18.4.16

Lo único que pretenden es que estemos distraídos, juntos y controlados.

MANIPULACIÓN POR CAOS INFORMATIVO (2ª parte)

Como decíamos en la primera parte del artículo, la sobreabundancia de información en la sociedad actual nos sumerge en un estado de caos informativo que se ha convertido en una eficiente herramienta de manipulación social.

En la primera parte del artículo hablábamos de la necesidad de comprender que en el mundo de la información actual no existen ya ni las “izquierdas” ni las “derechas” y que todos estamos inmersos en un caos informativo e ideológico que no permite posicionarse en el espectro ideológico siguiendo los parámetros tradicionales.

También destacábamos que nadie en su sano juicio puede creer que ninguno de los bandos en conflicto (en cualquiera de los múltiples conflictos que hay en todo el mundo), es el portador de la “verdad absoluta”, pues en esta guerra informativa global, todos los bandos mienten y manipulan sistemáticamente, y que en todo caso, cuando alguien revela “verdades” sobre el bando “enemigo”, lo hace por puro interés.

Así pues, concluimos que la mejor manera de abordar este caos informativo, era tratar de tomar una posición lo más neutral posible ante todos los conflictos y tratar de no tomar partido por nadie.

Sin embargo, no debemos engañarnos: por más neutrales que nos mantengamos y por más analíticos que seamos con el sesgo ideológico de la información recibida, el problema principal sigue sin poder resolverse.
Y es que el problema es mucho más complejo que todo eso…
Dos mecanismos que utilizan la información para convertirnos en esclavos

Para comprender la magnitud del problema al que nos enfrentamos como individuos en la actual sociedad sobreinformada, debemos tomar conciencia que sobre nosotros actúan dos mecanismos diferentes, que combinados se convierten en una “pinza mortal” para nuestras mentes.
El primero surge de una necesidad psicológica que todos llevamos en nuestro interior y el segundo procede de la configuración del entorno informativo en el que estamos inmersos.
1 - La necesidad de una verdad de referencia

Por más libre pensantes e independientes que queramos ser, nuestra mente alberga una tendencia muy difícil de contrarrestar y que podríamos definir como una  “incapacidad para convivir con la incertidumbre y la duda”; una incapacidad que siempre desemboca en la necesidad de abrazar verdades incontestables que actúen como puntos de referencia fijos e inviolables.

Todo el mundo tiende por naturaleza a buscar una creencia, una ideología o una doctrina que pueda abrazar y que se convierta en un punto de referencia inalterable para interpretar la realidad; y es que cuando abrazamos una creencia, una ideología, o una doctrina, lo que realmente estamos haciendo es instalar en nuestra mente un “software psicológico” que reprograma nuestra percepción de la realidad y nos garantiza unos puntos de referencia pre-fijados y pre-diseñados para navegar por la vida con la comodidad de no tener que analizar por nosotros mismos y según nuestro propio criterio mutable y cambiante, cada una de las situaciones que se nos presentan.

Aceptamos la instalación de esta programación mental en nuestra cabeza para que sea ella la que decida, según valores prefijados, lo que está “bien” o lo que está  “mal”, cuáles son los “buenos” de la película y cuáles los “malos”, cuáles son los “aliados” y cuales los “enemigos”.

La mayoría de gente cree que es ella misma la que está juzgando su entorno, siguiendo las creencias o valores que ha abrazado…cuando en realidad, el que juzga el entorno es el programa ideológico instalado en su mente, que utiliza como instrumento a la propia persona para manifestarse en el entorno físico.
Si usted, por ejemplo, “es” un comunista convencido y actúa sobre su entorno social “como un comunista”, NO es usted el que toma la decisión de actuar “como un comunista”, sino que es el programa mental llamado “comunismo” instalado en su cabeza el que le utiliza a usted para actuar sobre el entorno social.
Y podemos sustituir el término “comunista” por cualquier otra etiqueta que se nos ocurra: socialista, fascista, conservador, católico, protestante, chiíta, sunnita, feminista, culé, merengue, hipster, punk, anti-sistema, etc…

Esta es una idea que a mucha gente quizás le cueste de comprender, pero es así y si no empezamos a tomar concienca de esta extrañísima realidad, no conseguiremos jamás liberarnos de nuestras cadenas.
Existen mil y un programas mentales que nos permiten integrarnos en grupos afines de personas programadas con la misma creencia, ideología o doctrina que nosotros y con ello satisfacemos nuestra necesidad de vivir en sociedad y formar parte de un grupo.
Todos estos mecanismos de programación mental para interpretar nuestro entorno que todos más o menos abrazamos, provienen de nuestra incapacidad existencial para convivir con la incertidumbre y la duda constantes.
Lo peor del asunto es que, por regla general, estos mecanismos de programación social, vienen acompañados del concepto dañino de “líder” o “ídolo”, al que debemos seguir como un rebaño para formar parte del grupo y que tanto daño ha hecho a lo largo de la historia.

Es algo que vemos constantemente a nuestro alrededor: para la mayoría de gente, lo más fácil es esperar a la llegada de un “mesías” o un “líder” que les traiga la  “verdad” en bandeja de plata; todos buscamos alguien en quien confiar ciegamente, para no tener que afrontar la durísima tarea de cuestionarlo todo a cada momento, para no vernos forzados a hacernos preguntas constantemente y para no vernos abocados a ser suspicaces con las personas que nos rodean.

De hecho, la sociedad, siguiendo estos principios internos, nos ha educado para eso: para esperar que la verdad “esté ahí fuera” y que nos la ofrezca algún extraño, bajo la representación de una autoridad política, académica, moral o ideológica a la que obedecer y seguir ciegamente.

Todos queremos hallar una doctrina única de referencia que contenga todas las instrucciones que necesitamos para ser felices y que responda de una vez por todas a todos los problemas sociales, económicos y políticos, así como a todas aquellas cuestiones abismales y amedrantadoras que nos acechan desde que nacemos hasta que exhalamos el último aliento.
Por esa razón la sociedad ha configurado nuestra mente para que podamos abrazar cualquier tipo de “respuesta” que nos resulte conveniente en un momento determinado, como quien se abraza a un salvavidas en medio del océano. Nos han programado para temer, por encima de todo, a la duda.

Y ese miedo a la duda, a la falta de respuestas concluyentes y definitivas a las que podamos llamar “la verdad”, es el que al final nos convierte en unos cobardes existenciales y en esclavos y servidores de nuestras propias creencias, que son finalmente instrumentalizadas por líderes y élites sin escrúpulos en su propio beneficio.

No hay frase más desalentadora que escuchar a alguien decir: “¡Esto no puede ser! ¡Las cosas tienen que cambiar! ¡Necesitamos que aparezca un líder que lo cambie todo!” Escuchar a alguien expresarse en estos términos, es exasperante.

Es como escuchar a una oveja perdida, que bala desesperada mientras espera la aparición de un pastor que le indique el camino, en lugar de levantar la mirada hacia los inmensos prados y montañas que se extienden ante ella y que puede explorar como le de la gana.
Así pues, este es el primer mecanismo que nos convierte en esclavos en la sociedad de la sobreinformación: el principio atávico que llevamos enterrado en lo más profundo de nuestras mentes y que genera la necesidad de creer y seguir “una verdad” fija e inmutable que nos garantice que todo “tiene un sentido”.

Por último podemos añadir un principio físico más básico que nos hace aún más difícil liberarnos de este mecanismo esclavizante: la conservación de la energía. Y es que se gasta mucha menos energía psíquica obedeciendo una doctrina pre-escrita o un conjunto de reglamentaciones pre-establecidas, que pensando por uno mismo y analizando y juzgando de forma crítica cada aspecto de la realidad por separado.
2 - Saturación psicológica por sobreinformación

El factor interno que hemos descrito antes parece muy difícil de combatir, pero cuando lo combinamos con el factor externo que nos aporta la sociedad actual, el efecto sobre los individuos es devastador.
Y este factor es el incesante bombardeo de información fragmentada que sufrimos constantemente, especialmente desde la llegada de Internet y la eclosión de las redes sociales.
Nuestras mentes están sometidas a un flujo constante y totalmente inabarcable de información; información que además muta continuamente a nuestro alrededor y que provoca en nosotros un estado de aturdimiento vital que acaba derivando en un estado generalizado próximo a la hipnosis, el pasotismo, la indolencia y el conformismo ante las injusticias y los atropellos recibidos.
Ya hablamos de este fenómeno en el artículo POR QUÉ NO ESTALLA UNA REVOLUCIÓN.
Pero el aspecto más problemático de este bombardeo incesante de información, es la imposibilidad de distinguir entre lo verdadero y lo falso, entre lo legítimo y lo ilegítimo, así como distinguir la intencionalidad final de quién nos suministra dicha información.
Para visualizar gráficamente el efecto que este fenómeno de sobreinformación puede tener sobre nosotros, vamos a imaginar una situación metafórica.
Imaginemos por un momento, que todos nosotros, miles y miles de personas, estamos en medio de una inmensa plaza y que desde el cielo llueven continuamente y sin cesar cientos de miles de octavillas de colores repletas de lemas, avisos, proclamas, propaganda, escritos y manifiestos; esas octavillas de papel contienen toda la información que necesitamos para interpretar lo que sucede en el mundo, pero tenemos un grave problema: cada vez que nos agachamos a recoger alguno de estos papeles para leerlo, a nuestro alrededor ya han llovido 10000 más.
No solo somos incapaces de leer el contenido de todas las octavillas, sino que además no sabemos cuáles dicen la verdad y cuales mienten, ni tampoco conocemos qué intención tenían los que imprimieron sus mensajes en ellas.
A base de leer gran cantidad de estos papeles que se acumulan sin cesar por todas partes, vamos deduciendo que podemos clasificarlos por colores, para determinar una misma procedencia; pero también nos vamos dando cuenta de que se pueden clasificar por su tipografía, por su idioma y si somos más metódicos, por su contenido.
El gran problema es que las informaciones en las octavillas de un color, contradicen parcial o totalmente, los mensajes que nos ofrecen las octavillas de otros colores, lo que nos lleva a confundirnos.
En medio de este caos, además, tenemos a miles de personas que nos rodean y que intercambian octavillas entre sí y con nosotros mismos, hablando, gritando y discutiendo sin parar e invitándonos a leerlas mientras nos dicen:
“¡Mira que dice esta, aquí está la verdad!”
“¡Deja de leer las octavillas moradas, todas mienten! ¡Las buenas son las verdes!”

Mientras otros les espetan: 
“¡Qué dices loco! ¿Es que no habéis visto que las que dicen la verdad son las amarillas?”

Además, por si todo este caos fuera poca cosa, entre la multitud creciente de octavillas, llueven de tanto en tanto extraños ejemplares mucho más difíciles de encontrar que ofrecen mensajes contradictorios entre sí y con la mayoría de las otras octavillas. Algunos de estos pasquines están escritos con tipografías extrañas y otros incluso están escritos a mano y nos advierten de que todos los demás mensajes son falsos y de que la lluvia de papeles es una conspiracion; muchas de esas octavillas contienen además extraños símbolos y dibujos intrigantes, que provocan que algunos sujetos aislados, que murmuran para sí y miran de reojo a los demás con recelo, los busquen con ahínco para reunirlos, convencidos de que podrán desentrañar los supuestos misterios que contienen y la verdad sobre lo que sucede en el mundo.
¿Esta imagen no se parece mucho a la de un inmenso manicomio?
Pues bien, la “sociedad de la información” actual se parece bastante a esta locura masiva. Y llegados aquí, la pregunta que todos más o menos nos hacemos es: ¿Qué podemos hacer para desentrañar la verdad en una situación tan caótica como esta?

Si seguimos con la imagen metafórica de la lluvia de octavillas en la plaza, veremos que podemos actuar de diferentes maneras:
- Podemos aceptar como veraces y legítimas las octavillas de un determinado color, tipografía o idioma, aquellas que nos parezcan más fiables
- Podemos intentar deducir la verdad leyendo el máximo de octavillas posibles y contrastando sus mensajes, buscando la parte de verdad que contienen todas
- Podemos renunciar a las octavillas que la mayoria de gente lee y confiar solamente en esas octavillas extrañas con mensajes enigmáticos que van contracorriente
- Podemos integrarnos a cualquiera de los múltiples grupos de discusión que se forman por doquier, en los que gente diversa discute sobre el contenido de las octavillas
- Podemos buscar a los más sabios lectores e interpretadores de octavillas y seguir sus consejos
- Podemos sentarnos en un rincón y tratar de abstraernos del entorno como si nada de eso estuviera pasando
- E incluso podemos tratar de provocar un incendio en la montaña de octavillas que van acumulándose, para que se queme todo de una vez, con el consiguiente peligro de que todos acabemos asfixiados o calcinados.
Así pues, ¿Cuál de estas maneras de actuar es la mejor para alcanzar la verdad? ¿Cuál eligirías tú?
¿Te has fijado en que a pesar de parecer muy diferentes, todas estas opciones tienen una misma cosa en común?
Todas y cada una de ellas son una respuesta a la lluvia incesante de octavillas, incluida la opción de los que deciden abstraerse de su entorno; en ninguna de estas opciones se pone en discusión la naturaleza misma de la situación.
Nadie que elija alguna de estas posibles actitudes se pregunta: “¿De donde proceden todas estas octavillas?” “¿Quién las arroja y por qué las arroja?” “¿Por qué tengo que creerme que en ellas esta escrita la verdad?” “¿Para qué las necesito?”

Y sobretodo, nadie va al fondo del asunto y se hace la pregunta más importante de todas: “¿Tiene sentido que me pase la vida en una plaza rodeado de locos recogiendo octavillas que llueven del cielo?” “¿Qué hago yo en esta plaza?” “¿Por dónde se sale de aquí?”
Y es que aquí es donde está la clave del asunto: para llegar a hacerse estas preguntas y acabar saliendo de la plaza, los individuos tienen que dejar de fijarse en las puñeteras octavillas y centrar la atención en sí mismos…y eso es precisamente lo que la apabullante lluvia de octavillas trata de impedir a toda costa.
Por lo tanto, podemos deducir que lo realmente importante no es lo que digan las octavillas, ni la posible veracidad o falsedad de su contenido, sino que todo gira alrededor de que estemos en la plaza hipnotizados por el espectáculo.
En realidad, poco importa quiénes sean los que arrojen estos miles de papeles y poco importa lo que digan: lo único que parecen pretender es que todos estemos distraídos, juntos y perfectamente controlados.
Así pues, de nada sirve discutir sobre la veracidad o la falsedad de los pasquines rojos o de los azules, como tampoco sirve de nada teorizar o conjeturar quién escribe las octavillas ni qué intención final tiene cada uno de los mensajes escritos.
Ahora el Sistema nos inunda con una incesante lluvia de papeles y mensajes para tenernos distraídos, pero quizás en el futuro nos arrojará confetti, billetes, caramelos o llenará el cielo de fuegos artificiales.
El Sistema hará lo que sea con tal de distraernos y que no nos cuestionemos la posibilidad que más le aterroriza: que dejemos de distraernos con la lluvia de papelitos, empecemos a escucharnos a nosotros mismos y decidamos marcharnos de la plaza de una vez por todas…
GAZZETTA DEL APOCALIPSIS

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