ESCUELA DE CALOR 2023
La bisabuela inglesa de mi mujer era una señora elegante y
espartana, y cuando sus hijas pequeñas se quejaban de la temperatura,
contestaba impertérrita: “Nenitas, en invierno hace frío y en verano hace
calor”. Pues bien, cuando los propagandistas del cambio climático aprovechan
una simple ola de calor para repetir sus cansinas letanías catastrofistas sobre
el apocalipsis que nunca llega me entran ganas de repetirles: “Nenitas, en
invierno hace frío y en verano hace calor”
A mis lectores habituales les habrá resultado familiar este párrafo inicial. En efecto, así es como comencé mi artículo Escuela de Calor en junio del 2022 ante la habitual campaña veraniega del alarmismo climático, que hiberna como los osos para resurgir con fuerza cada verano aprovechando las olas de calor propias de la estación. Dado que dicha campaña llega todos los veranos con la puntualidad de un reloj atómico he decidido mantener el mismo título cada año.
Buenas noticias: el planeta goza de magnífica salud
El fraude del cambio climático – la mayor estafa de la
historia – necesita de un flujo constante de noticias alarmantes que creen un
estado de miedo – como en el covid – para mantener vivo el eslogan de “salvar
el planeta”. Sin embargo, el planeta goza de magnífica salud – frase que alegra
a las personas normales y enfada a los abducidos – y la llamada emergencia
climática simplemente no existe. Uno a uno, los grandes iconos del alarmismo
climático han ido demostrándose falacias propagandísticas. La población de osos
polares crece feliz, hasta el extremo de que en la secuela del 2017 de su
famoso documental Gore no hizo mención siquiera del sanguinario depredador que
había sido su estrella diez años antes.
El hielo continental de la Antártida (reservorio del 90% del
hielo del planeta con una temperatura media de -57°C), se mantiene
estable al igual que el hielo flotante que rodea el continente antártico,
protagonista habitual de la propaganda climática y que, tras su máximo de los
últimos 40 años alcanzado en 2014 es hoy similar al que había en 1966. Apuesto
a que no lo leyeron en los medios, como tampoco leyeron que los corales de la
Gran Barrera de Coral están en máximos de los últimos 37 años, que el hielo de
Groenlandia es hoy superior a la media histórica y que su ligera
disminución en la década anterior se habría debido a causas naturales. En
realidad, la lógica indica que el factor principal en las variaciones de hielo
flotante marino no son las pequeñísimas variaciones de temperatura atmosférica,
sino la temperatura del mar, afectado por las poderosas corrientes oceánicas,
horizontales y verticales.
Finalmente, el aumento del nivel de los mares continúa a su
paso de caracol tras el final de la última glaciación a un ritmo de 2-3 mm al
año (un metro cada 500 años), los incendios forestales se han reducido un 25%
en las últimas décadas y los fenómenos meteorológicos extremos (sequías,
inundaciones, huracanes, tornados) no muestran ninguna tendencia significativa.
Buenas noticias, ¿verdad?
Pero a pesar de que el planeta se encoge de hombros e
incluso disfruta del ligerísimo aumento de temperaturas (a un ritmo de
0,14°C por década desde 1979), las políticas dirigidas para
“combatir el cambio climático” sí están teniendo devastadores efectos reales y
tangibles que la población (¡por fin!) está empezando a comprender.
Efectivamente, no sólo sufre el aumento de los costes de la energía, sino que
en Europa ya no podrá siquiera elegir qué coche comprar, igual que pasaba en la
URSS.
Por último, el aumento del CO2 atmosférico,
esa fuente de vida alucinantemente demonizada, alimento por antonomasia de
árboles y plantas, está teniendo efectos claramente positivos, como el aumento
de la producción de cereales – clave para eliminar el hambre – o su
contribución al final del problema de deforestación. Así, el planeta está
significativamente más verde gracias al aumento de CO2, en una
pequeña parte gracias a la actividad humana. Loada sea.
La temperatura del planeta siempre ha variado
En realidad, la temperatura del planeta ha ido variando a lo
largo de su historia por causas puramente naturales.
¿Qué conclusiones podemos sacar? En primer lugar, que la
temperatura del planeta es extraordinariamente estable. En segundo lugar,
observamos que las pequeñas diferencias de temperatura son cíclicas, y que
estos ciclos se han producido por razones naturales mucho antes de la
industrialización del planeta. En efecto, del pico de temperatura del Período Cálido
Romano a comienzos de nuestra era pasamos a una época más fría alrededor del
500 d. C para subir de nuevo hacia el año 1.000 d. C (Período Cálido Medieval)
y volver a caer súbitamente hasta alrededor del año 1.700 d. C, en la llamada
Pequeña Edad de Hielo. Desde entonces la temperatura del planeta habría subido
de nuevo hasta cifras ligeramente superiores a la de los anteriores picos.
Evidentemente en 1700 la actividad humana no generaba CO2, que se
mantuvo estable hasta aproximadamente 1950, por lo que ¿cómo explican los
defensores del cambio climático antrópico que la temperatura del planeta
aumentara desde 1700 hasta 1950 en un mundo sin industria ni aumento del CO2?
¿Cómo explican que disminuyera de 1940 a 1975 a pesar del aumento del CO2?
Tampoco hay correlación temporal en series largas de escala geológica, y sin
correlación, ¿cómo puede haber causalidad?
Déjenme que les cuente un secreto: hoy por hoy la ciencia no
alcanza a comprender el clima, un sistema multifactorial, no lineal y caótico
“que hace imposible la predicción a largo plazo”, según reconoció el propio
IPCC en 2001. Los científicos andan a tientas en un campo complejísimo que
excede sus conocimientos, y la contaminación del dinero y la política no ha
hecho más que enturbiar aún más la ciencia atmosférica. Los mismos meteorólogos
que son incapaces de predecir el tiempo que va a hacer en mi ciudad más allá de
unos pocos días, ¿de verdad pueden predecir el clima del planeta para dentro de
100 años? ¿Qué meteorólogo predijo la sequía en España? Efectivamente, el clima
del planeta está sujeto a multitud de factores de cuya interacción los
científicos tienen una comprensión bastante pobre y que quizá jamás alcancen a
desentrañar (una afirmación blasfema para el cientificismo imperante, que da por
sentado que el hombre-científico es un dios omnisciente).
Fenómenos naturales y clima
Aunque nadie lo diría viendo los titulares de prensa, en
España este mes de julio ha sido significativamente menos caluroso que el del
año pasado. Mientras, las temperaturas máximas de las olas de calor no
registran ninguna tendencia significativa.
Como tantas veces he repetido, la meteorología local nunca
puede extrapolarse al clima del planeta, pues en Australia han vivido en estos
mismos meses de verano boreal (invierno austral) temperaturas mínimas
históricas, pero lo cierto es que en el planeta este mes de julio ha sido
extraordinariamente cálido (unas décimas de grado centígrado superiores a lo
normal). Nadie sabe muy bien por qué, pero resulta intrigante que hace meses
varios expertos previeran un aumento de temperatura en el planeta motivado por
la erupción del volcán submarino Tonga en enero del 2022.
Nunca dejará de fascinarme el efecto que los fenómenos
naturales tienen en el clima, muy superior al que provoca esa pequeña pero
pretenciosa criatura llamada hombre. Generalmente, las erupciones volcánicas
lanzan a la atmósfera ceniza y gases que enfrían el planeta, pero no en este
caso. En lo que quizá haya sido el evento climático más significativo de
nuestra era, Tonga inyectó como un gigantesco géiser megatoneladas de vapor de
agua a la atmósfera. Dado que el vapor de agua es el gas de efecto invernadero
más importante, algunos científicos advirtieron que esto podría provocar un
temporal aumento de temperaturas que nos acercaría a la “anomalía” de 1,5°C
que, según los propagandistas, sería el arbitrario punto de inflexión que
desataría el Apocalipsis. Ojalá lo alcancemos pronto, porque así podremos ver
que no ocurre absolutamente nada.
“El hombre que no piensa por sí mismo no piensa en
absoluto”, escribió el genial Oscar Wilde. El sentido común debería
sorprenderse al oír que debemos preocuparnos por una temperatura media 1,5°C
superior a la que había en la Pequeña Edad de Hielo (repito, “de hielo”) y
similar a la que había en tiempos medievales o en la Antigua Roma. El frío,
sinónimo de muerte, mata al menos diez veces más personas que el calor,
sinónimo de vida. Los ecosistemas tropicales son infinitamente más ricos que
los polares, las aves migran al sur en invierno en busca de climas más cálidos
y los europeos del norte pasan sus vacaciones en el sur buscando climas más
templados. ¿Qué prefiere la naturaleza, el calor o el frío?
Además de los volcanes, otro ejemplo de poderosos fenómenos
climáticos naturales son El Niño y La Niña, que muestran la enorme y aún
incomprendida influencia de los océanos en el clima del planeta. Con una
profundidad media de 3.500 m, los océanos están formados por una fina capa de
unos 100-200 m de aguas templadas (única con la que el ser humano entra en
contacto) y por una gran masa de aguas profundas muy frías, hasta el extremo de
que la temperatura media de los mares es de sólo 4°C. Estas dos masas
intercambian flujos constantemente, pero cuando en el Océano Pacífico el flujo
se ralentiza (por causas en gran medida desconocidas), la fina capa superficial
no se renueva y se va calentando paulatinamente, lo que produce mayor
evaporación y mayores precipitaciones y un aumento de la temperatura
atmosférica, entre otros efectos. Esto es lo que se conoce como el Niño. Cuando
el proceso se revierte y el intercambio de flujo entre ambas capas se acelera,
el efecto es inverso: la fina capa superficial se enfría más de lo debido y se
enfría la atmósfera (La Niña).
¿Quiénes se benefician del fraude climático?
Pero dejemos la ciencia, pues el cambio climático no va de
ciencia, sino de poder y dinero. Como escribía Richard Lindzen, catedrático
emérito de Física Atmosférica del MIT durante 30 años, “la supuesta crisis
climática no es una cuestión científica, a pesar de los inmensos intentos de
invocar la supuesta autoridad de la ciencia, sino una cuestión política”. En
efecto, el cambio climático es sólo un pretexto para un golpe de Estado en toda
regla perpetrado por un pequeño grupo de megalómanos que pretenden transformar
el modelo de sociedad basado en la libertad, el crecimiento poblacional y el
progreso económico en una claustrofóbica tiranía caracterizada por el
empobrecimiento masivo y la reducción coercitiva de la población, su
tradicional obsesión.
La falsedad del soviético “consenso” científico sobre el
origen antrópico del cambio climático y sus consecuencias catastróficas es ya
evidente. Hace pocas semanas, a la declaración de 1.600 científicos se ha
sumado el Premio Nobel de Física 2022 John Clauser al afirmar en una
conferencia científica que “ni hay crisis climática alguna ni el cambio
climático causa fenómenos meteorológicos extremos”, tildando al IPCC como “una
de las peores fuentes de desinformación” y al cambio climático como “pseudociencia”,
es decir, como “una corrupción de la ciencia que amenaza el bienestar de miles
de millones de personas”. No es el primer Premio Nobel en realizar
manifestaciones similares.
¿Quiénes son los grandes beneficiarios de este movimiento
reaccionario, el mayor enemigo de la Humanidad desde los totalitarismos del s.
XX? Los primeros beneficiarios son las élites misantrópicas de Davos y sus
organizaciones supranacionales tapadera, que sueñan con su diabólico Great
Reset: su siniestra utopía es nuestra peor distopía. Así, cada vez que
oigan mencionar “cambio climático” piensen en Davos, el verdadero autor
intelectual de la estafa.
Otro gran beneficiario es el gigantesco negocio de las
energías renovables intermitentes, ineficientes y creadas a la sombra de subvenciones
e imposiciones políticas (500.000 millones de dólares invertidos sólo en 2022,
pero ya saben, sólo el dinero del petróleo compra voluntades). También se
benefician del timo los insaciables Estados occidentales, encantados de tener
una excusa para crear nuevos impuestos (“verdes”), y desde el punto de vista
geopolítico, China, el gran ganador del “cambio climático”, pues controla el
negocio global de vehículos eléctricos y observa con satisfacción el suicidio
de Occidente mientras sigue construyendo plantas de carbón.
Finalmente, y sin perjuicio de aquellos genuinamente
convencidos por el alarmismo climático y que actúan de buena fe, podríamos
mencionar el sinnúmero de activistas con pasaporte “científico”, que han
encontrado en la repetición de las letanías catastrofistas una nueva forma de
expresión de sus ideas políticas anticapitalistas y, sobre todo, un filón que
les da mucho más dinero y notoriedad que dar clases en un aula o publicar
artículos en alguna oscura revista.
¿Y quiénes son los grandes perjudicados? Usted y yo, querido
lector, los ciudadanos europeos a quienes nuestros políticos nacionales y la
inepta burocracia de la UE nos hunden a plomo al abismo de la servidumbre y la
pobreza.
Fernando del Pino Calvo-Sotelo
Ni con alabanza ni con miedo, sino solo con
la verdad.
https://www.fpcs.es/escuela-de-calor-2023/
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