19.1.16

No es más rico hoy en día el que más posee, sino el que no tiene deudas

¿TRABAJADORES O NEOESCLAVOS?
La conspiración del capitalismo

¿Realmente somos dueños de nuestras vidas? ¿Hasta que punto nuestro “estado de bienestar” es una ilusión creada a propósito para mantenernos, como sociedad, sumisos hacia las grandes corporaciones? Lo que está a punto de leer es, posiblemente, altamente perturbador. No obstante,  veremos sin medias tintas como puede que la famosa “abolición” de la esclavitud tuviese unas intenciones, digamos, algo más sibilinas más allá de las que nos han hecho creer.
¿Es usted realmente feliz? ¿Se siente realmente libre? ¿Siente que sus derechos se cumplen? Si su respuesta es si, le recomiendo leer este artículo, aunque advierto que pudiera ser que sus esquemas se rompan. Si, por el contrario, su respuesta es no, puede cotejar las diferentes circunstancias para poder comprobar si encaja en el perfil de la nueva humanidad, al cual realmente pertenecemos.
¿Sabían ustedes cuanto costaba un esclavo en un mercado, por ejemplo, de Nueva Orleans? En el S. XIX, último periodo de la esclavitud en el sur de Estados Unidos, el precio de un esclavo estaba en torno a la friolera de 190.000 dólares, cifra calculada tras un estudio de la tabla de actualización monetaria, más fiel por la proximidad de aquella época. No obstante, si lo aplicamos, por ejemplo, al periodo del Imperio Romano, no podríamos calcular exactamente cuanto costaría, y tan solo podríamos realizar un cálculo en virtud del coste de vida, específicamente de productos básicos de la época: alimentos y vestuario.

Así, teniendo en cuenta que un esclavo tenía un coste en el Imperio de 1.500 denarios más o menos, y que un denario, según los círculos que se consulten, tiene un valor medio de 85 €, nos sale un coste de compra de 127.000 € por esclavo.
Debemos dejar claro un punto importante: Los esclavos romanos eran, en su gran mayoría, prisioneros de guerra y su fin era, mayoritariamente, el servilismo. Por el contrario, el esclavo americano, digamos, el históricamente más reciente que se reconoce oficialmente, era destinado a producir.
Y ahí, en este último dato, está el meollo de la cuestión: ¿Era rentable tener un esclavo?
Primeramente, conviene recordar que uno de los puntos clave de la Revolución Industrial era, precisamente, el avance tecnológico que, inevitablemente, haría que la esclavitud, a la larga, tuviese cada vez menos sentido.
En consecuencia, la vieja Europa, donde existían salarios, se encontraba con una tesitura algo comprometida: La tecnología, efectivamente, había mejorado las condiciones laborales y se hacía necesaria menos mano de obra. Por ello, se abría un gran abanico de posibilidades para aumentar la economía de los patrones: Sus empleados ya podían consumir sus productos habitualmente –sobre todo vestuario y alimentos-… ¿Tenía sentido tener esclavos que, además de consumir recursos del amo, no consumían lo que producían? Además, debido a las comunicaciones con el más que floreciente nuevo continente, suponían una competencia desleal hacia sus factorías.
Por lo tanto… ¿Hasta que punto la guerra civil americana, fuera de sus buenas intenciones, tenía fines ocultos? Si ganaban, como así fue, expandían su “imperio” al recién creado país y, además, ganaban alrededor de 9.000.000 de consumidores -más o menos el censo de población negra de la época en estado de esclavitud, cifra nada desdeñable-, y, además, por si fuera poco, eliminaban la competencia.
Hoy en día comparado con aquella época puede que seamos más “libres”, puede que tengamos más “bienestar”. Pero… ¿Es justa nuestra condición? ¿Es justo que, para poder comer o tener necesidades vitales tengamos que depender del dinero y, por ende, del yugo de una empresa? ¿Es sano para la humanidad que, hoy día, estemos más desunidos como sociedad que nunca y, por un salario, unido a la desesperación de llegar a fin de mes, la gente llegue a realizar verdaderas locuras y humillaciones?
Y no solo eso, si tenemos en cuenta que antes, y no siempre, las cadenas eran físicas, ahora son mucho peor: ahora las cadenas son basadas en deudas -hipotecas, prestamos, financiaciones varias…-, lo que hace que hayamos creado una sociedad atada por muchos años a un trabajo que hace que cada día vaya muriendo en vida lentamente, sea humillado, vapuleado o rodeado de un ambiente dañino. Todo vale para cumplir a fin de mes.
Todo azuzado, claro está, por una agresiva publicidad que condiciona a la gente a consumir, a ser más que el vecino, a ser más que nadie, a ambicionar hasta el infinito y, en consecuencia, a ser un ser individualista: Divide y vencerás. Al final, no solo trabajan, sino que deben dinero al amo.
No es más rico hoy en día el que más posee, sino el que no tiene deudas.
Todo esto no tendría posibilidades de existir si la gente, en conjunto, pudiese cuestionar su modo de vida. Evidentemente, habrá voces díscolas, para algunos unos locos, para otros unos antisistema, que se dan cuenta de la cuestión. Pero, volviendo al pensamiento social, ¿Da tiempo a pensar después de una semana laboral cada vez de más horas, llegando a casa reventado y, llegando el fin de semana, practicando un ocio extenuante? Viernes: salida nocturna que dejan a la gente el sábado realmente cansada hasta la noche que, repitiendo la jugada, llegan a un domingo que manda descanso hasta el lunes, que vuelve a empezar la mal traída rutina que, si bien no se riega con alcohol, tiene físicamente efectos similares. Es precisamente el alcohol, una droga socialmente admitida y amparada, casualmente, por los legisladores, lo que hace que la gente evada su frustración ante una vida de cadenas.
No podemos obviar distracciones de masas, como el fútbol –espectáculo que casualmente se celebra los domingos por la tarde en su mayoría, cuando la gente, entre cansancio, pesar y, muchos, con resaca, podría vislumbrar su realidad-, programas de televisión basura que, igualmente, se emiten en horarios “ociosos”, y un sin fin de bombardeos de estímulos que nublan la mente de los que nos creemos libres.
Curiosamente, la Revolución Industrial marca un punto de afianzamiento a un sistema nacido -casualmente- en Inglaterra para sustituir al sistema feudal: El capitalismo. Sistema que, si se hubiese llevado bien, hubiese ofrecido infinitas posibilidades pero, una vez más, nuestra condición de seres codiciosos y déspotas ha derruido lo que pudo ser y no fue. Hoy, el capitalismo está en clara decadencia la cual no está muy claro su fin, ha llegado, sin ningún género de dudas, a un punto de implosión.
Y es que, el actual capitalismo, el exprimir la clase trabajadora hasta la extenuación, genera interesantes paradojas, como, precisamente, la que protagoniza este artículo: Trabajar para ser pobre. ¡Pero ojo! El capitalismo ha generado, curiosamente, parches para salvar el bote, y estos son las empresas low cost, o lo que es lo mismo, el empobrecimiento del consumo que, a su vez, genera pobreza en los trabajadores de dichas empresas, pues, de todos es sabido, el empresario generalmente nunca pierde. ¿En que acabará todo?
Sea como fuere, mientras socialmente nos sigan dividiendo con ideologías políticas que murieron realmente tras finalizar la II Guerra Mundial, mientras nos sigan dividiendo por condiciones sociales absurdas -rico es Bill Gates, Amancio Ortega, Slim… no quien vive en una urbanización cara, este, en todo caso, es acomodado-, mientras nos sigan dividiendo por equipos de fútbol -¡absurda y tristemente por este motivo muere gente cada año!-, por religiones, por razas, y por muchos más motivos, ellos ganan y podrán apretar más la tuerca. Solo existen dos clases: La dominante y la dominada, no hay más.
Queda claro, pues, que la Revolución Industrial marcó una frontera entre el esclavo que cobraba en especie y el esclavo que trabaja a cambio de satisfacción material inmediata, pues, a fin de cuentas eso es lo único que gana a cambio de vivir en un estado permanente de angustia y estrés.
Los esclavos negros del sur de Estados Unidos vivían, de media, 9 años más que un trabajador “libre” del norte, pues, aunque esclavos,  suponían una inversión al amo y, como han podido ver, no era una inversión desdeñable, debía ser cuidada.
No es baladí, por tanto, que las sociedades actuales, las productivas y libressean las número uno en suicidios, en consumo de estupefacientes, en consumo de fármacos psicoactivos… A fin de cuentas, la libertad que nos venden pasa factura.
Y, si no tiene deudas y, encima ahorra, que sepa que es enemigo declarado del sistema, que ha adiestrado a sus esclavos para que sea repudiado y flagelado. Y, para postre, el propio capitalismo crea sistemas, como la inflación, para que esta se coma los ahorros de la gente media como usted o como yo cada ciertos años.
No hablemos ya de pequeños propietarios de un patrimonio normal, condenado a pagar impuestos por un inmovilizado que no genera réditos, por ejemplo, una vivienda habitual. Además, si se muere, en ciertos países -o micropaises de facto, como los que tenemos en España más conocidos como Comunidades Autónomas-, los impuestos que tendrán que pagar sus herederos a veces provoca que el esfuerzo que ha dedicado pagando dicho bien acabe en manos del aparato del Estado al no tener posibilidad los legítimos destinatarios de pagar los leoninos impuestos que les imponen para tomar posesión de la/s propiedades.
Todo está pensado para que gane la banca, la élite extractora y vampira.
Fuente: Análisis de la decadencia sociológica del S.XIX, XX y XXI. (en proceso de revisión y finalización). Dicho tratado analiza pormenorizadamente, y con la ayuda de profesionales en diferentes ramos la economía y las condiciones sociales que nos afectan y como hemos llegado hasta ellas. Previsiblemente verá la luz en 2016. Dicho tratado se centra en las sociedades radicadas en occidente y este extracto es tan solo una parte del apartado dedicado a la neoesclavitud. Pablo Moreira  


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