objetivo es sustituir los posibles
rastros de empatía real, espontánea y sincera que aún alberguemos y que nos
caracteriza como individuos humanos.
Vamos
a intentar aclarar lo que acabamos de exponer.
Cada
día las noticias nos muestran a personas muriendo o sufriendo.
Pero
a todos se nos hace más que obvio que los medios cuantifican sibilinamente la
cantidad de empatía que debemos sentir hacia esas personas dependiendo de sus
características: los medios no las tratan a todas por igual.
Hay
diferentes escalafones, determinados por la raza o la proximidad étnica o
nacional. Incluso hay diferentes escalas dependiendo de las clases sociales y
las profesiones.
Por
ejemplo, en un noticiario cualquiera, de forma inadvertida y sutil, se nos transmite
la idea de que un policía o un agente de la autoridad siempre tiene más valor
que cualquier otro civil.
Cuando
las víctimas son policías, siempre se cuentan aparte del resto, como si fueran
de una clase superior. ¿Cuántas veces hemos escuchado narraciones del tipo “en
el tiroteo, se produjeron 5 víctimas mortales, 2 de las cuales eran policías?”
Es
una distinción continuada que los periodistas ya parecen hacer de forma
inconsciente.
Pero
en muchos casos, este tipo de distinciones no tienen nada de inconsciente, sino
que estamos ante una manipulación emocional premeditada de carácter político.
Recordemos
cuando en España sufríamos los atentados de ETA y moría un policía, un guardia
civil o un militar: siempre nos decían cuántos hijos tenía la víctima, con la
intención poco disimulada, de manipular nuestras emociones y generar una
respuesta empática en favor de la víctima (y por lo tanto del gobierno) y de
rechazo visceral hacia los terroristas.
Como
vemos, el lenguaje de programación mental del Sistema que nos transmiten los
noticiarios, contiene implícitamente una escala de valoración de las personas
dependiendo de su “clasificación” dentro de la sociedad.
Si en
una noticia nos dicen que mueren 4 obreros en un accidente laboral (en el caso
excepcional de que nos hablen de un muerto en accidente laboral que no lleve
uniforme y pistola), ¿alguna vez nos notifican cuántos hijos huérfanos dejan
esos trabajadores? Nunca, o casi nunca.
Y la
razón implícita de ello es que, siguiendo la lógica interna del Lenguaje del
Sistema, un obrero tiene un valor muy inferior a un policía y por lo tanto no
es necesario condicionar una respuesta empática artificial ante su
desaparición, básicamente porque el sistema tampoco obtendría ningún beneficio
al hacerlo, como sí sucede al tratar de generar empatía con alguien que
representa a la autoridad y al poder.
Esa
es la cruda realidad. Pero la perversión implícita en este lenguaje del
Sistema, va mucho más allá aún.
Este
es un razonamiento que a algunas personas les puede incomodar, pero la realidad
es que todas las catástrofes o tragedias que nos cuentan en los noticiarios,
siguen unas fórmulas implícitas que todos tenemos asumidas de forma
inconsciente.
Cualquier
tragedia es cuantificable tanto en Magnitud como en Intensidad y dispone de su
propia unidad de medida, como la tiene la distancia, el volumen, la fuerza o la
corriente eléctrica.
No
seamos hipócritas: la MAGNITUD de una tragedia se mide en Muertos. Y los
heridos, son algo parecido a los decimales.
¿Cuántas
veces hemos escuchado en las noticias algo como “el accidente provocó 21
muertos y 37 heridos”?
Eso
significa que la magnitud de la tragedia, fue de 21.37
Un
suceso con 1 muerto y 3 heridos, tiene una magnitud de 1.3 y uno con tan solo
26 heridos, una magnitud de 0.26
¿Parece
un cálculo frío e inhumano de lo que es una tragedia? Lo es. Es inhumano.
Pero
este es el lenguaje de la Bestia, el lenguaje del Sistema, que inadvertidamente
los medios de comunicación inoculan en nuestra psique.
Y
todos lo tenemos plenamente asumido de forma inconsciente: programa nuestra
mente como si fuéramos poco más que autómatas.
Pero
no solo se cuantifica inconscientemente la Magnitud de las tragedias. También
se cuantifica la Intensidad de la tragedia, es decir, la carga emocional o empatía
condicionada que debe provocar en el espectador.
Y
para cuantificar la intensidad de la tragedia, existe otra unidad de medida: el
Niñomuerto.
¿Cuántas
veces hemos escuchado en las noticias algo como “el accidente provocó 200
muertos, 75 de los cuales eran niños”?
¿Qué
nos transmite una noticia redactada de esta manera?
Pues
que la tragedia tuvo una Magnitud de 200 y una Intensidad de 75.
La
función final de la cuantificación de la Intensidad de la tragedia, midiéndola
en niños muertos, es condicionar la cantidad de empatía que el suceso debe
despertar en nosotros. Es un mecanismo que busca programar y cuantificar
nuestra respuesta emocional, convirtiéndola en algo fácilmente parametrizable,
como si fuéramos máquinas.
Puede
parecer una exposición muy dura y descarnada, pero esa es la auténtica realidad
y la podemos constatar cada día cuando encendemos la televisión, escuchamos la
radio o leemos las noticias en un diario o en Internet.
Y
puesto que todos hemos aceptado funcionar según estos parámetros de programación,
¡Dejémonos ya de tanta hipocresía y digamos las cosas por su nombre, de forma
explícita y sin tantos rodeos!
Hagámoslo
de una vez: añadamos ya estas unidades de cálculo de tragedia a las ya
múltiples unidades de medida del Sistema Internacional. Pongamos al Muerto y al
Niñomuerto al lado del Metro, el Kilogramo, el Amperio, el Newton o el Joule.
Que
no mareen más la perdiz nuestros amigos los periodistas: que lo digan con toda
naturalidad…”Última hora: se ha producido una tragedia de 200.42 Muertos de
magnitud y una intensidad de 55 Niñosmuertos”.
Porque
de hecho ya lo hacen y solo la repugnante hipocresía de nuestra sociedad y del
mundo periodístico en particular, les impide exponerlo explícitamente.
Y ya
puestos a arrancar máscaras y a aceptar sin tapujos que hemos sido programados
con el frio e insensible lenguaje de la bestia, acabemos de deducir qué otras
fórmulas se ocultan en su interior.
Hemos
hablado de las unidades de magnitud e intensidad que sirven para cuantificar
las tragedias y la respuesta emocional condicionada que deben provocar en el
espectador.
Pero
dichos cálculos se ven alterados por un conjunto de parámetros adicionales que
no podemos ignorar.
Y es
que como ya indicábamos antes, no todos los muertos cuentan igual.
Para
calcular el valor de un muerto, también se aplica algo parecido a una fórmula
matemática implícita, que incluye una serie de factores correctores.
La
cantidad de valor que tiene un muerto depende de su profesión (un político
cuenta más que un policía y un policía más que un barrendero o un camionero,
por ejemplo); su posición social (un empresario rico vale más que un obrero);
su nivel de celebridad (un jugador de fútbol famoso vale más que un maestro de
escuela), etc…
Y a
ello, debemos añadir los importantes factores correctores referentes a la raza,
la cultura o la procedencia.
En
Occidente, por ejemplo, un blanco vale por 1, un oriental vale por 0,3 y un
africano negro o un indio, valen por 0,1; un hindú, un musulmán o un budista
vale menos que un cristiano; un alemán vale más que un rumano y un
norteamericano vale mucho más que un bengalí, etc…
Además,
si la víctima habla tu idioma vale más que si lo hace en otro idioma; y
podríamos decir que el valor dado a la víctima de una tragedia, también es
inversamente proporcional a la distancia entre su lugar de origen y el tuyo.
A
ello debemos añadir un factor adicional de corrección referente a la forma en
que se han producido las víctimas. Por ejemplo, a un muerto en accidente de
avión se le otorga un valor de tragedia superior a un muerto por hambruna, a
causa del impacto visual y psicológico del suceso…y así con un largo etcétera
de condicionantes diversos.
Todos
estos elementos configuran algo parecido a una fórmula matemática que aplicamos
de forma inconsciente a cada víctima cuando en las noticias nos hablan de
cualquier tragedia o suceso.
Es
este conjunto de rutinas lógicas, instaladas inadvertidamente en nuestra mente,
las que provocan que sintamos un mayor impacto emocional por 4 muertos por un
accidente de avioneta en nuestro país, que por 5.000 muertos en Etiopía a causa
del hambre o de la guerra.
Si
habláramos solo de “magnitud nominal” de la tragedia, la tragedia de Etiopía
tendría una magnitud de 5000 respecto a la de 4 de nuestro país…pero los
factores correctores reducen enormemente el valor de la unidad de magnitud de
tragedia (el Muerto) en el caso de los etíopes, de manera que cada muerto
etíope queda reducido a apenas unas milésimas de “muerto occidental” próximo a
nuestra casa.
Sí,
es muy cruel hablar en estos términos… pero así es el lenguaje de la bestia,
instalado en nuestra mente y actualizado y reforzado, cada día, por los medios
de comunicación.
Y lo
aplicamos constantemente, como si fuera la cosa más natural y lógica del mundo.
Otra
cosa es que nos neguemos a aceptar que nuestro cerebro está programado con
estos parámetros… allá cada uno con su nivel de tolerancia a la hipocresía.
LA
NUEVA RELIGIÓN
Esta
es la cruda realidad y este es el lenguaje con el que la maquinaria del Sistema
está programando nuestra mente a nivel profundo; susurra incesantemente sus
cifras estadísticas en nuestros oídos, como un mantra que nos aturde las
emociones, hasta el punto de que ya no vemos a las demás personas como iguales
a los que amar o respetar, sino como datos sumables o restables, como puntitos
lejanos que oteamos desde una gran altura y por los que no podemos sentir nada.
Este
lenguaje, con su lógica fría y su simulación numérica y simplista de lo que es
la emoción o la empatía, tiene la capacidad de convertir lo mágico, lo
misterioso, lo inaprehensible, en una mera desviación estadística.
Por
lo visto, es el lenguaje del nuevo mundo hacia el que nos encaminamos.
Un
lenguaje científico y tecnocrático, en el que los individuos de valor
incalculable, con sus sueños y talentos únicos, son sacrificados impíamente en
los altares de la eficiencia del Sistema, para aumentar en un 0,1% algún
indicador estadístico de la gran maquinaria.
Nos
han infectado la mente con este nuevo lenguaje, con el objetivo de que nos adaptemos
sumisamente al nuevo mundo que se está gestando y para que concibamos sus
lógicas internas como algo natural e inevitable, como lo es el paso del tiempo,
la ley de la gravedad o la constante de la velocidad de la luz.
Y de
hecho, es algo que ya está sucediendo; la infección ya ha llegado a lo más
hondo de nuestra psique.
Con
la crisis, hemos visto como a gran cantidad de personas, con sus sueños, sus
anhelos y décadas de esfuerzos denodados a sus espaldas, se las ha “desechado”
como piezas inservibles, para favorecer un descenso de 100 puntos en la Prima
de Riesgo, o para aumentar en un 0,3% el crecimiento económico interanual.
¡Y la
mayoría de gente se lo ha tragado como si fuera la cosa más natural del mundo!
Por
lo visto, la inmensa mayoría de la población está dispuesta a sacrificarse en
pos de alguna cifra macroeconómica abstracta, sin tan solo preguntarse qué
representa esa cifra, si es algo real o no, ni a quien favorece realmente la
mejora de ese indicador de significado tan difuso.
Con
expresión resignada nos encaminamos nosotros mismos hacia el altar de la
oblación, siguiendo el sendero de la “responsabilidad ciudadana”, para ser
sacrificados por la gloria del Dios-Sistema.
Las
voces de los grandes sacerdotes resuenan en los altavoces mediáticos,
prometiéndonos que “nuestra sangre fertilizará los campos y aumentará el
rendimiento de las cosechas en un 10%” y conformados, nos tumbamos sobre el
altar para que nos desollen…y ya ni tan solo, en el colmo de nuestra derrota
como seres humanos, exigimos que se realice un ritual decente para nuestra
inmolación, adornado con bellos cánticos de ofrenda o danzas ceremoniales; ¡Que
va! Nos han programado hasta tal punto, que permitimos que cualquier
funcionario gris y mediocre nos abra en canal y nos despelleje con desprecio,
como si fuéramos reses en un matadero.
Y
aquellos que se atreven a rebelarse y levantan sus gritos llamando a la
rebelión, a la desobediencia, o incluso a quemar el templo, no tardan en ser
acallados por sus propios compañeros, que los acusan de violentos, de
insolidarios o de vagos improductivos que no están dispuestos a sacrificarse
por el bien común, el progreso de la humanidad, o la recuperación patria.
Son
los nuevos herejes, ahora denostados bajo el apelativo de “terroristas anti-sistema”
y no tardan en ser golpeados o incluso linchados por esas masas dispuestas a
eviscerarse por la “gran causa” del Dios-Sistema.
Imaginemos
por un momento, ¿qué habría pasado durante esta crisis, o ahora, durante la
impostada fase de recuperación, si el lenguaje de la Bestia no estuviera
instalado en nuestra mente con toda su parafernalia estadística?
La
reacción de la población habría sido muy diferente.
Si la
gente no se hubiera creído, absolutamente convencida, que su sufrimiento y sus
apuros servían para que la prima de riesgo bajara 70 puntos o las expectativas
de crecimiento pasaran del 0,9% al 1,4%, nadie habría tragado con la situación.
Los ciudadanos solo se habrían fijado en los aprietos de su día a día, solo
habrían visto a sus hijos viviendo peor que antes y eso los podría haber
llenado de una rabia incontenible de impredecibles consecuencias.
Sí,
es cierto, la rabia ha existido, se ha reflejado en las calles de alguna
manera, pero ha sido apaciguada en gran manera (entre otros factores) por la
susurrante voz de la Bestia; con su lenguaje falaz y su profusión de datos, ha
conseguido hipnotizar a las masas y desviar toda esa rabia real y tangible,
diluyéndola en un mar de datos abstractos e incomprensibles.
Ha
sido al otorgarle cifras estadísticas al sufrimiento individual, disfrazándolo
de esfuerzo colectivo, cuando la gente ha aceptado sumisamente su estado de
precariedad.
Cada
gota de sufrimiento ha sido sustituida por un “dato estadístico esperanzador”
que indicaba unos “prometedores resultados” y una “incipiente recuperación” y
la gente ha seguido recibiendo los latigazos con la cabeza gacha, pensando
“bueno, ahora toca remar fuerte, pero pronto llegaremos a puerto”, como
esclavos en una galera romana a los cuales se les comunica, tras una jornada
extenuante, que “han rendido un 0,25% mejor que el día anterior y que su navío
es un 1,2% más rápido que el resto de galeras de la flota”.
Mucha
gente dirá que ha sido el gobierno el que ha manipulado a la población,
ofreciendo todos esos datos macroeconómicos esperanzadores; pero esa solo es
una visión superficial de la situación. La realidad profunda, es que si nuestra
mente no hubiera sido programada con el lenguaje de la bestia y si no lo
hubiéramos interiorizado tanto, hasta el punto de alterar nuestra percepción de
la realidad, los gobiernos no dispondrían de ningún resorte para conducirnos
como un rebaño.
La
clave de todo, radica en la aceptación de los programas mentales.
Somos
esclavos en una galera, que pensamos:
“Hoy
me han pegado 3 latigazos, pero la media para esta galera es de 4 latigazos
diarios, ¡soy afortunado!”
“Hoy
han muerto 8 remeros por extenuación, pero en el resto de galeras mueren
10…tenemos un índice de mortalidad del 80% respecto a la media de la flota
romana, ¡qué satisfactorio!”
“Hoy
ha fallecido mi compañero de remo; es el cuarto de este mes, lo que indica un
descenso interanual en el número de compañeros fallecidos en acto de
servicio…¡Las condiciones mejoran!”
¿Dónde
está la dignidad y el amor incondicional por la propia vida y por la de los
demás?
Si
pensamos así, si sustituimos cada latigazo y cada abuso, cada muestra de
nuestra hiriente esclavitud e indignante sometimiento, por un dato estadístico
vacío de sentido, ¿quién es el principal culpable de nuestra situación? ¿El que
abusa de nosotros y lo decora con datos vacíos para sacar beneficio de nuestro
lavado de cerebro, o nosotros, que nos creemos este lenguaje y lo tenemos
interiorizado como si fuera algo real?
¿Qué
sucedería si ignoráramos toda esta acumulación de datos vacuos y nos
centráramos en el dolor del latigazo y en la injusticia de estar encadenados en
un navío, remando hasta la muerte, para beneficio de un sistema que desprecia
nuestra existencia?
A
base de calcular las condiciones estadísticas de nuestra esclavitud, hemos
acabado olvidando lo realmente esencial: que somos esclavos, que estamos
encadenados a un remo y que nos pegan latigazos para que sigamos remando.
Solo
centramos nuestra atención en contabilizar los latigazos, en lugar de focalizar
toda nuestra energía en luchar por dejar de ser unos esclavos de una vez por
todas.
¡Debería
darnos vergüenza!
La
dignidad no se puede cuantificar; no es algo negociable o relativizable. Se
tiene o no se tiene. Uno se respeta a sí mismo o no se respeta. Punto. Y lo
mismo sucede con las demás personas.
Como
ya hemos dicho otras veces, nuestro valor real es incalculable.
Pero
es algo que hemos olvidado por completo.
LOS
NUEVOS SACERDOTES
Debemos
reconocer que el Sistema es una maquinaria tremendamente eficiente a la hora de
manipularnos y reducirnos a la nada.
Ha
conseguido programar nuestras mentes, primero para que sacrificáramos nuestras
vidas por conceptos abstractos, pero con un reflejo tangible y real, como eran
las patrias, las religiones y las ideologías.
Y con
el paso del tiempo, ha dado un paso más y está consiguiendo que sacrifiquemos
nuestra existencia y nuestra dignidad por simples datos estadísticos, mucho más
abstractos y difusos, hasta el punto de que prácticamente existen solo dentro
de nuestra mente.
Podemos
decir, alto y claro, que los datos y las macrocifras estadísticas, son la nueva
representación de la divinidad.
La
imagen icónica del nuevo Dios al que debemos entregar nuestras vidas y las de
nuestros hijos si es necesario.
Ahora,
la santísima trinidad son la Eficiencia, el Rendimiento y la Sostenibilidad.
A
través de ellos se alcanza el paraíso.
Todos
hemos aceptado este nuevo modelo de divinidad; todos nos hemos subyugado
servilmente a esta entidad abstracta.
Y con
ella, aceptamos la autoridad implacable de sus máximos representantes: los
tecnócratas, los flamantes sacerdotes de la nueva religión mundial.
Ellos
son los portavoces máximos de los designios de nuestro nuevo dios: la
Máquina-Sistema, que exige continuos sacrificios de sangre para ser cada vez
más eficiente.
Los
viejos dogmas de fe de la religión han muerto para siempre: ahora la nueva
religión es la ciencia y tiene un lenguaje litúrgico propio.
Las
túnicas han caído y las sotanas se apolillan en los armarios por el desuso…pero
que nadie crea que los viejos sacerdotes han desaparecido.
Ahora
llevan batas blancas cuando pertenecen a la Sagrada Orden de los Científicos, o
visten trajes y corbatas cuando forman parte de la Santa Orden de los
Economistas; y han cambiado sus cruces y báculos por tubos de ensayo, escáneres
cerebrales y completas auditorías de las cuentas.
Sus
antiguos sermones se han convertido en sesudos estudios científicos igualmente
dogmáticos, pues son portadores de una supuesta verdad absoluta indiscutible,
respaldada por presuntos datos incontrovertibles.
Es la
religión del Nuevo Mundo.
Un
Nuevo Orden donde el destino de los individuos seguirá estando escrito de
antemano, como antaño.
Ahora
vendrá determinado por tantos por ciento y cifras solo escrutables por los
magnos sacerdotes; nuestro destino vendrá determinado por nuestra inclinación
genética, cuantificable mediante probabilidades y por condicionantes socio
económicos parametrizables mediante análisis estadísticos.
Los
nuevos sacerdotes determinarán si en base a estos datos debemos ir en una
dirección o en otra; determinarán si seremos más eficientes para el sistema
ocupando una u otra posición social; si seremos prescindibles o si debemos ser
reciclados; si iremos al cielo de la eficiencia o al infierno de la improductividad.
La nueva doctrina,
vomitada por los nuevos sacerdotes nos dice: “No sois nada. Solo sois paquetes de datos
clasificables. Y estáis al servicio del Dios-Sistema. Lo amaréis por encima de
todas la cosas y temeréis su ira cuando oséis ignorar sus designios”
¿Acaso
no son los mismos conceptos que han encadenado nuestras mentes durante
milenios, pero mucho más evolucionados y perfeccionados?
¡Es
fascinante la capacidad que tiene el Sistema para cambiar de piel y adaptarse a
las nuevas circunstancias que su propia evolución va generando!
GAZZETTA
DEL APOCALIPSIS
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