¿TRABAJADORES O NEOESCLAVOS?
La conspiración del capitalismo
¿Realmente somos dueños de
nuestras vidas? ¿Hasta que punto nuestro “estado de bienestar” es una ilusión
creada a propósito para mantenernos, como sociedad, sumisos hacia las grandes
corporaciones? Lo que está a punto de leer es, posiblemente, altamente
perturbador. No obstante, veremos sin
medias tintas como puede que la famosa “abolición” de la esclavitud tuviese
unas intenciones, digamos, algo más sibilinas más allá de las que nos han hecho
creer.
¿Es usted realmente feliz? ¿Se
siente realmente libre? ¿Siente que sus derechos se cumplen? Si su
respuesta es si, le recomiendo leer este artículo, aunque advierto que pudiera
ser que sus esquemas se rompan. Si, por el contrario, su respuesta es no,
puede cotejar las diferentes circunstancias para poder comprobar si encaja
en el perfil de la nueva humanidad, al cual realmente pertenecemos.
¿Sabían ustedes cuanto costaba un esclavo en un mercado, por ejemplo, de
Nueva Orleans? En el S. XIX, último periodo de la esclavitud en el sur de
Estados Unidos, el precio de un esclavo estaba en torno a la friolera
de 190.000 dólares, cifra calculada tras un estudio de la tabla de
actualización monetaria, más fiel por la proximidad de aquella época. No
obstante, si lo aplicamos, por ejemplo, al periodo del Imperio Romano, no
podríamos calcular exactamente cuanto costaría, y tan solo podríamos realizar
un cálculo en virtud del coste de vida, específicamente de productos básicos de
la época: alimentos y vestuario.
Así, teniendo en cuenta que un
esclavo tenía un coste en el Imperio de 1.500 denarios más o menos, y que un
denario, según los círculos que se consulten, tiene un valor medio de 85
€, nos sale un coste de compra de 127.000 € por esclavo.
Debemos dejar claro un punto
importante: Los esclavos romanos eran, en su gran mayoría, prisioneros
de guerra y su fin era, mayoritariamente, el servilismo. Por el
contrario, el esclavo americano, digamos, el históricamente más
reciente que se reconoce oficialmente, era destinado a producir.
Y ahí, en este último dato,
está el meollo de la cuestión: ¿Era rentable tener un esclavo?
Primeramente, conviene
recordar que uno de los puntos clave de la Revolución Industrial era,
precisamente, el avance tecnológico que,
inevitablemente, haría que la esclavitud, a la larga, tuviese cada vez
menos sentido.
En consecuencia, la vieja
Europa, donde existían salarios, se encontraba con una tesitura algo
comprometida: La tecnología, efectivamente, había mejorado las
condiciones laborales y se hacía necesaria menos mano de obra. Por
ello, se abría un gran abanico de posibilidades para aumentar la
economía de los patrones: Sus empleados ya podían consumir sus productos
habitualmente –sobre todo vestuario y alimentos-… ¿Tenía sentido
tener esclavos que, además de consumir recursos del amo, no consumían
lo que producían? Además, debido a las comunicaciones con el más que
floreciente nuevo continente, suponían una competencia desleal hacia
sus factorías.
Por lo tanto… ¿Hasta que punto
la guerra civil americana, fuera de sus buenas intenciones, tenía fines
ocultos? Si ganaban, como así fue, expandían su “imperio” al recién creado país
y, además, ganaban alrededor de 9.000.000 de consumidores -más
o menos el censo de población negra de la época en estado de esclavitud, cifra
nada desdeñable-, y, además, por si fuera poco, eliminaban la
competencia.
Hoy en día comparado con
aquella época puede que seamos más “libres”, puede que tengamos más
“bienestar”. Pero… ¿Es justa nuestra condición? ¿Es justo que, para
poder comer o tener necesidades vitales tengamos que depender del dinero y, por
ende, del yugo de una empresa? ¿Es sano para la humanidad que, hoy
día, estemos más desunidos como sociedad que nunca y, por un salario,
unido a la desesperación de llegar a fin de mes, la gente llegue a realizar
verdaderas locuras y humillaciones?
Y no solo eso, si tenemos en
cuenta que antes, y no siempre, las cadenas eran físicas, ahora son mucho
peor: ahora las cadenas son basadas en deudas -hipotecas, prestamos,
financiaciones varias…-, lo que hace que hayamos creado una sociedad atada por
muchos años a un trabajo que hace que cada día vaya muriendo en vida lentamente,
sea humillado, vapuleado o rodeado de un ambiente dañino. Todo vale para
cumplir a fin de mes.
Todo azuzado, claro está, por
una agresiva publicidad que condiciona a la gente a consumir, a ser más que el vecino, a ser más que nadie, a
ambicionar hasta el infinito y, en consecuencia, a ser un ser
individualista: Divide y vencerás. Al final, no solo
trabajan, sino que deben dinero al amo.
No es más rico hoy en día el
que más posee, sino el que no tiene deudas.
Todo esto no tendría
posibilidades de existir si la gente, en conjunto, pudiese cuestionar su modo
de vida. Evidentemente, habrá
voces díscolas, para algunos unos locos, para otros unos antisistema, que se
dan cuenta de la cuestión. Pero, volviendo al pensamiento social, ¿Da
tiempo a pensar después de una semana laboral cada vez de más horas, llegando a
casa reventado y, llegando el fin de semana, practicando un ocio extenuante? Viernes:
salida nocturna que dejan a la gente el sábado realmente cansada hasta la noche
que, repitiendo la jugada, llegan
a un domingo que manda descanso hasta el lunes, que vuelve a empezar la mal
traída rutina que, si bien no se riega con alcohol, tiene físicamente
efectos similares. Es precisamente el alcohol, una droga socialmente
admitida y amparada, casualmente, por los legisladores, lo que hace
que la gente evada su frustración ante una vida de cadenas.
No podemos obviar
distracciones de masas, como el fútbol –espectáculo que casualmente se
celebra los domingos por la tarde en su mayoría, cuando la gente,
entre cansancio, pesar y, muchos, con resaca, podría vislumbrar su realidad-,
programas de televisión basura que, igualmente, se emiten en horarios
“ociosos”, y un sin fin de bombardeos de estímulos que nublan la mente
de los que nos creemos libres.
Curiosamente, la Revolución
Industrial marca un punto de afianzamiento a un sistema nacido
-casualmente- en Inglaterra para sustituir al sistema feudal: El
capitalismo. Sistema que, si se hubiese llevado bien, hubiese
ofrecido infinitas posibilidades pero, una vez más, nuestra condición
de seres codiciosos y déspotas ha derruido lo que pudo ser y no fue. Hoy,
el capitalismo está en clara decadencia la cual no está muy claro su fin, ha
llegado, sin ningún género de dudas, a un punto de implosión.
Y es que, el actual
capitalismo, el exprimir la clase trabajadora hasta la extenuación,
genera interesantes paradojas, como, precisamente, la que protagoniza este
artículo: Trabajar para ser pobre. ¡Pero ojo! El capitalismo ha
generado, curiosamente, parches para salvar el bote, y estos son las
empresas low cost, o lo que es lo mismo, el empobrecimiento del
consumo que, a su vez, genera pobreza en los trabajadores de dichas
empresas, pues, de todos es sabido, el empresario generalmente nunca pierde.
¿En que acabará todo?
Sea como fuere, mientras
socialmente nos sigan dividiendo con ideologías políticas que murieron
realmente tras finalizar la II Guerra Mundial, mientras nos sigan
dividiendo por condiciones sociales absurdas -rico es Bill Gates,
Amancio Ortega, Slim… no quien vive en una urbanización cara, este, en todo
caso, es acomodado-, mientras nos sigan dividiendo por equipos de
fútbol -¡absurda y tristemente por este motivo muere gente cada año!-,
por religiones, por razas, y por muchos más motivos, ellos ganan y podrán
apretar más la tuerca. Solo existen dos clases: La dominante y la
dominada, no hay más.
Queda claro, pues, que la
Revolución Industrial marcó una frontera entre el esclavo que cobraba en
especie y el esclavo que trabaja a cambio de satisfacción material inmediata,
pues, a fin de cuentas eso es lo único que gana a cambio de vivir en un estado
permanente de angustia y estrés.
Los esclavos negros del sur de
Estados Unidos vivían, de media, 9 años más que un trabajador “libre” del norte, pues, aunque esclavos, suponían una inversión al
amo y, como han podido ver, no era una inversión desdeñable, debía
ser cuidada.
No es baladí, por tanto, que
las sociedades actuales, las productivas y libres, sean las número uno en suicidios, en consumo de
estupefacientes, en consumo de fármacos psicoactivos… A fin de
cuentas, la libertad que
nos venden pasa factura.
Y, si no tiene deudas y,
encima ahorra, que sepa que es enemigo declarado del sistema, que ha
adiestrado a sus esclavos para que sea repudiado y flagelado. Y, para
postre, el propio capitalismo crea sistemas, como la inflación, para
que esta se coma los ahorros de la gente media como usted o como yo cada
ciertos años.
No hablemos ya de pequeños
propietarios de un patrimonio normal, condenado a pagar impuestos por
un inmovilizado que no genera réditos, por ejemplo, una vivienda habitual.
Además, si se muere, en ciertos países -o micropaises de facto, como los que
tenemos en España más conocidos como Comunidades Autónomas-, los
impuestos que tendrán que pagar sus herederos a veces provoca que el esfuerzo
que ha dedicado pagando dicho bien acabe en manos del aparato del Estado al
no tener posibilidad los legítimos destinatarios de pagar los leoninos
impuestos que les imponen para tomar posesión de la/s propiedades.
Todo está pensado para que
gane la banca, la élite extractora y
vampira.
Fuente: Análisis de la
decadencia sociológica del S.XIX, XX y XXI. (en proceso de
revisión y finalización). Dicho tratado analiza pormenorizadamente, y con la
ayuda de profesionales en diferentes ramos la economía y las condiciones
sociales que nos afectan y como hemos llegado hasta ellas. Previsiblemente verá
la luz en 2016. Dicho tratado se centra en las sociedades radicadas en
occidente y este extracto es tan solo una parte del apartado dedicado a la
neoesclavitud. Pablo Moreira
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