La Orden de los Pobres
Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón( Pauperes
Commilitones Christi Templique Salomonici) fue fundada entre los años
1118 y 1119 por nueve caballeros liderados por Hugo de Payns.
Esta controversial organización religioso-militar
se convirtió en una de las más poderosas del medioevo; hasta que su
maestro, Jacques de Molay fue inmolado en la hoguera, junto a los
principales líderes, en el año 1307, acusados de herejía.
Después de eso, muchos grupos reclamaron ser sus
sucesores, incluyendo a la libre masonería.
De ser los principales servidores de la Iglesia
Romana durante las cruzadas, pasó a ser disuelta por la Inquisición
y calificada de traicionera a la humanidad por los idealistas del
neo-nazismo.
Los curiosos podrán encontrar amplia información
al respecto en internet o en librerías, pero lo que aquí nos ocupa
es específicamente una frase atribuída a ellos: “Serve Non
Servivit“, Servir, No Ser Servido.
La palabra servir, (ser
apta o útil [una cosa] para el fin que se expresa o estar capacitada
[una persona] para la cosa que se expresa) , se asocia al
significado [persona] que está al servicio de algo o de
alguien, o persona que sirve a otra, en especial en las
tareas domésticas, sinónimo de sirviente.
Por tal razón, en favor del culto al ego que
priorizamos en la actualidad, el término ha sido menospreciado y
reducido de categoría.
¿Por qué, sin embargo, esta cualidad era
considerada como alta virtud en el pasado y se revalorizó en el
presente con la frase “El que no vive para servir, no sirve
para vivir“, atribuida a Teresa de Calcuta?.
Seguramente, porque depende del contexto.
En uno, donde la criatura humana se siente
limitada y menospreciada, al punto de creer que debe defender su ego
del ataque del medio ambiente, la categoría de servidor puede
ser considerada casi un insulto.
En tanto que las personas que afianzan su valor en
su esencia espiritual, consideraran el servir
como una virtud inalienable.
Porque se trata, en verdad, de servir
al Ser, al nexo interior que tenemos con el universo
viviente.
Una persona que realiza tareas domésticas, un
barrendero o basurero, el comerciante detrás del mostrador, el
empleado o ejecutivo de una empresa, el soldado u oficial y hasta el
gobernante son o debieran ser, en verdad, servidores.
¿Cómo podríamos, entonces, considerar
denigrante a una actividad que es, intrinsecamente, la base de
cualquier actividad humana?
Pues solamente porque, en el contexto actual,
priorizamos el servirnos a nosotros mismos, en
forma egoísta, antes que servir a los demás. Y esto sucede porque
perdimos de vista la idea de que somos, originalmente, seres ligados
a un único Ser Universal.
Aunque verbalicemos acerca de nuestra calidad de
espíritus increados, de nuestra fusión con el Ser o como creyentes,
afirmemos “servir a Dios”, servimos, en todo caso, sólo a
nosotros mismos o a las instituciones que nos hacen sentir que
pertenecemos a “algo”.
Luego nos escandalizamos cuando nuestros
gobernantes y sacerdotes , que son reflejo de nosotros mismos, se
sirven a si mismos o a un amo oculto y oscuro, sin asumir que la
elección la hemos hecho nosotros, no con la elección del
gobernante, sino con la de a quién servimos.
Servir al Ser Universal o
a Dios (si lo prefieres) implica reconocer
la esencia espiritual de todas las criaturas vivas, por lo que no los
sirves sentado en meditación u orando en el templo y pagando
diezmos, los sirves reconociendo al ser en todos y
convirtiéndote en servidor de ellos.
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