El
papel del feminismo
Por
otro lado, el ya mencionado feminismo ha venido a complementar a la
política de género, creando un clima de animadversión hacia el
varón y hacia el rol tradicional de la mujer en la sociedad.
Partiendo de unas proclamas de mayor igualdad y reconocimiento, el
movimiento feminista fue haciéndose exponencialmente más político
y radical hasta acabar en la situación actual en que determinadas
feministas son calificadas de “feminazis” por su intransigencia,
intolerancia y demagogia.
Así
pues, los estados han ido integrando las políticas y directrices
feministas (hasta con ministerios de “Igualdad”) con el objetivo
de poner a la mujer al mismo nivel que el hombre en todos los
órdenes, incluyendo la discriminación positiva y determinadas tasas
o porcentajes de acceso a cargos o puestos sólo por motivo de sexo.
Sin embargo, más allá de los altisonantes discursos, podemos ver
que los tiros van por otro lado. La mujer no se ha liberado de
ninguna esclavitud. Su incorporación masiva desde el siglo XX al
mercado laboral, al trabajo de 8 horas (o más) no la ha hecho más
feliz, aparte de lograr su soñada independencia económica del
hombre, y no siempre.
Pero
no olvidemos que durante siglos y en muchas culturas la mujer había
sido el pilar de la casa, cuidando de los niños y de las cuestiones
domésticas pero también realizando actividades económicas, pues la
mujer trabajadora ha existido siempre. En tiempos antiguos colaboraba
en las labores del campo o en el negocio familiar, hasta que la
revolución industrial la llevó a las fábricas, al igual que los
hombres. Por lo tanto, tan digna era la mujer “tradicional” como
la actual, cuya falsa emancipación le ha hecho creer que el dinero,
su independencia y su carrera profesional son lo más importante,
cayendo en la misma trampa que los hombres.
Y
aunque se la considere más explotada que los hombres, según el
clásico discurso feminista, los estudios rigurosos del mercado
laboral han desmotando ese mito y han mostrado que las diferencias
salariales son mínimas o inexistentes por un mismo trabajo, y que
las mayores desigualdades entre hombre y mujer se dan por el escaso
acceso de las mujeres a posiciones directivas mejor pagadas. Es obvio
que en una sociedad capitalista, si las mujeres cobraran siempre
menos (o mucho menos), los empresarios sólo contratarían mujeres,
lo que no es el caso. Dicho esto, la desigualdad de salarios (en
general) existe pero se debe a varios factores –ligados fuertemente
al fenómeno de la globalización y la precariedad– y no
principalmente por motivo de sexo. No hace falta ser muy listo para
ver que la cuestión de fondo radica en un tema de explotación y
beneficio, no de sexos.
Sea
como fuere, en las sociedades occidentales –y en casi todo el
mundo– la mujer se ha puesto al mismo nivel de explotación que el
hombre, teniendo que trabajar para traer un sueldo a casa y poder
vivir o simplemente sobrevivir con su pareja, pues hoy en día son
precisos dos sueldos para pagar una hipoteca y mantener una familia.
En la práctica, en la mayoría de los casos, la mujer sigue llevando
el peso de las labores de la casa y además tiene que trabajar fuera
de casa, lo que a veces se hace incompatible con una vida familiar o
el cuidado adecuado de los hijos. Y mientras tanto, paga sus
impuestos al poder, que se enriquece cada vez más con la
colaboración de la mujer liberada. En realidad, como señala con
acierto la activista española Prado Esteban, la situación actual no
elimina el control o la tutela sobre las mujeres; lo que antes se
supone que hacía el clásico patriarcado, ahora lo hace el estado,
con cada vez mayores poderes absolutos en todos los ámbitos de la
vida de las personas, ya sean hombres o mujeres.
Y
por cierto, vale la pena remarcar que, ante la escalada beligerante
del feminismo radical, muchas mujeres –y no precisamente
conservadoras– han perdido el miedo y se están posicionando contra
la paranoia de género y los mensajes anti-masculinos. Incluso
algunas antiguas feministas han denunciado que el movimiento ha sido
pervertido y tomado por una minoría radical con una agenda propia.
Por ejemplo, la veterana activista feminista británica Erin Pizzey,
que se había mostrado muy firme en la lucha contra el maltrato a las
mujeres, ha criticado duramente a sus compañeras, reconociendo que
ya desde los inicios del movimiento apreció un creciente control por
parte de un sector muy ideologizado y radicalizado –con una fuerte
influencia estadounidense– que ponía mucho más acento en el
marxismo y las políticas estatales que en las mujeres. Pero el
culpable de todo tenía que ser el hombre.
A
este respecto, Pizzey es extremadamente clara en su diagnóstico
sobre el discurso marcado por esas feministas: “Todo era culpa de
los hombres, del poder que los hombres tienen sobre las mujeres. Y la
segunda parte del argumento era que todas las mujeres son víctimas
de la violencia de los hombres, que se debe al patriarcado. Y eso es
una patraña. Porque sabemos, y toda la gente de este mundillo lo
sabe, que tanto el hombre como la mujer pueden ser violentos en una
relación de pareja. Y eso se ha demostrado en absolutamente todos
los estudios del mundo occidental. Todo este tiempo, 40 años, hemos
vivido una gran mentira propagada por estas feministas, que
básicamente han creado una enorme industria millonaria en todo el
mundo, y les han cerrado la puerta en las narices a los hombres.”
Hoy
en día, Pizzey ha denunciado la situación angustiosa de muchos
hombres –de la que nadie habla– y ha procurado ayudarles en la
medida de lo posible, pese a que ello le ha costado amenazas e
insultos. Entretanto, sigue buscando la equidad y la justicia para
todas las personas que lo precisen, sean hombres o mujeres. Me quedo
con estas palabras de Pizzey, que –viniendo de una persona
progresista y concienciada– podrían parecer un insulto al
pensamiento oficial actual: “La mujer ha evolucionado para
alimentar y cuidar a sus hijos y el ambiente familiar. Por eso es la
que recoge la comida, la recolectora, pero no ara los campos. Los
hombres han salido y han traído el bacon a casa, la carne de oso o
lo que sea. En un mundo ideal, una madre y un padre bajo un mismo
techo con su hijo es la mejor forma de educarlo: cuidado por los dos
progenitores. Es verdad que otras personas pueden cuidar al niño,
pero el vínculo biológico entre la madre y el padre es lo mejor que
puedes ofrecerle a tu hijo”.
La
implantación oficial de la política de género
Desde
inicios de este siglo ya hemos visto que la política de género ha
pasado a ser una cuestión de estado, con el beneplácito y el apoyo
incondicional de las Naciones Unidas y otros organismos
internacionales. Por tanto, la implantación de la política de
género en la sociedad es básicamente responsabilidad de los
estados, y no se ve afectada por el color del gobierno que pueda
haber, porque todos los partidos, ya sean conservadores o
izquierdistas, defienden prácticamente el mismo discurso público
(impuesto por la autoridad competente, desde luego). Luego tenemos
como agentes imprescindibles en el proceso la sociedad civil, las
instituciones y los medios de comunicación, públicos y privados,
para reforzar e imponer los mensajes que deben calar en la población.
Vamos a ver pues cómo funcionan estos actores principales.
Los
estados, incluyendo todos sus niveles de administraciones
descentralizadas, han ido implementado la política de género a base
de propaganda y de legislación en diversos ámbitos sociales. Así,
desde la progresiva despenalización de las relaciones o prácticas
homosexuales en la gran mayoría de países, se pasó hace unos años
a la formalización de las relaciones gay desde el punto de vista
jurídico, lo que se tradujo en la implantación del matrimonio gay,
con plenos derechos y totalmente equiparable al matrimonio entre
hombre y mujer. De hecho, en algunos países se ha ido más allá
permitiendo la adopción de niños por parte de parejas gay, e
incluso se ha flirteado con la posibilidad de “normalizar” la
pederastia. En este sentido, a efectos sociales, se ha ido
fortaleciendo la idea de que no hay un solo modelo de familia (la
“tradicional”), sino varios y que puede llamarse familia a
cualquier relación entre personas, incluso cuando sólo hay una
persona o progenitor (las familias monoparentales). A todo esto, y
basándose en la experiencia de estas adopciones, algunos psicólogos
ya han alertado de la existencia de trastornos psicológicos y
afectivos en estos niños con dos padres o dos madres, y más aún en
los casos en que se quiere homosexualizar forzosamente al niño.
Y
por supuesto, se han dictado leyes específicas para la defensa de
los derechos de los colectivos LGTBI y en contra de las citadas
fobias. En el caso de España existe legislación estatal y sobre
todo autonómica, aprobada en los últimos 10-15 años, que incide en
la especial protección de estas minorías. Por supuesto, cabría
preguntarse el porqué de tales leyes, si la legislación existente
ya preveía la defensa de los derechos de cualquier persona en razón
de su sexo (u orientación sexual), tal y como está recogido en la
propia Constitución de 1978. Pero por alguna razón que nos deberían
explicar, el colectivo LGTBI tenía que gozar de un amparo particular
ante posibles actos de discriminación. Además, estas leyes vienen a
instaurar “por imperativo legal” la nueva visión del ser humano,
que considera el factor biológico natural que une a hombre y mujer
como una mera convención social que ha de ser reemplazada por la
libre elección de género.
Educación
de género
Sin
duda alguna, donde la política de género ha puesto mucho énfasis
es en el tema de la educación. Desde hace ya unos años, y con el
mandato social de normalizar la educación sexual y afectiva de los
niños, las administraciones han impulsado una serie de medidas
educativas enfocadas a adoctrinar a los niños en la nueva concepción
del sexo, apropiándose del derecho de los padres a decidir sobre la
educación de los hijos en esta materia. Fundamentalmente, lo que
ahora se enseña es que existe la diversidad sexual –que incluye
modelos de familia alternativos– y que los niños deben ser libres
de escoger su identidad de género (en vez de aceptar “la
impuesta”). En este punto, se ha promovido cierta moda de
travestismo o transexualidad entre sexos, con actividades de todo
tipo, pero también ya hay casos de niños a los cuales se les ha
operado para cambiarles el sexo incluso cuando ni siquiera habían
llegado a la pubertad. De hecho, el movimiento gay ya ha conseguido
que la Sanidad Pública se haga cargo de los cambios de sexo de forma
gratuita, justamente para defender los derechos de esas personas.
En
suma, se aplica obligatoriamente un modelo de educación LGTBI que en
poco o nada ha de envidiar, en términos de imposición e
intransigencia, al nacional-catolicismo de la España de hace
décadas. Llegados a este punto, uno podría parecer carca o facha si
se opone a estos aires de libertad, pero ni desde el punto de vista
moral ni del científico se puede sostener este tipo de educación,
que afecta incluso a los niños más pequeños, que apenas tienen una
idea clara de lo que es la sexualidad. En este sentido, no importa lo
“progres” o conservadores que sean unos padres, o sus ideas
políticas; lo que está en juego es la manipulación del niño, al
que se le hace creer lo que no es. No hay “identidad de género”;
no es algo que se escoja intelectualmente o por capricho, y mucho
menos desde la inocencia y escasa experiencia vital de los niños. Se
nace hombre o mujer, no hay vuelta de hoja. Los niños tienen pene y
las niñas vulva, decía el eslogan de una asociación perseguida por
“ultra”, cuando es algo tan obvio, lapidario y científico que
cualquier discusión al respecto parecería fuera de lugar, si no
fuera por la confusión creada intencionadamente sobre los términos
sexo y género. Por tanto, “autodeterminarse” de género es pues
una bazofia científica e ideológica sin ningún sentido ni
justificación.
Ahora
bien, el verdadero peligro de esta situación es que el estado –con
su doctrina impuesta legalmente– se convierte en parte y juez y,
aparte de promover la ideología de la confusión sexual entre los
niños, tiene la potestad de pasar por encima de lo que piensen los
padres. En otras palabras, la administración parece saber mejor que
los padres lo que le conviene al niño, y puede ejercer una tutela
“protectora” sobre éste. Ignoro hasta qué punto se han creado
conflictos a este respecto y si se ha llegado a retirar a unos padres
la patria potestad sobre su hijo/a por este motivo. En cualquier
caso, como se recoge en este texto de la legislación autonómica de
Madrid, vemos que la administración debe velar por los derechos del
niño, a fin de respetar su autodeterminación de identidad de género
y evitar que se produzcan abusos por dicha razón:
“El
amparo de los menores en la presente Ley se producirá por mediación
de sus tutores o guardadores legales o a través de servicios
sociales de protección de los menores cuando se aprecie la
existencia de situaciones de sufrimiento e indefensión por negación
abusiva de su identidad de género.” (Art. 6.5. Ley de Identidad y
Expresión de Género, C. Madrid).
Lo
que resulta chocante en este punto es que se atribuya al niño unas
capacidades y responsabilidades impropias de su condición infantil.
Véase que la mayoría de edad se sitúa en los 18 años, en que se
admite que los jóvenes ya tienen pleno uso de razón y pueden votar.
Siendo realistas, es de suponer que los niños no puedan asimilar
correctamente el bombardeo ideológico procedente del entorno social
y educativo, y tampoco sean capaces de tomar decisiones fundadas, y
eso a pesar del “asesoramiento” de docentes, asistentes sociales,
padres o médicos. Por otro lado, estaría la situación inversa, en
que los propios progenitores, padres o madres, deciden cambiar de
sexo a su hijo/a –porque es lo mejor para él-ella– e incluso
salen en la TV para mostrarse como símbolo de la nueva libertad de
género. Pero a lo mejor al niño no le han dicho que si las cosas no
salen bien al cabo de unos años, revertir una operación de ese tipo
puede ser imposible o muy complejo.
La
socialización de las nuevas conductas
Dejando
el tema estrictamente educativo, tenemos todo el aparato social,
cultural y comunicativo que envuelve las consignas oficiales y
facilita una amplia socialización de la política de género. En
este campo destaca la inevitable y constante publicidad o propaganda
de los informativos de radio y TV, más otros muchos espacios como
documentales, series de ficción, magazines, reportajes, etc. cuyo
fin es transmitir unas conductas-tipo que los ciudadanos deben ir
interiorizando para no quedarse “fuera de juego”. Así, en
algunas series de televisión para el gran público se incide en los
nuevos roles, presentando (por ejemplo, en una famosa serie de TV3) a
una mujer que abandonaba a su pareja porque no quería renunciar a su
exitosa carrera profesional en el extranjero u otra que abortaba sin
decirle nada a su pareja –y con la extraña complicidad de su
suegra– porque no quería dejar ni siquiera una temporada su
trabajo y prestigio como chef en un gran restaurante. También se
retrataba en dicha serie a una alcaldesa de corte conservador que –a
causa de sus convicciones morales– se mostraba reticente a casar a
una pareja de lesbianas, las heroínas de la situación frente a la
intolerancia.
En
general, se quiere vender la idea de que lo gay es guay, frívolo,
divertido, creativo, natural, espontáneo, libre, etc., mientras que
las conductas tradicionales son represivas, groseras, retrógradas o
como mínimo casposas. Esto ha llevado a la creación de dos
estereotipos de hombre: el gay o el metrosexual, refinado y
sofisticado y que está muy pendiente de su aspecto. Los
metrosexuales no son homosexuales necesariamente pero sí tienden a
feminizarse en varias facetas, aunque lo más exacto sería decir que
tienden a un exagerado culto al cuerpo y a la superficialidad. El
otro estereotipo es el varón más o menos tradicional, a menudo
presentado como un patán grosero y agresivo que sólo bebe cerveza,
dice tacos o se espachurra en el sofá para ver el fútbol con los
amigotes. Por supuesto, esta polarización artificial es perversa y
no se ajusta a una realidad tremendamente plural, pero estos son los
extremos que se potencian, sobre todo al asociar tramposamente (de
nuevo jugando con el lenguaje) lo masculino a lo machista, tema que
abordaremos más adelante.
En
fin, a esta potente acción de la televisión se le une el siempre
importante peso de Internet y las redes sociales, más el cine (véase
el caso del exitoso Almodóvar) y en menor medida otras artes como el
teatro, la danza, las artes plásticas, etc. llegando incluso a las
fiestas populares. Además, la comunicación de género ha sido
especialmente diseñada y enfocada a los jóvenes y niños mediante
la música, la moda y otras formas de entretenimiento, con la
inestimable colaboración de grandes figuras públicas o estrellas
(Madonna, Lady Gaga, etc.) que difunden en sus vídeos, actuaciones o
declaraciones las conductas deseadas. Esto ha afectado no sólo a la
mente de los jóvenes, sino también a sus cuerpos, pues por ejemplo
la andrógina visión de las top-models de moda, tan delgadas y
enfermizas, ha causado un gran daño en muchas adolescentes que han
caído en la copia de ese arquetipo artificial, llevándolas a la
anorexia u otros trastornos.
Todo
ello viene a conformar un modelo de cultura e información de género,
que va calando socialmente con mensajes intelectuales y emocionales,
con la ayuda de la omnipresente corrección política, utilizada
precisamente con gran énfasis por los políticos y los periodistas.
Ya traté este punto en un artículo anterior, pero sólo a modo de
breve recordatorio, cabe señalar que este tipo de lenguaje se ha
utilizado para imponer una visión del mundo en que la mujer y los
colectivos no heterosexuales deben de ser justificados y
reivindicados frente al patriarcado. Así, se ha ido implantando un
absurdo lenguaje que inventa ofensas donde no las hay y se remite
constantemente a la duplicidad de sexo (“trabajadores y
trabajadoras”, etc.) para que las mujeres no se sientan marginadas
o reprimidas, aunque dada la diversidad actual se debería rediseñar
un neo-lenguaje para todas las opciones de género posibles.
En
España se ha extendido mucho esta corrección en la política, las
instituciones y los medios de comunicación, llegando incluso a
forzar el uso de sufijos femeninos en palabras que no tienen la
clásica terminación masculina (como lideresa, jueza, fiscala,
etc.). ¿Pero qué persona con dos dedos de frente puede dudar que
cuando alguien dice en un contexto general –por ejemplo– “los
andaluces” se refiere a los hombres y mujeres de Andalucía, y no
sólo a los hombres? El caso es que esta nueva forma de hablar ha
llegado a unos extremos impensables hace décadas, como lo sucedido
en la Universidad de Princeton, cuya dirección –en un delirante y
paranoico arrebato de corrección política– publicó recientemente
una guía de lenguaje inclusivo de género, en la cual se prohibía
el uso de la palabra man (hombre), porque podía ser potencialmente
ofensiva. Claro que, para perversión máxima del lenguaje, destaca
con mucho la llamada violencia de género, que ya dejamos para la
siguiente parte de este artículo, junto con los razonamientos y
motivaciones que giran en torno a la política de género.
Xavier
Bartlett
VISTO
EN:
http://astillasderealidad.blogspot.com.es/2018/05/lo-que-la-politica-de-genero-esconde-2.html
BUEN ANÁLISIS ...pero aún con su agudeza, no logra desligarse de los ambiguos términos o palabras que usan los nuevos tiranos dictadores que violando el orden natural y ecológico de la especie, defecando en la verdad, la lógica y la ciencia, pretenden desde su minoritario número y limitada concepción y percepción distorcionada de la realidad, quitarnos el derecho a ser lo que somos, para imponernos por la fuerza ser lo que ellos quieren que seamos, mientras se autoconvencen psicóticamente que ellos son lo que en realidad no son. Querido hermano en la verdad, Dentro de la táctica de esta escoria humana, está el lograr que tú uses los términos y palabras que ellos te imponen, con un significado doloso que ellos ya tienen impuesto y tergiversado mediante los medios de comunicación, con lo que convencen a las grandes masas de ignorantes , producto neto del mercadismo reinante. Esta masa ignorante es su gran caldo de cultivo porque esas palabras ya están entronizadas con un significado alterado y convertidas en caballos de troya.Por eso es que el gran trabajo previo que han hecho mediante los corruptos medios de comunicación, ha sido el reducir y promover la "evolución " de los idiomas como el nuestro, cada vez más degenerado por la sucia real academia, que parece no estar conciente de que al permitir la degeneración del idioma, se está generando un gigantesco abismo entre la cultura, la ciencia y filosofía clásicas, y la pseudo cultura publicitaria actual, vertida a la plebe a través de los medios de comunicación masivos con el fin de desculturizar y desorientar a los jóvenes incautos y a los imbéciles. Cuando tú usas palabras como transsexual, y casi todos los otros en vigencia sobre el tema, estás tácitamente legitimandolos, por ejemplo en esta palabra está escondido el mito de qu haya alguien cuyo sexo esté evolucionando, cuando en realidad nació ya con un código genético que permitió sus malformaciones o dimorfismo, por lo que es MENTIRA que esté en tránsito a algo, y y si se pretende referirlo a las acciones quirúrgicas reparatorias o a las abiertas transformaciones físicas por manos médicas, con mayor énfasis MIENTEN, pues son cambios físicos, y NO genéticos. No olvides que el fundamento real de toda esta basura de la diversidad de género, está edificada sobre la voluntad de unos pocos de subordinarnos a SUS concepciones sicológicas patológicas, básicamente su idea de ser lo que no son..."soy una mariposa en un cuerpo de sapo" ! Es tan amplio el tema por la amplitud del daño social que como bien dices han hecho por tantos años!...pero no debemos conceder, pues si cedemos no destruirán la vida sexual nuestra pero sí la de nuestros hijos y su derecho a expresar su sana afectividad sexual natural y espontánea.
ResponderEliminarLamentablemente el verdadero tema se esconde tras el uso de estos grupúsculos de psicópatas y obtusos por parte de los políticos al servicio del poder fáctico, con fines aún más perversos como el dividendo final del caos, que redundará en mano de obra barata, hambrientos compradores para sus supermercados, carne de cañón para sus fuerzas de control, y básicamente idiotas disponibles para ser manejados a gusto y abusar sexualmente de sus hijos.las grandes víctimas de esta basofia siempre han sido y serán los niños,
aunque esos depravados hipócritas siempre han negado ser pedófilos, bajo el idiota precepto de que la pedofilia es una actividad sólo de heterosexuales, y ellos justamente los más degenerados ...justo ellos no los son!!!