¿QUÉ PODEMOS HACER PARA
DETENER LA GUERRA?
¿Cómo podemos resolver, nuestro caos político actual y la crisis del
mundo? ¿Hay algo que un individuo pueda hacer para atajar la guerra que se
avecina? La guerra es la proyección espectacular y sangrienta de nuestra vida
diaria, ¿no es así?
La guerra es una mera expresión externa de nuestro estado interno, una
amplificación de nuestra actividad diaria. Es más espectacular, más sangrienta,
más destructiva, pero es el resultado colectivo de nuestras actividades individuales.
De suerte que vosotros y yo somos responsables de la guerra, ¿y qué podemos
hacer para detenerla? Es obvio que la guerra que nos amenaza constantemente no puede ser detenida por vosotros ni por
mi porque ya está en movimiento; ya está desencadenándose, aunque todavía en el
nivel psicológico principalmente.
Como ya está en movimiento, no puede ser detenida; los puntos en litigio
son demasiados, excesivamente graves, y la suerte ya está echada. Pero vosotros
y yo, viendo que la casa está ardiendo, podemos comprender las causas de ese
incendio, alejamos de él y edificar en un nuevo lugar con materiales diferentes
que no sean combustibles, que no produzcan otras guerras. Eso es todo lo que
podemos hacer. Vosotros y yo podemos ver qué es lo que engendra las guerras, y
si nos interesa detenerlas, podemos empezar a transformamos a nosotros mismos,
que somos las causas de la guerra.
Una señora americana vino a verme hace un par de años, durante la guerra.
Me dijo que había perdido a su hijo en Italia y que tenía otro hijo de
dieciséis años al que quería salvar; de suerte que charlamos del asunto. Yo le
sugerí que para salvar a su hijo debía dejar de ser americana; debía dejar de
ser codiciosa, de acumular riquezas, de buscar el poder y la dominación, y ser
moralmente sencilla, no sólo sencilla en cuanto a vestidos, a las cosas
externas, sino sencilla en sus pensamientos y sentimientos, en su vida de
relación. Ella dijo: “Eso es demasiado. Me pide usted demasiado. Yo no puedo hacer eso, porque
las circunstancias son demasiado poderosas para que yo las altere”. Por lo
tanto, resultaba responsable de la destrucción de su hijo.
Las circunstancias pueden ser dominadas por nosotros, porque nosotros
hemos creado las circunstancias. La sociedad es el producto de la relación; de
vuestras relaciones y las mías, de todas ellas juntas. Si cambiamos en nuestra
vida de relación, la sociedad cambia. El confiar únicamente en la legislación,
en la compulsión, para la transformación externa de la sociedad mientras interiormente
seguimos siendo corrompidos, mientras en nuestro fuero íntimo continuamos en
busca del poder, de las posiciones, de la dominación, es destruir lo externo,
por muy cuidadosa y científicamente que se lo haya construido. Lo que es del
fuero íntimo se sobrepone siempre a lo externo.
¿Qué es lo que causa la guerra religiosa, política o económica? Es
evidente que la creencia, ya sea en el nacionalismo, en una ideología o en un
dogma determinado. Si en vez de creencias tuviéramos buena voluntad, amor y consideración
entre nosotros, no habría guerras. Pero se nos alimenta con creencias, ideas y
dogmas, y por lo tanto, engendramos descontento. La presente crisis, por
cierto, es de naturaleza excepcional, y nosotros, como seres humanos, o tenemos
que seguir el sendero de los conflictos constantes y continuas guerras, que son
el resultado de nuestra acción cotidiana, o de lo contrario ver las causas de
la guerra y volverles la espalda.
Lo que causa la guerra, evidentemente, es el deseo de poder, de posición,
de prestigio, de dinero, como asimismo la enfermedad llamada nacionalismo -el
culto de una bandera- y la enfermedad de la religión organizada, el culto de un
dogma. Todo eso es causa de guerra; y si vosotros como individuos pertenecéis a
cualquiera de las religiones organizadas, si sois codiciosos de poder, si sois
envidiosos, forzosamente produciréis una sociedad que acabará en la
destrucción.
Nuevamente: ello depende de vosotros y no de los dirigentes, no de los
llamados hombres de Estado, ni de ninguno de los otros. Depende de vosotros y
de mí, pero no parecemos darnos cuenta de ello. Si por una vez sintiéramos
realmente la responsabilidad de nuestros propios actos, ¡cuán pronto podríamos
poner fin a todas estas guerras, a toda esta miseria aterradora! Pero, como
veis, somos indiferentes. Comemos tres veces al día, tenemos nuestros empleos,
nuestra cuenta bancaria, grande o pequeña, y decimos: “por el amor de Dios, no
nos moleste, déjenos tranquilos”. Cuanto más alta es nuestra posición, más
deseamos seguridad, permanencia, tranquilidad, menos injerencia admitimos, y
más deseamos mantener las cosas fijas, como están; pero ellas no pueden
mantenerse como están, porque no hay nada que mantener.
Todo se desintegra. No queremos hacer frente a estas cosas, no queremos
encarar el hecho de que vosotros y yo somos responsables de las guerras.
Vosotros y yo charlamos de paz, nos reunimos en conferencias, nos sentamos en
torno a una mesa y discutimos; pero en nuestro fuero íntimo, en lo psicológico,
deseamos poder y posición, y nos mueve la codicia. Intrigamos, somos
nacionalistas; nos atan las creencias, los dogmas, por los cuales estamos
dispuestos a morir y a destruirnos unos a otros. ¿Creéis que semejantes hombres
-vosotros y yo- podemos tener paz en el mundo? Para que haya paz, debemos ser
pacíficos; vivir en paz significa no crear antagonismos.
La paz no es un ideal. Para mí un ideal es simple evasión, un modo de
eludir lo que es, una
contradicción con lo que es. Un ideal impide la acción directa sobre lo
que es. Mas para que haya paz tendremos que amar, tendremos que empezar, no a
vivir una vida ideal sino a ver las cosas como son y obrar sobre ellas, a
transformarlas. Mientras cada uno de nosotros busque seguridad psicológica, la seguridad .psicológica que necesitamos
-alimento, vestido y albergue- se ve destruida. Andamos en busca de seguridad
psicológica, que no existe; y, si podemos, la buscamos por medio del poder, de
la posición, de los títulos, de los nombres, todo lo cual destruye la seguridad
física. Esto, cuando se lo considera, resulta un hecho evidente.
Para traer paz al mundo, por lo tanto, para detener todas las guerras,
tiene que haber una revolución en el individuo, en vosotros y en mí. La
revolución económica sin esta revolución interna carece de sentido, pues el
hambre es el resultado del defectuoso ajuste de las condiciones económicas producido por nuestros estados psicológicos:
codicia, envidia, mala voluntad y espíritu de posesión. Para poner fin al
dolor, al hambre, a la guerra, es preciso que haya una revolución psicológica,
y pocos de nosotros están dispuestos a enfrentar tal cosa. Discutiremos sobre la paz, proyectaremos leyes, crearemos nuevas
ligas, las Naciones Unidas, y lo demás. Pero no lograremos la paz porque no
queremos renunciar a nuestra posición, a nuestra autoridad, a nuestros dineros,
a nuestras propiedades, a nuestra estúpida vida.
Confiar en los demás es absolutamente vano; los demás no nos traerán la
paz. Ningún dirigente, ni gobierno, ni ejército, ni patria, va a darnos la paz.
Lo que traerá la paz es la transformación interna que conducirá a la acción
externa. La transformación interna no es aislamiento; no consiste en retirarse de la acción externa. Por el
contrario, sólo puede haber acción verdadera cuando hay verdadero pensar; y no
hay pensar verdadero cuando no hay el conocimiento propio. Si no os conocéis a
vosotros mismos, no hay paz.
Para poner fin a la guerra externa, debéis empezar por poner fin a la
guerra en vosotros mismos. Algunos de vosotros moverán la cabeza y dirán “estoy
de acuerdo”, y saldrán y harán exactamente lo mismo que han estado haciendo
durante los últimos diez o veinte años. Vuestra conformidad es puramente verbal
y carece de significación, pues las miserias y las guerras del mundo no van a
ser detenidas por vuestro fortuito asentimiento. Sólo serán detenidas cuando os
deis cuenta del peligro, cuando percibáis vuestra responsabilidad, cuando no
dejéis eso en manos de otros. Si os dais cuenta del sufrimiento, si veis la urgencia de la acción inmediata y no la aplazáis, entonces os
transformaréis; y la paz vendrá tan sólo cuando vosotros mismos seáis
pacíficos, cuando vosotros mismos estéis en paz con vuestro prójimo.
Revolucion - ABRIL 7, 2016
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