MANIPULACIÓN POR CAOS INFORMATIVO (2ª parte)
Como decíamos en la primera parte del
artículo, la sobreabundancia de información en la sociedad actual
nos sumerge en un estado de caos informativo que se ha convertido en una
eficiente herramienta de manipulación social.
En la primera parte del
artículo hablábamos de la necesidad de comprender que en el mundo de la
información actual no existen ya ni las “izquierdas” ni las “derechas” y que
todos estamos inmersos en un caos informativo e ideológico que no permite
posicionarse en el espectro ideológico siguiendo los parámetros tradicionales.
También destacábamos que
nadie en su sano juicio puede creer que ninguno de los bandos en conflicto (en
cualquiera de los múltiples conflictos que hay en todo el mundo), es el
portador de la “verdad
absoluta”, pues en esta guerra informativa global, todos los bandos mienten
y manipulan sistemáticamente, y que en todo caso, cuando alguien revela
“verdades” sobre el bando “enemigo”, lo hace por puro interés.
Así pues,
concluimos que la mejor manera de abordar este caos informativo, era tratar de
tomar una posición lo más neutral posible ante todos los conflictos y tratar de
no tomar partido por nadie.
Sin embargo,
no debemos engañarnos: por más neutrales que nos mantengamos y por más
analíticos que seamos con el sesgo ideológico de la información recibida, el
problema principal sigue sin poder resolverse.
Y es que el problema
es mucho más complejo que todo eso…
Dos mecanismos que
utilizan la información para convertirnos en esclavos
Para
comprender la magnitud del problema al que nos enfrentamos como individuos en
la actual sociedad sobreinformada, debemos tomar conciencia que sobre nosotros
actúan dos mecanismos diferentes, que combinados se convierten en una “pinza
mortal” para nuestras mentes.
El primero
surge de una necesidad psicológica que todos llevamos en nuestro interior y el
segundo procede de la configuración del entorno informativo en el que estamos
inmersos.
1 - La necesidad de
una verdad de referencia
Por más libre pensantes e
independientes que queramos ser, nuestra mente alberga una tendencia muy
difícil de contrarrestar y que podríamos definir como una “incapacidad para convivir con
la incertidumbre y la duda”; una incapacidad que siempre
desemboca en la necesidad de abrazar verdades incontestables que actúen como
puntos de referencia fijos e inviolables.
Todo el mundo tiende por
naturaleza a buscar una creencia, una ideología o una doctrina que pueda
abrazar y que se convierta en un punto de referencia inalterable para
interpretar la realidad; y es que cuando abrazamos una creencia, una ideología,
o una doctrina, lo que realmente estamos haciendo es instalar en nuestra mente
un “software
psicológico” que reprograma nuestra percepción de la
realidad y nos garantiza unos puntos de referencia pre-fijados y pre-diseñados
para navegar por la vida con la comodidad de no tener que analizar por nosotros
mismos y según nuestro propio criterio mutable y cambiante, cada una de las
situaciones que se nos presentan.
Aceptamos la instalación de
esta programación mental en nuestra cabeza para que sea ella la que decida,
según valores prefijados, lo que está “bien” o lo que está “mal”, cuáles son los “buenos” de la película y cuáles los “malos”, cuáles son los “aliados” y cuales los “enemigos”.
La mayoría de
gente cree que es ella misma la que está juzgando su entorno, siguiendo las
creencias o valores que ha abrazado…cuando en realidad, el que juzga el entorno
es el programa ideológico instalado en su mente, que utiliza como instrumento a
la propia persona para manifestarse en el entorno físico.
Si usted, por
ejemplo, “es” un comunista convencido y actúa sobre su entorno social “como un
comunista”, NO es usted el que toma la decisión de actuar “como un comunista”,
sino que es el programa mental llamado “comunismo” instalado en su cabeza el
que le utiliza a usted para actuar sobre el entorno social.
Y podemos sustituir el
término “comunista” por cualquier otra etiqueta que se nos ocurra: socialista,
fascista, conservador, católico, protestante, chiíta, sunnita, feminista, culé,
merengue, hipster, punk, anti-sistema, etc…
Esta es una
idea que a mucha gente quizás le cueste de comprender, pero es así y si no
empezamos a tomar concienca de esta extrañísima realidad, no conseguiremos
jamás liberarnos de nuestras cadenas.
Existen mil y
un programas mentales que nos permiten integrarnos en grupos afines de personas
programadas con la misma creencia, ideología o doctrina que nosotros y con ello
satisfacemos nuestra necesidad de vivir en sociedad y formar parte de un grupo.
Todos estos
mecanismos de programación mental para interpretar nuestro entorno que todos
más o menos abrazamos, provienen de nuestra incapacidad existencial para
convivir con la incertidumbre y la duda constantes.
Lo peor del asunto es que,
por regla general, estos mecanismos de programación social, vienen acompañados
del concepto dañino de “líder”
o “ídolo”, al que debemos seguir como un
rebaño para formar parte del grupo y que tanto daño ha hecho a lo largo de la
historia.
Es algo que vemos
constantemente a nuestro alrededor: para la mayoría de gente, lo más fácil es
esperar a la llegada de un “mesías” o un “líder” que les traiga la “verdad” en bandeja de plata; todos buscamos alguien en quien confiar
ciegamente, para no tener que afrontar la durísima tarea de cuestionarlo todo a
cada momento, para no vernos forzados a hacernos preguntas constantemente y
para no vernos abocados a ser suspicaces con las personas que nos rodean.
De hecho, la sociedad,
siguiendo estos principios internos, nos ha educado para eso: para esperar que
la verdad “esté ahí
fuera” y que nos la ofrezca algún extraño, bajo la representación de una
autoridad política, académica, moral o ideológica a la que obedecer y seguir
ciegamente.
Todos
queremos hallar una doctrina única de referencia que contenga todas las
instrucciones que necesitamos para ser felices y que responda de una vez por todas
a todos los problemas sociales, económicos y políticos, así como a todas
aquellas cuestiones abismales y amedrantadoras que nos acechan desde que
nacemos hasta que exhalamos el último aliento.
Por esa razón la sociedad ha
configurado nuestra mente para que podamos abrazar cualquier tipo de “respuesta” que nos resulte conveniente en un momento determinado, como quien
se abraza a un salvavidas en medio del océano. Nos han programado para temer,
por encima de todo, a la duda.
Y ese miedo a la duda, a la falta
de respuestas concluyentes y definitivas a las que podamos llamar “la verdad”, es el que al final nos convierte en unos cobardes existenciales
y en esclavos y servidores de nuestras propias creencias, que son finalmente
instrumentalizadas por líderes y élites sin escrúpulos en su propio beneficio.
No hay frase más
desalentadora que escuchar a alguien decir: “¡Esto no puede ser! ¡Las cosas tienen que cambiar!
¡Necesitamos que aparezca un líder que lo cambie todo!” Escuchar a alguien expresarse en estos términos, es exasperante.
Es como
escuchar a una oveja perdida, que bala desesperada mientras espera la aparición
de un pastor que le indique el camino, en lugar de levantar la mirada hacia los
inmensos prados y montañas que se extienden ante ella y que puede explorar como
le de la gana.
Así pues, este es el primer
mecanismo que nos convierte en esclavos en la sociedad de la sobreinformación:
el principio atávico que llevamos enterrado en lo más profundo de nuestras
mentes y que genera la necesidad de creer y seguir “una verdad” fija e inmutable que nos garantice que todo “tiene
un sentido”.
Por último
podemos añadir un principio físico más básico que nos hace aún más difícil
liberarnos de este mecanismo esclavizante: la conservación de la energía. Y es que
se gasta mucha menos energía psíquica obedeciendo una doctrina pre-escrita o un
conjunto de reglamentaciones pre-establecidas, que pensando por uno mismo y
analizando y juzgando de forma crítica cada aspecto de la realidad por
separado.
2 - Saturación psicológica
por sobreinformación
El factor
interno que hemos descrito antes parece muy difícil de combatir, pero cuando lo
combinamos con el factor externo que nos aporta la sociedad actual, el efecto
sobre los individuos es devastador.
Y este factor
es el incesante bombardeo de información fragmentada que sufrimos
constantemente, especialmente desde la llegada de Internet y la eclosión de las
redes sociales.
Nuestras
mentes están sometidas a un flujo constante y totalmente inabarcable de
información; información que además muta continuamente a nuestro alrededor y
que provoca en nosotros un estado de aturdimiento vital que acaba derivando en
un estado generalizado próximo a la hipnosis, el pasotismo, la indolencia y el
conformismo ante las injusticias y los atropellos recibidos.
Ya hablamos de este fenómeno
en el artículo POR QUÉ NO ESTALLA UNA REVOLUCIÓN.
Pero el
aspecto más problemático de este bombardeo incesante de información, es la
imposibilidad de distinguir entre lo verdadero y lo falso, entre lo legítimo y
lo ilegítimo, así como distinguir la intencionalidad final de quién nos
suministra dicha información.
Para
visualizar gráficamente el efecto que este fenómeno de sobreinformación puede
tener sobre nosotros, vamos a imaginar una situación metafórica.
Imaginemos
por un momento, que todos nosotros, miles y miles de personas, estamos en medio
de una inmensa plaza y que desde el cielo llueven continuamente y sin cesar
cientos de miles de octavillas de colores repletas de lemas, avisos, proclamas,
propaganda, escritos y manifiestos; esas octavillas de papel contienen toda la
información que necesitamos para interpretar lo que sucede en el mundo, pero
tenemos un grave problema: cada vez que nos agachamos a recoger alguno de estos
papeles para leerlo, a nuestro alrededor ya han llovido 10000 más.
No solo somos
incapaces de leer el contenido de todas las octavillas, sino que además no
sabemos cuáles dicen la verdad y cuales mienten, ni tampoco conocemos qué
intención tenían los que imprimieron sus mensajes en ellas.
A base de
leer gran cantidad de estos papeles que se acumulan sin cesar por todas partes,
vamos deduciendo que podemos clasificarlos por colores, para determinar una
misma procedencia; pero también nos vamos dando cuenta de que se pueden
clasificar por su tipografía, por su idioma y si somos más metódicos, por su
contenido.
El gran
problema es que las informaciones en las octavillas de un color, contradicen
parcial o totalmente, los mensajes que nos ofrecen las octavillas de otros
colores, lo que nos lleva a confundirnos.
En medio de
este caos, además, tenemos a miles de personas que nos rodean y que
intercambian octavillas entre sí y con nosotros mismos, hablando, gritando y
discutiendo sin parar e invitándonos a leerlas mientras nos dicen:
“¡Mira que dice esta,
aquí está la verdad!”
“¡Deja de leer las
octavillas moradas, todas mienten! ¡Las buenas son las verdes!”
Mientras otros les espetan:
“¡Qué dices loco! ¿Es que no
habéis visto que las que dicen la verdad son las amarillas?”
Además, por
si todo este caos fuera poca cosa, entre la multitud creciente de octavillas,
llueven de tanto en tanto extraños ejemplares mucho más difíciles de encontrar
que ofrecen mensajes contradictorios entre sí y con la mayoría de las otras
octavillas. Algunos de estos pasquines están escritos con tipografías extrañas
y otros incluso están escritos a mano y nos advierten de que todos los demás
mensajes son falsos y de que la lluvia de papeles es una conspiracion; muchas
de esas octavillas contienen además extraños símbolos y dibujos intrigantes,
que provocan que algunos sujetos aislados, que murmuran para sí y miran de
reojo a los demás con recelo, los busquen con ahínco para reunirlos,
convencidos de que podrán desentrañar los supuestos misterios que contienen y
la verdad sobre lo que sucede en el mundo.
¿Esta imagen
no se parece mucho a la de un inmenso manicomio?
Pues bien, la “sociedad de la información” actual se parece bastante a esta locura masiva. Y llegados aquí,
la pregunta que todos más o menos nos hacemos es: ¿Qué podemos hacer para
desentrañar la verdad en una situación tan caótica como esta?
Si seguimos
con la imagen metafórica de la lluvia de octavillas en la plaza, veremos que
podemos actuar de diferentes maneras:
- Podemos
aceptar como veraces y legítimas las octavillas de un determinado color,
tipografía o idioma, aquellas que nos parezcan más fiables
- Podemos
intentar deducir la verdad leyendo el máximo de octavillas posibles y
contrastando sus mensajes, buscando la parte de verdad que contienen todas
- Podemos
renunciar a las octavillas que la mayoria de gente lee y confiar solamente en
esas octavillas extrañas con mensajes enigmáticos que van contracorriente
- Podemos
integrarnos a cualquiera de los múltiples grupos de discusión que se forman por
doquier, en los que gente diversa discute sobre el contenido de las octavillas
- Podemos
buscar a los más sabios lectores e interpretadores de octavillas y seguir sus
consejos
- Podemos
sentarnos en un rincón y tratar de abstraernos del entorno como si nada de eso
estuviera pasando
- E incluso
podemos tratar de provocar un incendio en la montaña de octavillas que van
acumulándose, para que se queme todo de una vez, con el consiguiente peligro de
que todos acabemos asfixiados o calcinados.
Así pues,
¿Cuál de estas maneras de actuar es la mejor para alcanzar la verdad? ¿Cuál
eligirías tú?
¿Te has
fijado en que a pesar de parecer muy diferentes, todas estas opciones tienen
una misma cosa en común?
Todas y cada
una de ellas son una respuesta a la lluvia incesante de octavillas, incluida la
opción de los que deciden abstraerse de su entorno; en ninguna de estas
opciones se pone en discusión la naturaleza misma de la situación.
Nadie que elija alguna de
estas posibles actitudes se pregunta: “¿De donde proceden todas estas octavillas?”
“¿Quién las arroja y por qué las arroja?” “¿Por qué tengo que creerme que en
ellas esta escrita la verdad?” “¿Para qué las necesito?”
Y sobretodo,
nadie va al fondo del asunto y se hace la pregunta más importante de todas: “¿Tiene sentido que me pase la vida en
una plaza rodeado de locos recogiendo octavillas que llueven del cielo?” “¿Qué
hago yo en esta plaza?” “¿Por dónde se sale de aquí?”
Y es que aquí
es donde está la clave del asunto: para llegar a hacerse estas preguntas y
acabar saliendo de la plaza, los individuos tienen que dejar de fijarse en las
puñeteras octavillas y centrar la atención en sí mismos…y eso es precisamente
lo que la apabullante lluvia de octavillas trata de impedir a toda costa.
Por lo tanto,
podemos deducir que lo realmente importante no es lo que digan las octavillas,
ni la posible veracidad o falsedad de su contenido, sino que todo gira
alrededor de que estemos en la plaza hipnotizados por el espectáculo.
En realidad,
poco importa quiénes sean los que arrojen estos miles de papeles y poco importa
lo que digan: lo único que parecen pretender es que todos estemos distraídos,
juntos y perfectamente controlados.
Así pues, de
nada sirve discutir sobre la veracidad o la falsedad de los pasquines rojos o
de los azules, como tampoco sirve de nada teorizar o conjeturar quién escribe
las octavillas ni qué intención final tiene cada uno de los mensajes escritos.
Ahora el
Sistema nos inunda con una incesante lluvia de papeles y mensajes para tenernos
distraídos, pero quizás en el futuro nos arrojará confetti, billetes, caramelos
o llenará el cielo de fuegos artificiales.
El Sistema
hará lo que sea con tal de distraernos y que no nos cuestionemos la posibilidad
que más le aterroriza: que dejemos de distraernos con la lluvia de papelitos,
empecemos a escucharnos a nosotros mismos y decidamos marcharnos de la plaza de
una vez por todas…
GAZZETTA DEL
APOCALIPSIS
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