¿QUÉ ES LA LIBERTAD?
El problema de
la libertad sólo es tema de preocupación para un esclavo. ¿Quién
aspira a ser libre? El que siente que no lo es. Sólo el esclavo
aspira a ser libre. La Humanidad es una raza esclava. Creo que es
algo ya evidente. Esta condición de esclavitud originaria,
congénita, casi diría yo, de la Humanidad es lo que explica que
haya tanta apatía, que no reaccionemos, que nos quedemos en casa
viendo la televisión mientras pasa todo lo que pasa.
Ahora, se trata
de comprender que lo que realmente nos esclaviza no está afuera,
sino que son nuestras mochilas como comenté en
este otro artículo.
Rothschild no
se plantea en ningún momento si es libre o no lo es. Sin embargo,
no es verdaderamente libre. Pues estar constantemente preocupado por
controlar demuestra que, en el fondo, tiene miedo de perder el
control. Y el que tiene miedo, es presa del miedo. Luego no es
libre.
No es
casualidad si la Masonería introdujo el concepto de libertad en su
famoso y engañoso lema de Libertad,
Igualdad y Fraternidad,
pues los masones jamás se han preocupado por la verdadera libertad,
como tampoco les preocupan la verdadera igualdad, y aún menos la
verdadera fraternidad.
1. Una
organización piramidal fuertemente jerarquizada en la que cada
miembro desconoce lo que acontece en los niveles superiores, es lo
contrario de igualitaria. Por eso, que la Masonería hable de
igualdad es prueba de su soberbio cinismo, de su gusto por el engaño
y la inversión.
2. Para un
masón, la fraternidad es simplemente la lealtad a sus hermanos
masones a los que jura defender y proteger aunque sean criminales
confesos. La fraternidad de la que hablan en sus ceremonias y textos
es la suya, no la fraternidad que nos une a toda la Humanidad, tal y
como se conoce en los valores cristianos.
3. En cuanto a
la libertad de los masones, es la libertad de los cainitas para los
cuales el lema era: a
mayor transgresión, mayor libertad. La
mayoría de la sociedad ha integrado esta idea invertida cainita
como libertad. Pero esta es una falsa libertad. La transgresión no
tiene nada que ver con la libertad. Sólo el niño pequeño o el
adulto inmaduro disfruta o se cree libre cuando desobedece. Sólo el
adolescente se crece cuando se opone a la autoridad. La transgresión
es una agresión, un desafío infantil a los valores morales de la
sociedad en la que uno vive. Es un enfrentamiento contra los que nos
rodean, y, en última instancia, contra uno mismo.
REFLEXIONEMOS
Hay dos
libertades. La libertad política y la libertad personal. La
libertad afuera y la libertad adentro.
Tenemos por un
lado la libertad política, que sólo puede existir si la libertad
es colectiva. Una persona, individualmente, no puede conseguir la
libertad política colectiva. Esta libertad se alcanza con un
trabajo y un esfuerzo colectivos.
Pero hay otra
libertad por encima de la libertad política colectiva que es la
libertad personal, la libertad interior. Y ésta es la más difícil
de alcanzar, la que nos debe preocupar en cada momento de nuestra
vida.
¿Es cierto que
hacer lo que me da la gana es ser
libre?
Pero ¿qué es
"hacer lo que me da la gana"?
Lo que me da
la gana suele
ser una apetencia, un capricho y, muy a menudo, es una adicción,
una manía que disfrazamos de costumbre o gusto.
Si ser libre es
hacer lo que me apetece, y lo que me apetece es no hacer nada y
dormir todo el día o drogarme o emborracharme o jugar a la ruleta o
comprar cosas innecesarias o seducir a toda costa... no es que
"me apetezca" sino que lo hago porque no puedo dejar de
hacerlo, porque cedo al deseo, es decir porque soy adicto.
No hace falta
ser un yonqui o caerse borracho por los rincones para ser adicto.
Todos somos adictos a muchas cosas: al café, al pan, a los dulces,
al chocolate, al tabaco, al canabis, al ruido, al trabajo, a mi
pareja, al gimnasio, a la moda, a la pereza, a la cirugía
estética...
La adicción es
no poder dejar de hacer una cosa que me perjudica. La adicción
al tabaco es, tal vez, la más conocida. Uno puede disfrutar
tomando un café. Ser adicto es no poder no tomar café porque si no
me lo tomo, no me siento bien.
Muchas personas
son adictas al ruido y no pueden estar en silencio. O hablan, o
ponen la radio o la televisión. Incluso se la ponen como "ruido
de fondo" porque no la escuchan. Si hay alguien que se
pregunta si el ruido es algo perjudicial, le diré que por supuesto.
Porque sólo en el silencio podemos ponernos a la escucha de
nosotros mismos para encontrarnos, para saber qué hemos venido a
hacer a este mundo. Pero nuestra sociedad asocia la intimidad con
uno mismo y el silencio, con la tristeza y el aburrimiento. De la
misma manera que ya casi todo el mundo ha integrado que el ruido es
diversión. Y cuánto más ruido, más diversión. Y lo es, pero no
en el sentido de alegría sino en el que te distrae de lo
importante.
Uno puede
gustar de estar con su pareja. Ser adicto es sentirse mal o
que "me falta algo" si no estoy con esa persona. Muchas
personas creen que ese es el síntoma del "gran amor", de
que has encontrado a tu "media naranja". Pero no,
sólo es síntoma de ser dependientes, cuando lo que
debemos es ser dos naranjas enteras.
La mayoría de
las adicciones están normalizadas en nuestra sociedad de adictos
porque la mayoría de las industrias viven de nuestras adicciones.
Y la adicción
es lo contrario de la libertad. Todos somos víctimas de nuestras
apetencias o adicciones. Luego, si elijo la adicción, pierdo mi
libertad.
Si, como me
creo libre, voy con ropa muy ajustada, enseñando mi cuerpo
para provocar deseo en los demás, estoy apegado a la mirada ajena y
a la aprobación. Y el apego no es precisamente expresión de
libertad, puesto que mi felicidad depende de que los demás me
miren, me admiren, me quieran, me aplaudan o me valoren.
Mi libertad no
termina donde termina la de mi vecino, pues en esa situación mi
libertad está en competencia, en rivalidad con la de los demás.
No. Ser libre
es poder elegir. Es decir, poder ejercer nuestro libre
albedrío.
Poder elegir
entre hacer el Bien o hacer el Mal.
Esa es la
única verdadera libertad.
La libertad es,
pues, un instante, es fugaz, no es un estado. Es el momento en
el que puedes ejercer tu libre albedrío. A lo sumo, ese instante,
si conseguimos mantenerlo, se convierte en una predisposición.
Si eliges
"libremente" el Mal, pues ahí estás, anclado y
aprisionado en ese lugar que te daña a ti y a los demás. Eso es la
falsa libertad, la que nos venden los medios de comunicación, la
publicidad, la moda. Si elegimos algo que hace daño, es que hemos
caído en algún tipo de "pecado", como explicaba en
este otro artículo.
La libertad
verdadera no es, pues, un estado que se alcanza y en el que me puedo
instalar cómodamente, sino que es un momento en el que tomo una
decisión que me lleva al bienestar y a la felicidad. La libertad no
es un estado cómodo y placentero, por el contrario, es una
constante prueba a la que me enfrento cada vez que hago, pienso o
digo algo. Porque incluso nuestros pensamientos pueden ser libres o
adictivos.
Si eliges
libremente el Bien, alcanzas un momento de felicidad.
Y cuanto más
vivas en el Bien, mayor y más duradera será tu felicidad.
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