EL OSCURO MUNDO DE LA IDENTIDAD
Ya casi todo el mundo sabe
que nuestra identificación como personas, con nombre y apellido,
impuestos al nacer, guarda relación con el derecho mercantil, con
documentación similar a los conocimientos de embarque (bill of
lading) que se extienden para designar propiedad de la mercadería en
tránsito, incluyendo los esclavos, identificación destinada a
ponernos bajo la jurisdicción de las leyes y los juzgados; pero que
de ninguna manera define nuestra identidad como seres. Así pasamos
de SER a ESTAR, sometidos bajo una legislación similar a la que se
aplica a las corporaciones.
El objetivo predominante de la
oligarquía (gobierno de unos pocos) ha sido, desde sus comienzos,
auto-declararse propietarios de las tierras y de las personas, fauna
y flora contenidas en ellas.
En detrimento de la creencia
popular de que cada uno puede ser propietario de “su” tierra,
existe la realidad de que esas tierras pertenecen a un banco
(hipotecas) o al gobierno, dada su capacidad de expropiarlas por
falta de pago de impuestos o por simple estrategia.
Pero la realidad es que no
podemos ser dueños de la tierra y apenas somos dueños de nosotros
mismos.
Irónicamente, por añadidura,
nos hacen pagar por esa tierra que nunca nos pertenecerá, por el
agua, los alimentos que producimos y como si eso fuera poco,
simplemente por vivir.
Para mantener la vigencia de
esta situación, vemos que se han organizado una serie de
instituciones que, paradójicamente, son similares en los derechos
mercantil y civil, por no decir que son la misma cosa.
Así como el mundo de la
economía y las finanzas no existiría sin el patrón dinero, la base
de la aplicación del derecho civil y comercial es la IDENTIDAD. Por
esta razón los gobiernos (y antes que ellos, la iglesia) se esmeran
en tener su “mercadería” bien registrada y controlada. Sobre esa
base pactarán con otros gobiernos y gestionarán sus préstamos,
utilizando como “garantía” sus tierras y los habitantes de las
mismas.
A medida que la tecnología y
el mercantilismo tomaban poder sobre cada uno de los individuos que
formaban parte de su “stock”, avanzaban con métodos cada vez más
sofisticados para mantener una contabilidad clara.
Comenzó con el registro
obligatorio de los nacimientos, iniciado como ya expresé por la
iglesia, con el sencillo registro escrito en papel, hasta nuestros
días, en que se ha digitalizado a niveles extremos.
Sin embargo, no tenemos ni
idea de hasta qué punto nuestra identidad ficticia nos compromete
frente a un sistema para el cual lo importante no es que seas bueno o
malo, sino, sobre todas las cosas QUE NO SEAS ANÓNIMO. Y esto
implica que, además, de un nombre y un número (el seguro social),
tengas un archivo de condiciones de salud (seguro médico), un
registro exacto de tus actividades comerciales (cuenta bancaria y
tarjeta de crédito), un estado de tu comportamiento en el mundo
comercial (récord de crédito), otro de tu actuación legal
(registros y certificados policiales) y finalmente y para redondear
el paquete, información sobre cómo piensas, tus gustos y tus
relaciones humanas (redes sociales) y sobre cada movimiento que haces
sobre el planeta (celulares).
No sabemos si el sistema tiene
“voces de alerta” para todos y cada uno de los habitantes del
planeta, pero sí sabemos que la mayoría de nosotros está
estrechamente vigilado y las alertas surgen cuando se trasgreden
ciertos parámetros.
El 11 de
mayo de este año se estrenó, bajo el sistema on-demand (Netflix y
otros), la película británica ANON
(https://en.wikipedia.org/wiki/Anon_(film)),
que muestra la alternativa de un futuro donde el ojo humano está
ligado a toda la información por una red de proxis
que le brindan datos de cada persona y objeto que ve, el problema
central del film es la existencia de hackers cuya identidad surge
como anónima y que implantan o borran segmentos de la vida de las
personas. El sistema funciona solamente si cada individuo se mantiene
transparente y visible.
De la misma forma, el sistema,
en la realidad, se asegura de poseer no sólo la información de
identidad de cada individuo, sino un registro clasificado de su forma
de pensar, gustos y movimientos.
La mayoría de nosotros (y me
incluyo) no hemos dado importancia al hecho, debido a que
consideramos que nuestra conducta es “legal” y no tenemos nada
que ocultar, es decir, somos “chicos buenos” y nadie se va a
fijar en nosotros; aunque, por otro lado, nuestra necesidad de
reconocimiento y pertenencia nos lleva a tener actitudes agresivas y
desagradables en nuestras relaciones en las redes sociales.
El sistema en el que vivimos
no es pasivo, quiero decir que no se conforma con percibir y
registrar, sino que analiza e influencia.
Para ello utiliza su
conocimiento de nuestra conducta masiva y lo parametriza y
estratifica en “grupos de conducta”, herramienta que utiliza para
la venta de productos, inducción de creencias e ideas y manipulación
del comportamiento social.
Con sencillos elementos como
un video en YouTube o un post en Facebook o la utilización de
“influenciadores” (blogueros y programas seguidos por mucha
gente) pueden producir estados de ánimo y hasta acciones masivas de
protesta.
Estos influenciadores por lo
general adhieren a otros mayores (como es el caso de MUNDO
DESCONOCIDO un programa de YouTube que es seguido por muchos de ellos
que, luego, diseminan la información como si fuera propia), el cual,
a su vez, obtiene su data de escritores como David Ike o Zacharias
Sitchin, aprovechando que la gente lee poco o nada y necesita la
información digerida.
Resumiendo, el panorama
completo es que nosotros mismos nos encargamos de registrar a
nuestros hijos y mantener nuestra información al día para el
sistema, so pena de convertirnos en proscriptos y no poder comprar ni
un chicle.
Al final del camino, llegan la
vejez y el retiro jubilatorio (la declaración oficial de que ya no
sirves para nada) a través del cual, el sistema te mantiene manso y
con bajos recursos hasta que sobrevenga tu instante final.
Toda una vida de mierda,
inscrita, clasificada y manipulada del principio al fin.
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